Pasan las tres de la tarde del agosto cubano, y la 57 Serie Nacional de Béisbol se derrite al amparo de una temperatura superior a los 30 grados. «Aquí sobreviviendo al sol», me dice el antesalista villaclareño Yeniet Pérez cuando le pregunto cómo está. Realmente el cuestionamiento iba por las lesiones que lo mantienen entre algodones de vez en vez, y en momentos tan inoportunos como la previa de un Clásico Mundial, pero Yeniet me habla del sol. Le dejo un quejido como respuesta. No creo que alguien tenga consuelo para un pelotero que, durante tres días consecutivos y por más de tres horas, intenta jugar béisbol en el primer nivel de esa disciplina en Cuba. A los internacionales del equipo se les oye quejarse de la “pacotilla” que le quitaron en la Aduana.

«Es un abuso», reflexiona un bebedor de grada que junto a él dispone de una lata de Bucanero, que no contiene cerveza, sino algo asociado al alcohol de tienda. El olor lo delata. No es el único, a su lado hay otro cuya sanidad bucal dista de los parámetros que la Isla exhibe a nivel mundial. Ellos se conocen —los bebedores de grada— y a lo largo del partido se multiplicarán en pequeñas islas por todo el Sandino, en lugares poco visibles, cerca de los postes, en las alturas. «Es un abuso jugar con este sol», y se da otro cañangazo. Ni lo siente.

Bajo el techo del Sandino la sensación térmica debe alcanzar los 40 grados, uno suda lo inimaginable. No hay agua dentro, ni cómo refrescar la garganta. Desde atrás unos le dicen que Freddy Asiel Álvarez, la estrella del staff anaranjado, no ha ganado un partido y que así será muy difícil clasificar a la segunda etapa. Estos acaban de llegar, son tres y han sido más atrevidos. Traen una botella de ron Decano, sí, una botella de cristal cuya prohibición está más que esclarecida. Pero a nadie le importa, mucho menos a ellos.

Un agente de la policía se pasea lentamente por las gradas más alejadas del home. Parece aburrido, ya peina canas. Los mira, pero sigue de largo. Seguramente los conoce, pero no los molesta. Durante las próximas tres horas no volverá a merodear por esos lares. Los números oficiales dicen que hay un estimado de 400 personas dentro del Sandino, a lo sumo calculo que se llegará a los 50. Seis adolescentes se entretienen cazando pelotas dentro de la vieja instalación, y viendo desde la cima cómo los que están afuera corren tras ellas. Luego la revenderán. «¡Cayó por el árbol!», le gritan a los que se dedican a esa faena, a la vista de todos. La Dirección Provincial del INDER incluso radica allí, en la cara de esos “cazadores”.

Estadio Augusto César Sandino
Estadio Augusto César Sandino FOTO: Vanguardia.cu

«Devuelvan las pelotas y ganamos todos», repite una y otra vez con vital entusiasmo el anunciador del estadio, cada vez que una Mizuno sale de foul. Mientras el “todos” se diluye en el audio local, los chicos corretean escaleras abajo buscando la bola. No la devolverán. El comisionado provincial está sentado en los asientos de abajo, sobre sus piernas siempre trae una caja nueva de Mizunos. Al término del choque lleva la cuenta de las pelotas que se usaron, cuantas quedan y las que se perdieron.

El bebedor de grada levanta sus brazos y da un aplauso seco cuando escucha la consigna fabricada del anunciador. «Comemierda», escupe, mientras se sirve el siguiente trago.