Hace solo unos días, mientras Artemisa jugaba frente a Las Tunas, en la transmisión del béisbol alguien dijo: “Iván López reporta la sintonía de Romelio Martínez, y nos pide le saludemos”. Hoy, el de Mayabeque, no está entre nosotros.

Ha querido la muerte llevarse al de Bejucal, solo algunas horas después de haberle arrancado la vida también al pinareño Jesús Guerra. Una complicación cardiaca apagó su corazón en la madrugada de este lunes en el capitalino hospital CIMEQ del municipio Playa.

En su natal terruño, a pocos kilómetros al sur de La Habana, los bejucaleños le rindieron un homenaje prematuro al “Gordo”, a quien —de seguro— no esperaban estar despidiendo a la temprana edad de 52 años. La gente de ese municipio desfiló desde horas tempranas para despedir al hombre que tanto orgullo les dejó y le acompañó a su última morada en uno de los cortejos multitudinarios más grandes que se hayan presenciado en el pueblo.

Hablar de Romelio Martínez como persona es decir que era muy agradable, querido y, a decir de quienes le conocían bien, “no estaba en nada”, cualidad que en el argot popular ha venido a sustituir a la frase “ese hombre sí que es bueno”, o “ese tipo es genial”.

Hablar de él, como atleta, es hablar de un hombre que jugó 15 series nacionales con más de seis mil comparecencias al bate, en las que conectó 1289 indiscutibles, 164 dobles y seis triples, para recorrer un total de 2585 bases.

Pero lo de Martínez era ser un slugger, de los buenos. Si bien es cierto que su average .271 no sobresale demasiado en una desmejorada pelota en la que se acostumbra a batear por  encima de .300, fue la potencia del “Gordito de Bejucal” lo que le llevó a figurar en los libros como uno de los grandes de nuestro pasatiempo nacional.

Con .544 puntos de slugging y 370 cuadrangulares, Romelio se inscribió a pura fuerza de batazos en la historia del béisbol cubano como el pelotero con mejor frecuencia para conectar batazos de cuatro esquinas: pegó un cuadrangular cada 12.86 veces al bate, un número envidiado por grandes de la talla de Linares y Kindelán, y guarismo destinado a permanecer en pie muchos años más ante la evidente pérdida de poder de nuestros peloteros.

Hablando precisamente de fuerza, el mayabequense encabeza también el listado del factor poder entre nuestros peloteros, siendo el único que tiene más de dos, con un promedio de 2.01 bases alcanzadas por batazo.

Como el tremendo bateador era recibió 1073 bases por bolas y se ponchó en 1078 ocasiones, lo que le convertía en ese clásico bateador que, como se dice al hablar de béisbol: “o se poncha o te da un jonrón”. Y muy bueno fue sacando pelotas del parque.

Deudas en la vida deportiva de Romelio quedaron, quizás, unas pocas. Una de ellas fue no haber podido integrar más veces el equipo Cuba. Coincidió con una generación espectacular de peloteros y muchas veces su peso fue la excusa para no colgarle el uniforme de las cuatro letras. Hoy día hemos visto a Alfredo Despaigne defenderse por la misma cuestión, aduciendo que el peso no importa mientras juegues bien. Un poco tarde para el ex integrante de los equipos Habana que, salvo la edición de los Panamericanos de 1991 donde descolló con su aporte al team nacional, no pudo hacerse justicia en este renglón.

Lo cierto es que Romelio Martínez se fue antes de tiempo y nos privó de un amplio espectro de saberes que, seguramente, habrían ayudado más al maltrecho béisbol mayabequense, que adolece de la experiencia de hombres que formen a sus nuevos prospectos.

Pero lo más importante es que dejó a Bejucal sin uno de sus hijos más entregados, un hombre que siempre regresó allí, a su patria chica, con la bolsa para recibir medio vacía, pero rebosante de alegría y deseos de dar lo mejor de sí. A jugar su último juego. A apagar la última luz.

La revista Play Off se suma al dolor de la familia y ofrece su más sentido pésame. Adiós, “Gordo”. Ojalá y puedas seguir dando jonrones donde quiera que estés.