Alemania cayó inesperadamente por 2-0 ante la débil Corea del Sur y quedó eliminada en el Mundial de Rusia 2018.

Escribir esto desde el punto de vista del seguidor de Alemania es difícil. Pero, a pesar del dolor, se debe cumplir con el deber de la manera más profesional. Se debe aguantar, respirar profundo y tragar en seco.

Matt Hummels dijo al final del catastrófico encuentro que desde otoño del 2017 el equipo no se encontraba en el campo. Que no jugaban bien. No estaban cómodos. En buena medida debido a ese proceso de reestructuración impuesto por el tiempo, juez imparcial, que llevó fuera de las canchas a Lahm, Schweinsteiger y Klose.

Anotando de paso que estos tres eran los líderes naturales de la Mannschaft en cada sector del campo, con sus retiros vimos, en todos los últimos meses, a una Alemania sin liderato, acéfala, falta de carácter.

Quizás el ganar la Copa Confederaciones ahuyentó un poco los temores. Si una selección “B”, podía pasar sobre México o Chile, no debía tener problemas para al menos rebasar la fase de grupos mundialista. Pero ya lo dice la maldición: si ganas Confederaciones, puedes despedirte del Mundial.

En los últimos amistosos antes de decidir la escuadra final, el rendimiento de los aún campeones del mundo (no se pierde el título hasta el día de la final) fue pálido. El empate ante España y la derrota contra Brasil hicieron saltar las alarmas. Pero a nadie le preocupó demasiado…era pre calentamiento.

Lo cierto es que Alemania nunca carburó. “Siempre vinimos desde atrás, nunca  llevamos la delantera y teníamos que arreglarlo todo”, dijo Joachim Low en la conferencia de prensa posterior a la derrota. Subrayo una frase: “nunca llevamos la delantera”. Cierto que no lo hicieron.

La ausencia de Klose y la veteranía de Gómez obligaron a optar por un Timo Werner que se vislumbra como una gran promesa, pero que quizás no era este su momento. Por llevarle a él, un delantero que confesó una vez que “se desconcentraba con facilidad en ambientes de estadios cargados”, Low dejó fuera a Sané y a Wagner, cual de los dos mejor probado: uno, por sus habilidades; el otro por ser el 9 más puro que tenía posibilidades de integrar el equipo.

La pólvora mojada y la mala puntería se echaron a ver desde el primer juego, cuando hicieron grande a Memo Ochoa. Desde ese momento se reforzó la idea que tenáin muchos de que esta no sería ni de lejos la maquinaria avasalladora de fútbol de los últimos años, la primera del vilipendiado ránking mundial de la FIFA.

Ante Suecia el asunto se saldó con más suerte que otra cosa, y las genialidades de Kroos y Reus (este último al fin en su primer campeonato mundial, pero igualmente desafortunado) salvaron unos tres puntos que hicieron parecerse al conjunto a la imagen acostumbrada: tenedor de balón, superior de cara al arco, en fin.

Lo de este miércoles simplemente es la ruptura del espiritu de un equipo, lo que demuestra la no invencibilidad del método alemán incluso ante un rival pobre como Corea, lo que lo hace más vergonzoso.

Si bien la defensa estuvo mejor, hasta esa fatídica asistencia que entre Kroos y Suhle le dieron al goleador asiático, el colimador no fue corregido jamás para lograr al menos un solitario tanto que habría clasificado al seleccionado germano.

Low había renovado su contrato, ahora habrá que ver si le permiten cambiar el librito o la asociación alemana de fútbol se buscará un sustituto. Lo cierto es que no pasará inadvertido este bajón, y los alemanes no perdonarán tan fácilmente el haberse unido al club de la maldición del campeón.