A la vuelta del tiempo, pasadas un sinfín de (esa cosa que el discurso oficial denomina) deserciones, el team Cuba se ha convertido en sombra de lo que fue. Es el mismo, con cuatro letras en el pecho, pero es otro. Cabría decir, una réplica grosera. Una vieja vedette a la que el maquillaje no le basta para esconder el deterioro. No me refiero a resultados. Obviamente, ya no puede ganarse tanto como antes, porque entonces jugábamos contra colegiales y ahora se encara a gente que vive por y para el béisbol. Peloteros de distinto nivel, desde categoría

A hasta Grandes Ligas, unos más, otros menos capaces, pero todos con kilómetros recorridos en el mundo del deporte rentado. No señor. Yo me refiero a personalidad.

A liderazgo. Poco más de diez años atrás, el gran Pacheco –el de verdad- se tocaba la gorra y el dugout se enteraba que de que estaba molesto con algo que pasaba. Y hace un cuarto de siglo, Sile Junco blasfemaba cuatro malas palabras para sacar a todos del letargo. Es más: no hace mucho que todavía Lazo solía levantarle los ánimos al grupo con dos gritos, el sudor correteándole en la frente y la mano derecha en la entrepierna, exacerbado.

Beisbol Cubano
FOTO: Pedro E. Rodríguez

Es la parte más rara del proceso que vive esta pelota. Puedo entender que se hayan ido casi todas las estrellas, enamoradas de los talonarios y los siete dígitos, y que por ende la calidad del juego haya bajado desmesuradamente. Acepto incluso –ni siquiera sé por qué, pero lo acepto- que tengamos una estructura dinosáurica, y que la Comisión le tenga repugnancia a ese concepto, evolución.

Pero que no haya alguien con capacidad de mando en una escuadra superior a veinte hombres… eso es inexplicable. Dicen los diccionarios: “El liderazgo es el conjunto de habilidades gerenciales o directivas que un individuo tiene para influir en la forma de ser de las personas o en un grupo de personas determinado, haciendo que este equipo trabaje con entusiasmo, en el logro de metas y objetivos.

También se entiende como la capacidad de tomar la iniciativa, gestionar, convocar y promover”. ¿Quién hace esto en Cuba hoy? ¿Quién dispone de ese carácter contagioso para que los demás lo sigan, como guerreros que se largan al combate? ¿Dónde está el jugador que le pone pimienta a los partidos? ¿Cuál es el tipo diferente, el que se reconoce a cuatro leguas con un prismático empañado?

Por desgracia, en Cuba promovemos la producción seriada, lo mismo de periodistas que de peloteros. Así, nuestros atletas se parecen vulgarmente los unos a los otros, tanto como las archiconocidas latas de sopa Campbell de Andy Warhol. Los han adoctrinado para enarbolar una modestia (muchas veces) hipócrita, y ellos terminan siendo la mar de soporíferos. Pareciera que a veces jugáramos “a la americana”.

Esto es, inexpresivamente, eludiendo (cual si fueran delitos) la sangre y la pasión. Sin embargo, nos falta un elemento clave para imitar el béisbol de los gélidos vecinos, y ese elemento es la efectividad. Porque los estadounidenses –para mi gusto- aburren con el comportamiento, pero entretienen con el desempeño. Un día habrá que a los team Cuba vuelvan esos jugadores que se ganan al resto con su carisma y temple. A la espera de que eso suceda, no quedará otra opción que seguir apelando al espíritu de los personajes de la vieja guardia. Da lo mismo si se llaman Anglada, Urquiola o Víctor Mesa. “Cualquier tiempo pasado fue mejor”, dijo el poeta.