Se acabó… La frase, tajante, va más allá de aquel “MeToo” que visibilizó una denuncia necesaria. Pero el mantra que persigue actualmente al español Luis Rubiales es más lapidario, y todos parecen saberlo… menos él. 

Al parecer, a Rubiales le sobran en tontería los pelos que le faltan en la cabeza: su renuencia a reconocer que se desubicó totalmente, su empeño en victimizarse y en negarse a dimitir, no hacen más que hundirlo aún más en un pantano en el que él solito se metió. 

La noche en que España ganó la corona mundial femenina de fútbol, Rubiales estaba fuera de sí, y nadie en su entorno hizo nada por aplacarlo: se agarró la entrepierna, con vulgar alarde; le estampó un beso a la cañona a Jenny Hermoso; se echó al hombro a Athenea del Castillo, como quien ejecuta un rapto, bien macho, canalla… 

En serio, alguien tenía que haberle dicho: “Rubiales, socio, bájale dos rayitas a la intensidad, que esta fiesta no es tuya…” 

El beso, en particular, es lo que más caro le ha salido al federativo: no solo le costó la reprobación y el rechazo de medio mundo, sino una suspensión de la FIFA, y hasta una posible denuncia por agresión sexual, en las que lleva todas las de perder. 

Como presidente de la Real Federación Española de Fútbol, a Rubiales le faltó ese “saber estar”, la contención que demanda, aunque sea, el respeto al rival de turno. Uno puede entender la euforia, el desahogo de la alegría, las tensiones… pero nada justifica, a esta altura de la vida, un desmadre como el suyo. 

¿Qué le hizo pensar que podía hacer lo que hizo, y seguir como si nada? A todas luces, él cree sinceramente que no hizo nada reprobable, o quizás se sintió intocable, o pensó que todo valía en el frenesí de una victoria que, por desgracia, pasó a un segundo plano demasiado pronto. 

Luego dijo que no era tan así. Que el “pico” fue consentido. Incluso “bromeó” con una boda en Ibiza. Y declaró a la COPE, emisora de corte conservador: “No hagamos caso de los idiotas y de los estúpidos. No estamos para gilipolleces. No comentéis cosas de pringados. Si hay tontos, que sigan con sus tonterías”.  

Cuando quiso arreglar su error, las disculpas no bastaban. Fueran cuales fueran sus intenciones, a estas alturas solo le queda renunciar, y él se sigue negando. Para acentuar el culebrón, su madre se encerró en una iglesia, donde inició una huelga de hambre contra “el acoso” a su hijo. Su “pobrecito” hijo… 

La situación le cayó del cielo al coro facha, siempre presto a soltar su monserga desfasada, reduciéndolo todo a “histerias feminazis”. Pero también, hay que decirlo, los ultras de la corrección política también han explotado el caso a sus anchas, más interesados en exponer su punto que en encontrar la verdad. 

Al final, lo más jodido es que le escamotearan el protagonismo a quienes lo lucharon, y lo merecían. Primero Rubiales con su pueril necesidad de demostrar lo “feliz” que era, y luego las agendas ansiosas de visibilidad, que acabaron opacando la única noticia que debió salir aquella noche del Estadio de Australia: las españolas son, del pi al pá, las nuevas campeonas mundiales de fútbol. 

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Imagen cortesía de Getty Images

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