El pasado jueves Juan Reinaldo Pérez, Comisionado Nacional de béisbol y Presidente de la Federación Cubana de este deporte, anunció en conferencia de prensa que en las “próximas horas” sería anunciado el director del equipo Cuba para cerrar el ciclo olímpico de París 2024.

El directivo aseguró en ese encuentro que ya tenían tres propuestas sobre la mesa y que su elección implicaría dejar de dirigir en series nacionales y en las ligas élites, decisión que ha generado polémicas entre los mismos candidatos desde que la idea comenzó a manejarse hace varios meses atrás.

El elegido, quien pasaría a la nomenclatura de la comisión nacional y se dedicaría a un proyecto de trabajo por el que sería evaluado para una posible reelección o cesantía, estaría al mando del equipo nacional en los próximos eventos internacionales, como son el Clásico Mundial, los Juegos Centroamericanos de San Salvador, los Juegos Panamericanos de Santiago, y el Premier 12, este último en 2024.

Dentro del listado de sospechosos aparecen nombres como Armando Ferrer, Carlos Martí, Eriel Sánchez, y Pablo Civil, todos con experiencia en estos menesteres y con buenos resultados en nuestros campeonatos domésticos.

Los cuatro ya saben lo que es dirigir un equipo Cuba, y aunque ninguno ha podido coronarse en eventos internacionales, y han sido blanco de críticas cuando han tomado las riendas en algún que otro torneo en los últimos años, sabemos que las causas de las derrotas y de la baja cualitativa a ha sufrido nuestro béisbol no dependen solo del hombre que está sentado en el banquillo de director.

Si analizamos estas propuestas una por una, porque no creo que existan otros de los que están activos con más méritos que estos en las últimas campañas nacionales, nos encontramos como es lógico con muchas luces y sombras, porque el manager perfecto no existe.

En la mayoría de las ocasiones (no todas), un director que sea capaz de llevar a su equipo a lo más alto del podio nacional en cualquier categoría está capacitado para guiar una escuadra en escenarios foráneos, pero para eso -y es el primer punto que debe ser inviolable- hay que darle plena participación en la confección del equipo y de su cuerpo técnico, y total libertad para que diseñe sus estrategias de juego.

El elegido, más allá que debe tener un alto poder de convocatoria, tiene que estar dispuesto, ante todo, a cargar una cruz muy pesada sobre las espaldas. Un director es un héroe anónimo y un villano cruel en la mayoría de las ocasiones. Antes de un partido, limpia con esmero y suspicacia el camino para que galopen sus tropas, las arenga, las organiza, y las guía mientras observa de lejos, en la oscura banca, como los aficionados reparten coronas de laureles a los que deciden partidos o a los que lanzan épicas entradas dominando a contrarios, mientras a él, solo le reservan la rechifla y la hoguera, cuando se perece en la lucha.

Somos injustos, pecamos de injustos por soberbia y fanatismo. Dentro del béisbol el trabajo de un director tiene una importancia gigantesca, mucho más allá de grandes maquinarias ofensivas, defensas herméticas e impecables cuerpos de lanzadores. No basta con tomar la decisión correcta en un partido de beisbol, traer al emergente indicado, al relevista justo, o simplemente trazar una estrategia de juego efectiva y coherente. Un director es mucho más que eso, y tiene más responsabilidad en una victoria de lo que muchos imaginamos o somos capaces de valorar.

El éxito está en su integralidad, necesita tener una serie de atributos, que bien combinados, pueden hacer de una selección un equipo altamente competitivo, independientemente de la nómina que presente en los papeles.

Lo más importante es el conocimiento de sus propios jugadores. Debe tener muy clara la capacidad física de cada uno de ellos, su respuesta ante determinados factores, el grado de destreza y la técnica que poseen, su nivel de inteligencia, su mentalidad táctica, su capacidad de juego, su resistencia, su grado de compañerismo, su espíritu de sacrificio, su estabilidad emocional, y su vocación de líder.

Solo así un estratega puede extraer lo mejor de cada uno de sus jugadores. Un conocimiento superficial o un estudio poco serio de estos factores, darán al traste con varias victorias dentro de un torneo corto.

Un director de equipo, además, tiene que tener conocimientos profundos de todos los fundamentos de este deporte, tiene que tener experiencia en la dirección de grupos, dotes de mando, dedicación, interés y actitud positiva frente a sus discípulos. Tiene que ser ejemplo, justo, responsable, humilde, honrado y respetar mucho a sus jugadores en el trato personal, tiene que tener autoridad e iniciativa, dominar conocimientos de psicología y pedagogía, ser objetivo, tener confianza en sí mismo y no ser arrogante ni vanidoso.

Pero aún, si todo esto les parece poco, un director tiene que conocer las fuerzas y debilidades de los equipos contrarios, las posibilidades reales de cada rival, así como las calidades individuales de los jugadores a los que se enfrentan para poder trazar un plan de juego efectivo.

La elección de un director para un periodo de cuatro años es una decisión muy riesgosa y creo que no deberíamos meternos en esa camisa de fuerza para después sustituirlo antes del tiempo estipulado, hecho que lacera la reputación de esos hombres entregados siempre a nuestro deporte nacional y que se han ganado un prestigio a través del tiempo al mando de sus equipos provinciales o en otras tierras.

Pero más allá de esta decisión tomada que les puede ir desgastando sus perspectivas, enfriando el instinto y oxidándole las herramientas que un día les llevaron a ocupar su puesto, hay que designar a uno lo más rápido posible.

¿Cuál de estos candidatos se acerca más al mánager ideal? Cada uno de nosotros tendrá sus propios argumentos, pero cuando salga el humo blanco de las chimeneas de la Comisión Nacional, tendremos la respuesta final. Nos vemos en el estadio.

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Imagen cortesía de Play-Off Magazine