Mientras el huracán Betsy destroza Nueva Orleáns en la noche del 9 de septiembre de 1965, en el Dodgers Stadium de Los Ángeles, 29 000 personas ajenas a la catástrofe nacional, solo esperan a que Sanford “Sandy” Koufax complete una de las mayores hazañas de un lanzador para el béisbol, el juego perfecto.

La historia ya asignó los papeles del triunfador y el vencido cuando el bateador emergente viene en sustitución del lanzador Bob Hendley, postrer intento por quebrar el dominio tiránico de quien fue, por unos pocos años, uno de los mejores lanzadores zurdos que recuerde el béisbol.

Frente al bateador se yergue una poderosa anatomía de seis pies y dos pulgadas y 210 libras de peso, capaz de propulsar bolas a más de 100 millas de velocidad, (unos 160 km/h). Es el mismo hombre que cuatro años antes tiró sus spikes a la basura para renunciar; el niño que en el condado de Broklyn prefería el baloncesto y asistía a reuniones judías; el mismo que sufre de una punzante artritis en su codo de lanzar, aliviada por apenas por frecuentes inyecciones de cortisona y los baños de hielo tras finalizar cada partido. Es, a pesar de todo, el pícher más dominante en los últimos cinco años en las Grandes Ligas de los Estados Unidos de América.

Jugada a jugada, la voz del inagotable Vin Scully penetra en los oídos de los miles de espectadores y se pierde, en las fracciones de segundo más largas en la vida de Sanford “Sandy” Koufax.

Solo necesita liquidar al bateador 27 para completar la heroicidad: el derecho Harvey Edward Kuenn, diez veces integrante de los equipos de estrellas, enviado desde el frío banco de suplentes para intentar alcanzar la primera base.

La pizarra podría ser el mayor enemigo de Kuenn en este instante perentorio -refleja una carrera a cero a favor de los locales, dos outs en el noveno inning y dos bolas y dos strikes-. Pero sucede que también está el pasado, pues el exjugador de los Gigantes de San Francisco recuerda que está, nuevamente, ante el pícher que, el 11 de mayo de 1963, lo dominó para anotarse un juego sin hits ni carreras.

Ahora, vistiendo la franela de los cachorros de Chicago, entra al cajón de bateo. Su misión es enfrentar al lanzamiento que obligó al legendario Mickey Mantle a decir: “la curva de Koufax es como un lanzamiento que le miente a tus ojos”.

Todo sucede mientras “Billion-Dollar Betsy”, una poderosa tormenta, ahoga la música alegre de Nueva Orleáns con sus ráfagas de 180 km. Pero en Los Ángeles, solo importa hoy la batalla de Kuenn contra Sandy Koufax, cuyo brazo izquierdo ya está minado por la enfermedad que obligará el retiro prematuro.

Lanzador Sandy Koufax
Sandy Koufax, exlanzador y leyenda de MLB. Neil Leifer/SI

Nacimiento de la leyenda de Brooklyn

Para 1935, ya Al Capone se había mudado con la cara cortada a su madriguera en Chicago y Rita Hayworth, el símbolo sexual de los cuarenta en Hollywood, aún no había filmado Gilda. En la inmensa jungla donde también vivieron Al y Rita, el populoso barrio de Brooklyn, nació el 30 de diciembre Sanford “Sandy” Braun, quien cambió su apellido a Koufax, a los seis años, cuando se casó su madre nuevamente.

Desde su nacimiento, hasta su debut profesional en las Grandes Ligas, el 24 de junio de 1955, a la edad de 19 años, Sandy tuvo un vínculo directo con el judaísmo, y jugó mucho baloncesto y béisbol en la Baseball Ice Cream League. El joven Koufax ingresó a la Universidad de Cincinati con una beca por basquetbol y fue allí donde los scouts encontrarían al talento practicando el béisbol.

Tras el fracaso en un intento de ingresar a los Gigantes de Nueva York, poco tiempo después iría al parque Forbes Field en busca de una plaza con los Piratas de Pittsburg. Allí las rectas endemoniadas de Sandy, un lanzamiento que tomaba altura al traspasar el plato, destrozaron la mascota detrás del home plate. El muchacho tiró tan fuerte la bola que terminó quebrando el pulgar de su receptor Sam Narron. Un impresionado Bran Rickey, mánager general de los Piratas, le dijo a su scout Claude Sukefort “que era el mejor brazo que jamás había visto”, pero el joven universitario rechazó la oferta de 15 000 dólares.

Fue pura fortuna la que llevó a Al Campanis, scout de los Dodgers de Brooklyn a una tienda de implementos deportivos un día indefinido en el tiempo, allá por los años cincuenta en los Estados Unidos de América, donde se enteró de tu existencia. Al lo encontró y lo invitó a una sesión en el majestuoso Ebbets Field, hogar de los Dodgers.

