Corría la primera década del siglo XX y en las zonas cañeras y barrios pobres de la Isla, el baile del maní se jugaba al ritmo de los tambores. Venía de África, y se trataba de un pugilato cuyas reglas eran muy similares al boxeo moderno. A pecho descubierto y con pantalones cortos, los maniseros peleaban descalzos, sin más insignia que un pañuelo de colores colgando de su cinturón de cuero.

La expectación era bien alta ante cada baile, y a la par que creció su popularidad, el dinero fue haciendo su parte y las apuestas se hicieron presentes. Incluso se enfrentaban ingenios entre sí, con sus respectivos dueños como principales promotores. En tiempos de Cuba española, no faltaron esclavos que a través del maní compraron su libertad.

Se trataba de una tradición ancestral extendida. No es de extrañar que, cuando un chileno de apellido Budinich desembarcara en Cuba allá por 1910, en poco tiempo viera realizados sus propósitos: promover y formalizar el pugilismo en la Isla.

A pocos días de su llegada fundó la exitosa Academia de Boxeo de La Habana, y en 1912 protagonizó junto al estadounidense Jack Ryan, el primer combate oficial en suelo cubano. No tan buen boxeador como empresario, Budinich cayó por nocaut en el segundo asalto.

Kid Chocolate. Foto: razon.com.mx
Kid Chocolate. Foto: razon.com.mx

Una vez sentadas las bases para su desarrollo, el boxeo empezó a ganar corazones en el país. Poco importó que en ese mismo año un decreto lo hiciera ilegal por motivo del alzamiento de los Independientes de Color. Menos aún, que algún que otro político lo tildara de “bárbaro y brutal”.

Su popularidad hizo insignificante toda prohibición, hasta hacerlas desaparecer por completo en 1921. Por aquel entonces, el profesionalismo ya estaba entrando de lleno en los cuadriláteros. En todo el país proliferaron los gimnasios, los clubes, asociaciones, las tiendas de implementos y la prensa especializada. Tan vertiginoso fue su ascenso que, para 1930, ya La Habana era considerada la segunda plaza boxística del mundo.

Con un estilo atípico y una marcada influencia estadounidense, los cubanos se hicieron a golpes de una reputación internacional. Entre toda aquella legión de profesionales, destacó como el que más Eligio Sardiñas, más conocido como Kid Chocolate, quien ganara 136 de 146 combates disputados.

Así fueron las cosas hasta que, a comienzos de la década de los sesenta, con el triunfo de la Revolución Cubana, se decidió barrer con el “absurdo” del profesionalismo en el deporte, y el boxeo no fue la excepción. En consecuencia, estrellas como José “Mantequilla” Nápoles y José Legrá, el “Puma de Baracoa”, enfilaron hacia otras latitudes. También se marchó el gran Gerardo González, “Kid Gavilán”, quien se encontraba retirado desde 1958.

Gerardo González, Kid Gavilán. Foto: deportescineyotros.wordpress.com
Gerardo González, Kid Gavilán. Foto: deportescineyotros.wordpress.com

El boxeo después de 1959

En los nuevos tiempos, nuestros púgiles no pelearían en provecho de agentes y magnates. O tal vez sí, porque el agente y el magnate serían uno mismo: la Revolución Es entonces que nace la Escuela Cubana de Boxeo, y con esta la época de Horta, Herrera, Savón, y toda una serie de atletas que campearían a sus anchas por el pugilismo amateur.

Fue, sobre todo, la época de Teófilo Stevenson. El triple campeón olímpico, quien sería mundialmente famoso por su derecha de hierro, no lo sería menos por su rotunda negativa a emigrar hacia el profesionalismo. No bastaron ni ofertas millonarias, ni la idea de probarse al más alto nivel.

Teófilo Stevenson. Foto: aiba.org
Teófilo Stevenson. Foto: aiba.org

“Antes Rojo que Rico”, se leía en la portada que le dedicara la revista Sport Illustrated. El caso de Stevenson ni remotamente sería la regla, ya que muchos escaparon–y siguen escapando– incluso sin oferta sobre la mesa, y no pocos de ellos llegan hasta lo más alto.

Guillermo Rigondeaux, Erislandy Lara y Yuriorkis Gamboa, no solo son los más visibles y recientes ejemplos de estas mal llamadas “deserciones”, también son los mejores boxeadores cubanos en la actualidad. Mientras, de este lado del mar, resuenan los nombres de los Domadores de Cuba con Julio César La Cruz a la cabeza, representantes del deporte revolucionario quién sabe por cuánto tiempo.

Julio César La Cruz. Foto: mundo.sputniknews.com
Julio César La Cruz. Foto: mundo.sputniknews.com

Hoy ya no tenemos tiendas, ni publicaciones especializadas, y la Comision Nacional de Boxeo y los Domadores de Cuba son poco más que sucursales del INDER. Con la inserción de Cuba en la Serie Mundial, una mayor vistosidad producto de cierta apertura y el retiro de los cascos protectores en la categoría amateur, ha regresado algo del entusiasmo de antaño.

Y es que el talento nunca ha dejado de estar, tampoco la afición. El primero, más que apoyo para desarrollarse, precisa el levantamiento de trabas que nada tienen–o no tendrían–que ver con el deporte. Los segundos, requieren de un espectáculo montado como Dios manda, lo cual es impensable si no va acompañado de una mayor apertura. Ciertamente, se han dado algunos pasos en la dirección correcta. Por lo pronto, ni a Rigondeaux, ni a Lara ni a Gamboa, le quitan el sambenito de traidores.

Fuentes:

De la religión Bantú a la cima del monte Olimpo. Eduardo Mora Basart

El Boxeo cubano y su historia. Rolando Morales

Prehistoria, historia y posthistoria del boxeo cubano. Eduardo Mora Basart

Imágenes cortesía de © 1980 / Comité International Olympique (CIO) / United Archives y Foto: mundo.sputniknews.com