La gran fiesta del fútbol mundial terminó hace apenas unos días con la coronación de Argentina por tercera vez en su historia. Para muchos de los equipos y jugadores involucrados, la alegría de saberse partícipes de un evento como ese queda, quizás, en un segundo plano cuando ocurren sucesos como los vinculados con el futbolista iraní Amir Nasr-Azadani, en peligro de ser ejecutado por el régimen de ese país.

Desde que el pasado 16 de septiembre, la Policía de la Moral asesinara a Mahsa Amini, una joven kurda de apenas 22 años de edad, por supuestamente violar el código de vestimenta, se desató en Irán una ola de protestas que, al día de hoy, no parecen tener un final cercano, evidencia del descontento de la ciudadanía con ese hecho en particular y con el régimen impuesto en general.

Pero de vuelta al tema de Nasr-Azadani, tras su condena a muerte por “enemistad con Dios”, como catalogan las autoridades a quienes han alzado su voz en favor de las protestas y por lo que más de 18 mil personas están siendo procesadas, la Federación Internacional de Asociaciones de Fútbol, que apenas unos días atrás celebraba los derechos humanos y la igualdad entre todos los habitantes del planeta, simplemente calla.

Sin bien es cierto que, según dijo el embajador de Irán en Venezuela, Hojat Soltani, la Justicia de su país aún no ha emitido sentencia en el caso del futbolista, la mayoría de los enjuiciados con tales cargos terminan en el cadalso y, con temor, presenciamos cómo esto sucede y nadie puede impedirlo.

Incluso, ni la misma FIFA pudiera, pero nunca está demás demostrar rechazo a tales determinaciones, por el simple hecho de pensar diferente al régimen impuesto en determinado país, como sucede en otras naciones del mundo.

Quizás, amparados en criterios de no inmiscuirse en cuestiones extradeportivas, los dirigentes del organismo que rige el balompié mundial y uno de los que más influencia ejerce en el planeta decidieron voltear la mirada hacia otro sitio, eso sí, donde juegan intereses económicos.

Lo que sucede con Amir Nasr-Azadani no es un hecho aislado. Es, por sobre todas las cosas, una cuestión de humanidad, de la razón por encima del fanatismo y la voluntad de unos pocos poderosos. Basta con que el mundo del fútbol se encargue de crear conciencia, de utilizar toda esa influencia y capacidad de mover multitudes para intentar frenar escenas como las de Mahsa Amini y, muy probablemente, las del propio Nasr-Azadani.

Pudieron haberlo hecho. La FIFA, Argentina, Francia, las 32 selecciones, tuvieron en sus manos la oportunidad de aportar algo más que entretenimiento. Solo la Federación Internacional de Futbolistas Profesionales (FIFBRO) expresó su deseo de justicia: “Nos solidarizamos con Amir y pedimos la eliminación inmediata de su castigo”.

Esto no quiere decir que un pronunciamiento oficial por parte de la FIFA o, quizás, del propio equipo de Argentina, flamante ganador de la Copa del Mundo, resuelva la situación y exonere a Nasr-Azadani. Sin embargo, ayudaría a tomar conciencia sobre la tensa situación que vive la República Islámica de Irán, donde pensar diferente se castiga con la muerte, así de simple.

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Imagen cortesía de @amirnars_azadami