Aquel día, lo vieron lanzar el mánager Walter Alston y el director de los scouts Fresco Thompson. También, Al Campanis, quien diría: “el vello de mis brazos se erizó y la única otra vez que había pasado esto fue cuando vi la Capilla Sixtina”.

Cerrado el contrato de 20 000 dólares, no quedaba sino esperar el comienzo de la leyenda con Los Dodgers, del “brazo izquierdo de Dios”.

Ascenso al estrellato del béisbol

Los seis años finales de Koufax constituyen los más brillantes para un lanzador en la historia del béisbol estadounidense, en contraste con sus primeros, en los cuales el descontrol y las deficiencias en la mecánica le imposibilitaron explotar todo su potencial.

Desde 1955 hasta 1961, registró balance desfavorable de 36 victorias y 40 fracasos y otorgaba muchos boletos. Sin embargo, de 1961 a 1966 fue poco menos que invencible, con marca de 129 éxitos y 47 reveses. Lanzó juegos sin hits ni carreras en cuatro años consecutivos, recibió tres premios Cy Young al mejor lanzador y fue dos veces el Jugador Más Valioso de la Serie Mundial.

Sandy tenía como arma una bola rápida que superaba las cien millas (alcanzó las 102 millas por hora), lo que llevó al miembro del Salón de la Fama Ernie Banks a expresar: “No le puedes dar a lo que no puedes ver”. Además, su otra herramienta esencial era una monumental curva, de la cual el toletero de los Piratas de Pittsburgh, Willie Stargell dijo: “el tratar de batear la curva de Koufax, es como intentar el tomar café con un tenedor”.

La afición fue testigo de su consagración cuando maniató a la poderosa alineación de los Bombarderos del Bronx con récord de 15 ponches, en la Serie Mundial de 1963. Al día, siguiente ingeniosos titulares de prensa encabezaron las noticias como ‘K-K-K-K-K-K-K-K-K-K-K-K-K-K-Koufax’, jugando con la K (letra para denominar los ponches).

Ni el madero candente de Mickey Mantle pudo escapar, como tampoco lo harían en el cuarto duelo. El carismático receptor de los Yanquis de Nueva York, Yogi Berra, después de ver su actuación en el primer partido, dijo: “Ya veo cómo es que ganó 25 juegos. Lo que no entiendo es como perdió cinco”.

La enfermedad del “brazo izquierdo de Dios”

La mañana del 31 de marzo de 1965, un día después de haber lanzado un partido completo en el entrenamiento de primavera, Sandy Koufax despertó con su brazo izquierdo morado por una hemorragia. El diagnóstico del médico Robert Kerlan condicionó para siempre la vida deportiva y personal de la estrella de Los Dodgers: el “brazo izquierdo de Dios” padecía de artritis en su codo, lo cual no le impidió obtener por segunda ocasión consecutiva la triple corona de picheo y jugar aún otra temporada.

Sandy y su médico concertaron un plan mediante el cual el jugador actuaría cada cinco días, en lugar de cuatro como acostumbraba a hacer. Con esto, registraría 34 salidas al montículo a diferencia de las 41 acostumbradas. Las dos campañas restantes fueron una lucha contra el dolor constante, aunque para la historia solo quedan los números impecables del zurdo maravilloso.

Antes de cada juego requería inyecciones de cortisona en el codo, Empirin con codeína para el dolor (lo hacía todas las noches y a veces en la quinta entrada) y Butazolidin para tratar la inflamación. Además, empleaba ungüento Capsolin basado en capsaicina y una vez que concluía su actuación, introducía su brazo privilegiado en hielo. Todo para calmar el malestar y contrarrestar la inflamación, por que no había cura posible.

Sandy Koufax prolongó su carrera hasta la Serie Mundial de 1966 y dejó cifras impresionantes para la historia. Con 165 victorias y apenas 87 derrota, ostentó un promedio fabuloso de carreras limpias de 2,76. Ponchó a 2396 bateadores en 2324 entradas de actuación y completó 40 lechadas. Fue el primero en archivar más de cuatro juegos sin hit ni carreras, el primero en ponchar a más de nueve hombres por juego, y en el año 1972 se convirtió en el integrante más joven en entrar al salón de la fama del béisbol.

La despedida de un ídolo

A pesar de los consejos del médico Kerlan de no lanzar más o podría perder brazo, Sandy dejó en los libros una campaña final que concluiría en la Serie Mundial de 1966 contra los Orioles del Baltimore. Récord personal de 27 victorias y nueve derrotas, así como 1,76 de carreras limpias, llevarían de la mano a los Dodgers de Los Ángeles a su tercera final en la era Koufax.

Tras vencer a los Phillies de Filadelfia en la discusión del banderín de campeón de la Liga Nacional, Sandy abrió el primer partido de la gran final, sin saber que sería su última actuación, pues el equipo cayó cuatro juegos por cero.

