El día que se escriba la definitiva historia del voleibol masculino universal, al lado de Unión Soviética habrá que poner “hegemónica”; junto a Brasil, “potencia”; Estados Unidos llevará el epíteto de “consistente”; Italia será calificada como “rutilante”; y Cuba merecerá de modo inevitable el adjetivo “milagrosa”.

Eso, porque lo ha sido. Solo apelando a fuerzas exteriores podía un deporte tan sodomizado por las circunstancias emprender el camino que lo ha llevado a nueve podios en la Liga Mundial, uno en Juegos Olímpicos y cuatro en campeonatos orbitales. Solo así, con la ayuda de todos los santos (y aun de los demonios), ha podido la Isla ser un nombre imprescindible en el deporte de la malla alta.

Y es que el voleibolista cubano sale de la nada, como los marpacíficos. Los brasileños nacen y maduran en su liga nacional, como también los rusos e italianos. Los estadounidenses suelen emigrar hacia aquellos destinos una vez que están aptos para lidiar a ese nivel. E igual sucede con polacos, holandeses, serbios, búlgaros…

En cambio, a los morenos antillanos les toca bailar con la más fea. El certamen doméstico es poco menos que una farsa, enfermo como está de desmotivación, carencia de figuras y desatención mediática. Como siempre se dice, los voleibolistas insulares son “de laboratorio”, y por ende llegan a los torneos con una desventaja abrumadora en materia de experiencia competitiva y maestría atlética.

Para colmo, el fenómeno de las deserciones –para usar la palabreja del discurso oficial- se ha cebado en los huesos del deporte que vio encumbrarse a Vilches, Carlos Ruiz, Despaigne, Diago e Idalberto. Así, ahora mismo hay cubanos (y cubanas, que no hay por qué olvidar a las Morenas) en los confines más insospechados, desde Kazajistán hasta Rumania, desde Indonesia a Suiza, Hungría, Bielorrusia, México, Azerbaiyán, España, Sudcorea, Portugal, Turquía, Puerto Rico… Todos ellos, intentando ganarse la vida con saques, recepciones, pases y remates.

El talento se ha dado a la fuga y las sombras se ciernen, terribles, sobre el futuro de una disciplina idolatrada por la afición del patio. ¿Qué hacer? ¿Cómo volver a encaramarnos en los podios? ¿Será que todavía los orishas…?

El ebbó que podría ayudar a corto plazo al voleibol cubano todos lo conocen, incluso los ateos, y pasa por aceptar de vuelta en el seleccionado absoluto a las estrellas que han probado fortuna allende el mar. Tan evidente es esto, que uno de los programas deportivos más retrógrados de nuestra TV lo aceptó públicamente hace algún tiempo, para asombro de una legión de mentes lúcidas.

Cuba vs. Bulgaria en la Liga Mundial de Voleibol
Cuba vs. Bulgaria en la Liga Mundial de Voleibol. FOTO: Hansel Leyva

A fin de cuentas, duele que tanta perla trabajada en el país no tenga la posibilidad de devolverle, medallas y gloria mediante, el esfuerzo invertido en ella. Lo sabemos: más temprano que tarde, porque los tiempos cambian y las aguas pasan, deberemos dar el brazo a torcer y aceptar la reinserción de muchachos como Osmany Juantorena, Robertlandy Simón o Wilfredo León.

De lo contrario, aferrados a la testaruda política de cerrarles la puerta, seguiremos regalando espacios en la net.

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