Como en cada evento olímpico de los últimos 13 años, Mijaín López, el ídolo de Herradura, el hombre alabado desde la Punta de Maisí hasta el Cabo de San Antonio, el luchador invencible, hizo que las notas del Himno Nacional Cubano sonaran –por segunda vez- en el “Makuhar Messe Hall”.

El gigante de Pinar del Río llegó a la final de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, luego de lograr victorias en sus tres primeros combates. En su camino intacto hacia el Olimpo -sin recibir puntos- los dioses, que conocían de su hazaña, esperaban con ansias recibir al más grande luchador grecorromano.

Justo antes de tocar las puertas, quizás en el último combate de su carrera, a sus 38 años, el cubano enfrentó al luchador de Georgia, Iakobi Kajaia. La entrada al colchón de competencia mostró, claramente, las dos facetas que puede experimentar un deportista antes de iniciar los minutos más importante en vida deportiva.

Con respecto al georgiano, su rostro mostraba preocupación, inseguridad, como si fuera un “castigo divino” disputarle el metal dorado al “dictador” de la división de 130 kg. La “mole”, por su parte, curtido en “mil batallas”, con la serenidad y la mirada imponente que lo distingue, se plantó en el centro del colchón, cual roca cae del cielo para no ser movida por los simples mortales.

La pelea tuvo un claro dominio del antillano, quien desde el mismo inicio controló los agarres y empujó más fuerte. Mientras, su rival pudo hacer poco, o nada. Tras un primer minuto de mucho ímpetu, de ataques constantes, el árbitro levantó su mano derecha, decretando el primer punto del caribeño por la pasividad de su adversario.

A la posición de cuatro puntos tuvo que someterse Kajaia, en la peor de las sentencias que puede recibir un contrario de Mijaín López. El de Georgia, por unos segundos, intentó escaparse como un ciervo intenta escapar de los cazadores.

López no le dio muchas posibilidades de huir, en cuanto aseguró su agarre, comenzó el movimiento de desbalance, acción que pocas veces no termina con dos puntos. El cubano lo volteó, marcó, llegó a tres en el combate y, entonces, en ese instante, se sentía ganador. El cuarto cetro olímpico estaba más cerca que nunca.

Así concluyó la primera parte de la pelea, con pizarra favorable al antillano y el de Georgia sin exhibir posibilidades de, tan siquiera, inquietarlo. La máquina de victorias regresó de la esquina con más fuerzas.

Mijaín continuó moviendo al retador, tanto así que terminó por sacarlo del área de pelea. El oponente superado física y mentalmente, volvió a ser amonestado por los jueces. Otro punto por pasividad le dio al héroe cubano la quinta unidad en el combate y la tranquilidad necesaria para los últimos compases del pleito.

Segundos antes de que concluyera todo, de que la bandera cubana ondeara sobre los hombros de Mijaín, el georgiano como muestra de respeto, como reconocimiento al mejor luchador de todos los tiempos, se separó del antillano, no mostró más resistencia, se rindió antes los pies del cuatro veces campeón olímpico.

El pinareño celebró el triunfo con las mismas fuerzas que en Beijing, quizás con más. Los contextos son diferentes, en el 2008 recibió su primera presea. Ahora, más de una década después obtuvo su cuarta corona consecutiva, tal vez la última.

López tuvo que pelear contra los años, que golpean con fuerza y atentan contra el rendimiento. El retraso de los Juegos un año, lo obligó a hacer ajustes en la preparación, a estar varios meses sin competir. Aún así, su calidad superior, le permitió “pasear” el evento más importante.

Hoy, 2 de agosto de 2021, los dioses del Olimpo están de fiesta. Por fin, Mijaín López entró a donde siempre perteneció como el Dios de la Lucha Grecorromana.

El camino de Mijaín López a la final

El oriundo de Herradura, Pinar del Río, llegó a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 siendo toda una leyenda y sin importar la forma en que termine, se elevó a la categoría de mito de su disciplina.

Con tres títulos en su currículum y todo un historial de victorias y dominio absoluto, se erigía como uno de los principales contendientes para discutir el título de los más de 130 kg de la lucha grecorromana y no defraudó, pues sin permitir siquiera un punto, tras acumular tres victorias, se ganó el derecho de asistir a su cuarta final olímpica para seguir escribiendo historia en la magna cita del deporte mundial.

Por primera vez desde Beijing 2008, el pinareño no era el favorito a subir en lo más alto del podio. Algunos de los entendidos en la materia, valorando su poca actividad en los últimos meses, se decantaron por su archirrival, el turco Riza Kayaalp, como el máximo exponente para destronar al cubano en semifinales y escalar a lo más alto del podio.