El primera base de los Orioles dijo a Jane Leavy, después de ver actuar al astro, dijo: “Tal vez estaba sufriendo, pero estaba ganando”. Finalmente, llegó el retiro después de 11 años activo en las Grandes Ligas.

Tras el ofrecimiento de 120 000 dólares para la otra temporada, en una conferencia de prensa, en un acto de profunda sinceridad, quizás más doloroso que todos los juegos en los cuales lanzó gracias a su voluntad y los analgésicos, Sanford “Sandy” Koufax puso fin a su meteórica trayectoria.

“No puedo aceptar, porque no estoy capacitado para cumplir con las expectativas de los fanáticos, de mis compañeros de equipo, de los dueños de los Dodgers, ni de todo el beisbol. Mi codo izquierdo ha sido atacado cruelmente por la artritis», dijo.

La obra maestra de K -O-U-F-A-X

El 9 de septiembre de 1965, después de tres semanas sin ganar un juego, Sandy Koufax enfrentaba a los Cachorros de Chicago en el Dodger Stadium, de la ciudad de Los Ángeles, California. El premio Cy Young no había registrado éxito alguno desde el 22 de agosto y su equipo necesitaba, desesperadamente, el triunfo que los acercara a la clasificación hacia la postemporada.

Como de costumbre, la voz de Vin Scully presenta las alineaciones de ambos conjuntos. El lanzador designado por los visitantes es el joven Bob Hendley. Del banco de los locales sale el número 32 con el guante enfundado en su mano derecha, se dirige al montículo y comienza el juego.

Desde los primeros compases, las rectas de Sandy son los mismos proyectiles ascendentes que no pudo chocar Al Campanis cuando comenzó la leyenda Brooklyn, y esas curvas “grandes como globo”, caen lejos del madero, en el guante del receptor.

El primer inning transita rápido, como preludio del guion previamente escrito, con out a Donald Young por un fly al segundo lanzamiento, mientras Glenn Beckert y Billy Williams caen víctimas de dos curvas.

A la altura del noveno, el zurdo maravilloso aún no ha permitido hits y nadie ha podido pisar la primera base, porque esta es, sencillamente, la noche de Koufax. Once jugadores de los Cachorros han sido víctimas de los tres strikes.

Del otro lado, Bob Hendley solo aceptó una carrera y eso parece suficiente para el flemático Koufax, quien retiró la parte baja de la octava con tres ponches más.

Los dos primeros bateadores de la última entrada perecieron por la vía de los strikes y el emergente Harvey Edward Kuenn es el mismo pelotero que cedió el out final del segundo de no hit no run en la carrera de Sandy.

Es la noche del 9 de septiembre de 1965, justo cuando el huracán Betsy destroza Nueva Orleáns y en el Dodgers Stadium, el público aguarda impaciente.

La pizarra marca dos strikes y dos bolas. El lanzador permanece pensativo sobre la lomita, como si una víbora hincara los dientes cada vez que usa su brazo zurdo, justo por la mitad, en la articulación del codo.

Vin Scully inmortalizó, así, el final del octavo juego perfecto en los anales de las Grandes Ligas, la obra maestra de Koufax.

“Dos bolas y dos strikes para Harvey Kuenn, sólo falta un strike. Sandy lanza, viene el lanzamiento, le tira y falla: juego perfecto. La pizarra del jardín derecho indica las 9:46 de la noche en la ciudad de Los Ángeles, California. Una multitud de 29 mil 139 personas están sentadas viendo al único pícher en la historia del béisbol que tiene cuatro juegos sin hit ni carreras. Los ha conseguido en temporadas consecutivas, y ahora, en su cuarto juego sin hit ni carreras, tiene un juego perfecto.

“Y Sandy Koufax, cuyo nombre siempre nos evoca ponches, lo ha hecho con estilo: ponchó a los últimos seis bateadores, así que cuando se escriba su nombre en letras capitales en los libros de récords, esa K será mucho más grande que O-U-F-A-X”.

 Bibliografía

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Schwartzman, Marcos. Sanford «Sandy» Koufax, estrella del béisbol norteamericano. Disponible en URL: http://forojudio.com/bin/forojudio.cgi?ID=5672&q=41

Vázquez, Edwin . El Zurdo Maravilloso Sandy Koufax. Disponible en URL: http://www.1800beisbol.com/baseball/Deportes/Salon_de_Fama/El_Zurdo_Maravilloso_Sandy_Koufax/

Zaklikowski, David. Un par de Tefilin para Sandy Koufax. Disponible en URL: http://www.es.chabad.org/library/article_cdo/aid/1419596/jewish/Un-par-de-Tefilin-para-Sandy-Koufax.htm

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Imágenes cortesía de AP y Neil Leifer/SI

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