Para Luis Cabeiro, las artes marciales constituyen su modo de vida. Pudiera sonar a cliché, pero quienes conocen a este profesor cascarrabias, rígido y estricto en la disciplina, comprenden el significado de esas palabras.

En la actualidad, la pandemia del coronavirus lo mantiene alejado de los tatamis, sus aprendices y colegas. Mientras, escribe los fines, objetivos y valoraciones del sistema metodológico-pedagógico marcial que defiende (el Kaisendo) y al cual le ha dedicado gran parte de su vida. Se confiesa, como todos, deseoso porque termine esta difícil etapa para regresar a los colchones.

Tras casi 60 años vistiendo kimonos y con todo tipo de cinturones (aunque conserva su primer cinturón negro), este sensei se describe como alguien que no pretende demostrar poder. Su fuerza radica en saber apreciar la vida de los seres humanos. 

Desde niño, el pequeño Luisito se adentró en el mundo del Judo y del Jiujitsu en el antiguo Vedado Tenis Club, posteriormente llamado Círculo Social José Antonio Echeverría.

“Ahí me mantuve entrenando hasta ser reclutado por el servicio militar. Durante mi paso por el ejército conocí el Kyol Sul coreano y comencé a practicarlo, pero sin profundizar tanto en este debido a las limitaciones propias de la vida militar”, cuenta.

“Al terminar el servicio me incorporé a la práctica del karate (estilo Joshin-Mon) en una academia que se había fundado en el ICAIC. Así estuve varios años, simultaneando con el judo y visitando tantos colchones como fuera posible. Aunque en aquella época no obtuve grados ni certificados, adquirí conocimientos que sirvieron para lo que vendría después”, recuerda.

Luis Cabeiro artes marciales en Cuba
Luis Cabeiro. Foto: Hansel Leyva

Luego de reencontrarse con un antiguo compañero, José Fernando Cuspinera Navarro, junto a otro grupo de colegas crearon un sistema que primero llamaron Karate Operativo, después pasó a denominarse Karate Jutsu, hasta que en el año 1995 decidieron nombrarlo Kaisen Ryu-Karate Jutsu. Con ese nombre salió de Cuba, llegó a España, allí lo rebautizaron como Kaisen-Do, y así se le conoce en el mundo entero.

“Durante todo este tiempo hemos tenido altas y bajas, como todo. Hay momentos en los cuales disponemos de varios estudiantes y otros donde son menos los interesados. Resulta bastante difícil entrenar debido a la escasez de recursos: tatamis, equipos, armas y otros aditamentos. Actualmente, debido a limitaciones físicas me mantengo de supervisor en las prácticas, apoyado principalmente en monitores”, explica.

El Kaisen-do, según la traducción, significa camino del perfeccionamiento continuo. Es un sistema que interrelaciona de manera sistemática y pedagógica técnicas de otras artes marciales tales como el Karate -del cual se aplican las técnicas de golpeo de pies, manos, codos, y rodillas-, y del Judo se toman técnicas de proyección e inmovilización.

También incorpora concepciones del Ju-Jutsu, el Aikido y del Boxeo (por sus esquivas de cintura, sus ataques circulares de puño), del Kick Boxing y del Kenpo jitsu, en esencia para dar una respuesta concluyente a un determinado ataque.

“Aunque se pueden realizar competencias, realmente no está diseñado para la práctica deportiva. Sin embargo, en una ocasión se organizó un torneo en Alemania, pero lamentablemente nos ausentamos porque la sede no garantizaba gastos en pasaje, hospedaje, ni estadía. Eso para nuestro bolsillo resultaba impensable”, afirma.

Internacionalmente, este estilo encuentra practicantes en casi 54 naciones, pero los derechos legales del Kaisen-do se hallan en manos de un español, el maestro Juan José Díaz Martínez.

“Por eso en nuestro país le decimos Escuela Cubana de Kaisen-Ryu, nombre con el que originalmente salió de la Isla y para ello tenemos toda la documentación que demuestra ser un producto cubano, pues se han suscitado no pocas dudas en cuanto a su procedencia. El español se dedica a la defensa policial y militar, y aquí no lo vemos así. Nosotros consideramos esta disciplina como un arte marcial y por eso hemos aprovechado esta pausa para revisar la metodología y el programa en sí mismo”, detalla.

