Hay sacrilegios que los dioses del beisbol no perdonan jamás. Pero este martes Carlos Martí Santos expió sus pecados y le dio juego —finalmente— al slugger a Lázaro Cedeño. Y Martí, tal y como todos esperaban, recibió la absolución en nombre de esa afición sabia y heroica reunidad en el Mártires de Barbados, para conseguir su primer tirunfo en la Final de la Serie Nacional con pizarra de 10×6.

Con la confianza de tener en la alineación a los líderes jonroneros de Japón y Cuba, se abrieron de par en par las vallas que dejaron salir a los caballos salvajes al campo con total libertad. Los Alazanes, esta vez bendecidos, arrollaron a los leñadores tuneros desde el mismo comienzo y se mantuvieron inalcanzables durante todo el partido.

Terco como una mula (con el mayor respeto que merece), Carlos Martí se había plantado en huelga en estos días de postemporada e hizo lo que ningún director en el mundo se atrevería a hacer: dejar en la banca al hombre que más cuadrangulares ha disparado en esta temporada; un sacrificio —a la larga estéril— en aras de mejoras defensivas que pocos entendieron.

Hay que reconocer que es una decisión muy valiente y arriesgada al extremo, que pudo funcionarle frente a un Matanzas enfermo psicológicamente, pero que a todas luces era una errata cantada contra al equipo más bateador de la serie; el mismo que venía de saltar los altos listones del estrés que emana del gran estadio del Cerro, el que venía cargado de motivaciones desmedidas al ganarle dos juegos seguidos a los míticos Industriales y, de paso, arrebatarle el pase a la gran final.

Luego de dos partidos en los que la batería granmense parecía amedrentada, Martí hizo lo que cualquiera: Despaigne al jardín izquierdo, incluso con sus libras de más; y Cedeño, ese portento de bateador, regresó al puesto de designado y sexto en la tanda, desde donde conectó dos indiscutibles en cuatro turnos y remolcó dos a la goma.

Cedeño, en su regreso, impulsó dos carreras en la primer victoria de Granma en esta final de campeonato. FOTO: István Ojeda / Tomada de Periódico 26.

El tercer duelo de esta final repitió la fórmula vista en predios tuneros: otra vez primó la ofensiva. Casi 30 indiscutibles entre ambos equipos y 16 carreras anotadas irán a las cuentas de los lanzadores de ambos conjuntos; aunque, para ser justos, amén de dudosos pensamientos tácticos y exiguos recursos de nuestros lanzadores, parte de la culpa en este desfile de bates la tiene uno de los Caballos de Troya de nuestro beisbol: los árbitros y su reducida zona de strike.

Seguimos con problemas en este aspecto. No se canta la vertical, y la horizontal se pierde por momentos, aspecto negativo que obliga muchas veces a los serpentineros a servir cómodos envíos, y que nos mantiene engañados con respecto a la producción de los nuestros con el madero en la mano, detalle importante que bien pudiera explicar nuestras hambrunas ofensivas en eventos internacionales.

Desnudos quedamos una vez más ante el mundo con tantos errores técnico-tácticos: titubeos incomprensibles, tiros innecesarios, cambios demorados y estrategias erradas, mientras la serie del Caribe está tocando a las puertas y estamos asqueados de derrotas y papelazos.

Carlos Martí fue perdonado por los dioses del béisbol, recapacitó en el momento justo y aún hay tiempo para remontadas y para épicas batallas en el diamante. Pero la pasión que despierta la fiesta de los play offs no puede vendarnos los ojos, tenemos que seguir con el látigo de los cascabeles en la punta; arrollando detrás de las congas orientales, pero alertas; saltando en nuestros asientos y apoyando a los nuestros, pero siempre críticos y expectantes. Nos vemos en el estadio.