Las luces del estadio Latinoamericano no se encenderán más esta temporada, el equipo más ganador en la historia de la pelota cubana quedó en el camino. El capítulo final de esta novela fue bochornoso e inesperado, y millones de aficionados se preparan para hacer leña del árbol caído.

Una multitud frenética sedienta de respuestas se ha levantado en armas contra su director Víctor Mesa en cada rincón de esta Isla. En cualquier esquina aparece un decepcionado, un ingenuo, un fanático herido, un analista apasionado, un loco o un oportunista. La gran multitud que avanza encolerizada por las redes y los parques, no entiende de derrotas y en este minuto quieren arrancar el color azul del arcoíris y ver arder en la hoguera al polémico director.

No quiero hablar de estrategias, de toques de bola inexplicables ni de sustituciones precipitadas. No me interesan ahora la brujería en el terreno ni el manoteo público, ni mucho menos voy a hablar de rugidos ni de éticas perdidas. Hoy vengo a traer un escudo y a construir un andamio de hierro para levantar del fango al hombre que ha encendido la pasión por nuestro deporte nacional; el mismo que logró reunir 150 000 almas en tres días en un estadio; el que ha trocado balones de fútbol por guantes y pelotas en los placeres; el que le ha dado protagonismo a los abuelos en las casas y ha levantado, como un globo gigante, la dignidad y el altruismo de este deporte que amamos.

Hoy voy a defender a Víctor Mesa.

Vengo a defender al que no duerme, al que respira béisbol y no se recuesta a él, al que saca de su bolsillo soluciones, a ese que se preocupa por las carencias y combate la mediocridad, la apatía y el mimetismo en que hemos estado sumergido desde hace décadas.

Tengo que defender al que calla de un golpe a coros denigrantes, al optimista más loco, al que jamás le tembló la mano para votar por equipos unificados, al que boga por la unión de todos los cubanos, a ese que tiene la lengua afilada y es una espada peligrosa para la verborrea y el discurso estéril.

Industriales se fue, pero no se irán jamás los momentos vividos, los sueños, la motivación de millones, la algarabía diaria, las emociones, el estadio lleno, el minuto de gloria, el béisbol corriendo por las venas, las cornetas y el azul del cielo. Amanece hoy una Cuba en pelotas, más comprometida con nuestro pasatiempo nacional, más distraída de los problemas que a diario nos aquejan, más sabia y más cuidadosa de lo que tenemos.

Es momento de canalizar nuestras energías y llenar de agravios a los verdaderos culpables, a los que frenan, a los que ponen zancadillas, a los necios que no quieren hacer producir nuestro béisbol, a los que se aferran a ideas retrogradas, a esos que siguen llamando traidores a los que nos representan en otras tierras, a los que temen al Salón de la Fama y a los que olvidan, a todos aquellos que se burlan de nuestras glorias deportivas y de nuestra historia.

El Latinoamericano se apaga esta temporada, pero ya se encendió la esperanza y la motivación, Se recuperó parte del terreno perdido, de nuestra idiosincrasia y de nuestra cultura, y en todo esto, Víctor Mesa tiene —sin dudas— un espacio de privilegio. Nos vemos en la final.

Imagen cortesía de {su nombre}

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