Por Jorge Luis Coll Untoria

El Mundial de Fútbol de Rusia 2018 fue el último gran evento donde jugó Andrés Iniesta y fue también, para los aficionados a este deporte, la última ocasión para disfrutar del eterno ocho del Barça en el máximo nivel.

Después de centenares de apariciones internacionales con la selección, la conquista de dos Eurocopas (2008 y 2012) y un Mundial (2010) y la conversión del gol más importante de la historia de la selección española, el duende dijo adiós a la Roja tras su eliminación en octavos de final ante los anfitriones rusos.

Con el ese partido se cerró la última persiana de su eterna despedida, la cual comenzó a finales de abril y se hizo más real cuando Don Andrés vistió por última vez la camiseta del Fútbol Club Barcelona en la jornada final de la Liga Santander.

Todos saben que, con su salida, deja un vacío inmenso, llevándose consigo el regate sutil, el tacón oportuno, el pase preciso y los goles de oro. No hay otro como él, capaz de conjugar la sencillez con la elegancia y la humildad con la grandeza.

Por eso dicen que es infinito y por eso es ovacionado en cada cancha de España: en el Bernabéu, en Cornellá o en el terreno de un club que baja a segunda. Cuando se trata de Iniesta se pasa de rivalidades históricas o de marcadores humillantes. Los aplausos prolongados y el clásico “¡Inieeeesta, Inieeeesta, Inieeeesta!” no son hechos fortuitos: llevan en ellos el agradecimiento a impresionantes detalles técnicos, goles importantes y actitudes superlativas que, para muchos, significaron más que un simple gol.

Andrés Iniesta, vistiendo la camiseta del FC Barcelona.

No alcanza el espacio en ningún formato para hablar de todo lo que logró, pero fue bastante. Incluso, hoy ya es considerado por muchos el mejor jugador español de la historia, otro que no ganó el Balón de Oro, pero que tiene el respeto de todo un país y de cada uno de sus rivales, quienes sabían que Iniesta era el dueño del balón en cada partido y ese es, a fin de cuentas, el reconocimiento más importante.

Nadie quiere dejarlo marchar, pero los grandes, aunque midan 1.70, deben irse en buena forma. Y está haciendo Iniesta, para dejar clavado en el recuerdo su imagen dejando dos y tres hombres en el camino, justo como dejó en el camino a Cristiano Ronaldo y a Lionel Messi, para coronarse como el mejor futbolista de Europa en el año 2012 sin exhibir una notable cuota goleadora, solo a golpe de fútbol en sus botas.

Rusia fue el último recital de Iniesta, y allí —en octavos de final— murió la posibilidad de poner el cierre perfecto a su carrera y de abrir —otra vez— la polémica en torno al Balón de Oro, pues cuando se miran los candidatos, uno siente que Iniesta pudo haber estado ahí, aunque, a decir verdad, ya no le hace falta.

Así se veía el Camp Nou en el último partido de Andrés Iniesta con la selección de Barcelona. FOTO: RTVE.es

Andrés Iniesta se marcha del fútbol que conocemos. Se va a Japón, donde su físico ya no será una diferencia y donde, indudablemente, brillará por más tiempo. Japón no es estrictamente un retiro del deporte, pero es el adiós al fútbol de élite, es el exilio millonario de un grande.

Con la llegada de Andrés, Japón gana un genio sobre la cancha y lo saben, están dispuestos a pagar por ello. Nosotros, que terminamos por enamorarnos de sus pases de fantasía, perdemos un ídolo. Pero ganamos una leyenda.

En unos años, cuando mis hijos vengan a hablarme de la era Messi-Cristiano, yo la recordaré también como la era de Iniesta. La era de un jugador que no precisaba marcar él mismo los goles para llevar siempre las riendas del partido, la era de un hombre que se reinventó el fútbol moderno y dejó su sello en cada cancha que pisó.

Adiós Andrés, sin ti no será igual.

Imagen cortesía de Barcelona