A veces pienso que es una máquina, un robot programado para voltear rivales, pero luego lo veo sonreír, saltar, golpear su pecho en el centro del colchón y pierde credibilidad la hipótesis. Mijaín López es un tipo único e irrepetible, un hombre con la virtud de ser temido y que lo quieran. Un luchador que se ganó el respeto de sus rivales, y aun más importante, de Cuba y todos los cubanos que vibran con cada punto suyo.
El oriundo de Herradura, Pinar del Río, llegó a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 siendo toda una leyenda y sin importar la forma en que termine, se elevó a la categoría de mito de su disciplina.
Con tres títulos en su currículum y todo un historial de victorias y dominio absoluto, se erigía como uno de los principales contendientes para discutir el título de los más de 130 kg de la lucha grecorromana y no defraudó, pues sin permitir siquiera un punto, tras acumular tres victorias, se ganó el derecho de asistir a su cuarta final olímpica para seguir escribiendo historia en la magna cita del deporte mundial.
Por primera vez desde Beijing 2008, el pinareño no era el favorito a subir en lo más alto del podio. Algunos de los entendidos en la materia, valorando su poca actividad en los últimos meses, se decantaron por su archirrival, el turco Riza Kayaalp, como el máximo exponente para destronar al cubano en semifinales y escalar a lo más alto del podio.
Cierto es que la forma física del cubano fue un secreto bien escondido entre Raúl Trujillo –el entrenador- y Mijaín, hasta que inició la competencia. Solo hasta que subió por primera vez al área de combate, cuando salió, imponente, con el pecho erguido y seguridad de campeón, las dudas se dispersaron y, entonces, sus rivales no eran tan favoritos.
Su primer contendiente, cual primera ficha de un “efecto dominó”, fue el rumano Alin Alexuc Ciurariu. Mijaín López, no tardó en apoderarse del centro del colchón, mientras el europeo se preocupaba por no ser proyectado tempranamente. Entre agarres y estudios del contrario se fue el primer minuto de combate, que le dio un punto inicial al criollo por mostrarse más dominante.
El rumano tuvo que ir a la posición de cuatro puntos. En ese momento de la pelea, López se vuelve un depredador. Con su rival tendido en el colchón, el gigante comenzó su faena. Entrelazó sus brazos alrededor del cuerpo de Alin Alexuc y, como si fuera un niño con su juguete, empezó a conseguir desbalances de un lugar a otro sin recibir mucha resistencia.
Alin Alexuc no tuvo otra opción que rendirse ante el poder de Mijaín, que necesitó solo 1:50 para conseguir nueve puntos y, por tanto, la superioridad técnica. Sin sudar, sin mucho esfuerzo, el campeón olímpico dio un golpe de autoridad sobre la mesa y envió un mensaje claro. El rey de la división viajó a la capital nipona para preservar su corona.
Su siguiente rival en el organigrama fue el iraní, Amin Mirzazadeh, otra ficha derribada por el cubano en su camino a la discusión del título. En su segunda pelea, también, fue cuestión de tiempo la victoria por superioridad técnica. Tras el primer punto por pasividad, el criollo comenzó a acumular hasta que llegó al tope y el árbitro detuvo la pelea.
Las dos primeras peleas tuvieron como factor común, además de la superioridad técnica, la seguridad exhibida por el pinareño. Por si fuera poco, ambos contendientes lucieron endebles, escépticos, sin posibilidades de plantarle cara al mejor luchador de la historia. Sus rostros parecían un “poema”, mostrando sentimientos encontrados entre amor y odio.
Después de sus dos primeros pleitos se cumplió el pronóstico precompetencia. Mijaín López se encontró al turco, Riza Kayaalp, en la pelea más esperada del cartel. Los dos principales exponentes de la categoría se midieron por tercera ocasión bajo los cinco aros.
El europeo subió al colchón con más esperanzas que en otras ocasiones. Mientras, Mijaín, lucía concentrado, tranquilo. Riza Kayaalp, por mucho que intentaba mover al cubano, encontraba al cubano que parecía anclado al colchón. Por el contario, cada empujón de Mijaín hacía retroceder a su rival.
Por el evidente dominio en el primer minuto de acciones, el retador tuvo que ir a la posición de cuatro puntos con marcador desfavorable. López comenzó a garantizar el agarre, rápidamente se acomodó en la posición, mientras su rival estiraba sus extremidades para hacer más difícil la faena. En ese momento, el mundo fue testigo de la fuerza de la mole cubana.
Como de costumbre, el luchador de la Mayor de las Antillas logró el desbalance y subieron tres puntos a la pizarra electrónica. El entrenador del turco reclamó y, tras una revisión de los jueces de mesa, decidieron invalidar la acción del criollo. Ese fue un momento frustrante, por primera vez lo vi molesto, inconforme. La decisión despertó a la “fiera”.
Si el luchador de Turquía tenía alguna posibilidad de imponerse, las destruyó todas con esa reclamación. Mijaín cambió la estrategia, se mostró más impetuoso. Sus agarres y halones comenzaron a ser más agresivos. A su vez, el turco comenzaba a respirar más rápido, la tensión subía y López cada vez mandaba más sobre el colchón.
Su furia, transformada en más actividad combativa, decretó el segundo punto por pasividad, en el que Mijaín López decidió mantenerse de pie, para preservas sus fuerzas con vistas al último tramo de la pelea. Así fue, Riza Kayaalp tuvo la posibilidad de poner al cubano en posición de cuatro puntos, pero el gigante se mantuvo inamovible.
Cuando se levantó, faltando unos pocos segundos, se sentía ganador. En ese momento se visualizaba en la final. El turco, nuevamente, era historia. Con el tiempo corriendo, el cubano comenzó a saltar, necesitaba liberarse de la presión.
A su vez, reía, se golpeaba en el pecho, tocaba la bandera que estaba cerca de su corazón. Finalmente, concluyó el tiempo. Recogió los frutos de tanto sacrificio. Una vez más lo consiguió, llegó a donde quería, venció a quien debía. Por cuarta ocasión consecutiva estará en una final olímpica, con la misma ilusión que hizo sonar el Himno Nacional en Beijing, en el lejano 2008.
Orta se presenta como candidato
Pero no fue la única buena noticia para la isla en la disciplina, pues una sorpresa agradable fue la del representante de los 60 kg, Luis Alberto Orta, quien no creyó en otros más experimentados y se incluyó, con formidable demostración, en la final de su división.
Orta derrotó al estadounidense Ildar Hafizov (5-0), después remontó el combate ante Sergey Emelin, del Comité Olímpico Ruso (4-3) -oro y plata en campeonatos del mundo, y finalmente, se mostró intratable con un 11-0 sobre el moldavo Victor Ciobanu, para ganarse el derecho de discutir el oro ante el japonés Kenichiro Fumita, doble campeón del mundo.
No olvidemos que ahora Mijaín López irá por su cuarto centro olímpico ante el georgiano Iakobi Kajaia, quien en la otra semifinal dispuso del cubano nacionalizado chileno Yasmani Acosta, procedente de la escuela antillana de lucha.
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