Con la trágica y prematura muerte de Tim Wakefield, el béisbol le dijo adiós a un auténtico orfebre de un envío caprichoso y desconcertante, que no es para todos, pero que ubica a quienes lo dominan en un lugar especial en el Parnaso de los lanzadores: el “knuckleball” o bola de nudillos.

Así como impresionan los pitchers con recursos -de esos que pueden darse el lujo de no repetir lanzamiento, porque tienen repertorio-, están los lanzadores que embelesan por su dominio de determinado envío, al punto que se vuelven referentes. Wakefield era de esos: uno oía hablar de nudilleros famosos, y pensaba en él…

Saber tirar una “knuckle” salvó a Wakefield cuando iba a ser despedido por los Pirates en las Menores, porque no bateaba lo que se esperaba de él. Pero un día lanzó aquella triquiñuela que le enseñó su padre, y su equipo le dio a elegir: o se hacía pitcher, o hacía las maletas.

Se dice que Ed Cicotte fue el primer maestro de la bola de nudillos, pero su presencia en aquellos Chicago “Black Sox” que vendieron la Serie Mundial de 1919 lo privaron de toda gloria. Por el contrario, Hoyt Wilhelm y Phil Niekro sí llegaron al Salón de la Fama de Cooperstown a lomos de un pasmoso control de una bola que se sabe de dónde sale, pero no dónde caerá.

El caso de Niekro fue impresionante, pues se retiró a los 48 años de edad, y con más de 300 triunfos. Llama la atención que otro as de la “knuckle”, Charlie Hough, lanzara su último partido como profesional a los 46 años, en tanto otros renombrados nudillistas, como Wakefield o R.A. Dickey colgaron los spikes pasados los 40’s…

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Visto esto, es inevitable preguntarse si hay alguna relación entre el uso preferencia de la bola de nudillos y las probabilidades de tener una carrera más larga. Una posible causa de la longevidad es la naturaleza de este veleidoso lanzamiento, que requiere más maña que fuerza.

Hay quien opina que, al enfocarse en lograr que la bola rote poco o nada, se reduce la tensión en los brazos y hombros y, por ende, los chances de lesión. De hecho, muchos lanzadores recurren a la “knuckleball” para estirar sus carreras, cuando la fuerza y la velocidad comienza a mermar. Quizás sea casualidad, quizás no…

Lo cierto es que pocos han logrado amaestrar este envío rebelde, que ha sido comparado con una mariposa por su vuelo errático, impredecible, no necesariamente duro y que, sin dudas, descoloca al rival. Su nula rotación, su trayectoria venática y su velocidad irregular, han dejado mal parados incluso a bateadores temibles.

Sin embargo, se trata de un lanzamiento en peligro de extinción por varias razones. En primer lugar, porque es muy difícil de dominar: demanda una técnica precisa y un control excepcional para lanzarla de manera efectiva, y ni siquiera quienes más lo conocen tienen garantías totales de que les funcione.

Tampoco ayuda mucho que el béisbol contemporáneo prefiera, con todo y la especialización, a los pitchers más versátiles, de esos que superan las 100 millas de manera rutinaria, o que pueden combinar sus rectas con una curva pronunciada, una slider escurridiza o una sinker engañosa.

Igual, el arte siempre perdura, sobresale y se agradece, y la “knuckleball” tuvo en Tim Wakefield a uno de sus más genuinos apóstoles, un auténtico renacido que llegó a las Mayores gracias a este díscolo pitcheo, y le pagó con victorias, ponches y una sólida trayectoria.

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Imagen cortesía de John Bazemore / AP file