Luis Cabeiro artes marciales
Luis Cabeiro. Foto: Hansel Leyva

La razón de ser de un maestro

Llegar a convertirse en maestro no es cosa fácil. Primero que todo tiene que existir un amor hacia la práctica y luego saber transmitirlo a los demás. Un profesor puede conservar vastas sapiencias, pero si no deja un legado, si no transmite lo que sabe a sus pupilos, entonces no ha logrado nada.

“Siempre tuve apoyo, primero de mis padres y luego de la familia que construí. Dificultades siempre existieron y las condiciones nunca fueron las soñadas, pero se pudo lograr algo con lo que se tenía a la mano, más que nada, conocimientos y ganas de hacer. En todo este trayecto no han faltado etapas complicadas desde el punto de vista económico y a nivel social, y cada vez más se nota el detrimento de lo más importante para un ser humano: la ética.

Un maestro no solo es un instructor que enseña a patear, golpear o esquivar; también deviene guía de su aprendiz.

“He formado alrededor de 70 u 80 cinturones negros. En el caso del Kaisen-do cuesta un poco más, porque muchos de los que empiezan no lo terminan. Es un camino extenso y las cosas no deben aprenderse a la ligera, necesita de mucha consagración y esfuerzo personal. En la mayoría de las ocasiones quienes llegan buscan la vía rápida, aprender lo antes posible y pretenden apurar un proceso largo para su beneficio individual”, dice.

Siempre debe enseñarse con paciencia y en esto Luis Cabeiro posee experticia, pues reconoce que existen momentos inviolables. Sin embargo, no hay una fórmula prestablecida, pues “el practicante necesita de constancia, voluntad; requiere crear reflejos, basándose en la filosofía de entrenar hasta que la mente olvide y solamente el cuerpo recuerde. Deben ser capaces de identificar un ataque y dar la respuesta adecuada, sin excesos, pero sin defectos. Eso es lo más difícil”.

“En el plano personal, me gusta interactuar con el alumno. Ellos ven lo que tú no. El sensei viene permeado de métodos y concepciones propias; el estudiante tiene la mente fresca y propone nuevas maneras de hacer las cosas. El conocimiento no debe llegar como castigo ni me gusta que los padres lleven a los hijos obligados.

“Prefiero conversar, interactuar, saber cómo vive el estudiante, conocer cuál es su entorno social. El maestro es una figura para la vida, un referente. En ocasiones no se logra, pero esos momentos son los menos, porque hasta los más malos merecen una oportunidad y por eso trato, desde mi posición, de cambiarle la vida a alguien”, manifiesta.

Dentro del dojo donde entrena Luisito no se impone la disciplina pues esta surge sola. Cuando se pisa el tatami automáticamente se llega a otro mundo y la vida deja de parecer tan ficticia, tan plástica. Allí todos son iguales. Una familia. Al menos, de eso se trata. Un artista marcial debe ser, ante todo, humano.

“Pueden darse situaciones donde la vida de otra persona está en tus manos. Las cualidades físicas se obtienen con entrenamiento, las técnicas se adecúan, pero la mente debe fortalecerse según las concepciones de cada uno. No se trata de ideologías ni religiones, basta con que el practicante se convierta en una persona útil para la sociedad.

“Varios colegas me consideran un maestro popular. En cierta ocasión, un conocido se me acercó con la duda. Esta persona obtiene buenos ingresos de las artes marciales. Me aconsejó que cambiara mi forma, el método, que con la popularidad no se comía. Es cierto y no deja de tener razón, a veces, lo que tú no pagas, tampoco lo valoras, pero en momentos decisivos de mi vida esa misma ‘popularidad’ ha llenado mi espíritu a tal punto que las ventajas económicas quedan a un lado.

“Hace unos años regresaba de impartir un seminario por el oriente del país y en Villa Clara tocaba hacer una parada. En Santa Clara pude dar clases dos días y al tercero tuve que ausentarme, pues me resentí de la lesión en la cadera. Por mí fue otra persona y al terminar el entrenamiento, alrededor de setenta compañeros vinieron a verme. Por tanto, para mí, el respeto y la admiración que me he ganado, eso brilla más que el oro”, afirma.

