Cuando apenas restan dos días y 96 juegos de medallas por repartir, practicamente ya podemos afirmar lo que muchos sospechamos hace varios meses: Cuba no ganará los XXIII Juegos Centroamericanos y del Caribe Barranquilla 2018.

No se trata de pesimismo, es una cuestión de ser prácticos. Al momento de escribir estas líneas la Isla marcha segunda en la tabla de posiciones con 66 títulos, a la zaga de México, que acumula la cifra de 116 preseas doradas, una más que en su actuación de Veracruz 2014.

Para aspirar a ganar estos Juegos Centroamericanos nuestros representantes deberían tener actuación perfecta en las 71 opciones de medallas que nos quedan y, por supuesto, México debería paralizarse. Dicho de otra manera: Cuba podría llegar, hipotéticamente, a las 137 medallas de oro y para alcanzar esa cifra México solo precisa conseguir 21 títulos. No se necesita un doctorado para entender hacia dónde se inclina la balanza.

Además, hay un dato revelador. El mismo presidente del INDER, Antonio Becali, indicó antes de partir a Barranquilla que Cuba iba a la justa con la aspiración de conseguir 115 medallas de oro.

Pero, ahora mismo, perder la cima del medallero regional —coto inexpugnable de Cuba en los últimos 45 años— no es lo peor que podría suceder. Al fin y al cabo, en la Isla no hay luto nacional, ni la gente camina meditabunda y apesadumbrada por las calles. En Cuba, con un calor infernal, guaguas atiborradas, nueva Constitución, apatía política, altos precios y futuro incierto, los Juegos Centroamericanos han pasado sin penas ni glorias. Como pasa Oshín, o las teleclases del Canal Educativo.

Bien visto, que México finalmente destrone a Cuba era algo que, necesariamente, debía suceder. Más tarde o más temprano. Barranquilla apenas puso el escenario correcto para una muerte anunciada con mucha antelación.

El deporte en Cuba ya agonizaba entre políticas erradas, ceguera institucional, posiciones enquistadas y deserciones. Pero admitirlo era lo mismo que reconocer que nos habíamos equivocado, que mezclar demasiado deporte y política solo nos había conducido al inmovilismo y a vivir de apariencias.

Pero ni las campañas políticas, ni las arengas y abanderamientos pueden disfrazar la debacle que vive nuestro deporte. Ya no somos los mejores del área, y esa es una realidad con la que debemos acostumbrarnos a vivir.

FOTO: Calixto N. Llanes. Tomada de Granma.

Los cubanos llegaron a tierras colombianas con demasiada presión: ganar por la Patria y el Socialismo, demostrar que un modelo social es viable, mantener a Cuba en la cima de algo, sin importar en qué terreno… La carga simbólica de los Centroamericanos exedió el plano deportivo y olvidamos en el proceso que, ante todo, esto se trata de deportes, no de política.

Ahora ya no tiene remedio. México por primera vez en 48 años ha derrotado a Cuba en un espacio que creíamos a salvo del desastre económico que es este país, un espacio que se había convertido en el último reducto de orgullo nacionalista, una especie de enfermiza complacencia con la cual justificar el control estatal sobre el deporte.

Tras el descalabro, Barranquilla podría desembocar en dos reacciones muy diferentes. Una, a la que estamos más acostumbrados: nuestra delegación —la mejor que tenemos hoy— volverá cargando la “medalla de la dignidad”, que casi nunca es el título dorado, y nos sentaremos a mirarnos el ombligo y a culpar al imperialismo yanqui, a la colonización española, al FMI, a la Merkel y al injusto orden global de nuestro fiasco deportivo. Esto implica que solo veremos en Barranquilla un tropezón, no la muestra de un problema sistémico.

La otra variante, más necesaria pero menos probable, implicaría que la dirección del INDER —y sobre todo la del país— entiendan que el deporte cubano necesita separarse de la política que tanto lo ha viciado y que, si aspira a regresar a la élite, precisa a todos sus hijos, no importa el sitio en el que se encuentren.

En dos días Barranquilla será historia. Cuba habrá perdido, México habrá ganado. La Tierra seguirá girando y las guaguas en La Habana estarán igual de repletas. En la Isla hablaremos una semana más de los Centroamericanos, pero no mucho más. La gente no suele hablar demasiado de las vergüenzas comunes, pero tampoco las olvida.

De la experiencia en Colombia ojalá saquemos algunos aprendizajes de una vez y por todas: las delegaciones cubanas necesitan más entrenadores y menos funcionarios estatales, más preparadores físicos y menos agentes de la Seguridad, más preparación y menos arengas, más tranquilidad y menos presión sobre sus hombros. Nuestros deportistas tienen que disfrutar más sus competencias y no estar pensado en compromisos con el Socialismo; para hacer política está la Asamblea Nacional, o eso intenta.

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