Cierto es que la forma física del cubano fue un secreto bien escondido entre Raúl Trujillo –el entrenador- y Mijaín, hasta que inició la competencia. Solo hasta que subió por primera vez al área de combate, cuando salió, imponente, con el pecho erguido y seguridad de campeón, las dudas se dispersaron y, entonces, sus rivales no eran tan favoritos.

Su primer contendiente, cual primera ficha de un “efecto dominó”, fue el rumano Alin Alexuc Ciurariu. Mijaín López, no tardó en apoderarse del centro del colchón, mientras el europeo se preocupaba por no ser proyectado tempranamente. Entre agarres y estudios del contrario se fue el primer minuto de combate, que le dio un punto inicial al criollo por mostrarse más dominante.

El rumano tuvo que ir a la posición de cuatro puntos. En ese momento de la pelea, López se vuelve un depredador. Con su rival tendido en el colchón, el gigante comenzó su faena. Entrelazó sus brazos alrededor del cuerpo de Alin Alexuc y, como si fuera un niño con su juguete, empezó a conseguir desbalances de un lugar a otro sin recibir mucha resistencia.

Alin Alexuc no tuvo otra opción que rendirse ante el poder de Mijaín, que necesitó solo 1:50 para conseguir nueve puntos y, por tanto, la superioridad técnica. Sin sudar, sin mucho esfuerzo, el campeón olímpico dio un golpe de autoridad sobre la mesa y envió un mensaje claro. El rey de la división viajó a la capital nipona para preservar su corona.

Su siguiente rival en el organigrama fue el iraní, Amin Mirzazadeh, otra ficha derribada por el cubano en su camino a la discusión del título. En su segunda pelea, también, fue cuestión de tiempo la victoria por superioridad técnica. Tras el primer punto por pasividad, el criollo comenzó a acumular hasta que llegó al tope y el árbitro detuvo la pelea.

Las dos primeras peleas tuvieron como factor común, además de la superioridad técnica, la seguridad exhibida por el pinareño. Por si fuera poco, ambos contendientes lucieron endebles, escépticos, sin posibilidades de plantarle cara al mejor luchador de la historia. Sus rostros parecían un “poema”, mostrando sentimientos encontrados entre amor y odio.  

Después de sus dos primeros pleitos se cumplió el pronóstico precompetencia. Mijaín López se encontró al turco, Riza Kayaalp, en la pelea más esperada del cartel. Los dos principales exponentes de la categoría se midieron por tercera ocasión bajo los cinco aros.

El europeo subió al colchón con más esperanzas que en otras ocasiones. Mientras, Mijaín, lucía concentrado, tranquilo. Riza Kayaalp, por mucho que intentaba mover al cubano, encontraba al cubano que parecía anclado al colchón. Por el contario, cada empujón de Mijaín hacía retroceder a su rival.

Por el evidente dominio en el primer minuto de acciones, el retador tuvo que ir a la posición de cuatro puntos con marcador desfavorable. López comenzó a garantizar el agarre, rápidamente se acomodó en la posición, mientras su rival estiraba sus extremidades para hacer más difícil la faena. En ese momento, el mundo fue testigo de la fuerza de la mole cubana.

Como de costumbre, el luchador de la Mayor de las Antillas logró el desbalance y subieron tres puntos a la pizarra electrónica. El entrenador del turco reclamó y, tras una revisión de los jueces de mesa, decidieron invalidar la acción del criollo. Ese fue un momento frustrante, por primera vez lo vi molesto, inconforme. La decisión despertó a la “fiera”.

Si el luchador de Turquía tenía alguna posibilidad de imponerse, las destruyó todas con esa reclamación. Mijaín cambió la estrategia, se mostró más impetuoso. Sus agarres y halones comenzaron a ser más agresivos. A su vez, el turco comenzaba a respirar más rápido, la tensión subía y López cada vez mandaba más sobre el colchón.

Su furia, transformada en más actividad combativa, decretó el segundo punto por pasividad, en el que Mijaín López decidió mantenerse de pie, para preservas sus fuerzas con vistas al último tramo de la pelea. Así fue, Riza Kayaalp tuvo la posibilidad de poner al cubano en posición de cuatro puntos, pero el gigante se mantuvo inamovible.

Cuando se levantó, faltando unos pocos segundos, se sentía ganador. En ese momento se visualizaba en la final. El turco, nuevamente, era historia. Con el tiempo corriendo, el cubano comenzó a saltar, necesitaba liberarse de la presión.

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Imagen cortesía de Foto: AFP