Los grandes torneos deportivos nos recuerdan que se avecinan para el amante del mundo atlético nuevas jornadas de exaltación, desespero, estupor, incredulidad, nervios, ira, hilaridad y desencanto.

Sí, amigos: regresan los “narrafistas” de alto rendimiento…. Son esos relatores entrenados en las alturas para permanecer justamente ahí, en las alturas. Narran todo y todo lo narran igual; campechanos y buena gentes; maestros de la coba y el lugar común.

Funden la narración y el eufemismo con maestría de orfebre -de ahí el término acuñado por el cuarto descubridor de Cuba: el gran H. Zumbado.En sus fecundas Riflexiones, Zumbado explica que el narrafismo es “suave y cortés, sutil como el pétalo de una rosa, aséptico como un guante blanco”, y agrega que el buen narrafista “prefiere ser discreto y por eso no opina demasiado. Le gusta quedar bien”.

Lo triste del fenómeno es que, cuando Zumbado lo describió, en Cuba narraban tipos como Bobby Salamanca, Eddy Martín, Héctor Rodríguez, y una sarta de comentaristas locales cuyos pecados ahora perdonaríamos sin pestañear. “Fue un lapsus”, diríamos….

Hoy día, espantarse una narración implica, precisamente, espantarse y preguntarse, entre otras cosas, por qué alguien que cobra por comunicar no comunica, y se limita a describir lo que ya estamos viendo -para colmo sin la lírica de un Víctor Hugo Morales; sin la ocurrencia de un Luis Omar Tapia o el entusiasmo de un Álvaro Marín.

Así, por ejemplo, escuchamos que Fulano es un ciclista universal (¿?), que Mengana corre con la cabeza ladeada porque así va más cómoda (¿¿??), o que un combate de judo va 110 a 20 (¿¿¿???) –sin mencionar perogrulladas y omisiones.

Podrá alegarse que, a diferencia de otros lugares donde si hay especialización, aquí son un apenitas puñado para narrar todos los deportes -hasta ajedrez con vallas si existiera. Yo podría entender que sean básicos en tiro con arco, pero es que ni en pelota da gusto oírlos…. Seamos justos, el escenario tampoco es tan apocalíptico.

Después de todo, las nuevas tecnologías de la información generan un caudal de antecedentes, datos, análisis y voces que tributan al acervo de los narradores. Ahí lo censurable es que quieran pasarle gato por liebre al pobre televidente sin Internet, dando como propias conclusiones de otros.

También hay relatores cuya voluntad de estilo a veces redunda en pujo. Al menos a esos les perdonamos su renuencia a ser grises. Una narración como Dios manda exige naturalidad, fluidez, conocimiento de causa, preparación, reflejos rápidos y memoria de usurero.

Es preciso vocabulario para darle enjundia al relato, cultura para sazonarlo, y osadía para ser transgresor y llamar al pan pan, y al vino vino…. Solo la poesía engendra una perla como aquel “barrilete cósmico, de qué planeta viniste”; solo la naturalidad acuña un “¡Azúcar, abanicando!”; solo la pasión descubre que alguien viene “con el corazón”; solo el prestigio concede autoridad para nombrar a unas “espectaculares morenas del Caribe” y que el epíteto quede para la historia.

El oficio de narrador entraña los riesgos de todo el periodismo: uno hace públicas sus pifias. Tal vez por eso muchos lo ejerzan con pies de plomo, prefiriendo el permiso al perdón; conscientes de que lo dicho será usado en su contra.

En todo caso, la posibilidad del error no debería inhibir sino incentivar a ser más profesionales. A estas alturas del texto, habrá quien me acuse de elitista e ingrato, porque al menos en Cuba transmiten más disciplinas de los Juegos Olímpicos que en cualquier otro país.

Y no lo niego; al contrario. Pero mientras la gente prefiera poner el televisor en MUTE, o pagar un “cover” en divisas para ver el fútbol en un hotel, no me parece -digámoslo con elegancia de narrafista-, que la situación no amerite al menos un llamado de atención…. Y es todo por hoy, mañana… mañana estaremos con más…

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