Mataguá es un pueblo de Villa Clara a medio camino entre la ciudad de Santa Clara y Manicaragua. Hasta principios de la década del setenta del siglo pasado, este era un pueblito en el que, como en todos los pueblos de Cuba, la gente jugaba a la pelota. Pelota de manigua, ese lindo patrimonio de la ruralidad nacional. Los niños de entonces querían ser como Antonio Muñoz o Agustín Marquetti. Soñaban con lanzar las curvas de Changa Mederos o fildear como Toni González o Félix Isasi. Se apostaban en la carretera para ver pasar a Aquino Abreu cuando este hacía su recorrido de Cumanayagua a Santa Clara, y viceversa.

Pero eso sucedió en otra vida. Ahora los niños de Mataguá quieren, como la mayoría de los niños del mundo, ser como Cristiano Ronaldo o Lionel Messi. Sin embargo, hace unos cuarenta años, ya los niños matagüenses no querían ser peloteros. Desde entonces jugaban a ser Pelé, Eusebio, Di Stéfano, Franz Beckenbauer o el soviético Lev Yashin, la Araña.

La culpa la tuvo un profesor de Educación Física llamado Alejandro Gallardo. Cuentan que por el año sesenta y pico llegó al pueblo, recién graduado. Y dicen que, además de los papeles oficiales (registros de asistencia, programa de estudios y planes de clases que jamás se cumplirían) y un pequeño maletín con dos o tres camisas, un pantalón, un par de botas para las fiestas de fin de semana y alguna ropa deportiva, traía consigo un saco lleno de balones de fútbol.

¿Por qué solo balones de fútbol? ¿Por qué no traía pelotas para jugar baloncesto y voleibol como requería el programa de estudio de la asignatura? ¿Por qué no llevaba también guantes, pelotas de béisbol, un bate de majagua? Dicen algunos que pudo ser el estigma de la mala distribución, enraizado en la sociedad criolla. Que seguro en algún otro poblado del territorio nacional llegó alguien con un saco de balones de voleibol. Y que, en otro pueblo, otro profesor tuvo que resolver solamente con pelotas de baloncesto.

El asunto es que Gallardo no se amilanó ante la situación. Por otra parte, su condición de único profesor de Educación Física en el pueblo le daba licencia para desarrollar su creatividad. De esa manera todas las clases, ejercicios, juegos y actividades recreativas que ponía en práctica, lo mismo en la escuela que en la comunidad, tuvieron como protagonista un balón de fútbol.

Quizás sin que al principio nadie lo advirtiera, el terreno de pelota del pueblo, enclavado a la entrada y detrás de la terminal de ómnibus, comenzó a transformarse: primero aparecieron las porterías, una encima de la primera base y otra en lo corto del jardín izquierdo; después el césped conquistó la medialuna, de donde ya se habían eliminado la segunda y la tercera base, porque estorbaban en los partidos de fútbol. Nadie recuerda quién trazó con cal los límites del campo. Puede que tampoco nadie notara cómo, por pura necesidad, las reglas del juego de las patadas al balón fueron metiéndose en la cultura de los más jóvenes habitantes del poblado, los mismos que hoy peinan canas y sí recuerdan cómo inculcaron a sus hijos y sobrinos la pasión por aquel deporte al que todavía en Cuba se le llamaba balompié.

Si hoy Manicaragua, municipio al que pertenece Mataguá desde la última división político-administrativa, es una potencia en el fútbol de la provincia, se debe a que casi todo su equipo está formado por matagüenses. Así, ese equipo, que bien pudiera nombrarse Mataguá, suele discutir los campeonatos provinciales con Remedios (once colmado de figuras del poblado de Zulueta, la cuna del fútbol) y con Santo Domingo, otro pueblo de fuerte tradición futbolística.

De Mataguá han salido muchas figuras que han llegado a la cumbre del fútbol provincial y nacional. Alguno de ellos ha “chutado” el balón en determinada liga extranjera de discreto rango. De Mataguá son los estelares Abel González, Maikel Jiménez, Osmani Capote, Livan Gallardo y Luis Alberto Villegas. También son de allí mujeres talentosas que han hecho del fútbol su pasión; matagüenses son las brillantes Laura Moreno, Yumirsy Mena y Dileimis Bauta.

Si usted pasa un día por Mataguá, y es buen observador, podrá ver que en sus áreas deportivas los niños solo se ocupan de patear el balón. Algún que otro muchacho con talento para el béisbol ha surgido en el pueblo en los últimos años, pero siempre ha tenido que ir a Manicaragua para poder desarrollar sus capacidades. La razón es simple. En Mataguá, desde hace cuarenta años, no se juega a la pelota.

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