Esta historia comenzó con dos accidentes que cambiaron el curso de las cosas para la vida del niño que fue, y del hombre que es, Carlos Tabares. El primero fue en un colchón de gimnasia; el segundo, en la pradera corta de la categoría 8-9 años capitalina. El primero le hizo cambiar de deporte, y el segundo de posición dentro del diamante beisbolero. Una vez en el center field, el hijo de Alfredo se sintió cómodo. «Un pelotazo en la frente y pal’ central», se dijo. Los dos accidentes, de paso, cambiaron la historia de la novena de Industriales, a lo largo de 25 temporadas.

Después estuvo Javier Méndez, su ídolo. Lo veía jugar en el Latino, y obvio, lo primero que se propuso fue no entrar más al estadio del Cerro…por la sección de gradas. La próxima vez, entraría en grande, directo al dogout de los azules. Llevó su tiempo, Tabares no era un portento físico, en una época beisbolera donde en Cuba sobraban los grandes sluggers. Tabares no podía competir con ellos en grandes conexiones y remolcadas. Tabares tenía que buscar una alternativa, un sello. La picardía. «Siempre fui osado en el cajón de bateo, nací con agresividad para jugar al béisbol», decía.Y en una oración eso fue Tabares para la pelota nacional. Todavía el mentor de Australia en la Olimpiada de Atenas 2004, debe estar lamentando la hora en que el “negrito tramposo” (como lo llamó después) hizo aquella esprintada para salvarle el “pellejo” al equipo Cuba en la final.

Cinco títulos nacionales, en 25 series. Average histórico de .306 y casi 2000 mil hits. Pero Tabares, el capitán de Industriales por 17 años, fue más que números. Era inspiración, y se aprovechaba de ello. Él mismo lo contó. Cuando en la 49 Serie Nacional frente a Villa Clara, y en patio ajeno, reunió al equipo sin la presencia de la dirección. Tabares fue en aquel partido final, empatado a cinco carreras, más que capitán, el mentor a la hora cero. Decidió hasta las órdenes de bateo, manejó los hilos. «Había que aprovechar la positividad del equipo», contó luego. El mánager de entonces, Germán Mesa, no se lo perdonó. Quizás ahí radicó su principal virtud y su principal defecto. Tabares confundía los límites.

El último año que Tabares vistió su mítico 56 en la espalda, fue en la serie 56, y realmente lamenta, que no fuese con 56 años y en el año 2056. Lo que Carlitos tiene con ese número, raya en lo obsesivo. Dice que la idea del número, salió de una exclusión a un equipo, un berrinche típico de adolescente, el regalo de una franela con el dígito, y la decisión de hacerlo famoso. La última temporada en activo, con más de cuatro décadas en las costillas, serias lesiones y unos cuantos dedos rotos, Tabares coqueteó con los .330, impulsó 20 carreras y salió 7 veces al robo, con un apego invariable a su hoja de ruta.

Esta fue la historia de un genio o de un pícaro, o de un genio pícaro. El que fuera un center field de leyenda, o un simple profesor de Educación Física, fue cuestión de empeño. Tabares sabía que tendría que trabajar el doble, para estar a la altura de los más físicos en el béisbol, y lo hizo. Sabía que tenía que crearse un estilo para distinguirse en los jardines y calificar para el Cuba, y encontró la chispa.

Tabares, sin uniforme, se despidió del Latino este 11 de enero, no hay números 56 en el almanaque. Pero, por supuesto, el reloj marcaba las 6 y 56 de la noche.

Luego del festejo y los aplausos, de un Latino repleto que se rindió de nuevo a sus pies, Tabares se enfundó en la franela y corrió hasta el cajón de coach en la tercera base. Aún sin el título oficial, continuaba tirando de los hilos en su equipo.