Dicen que tanto va el cántaro a la fuente que termina por romperse. Esa frase resume la historia de la selección cubana masculina de voleibol a lo largo de la década de los 90. Muchos años los Leones se quedaron muy cerca de acariciar la gloria, pero siempre aparecía esa bestia negra llamada Italia.
Como si de un maleficio milenario pareciera tratarse, los transalpinos tenían esa virtud de dejarnos siempre con un sabor amargo en la boca, pues era común no poder tocar la cúspide del torneo de élite de naciones debido a ellos. Pero en aquel año 1998 todo cambió.
La novena edición de la Liga Mundial arrancaba el 15 de mayo de 1998. Los criollos se encontraban enclavados en el grupo A junto a la siempre difícil Bulgaria, la ilusionante España y Corea del Sur, a priori, la selección más débil.
Precisamente, ante los asiáticos debutarían los cubanos en sus previos de la Ciudad Deportiva, ese mítico templo del deporte de la isla donde la afición se daba cita en horas de la noche para sentir la adrenalina que provocaba ver a sus gigantes.
Para este evento, los antillanos presentaban una selección que mezclaba talento, juventud experiencia y atletas que pasaban por su forma óptima. Los discípulos del entrenador Juan Díaz estaban encabezados por el capitán Ihosvany Hernández, acompañado de los estelares Osvaldo Hernández, Alain Roca, Ramón Gato, Pavel Pimienta y el magistral pasador Raúl Diago. La escuadra se completaba con los nombres de Ángel Denis, Yusenky García, Nicolás Vives, Rodolfo Sánchez, Iván Benito y Alexis Argilagos.
Luego de una fase de grupos con un nivel inconsistente, el elenco antillano culminaba en el segundo puesto del Pool A superado por Bulgaria. Al terminar en la desfavorable posición, los criollos tenían que hacer sus maletas y embarcarse con rumbo a la ronda de playoff con cita en la ciudad de Belgrado. Los antillanos compartirían espacio en la llave con el país sede, Yugoslavia y los ya previamente conocidos búlgaros.
A pesar de parecer que les había tocada bailar con la más fea, los caribeños sacaron adelante su casta de equipo grande que les caracterizaba en estos torneos. En primera instancia le dieron un repaso a Bulgaria derrotándolos en 3 parciales con tanteadores de 15-3; 15-2; 15-9.
La muralla color chocolate formada por Ihosvany y Osvaldo Hernández además de Pavel Pimienta, fue un total dolor de cabeza para Jeliazkov y compañía. El técnico búlgaro no encontró nunca la variante para que los suyos descifraran a la armada caribeña y tuvo que retirarse con la derrota a cuestas de ese partido.
En el segundo duelo, net por medio se encontrarían con los anfitriones yugoslavos que venían con varios puntos a favor. Además de gozar con la ventaja de la localía, llegaban inspirados al haber derrotado a Bulgaria en su debut. El duelo fue un total rompecorazones decidido en 5 parciales: 15-6; 12-15; 15-5; 7-15; 15-12. A pesar de la irregularidad mostrada por los nuestros, un formidable accionar de Ramón Gato fue la inspiración para impulsar la nave cubana a la victoria y sus escuderos en la cansina batalla fueron el dúo de los Hernández (Osvaldo y Ihosvany). La clave de sacar estirpe guerrera en los momentos cumbre del duelo fue decisivo para solventar la fase de playoff y poner la mira en la instancia final: Italia era el destino que aguardaba.
Otra vez Cuba buscaría la corona de un torneo que se le hacía esquivo. La sede del evento era Assago, cerca de la cosmopolita ciudad de Milán. Allí se encontraba reunida la élite del deporte de la malla alta: Rusia, Holanda y el anfitrión Italia. Dichas escuadras eran los obstáculos que se situaban en el camino al título.
La ronda final en esta ocasión se disputaría con un nuevo sistema, el round robin, formato que enfrentaría a los equipos en una ronda de todos contra todos y el que alcanzara el mayor puntaje saldría vencedor de la justa. A pesar de que muchos elencos posteriormente reclamaron este formato, en un principio todos estuvieron de acuerdo.
Los cuatro grandes estaban reunidos, pero algo se notaba diferente. Si bien las escuadras cubanas eran siempre elogiadas por su forma física, esta vez parecían estar más a tono que nunca. Conjugados con un nivel de juego que venía creciendo con el transcurso del torneo, los Leones se sentían diferentes y era hora de plasmarlo en el Taraflex.
La travesía final comenzaba el 17 de julio frente a la escuadra rusa. Los alumnos de Juan Díaz machacaban en tres sets y se agenciaban su primer triunfo con parciales de 17-15; 15-13; 15-4. Otra vez la maquinaria antillana funcionaba con una perfecta sincronización, típica de un reloj suizo, y el primer paso de aquella carrera estaba ya dado.
Al día siguiente el aforo de Assago estaba repleto, y según crónicas de la época, el ruido ensordecedor de la gradería italiana erizaba la piel con tan solo oír los vítores. Cuba enfrentaba esa noche a su némesis de todos estos años, Italia. No sé si ese día la selección caribeña se levantó diferente o quizás la sed de venganza ante tantas derrotas sufridas a manos de los del sur de Europa enardeció el orgullo. Lo que sí sé es que la pasión de los Leones dentro del Forum di Assago dejaba bien claro que esta vez, “otro gallo cantaría”.
Los cubanos le entraron por los ojos desde el primer set a los dueños de casa. Un irrespeto total cometido por los nuestros, porque en buen cubano, se pusieron a bailar en casa del trompo. Aquel hecho fue inaudito: los transalpinos caían derrotados a manos del equipo que siempre los mayoreaba y lo hacían de manera abrumadora. La hazaña se materializó en tres parciales: 15-7; 15-11; 15-7.
Los presentes en la sala no daban crédito a lo que allí estaba pasando, pues los Leones habían despojado de toda esperanza a los italianos de asegurar otro título de Liga y se perfilaban ahora ellos como los máximos favoritos. La cara de Giani y compañía era un poema. Ahora, el último escollo en el camino para lograr la corona era Holanda.
Los discípulos de Juan Díaz enfilaron sus cañones y salieron a por todas. La tónica del partido por un momento fue la misma de siempre, exceptuando ese tercer set donde caían derrotados y el DT cubano tuvo que tirar de las orejas a los muchachos para que se dieran cuenta de que todo no estaba hecho. En ese último parcial salió a flote la alegría, cada remate dibujaba una sonrisa, con cada pase mágico de Diago hacía soñar a muchos con la victoria y así fue. Esta se selló con tanteadores de 16-14; 16-14; 8-15 y 15-3.
La gloria le abrió las puertas al voleibol cubano luego de tantos años que pasó tocándolas. Una generación de atletas veía coronados sus esfuerzos, vicisitudes y arduos días de esfuerzo para lograr esto. Solo un atleta sabe lo que se siente beber de la miel del éxito y cada lágrima derramada significa cada día de entrenamiento donde se dejaban la vida por llegar a consagrarse como lo que fueron aquel día: Campeones.
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fue una etapa inolvidable del voleibol cubano, que a fuerza xfe coraje y sin mucha ciencia logró obtener ese extraordinario resultado, hoy el escenario del voleibol es otro y hemos perdido atletas muy buenos, pero, esperamos un levanton en los proximos años.