Cuando aquella fría noche de marzo de 1967 el lanzador de los orientales Manuel Alarcón dejó sin carreras a la ofensiva de los Industriales mientras les recetaba catorce ponches en un estadio Latinoamericano repleto, para cortarles una racha de cuatro títulos consecutivos, pocos imaginaron que estaría naciendo una rivalidad deportiva que perduraría en el tiempo.

“El cobrero”, como era conocido el diestro santiaguero, mandó a cerrar la trocha para que saliera la comparsa del “Cocuyé” y le demostró a todos los provincianos que los capitalinos no eran invencibles y que esos “guajiritos” que habitaban las zonas rurales del país también sabían jugar a la pelota.

Desde entonces, las simpatías de los aficionados por sus equipos favoritos se fueron transformando en pasiones desenfrenadas y alimentadas por regionalismos, orgullos y complejos de inferioridad, provocaron rivalidades clásicas que no han podido borrarse de sus mentes a pesar de cambios sociales o decadencias beisboleras, pasando como una herencia a través de las generaciones.

El equipo Industriales desde aquella noche ha logrado ocho coronas más en nuestros campeonatos domésticos y los santiagueros, nacidos como conjunto después de la división político-administrativa de 1976, también se han sentado ocho veces en lo más alto del podio desde entonces, con un balance cerrado de victorias y derrotas entre ambos de 100-89 hasta este martes, favorable a los de la capital.

Muchas son las historias que se han vivido en los terrenos de juego y en los graderíos de los estadios a lo largo de estas Series Nacionales protagonizadas por estos icónicos equipos al punto de convertirse por muchos años en el duelo más esperado de todos, sin importar el lugar que ocupen en ese momento en la tabla de posiciones.

Industriales y Santiago de Cuba
Industriales y Santiago de Cuba

La fanaticada no podrá olvidar nunca aquella final memorable de 1999 cuando los santiagueros se colgaron de los brazos de Norge Luis Vera y Ormani Romero para arrebatarles el título a los Industriales y comenzar una dinastía que duró tres temporadas, ni aquellas tres victorias consecutivas azules del 2006 con Rey Vicente Anglada al frente para llevarse el campeonato ayudados por un espectacular bambinazo de Alexander Malleta y un picheo efectivo de Frank Montieth.

Tampoco se podrá borrar de la memoria la victoria oriental del año siguiente a costa de los capitalinos, otra vez con Vera y Alberto Bicet haciendo de las suyas en el montículo y los bates encendidos de Alexei Bell y Reutilio Hurtado, como tantos otros desafíos fuera de la discusión directa del título donde se escribieron páginas gloriosas que hicieron del béisbol el centro de atención de la mayoría de los habitantes de este país.

Ahora, ambos conjuntos volverán a enfrentarse en el terreno de juego en una serie de cuatro partidos donde se definirá cuál de los dos podrá seguir en competencia.

Son otros tiempos, la fuga de talentos hacia otras tierras foráneas ha hecho mella en sus alineaciones, el deporte nacional ha tocado fondo atacado por problemas económicos y el mimetismo de sus directivos, pero mucho más de la paridad vista en la campaña y de los boletos en juego para la postemporada donde uno de los dos sobra en la fiesta, siguen ahí las razones socio-culturales que han hecho de esta porfía la más esperada por los aficionados.

El coloso del Cerro albergará como siempre a una multitud cosmopolita y dividida donde más allá de la clasificación de su equipo pondrá en juego arrogancias, soberbias, alcurnias y abolengos, sumida en chovinismos y regionalismos extremos que no se han podido extirpar a lo largo de la historia de la nación cubana.

Una llama tenue se vuelve a prender en las cenizas de lo que un día fue el clásico de la pelota cubana. Las nuevas generaciones acudirán movidos por el renacer de los Leones capitalinos y por el interés que deja en el aire las crónicas familiares. El escenario es perfecto para que nuestro béisbol se levante al menos por unos días del fango y la podredumbre. Captemos el momento. Nos vemos en el estadio.