El viernes 9 de febrero de 2018, iniciaron los Juegos Olímpicos de Invierno, en Pyjeongchang, Corea del Sur. En ellos, por primera vez en citas de este tipo, ambas Coreas, la comunista y la capitalista, la buena y la mala, esos dos sistemas irreconciliables separados por un paralelo casi mandado a inventar, desfilaron juntas.

Mejor aún: el equipo de hockey sobre hielo compitió por primera vez de manera unificada, y aunque perdieron 8-0 ante Suiza, dejaron sentado el precedente. La “sports diplomacy”, diplomacia del deporte, hacía rato que no tocaba las puertas de un conflicto tan añejo como complicado.

Ambas naciones llevan separadas desde 1945. Atravesaron por una guerra cruel a partir de 1950 y hasta 1953. Una se ha mantenido aislada del mundo, caracterizada como uno de los “rincones oscuros” que soporta al terrorismo. La otra, siempre nombrada como un “estado satélite” de Estados Unidos, en una situación vital donde le pega la frase martiana “de América soy hijo, a ella me debo”, en su más distorsionada interpretación.

Las delegaciones de Corea del Norte y Corea del Sur desfilaron juntas en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno el 9 de febrero de 2018. FOTO: Jae C. Hong / AP.

A lo largo de la historia, desde el final del conflicto, se han amenazado, ultimado, denigrado, agredido de distintas maneras, aislado. Pero igualmente han negociado, han dado pasos de avance y han retrocedido… les parece conocido el guión, ¿verdad?

El ya lejano 1991 fue el último año donde ambas naciones presentaron un equipo unificado, fue a los mundiales de tenis de mesa en Japón y al Mundial sub 20 de fútbol en  Portugal. 1991. ¡Qué año! El bloque socialista terminaba su caída libre y los coreanos del norte se veían un poco más acorralados en Asia, sin la URSS y con China transformándose. Pero lo hicieron juntos esa vez.

Es entonces que me pregunto: si ellos, con su conflicto infinito, con el Juche y el aislacionismo, con la burbuja en la que están encerrados, pueden… ¿por qué nosotros no? ¿Por qué seguimos calificando de traidores a quienes se fueron buscando mejores oportunidades y hoy han demostrado que siguen siendo estelares y quieren competir por Cuba? ¿Por qué nosotros no, que lo necesitamos?

Ya sé lo que dirán los conservadores: ellos se fueron cuando los necesitábamos, abandonaron a su país, a sus equipos. ¿Pero tenían otra opción cuando lo hicieron? ¿Hubiera podido José Dariel Abreu llegar a donde llegó si hubiera llegado a la MLB en 2016? ¿Lo hubiera hecho mejor Kendry Morales si se hubiese quedado a esperar por la política de contrataciones del INDER?

Portada de la revista The New Yorker el 26 de febrero de 2018.

El equipo unificado que se espera en Cuba, no solo para el béisbol, sino para otros deportes como voleibol, atletas o boxeadores, debería dejar de ser una utopía y comenzar a pensarse como una realidad. La mente cuadrada de nuestros dirigentes deportivos, y de quienes más dependan estas decisiones, debería acomodarse un poco más a lo que necesita nuestro deporte hoy y el terreno que estamos perdiendo a nivel mundial.

Cuando en 2015 la Major League Baseball (MLB) vino a Cuba con una comitiva integrada por hombres como Puig y Abreu, parecía que el paso estaba a la vuelta de la esquina. Sin embargo, todo volvió a congelarse. Y ya me está pareciendo que no es tanto por las medidas del Departamento del Tesoro, o de la OFAC famosa, sino por algún tipo de traba que trasciende lo que dicten los vecinos del norte.

Además de lo económico, parece que el problema, el muro, el “bloqueo”, es mental. La pregunta de un equipo unificado, la última vez que se hizo en mi presencia, recibió una respuesta tajante que no reproduciré con lujo de detalles, pero que quedó en plan “lo que se sabe no se pregunta”.

¿Tendremos intenciones en algún momento de dar ese paso? ¿Podremos tener en cuenta a aquellos que siempre han expresado su deseo de jugar por Cuba donde quiera que estén? ¿No podríamos valorar como un principio de acercamiento y cambio una decisión tan sencilla?

Estamos perdiendo la posibilidad de utilizar a jugadores que están en el momento más brillante de sus carreras, con sus habilidades desarrolladas al máximo y que aportarían mucho más de lo que el movimiento deportivo doméstico puede ofrecer, per sé. ¿Qué nos hace más especiales que Corea del Norte? ¿Son los asiáticos menos por pactar un acercamiento con su “enemigo histórico”? ¿Qué nos impide intentarlo siquiera? ¿No serían acaso los Centroamericanos de Barranquilla un buen laboratorio para introducir algunos cambios, por mínimos que sean?

Parecen, a esta hora, demasiadas preguntas. Pero les describo la portada de The New Yorker a propósito del hito coreano: un esquiador, en representación del deporte unificado, la unidad y la diplomacia,  volaba por encima de los guardias fronterizos de Corea del Norte, quienes no podían hacer más que observarle avanzar hacia adelante. Más allá de mesas y papeles, de cuños, banderas y águilas, más allá de discursos manidos, el deporte puede ser la vía.