Sin ser altruista ni creerse el más perfecto, Luis Cabeiro ayuda a todo el que puede. Sin intereses económicos ni pretensiones religiosas y mucho menos ideológicas, le brinda la posibilidad a cada cual de pensar diferente. No influye, pero tampoco se deja influir. “Mi única ambición -dice- radica en formar personas de bien”.

Artes marciales Luis Cabeiro
Luis Cabeiro. Foto: Hansel Leyva

Las artes marciales y el contexto cubano

En Cuba han coexistido una variedad de estilos y modalidades, al principio pertenecientes o vinculadas al Ministerio del Interior. Tras una serie de procesos por los cuales se transitó, llegamos a un punto en donde no existe una federación que las agrupe, o las represente ante el Instituto Nacional de Deportes Educación Física y Recreación (INDER), el ente rector del deporte en Cuba. Hubo una, pero desapareció y hasta el día de hoy se desconocen las causas y la persona que tomó tal determinación.  

“Desde hace cuatro años se nos comunicó que el propio INDER tramitaba la creación de algo parecido, sin embargo, aún no hay nada definitorio y continuamos en el limbo. Tal inconveniente provocó que las distintas artes marciales trabajasen por su parte, sin apoyo institucional o vinculadas a sectores ajenos al deporte para poder subsistir. En cierta ocasión, incluso, me llegaron a decir que nunca existió dicha entidad, que eso fue mentira. Por eso todos los presidentes de academias hemos presentado ante las autoridades del deporte los documentos que acreditan su gestión y la importancia que revestiría retomarla, pero se nos hizo caso omiso. Para no dilatar más la historia, el jurídico del INDER emitió un documento donde manifestaba que el organismo no reconocía a las artes marciales. Eso contradice lo que nos han dicho desde el 2015”, cuenta Cabeiro.

“Por el momento nos tienen ubicados en Recreación y en determinados momentos, antes de la pandemia, nos convocaban para algún acto o conmemoración para ‘actuar’. Nosotros podemos hacer un espectáculo u exhibición, la famosa gala, -que se ha perdido-, pero no llamarnos para recrear. Nosotros no somos payasos.

“Definitivamente, al organismo le interesan poco, pues solo las oficialmente reconocidas, judo, karate y taekwondo, gozan de tal beneplácito. Ese apoyo que pudiéramos recibir repercutiría en diversos beneficios. No estamos en desacuerdo con quedar bajo su representación legal, pero sí queremos que, al menos, entiendan y se dejen guiar sobre la verdadera esencia de estos métodos ancestrales. En estos temas solo quienes conocen de verdad la actividad deben dirigirla. Todo no constituye cuestiones administrativas ni meras formalidades”, explica.

Sus más fraternales colegas lo apodan el “diablo”, debido a su forma de ser y también porque no le gusta que le impongan nada. Luisito, como practicante de una disciplina ancestral, solo aspira a que el INDER controle o regule, pero con cierta libertad de acción, porque “pretenden ponernos un metodólogo cuando las artes marciales poseen su propia metodología. El problema es de imposición y como dos o tres le salimos al frente entonces no somos bien vistos”.

Dentro de Cuba, toda actividad deportiva se encuentra regida por ese organismo. “Además, en estos momentos no se lleva un registro sobre quiénes son los practicantes. En el mundo entero existe, porque un arte marcial es un arma y con las armas debe existir un control. Al no existir un archivo y estarse comercializando por algunos, cualquiera puede entrar a una academia, sin saber el profesor de quién se trata realmente. Personas que van a adquirir conocimientos y pueden utilizarlos erróneamente”, describe.

Debido a su alto grado de peligrosidad, en manos equivocadas harían mucho daño. El deporte es un derecho del pueblo, pero el arte marcial debería ser un derecho de quien lo merezca.

“Nos hemos alejado de los métodos tradicionales, indiscutiblemente la ciencia ha avanzado, pero hay concepciones ancestrales a las que no debemos renunciar. Por suerte, son cuestiones que pudieran tener solución en un futuro y así lo veo, me siento optimista”, afirma.

¿Satisfecho con lo que ha logrado en la vida?

Quien en la vida se sienta satisfecho está perdido. Uno siempre tiene que aspirar a un poquito más. Hasta que dejes de respirar. Y si es verdad que del otro lado hay más, entonces continuar desde allá.

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