El rostro de una persona puede cambiar en fracciones de segundo. No imaginaba que eso podía pasar cuando le lancé la pegunta a Pedro Roque. Generalmente, las “espinitas” de los atletas van ligadas a medallas imposibles de alcanzar, al olvido o a decisiones inexplicables que terminaron por troncharles la carrera. Pero en esta ocasión, no fue el caso.

La expresión de Pedro Roque, base organizador de la selección nacional de baloncesto, comenzó a estrujarse ante la interrogante. La voz entrecortada y unas lágrimas que corrían, cabeza gacha de por medio, presagiaban una espina que trascendía la vida deportiva.

“El trago amargo mío, que siempre dolió y que llevo todavía, fue que mi padre no me pudo ver entrar en la selección nacional de baloncesto, porque lamentablemente falleció luego de mi entrada en Capitalinos. No pudo disfrutar conmigo esa alegría”, dice, roto en llanto, sentado en una de las bancas de madera de la Sala Polivalente Ramón Fonst de la capital cubana.

Llora casi enfrente de los compañeros, toma aire y sigue contando su trayectoria: los triunfos, sueños, frustraciones y adversidades. Criado en la Esquina de Tejas, en el municipio Cerro, vive para el baloncesto. Más que por vivir de este, por pasión. Muchas cosas en la vida se mueven así, aunque no sean tan determinantes, aunque otros no les den vital importancia.

baloncestista cubano Pedro Roque
Pedro Roque, jugador cubano de baloncesto. Foto: Hansel Leyva

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El primer deporte que se cruzó en su vida fue la lucha. Su padre era entrenador, pero a Pedro no le gustaba. Por eso decidió cambiar cuando un profesor fue a buscar muchachos para el baloncesto a la escuela primaria “Reinier Páez”. Tenía solo 8 años, alzó la mano y a partir de ahí empezaría esa furia de la que se alimenta a día de hoy.

“En la categoría 11-12 hicieron una selección de La Habana y estuve incluido para los pioneriles en Matanzas. Allá realizaron las captaciones para la EIDE y fui seleccionado. El primer año en la EIDE no hice equipo, pero a partir del siguiente hasta el 15-16, integré todos los conjuntos.

“Aquel último año juvenil ganamos y al regresar para acá hicieron una academia y nos dividieron entre Capitalinos y Metropolitanos. Caí en los Metros, que estaba lleno de muchachos jóvenes con cinco o seis jugadores experimentados de la preselección de Capitalinos que no hicieron el grado en ese momento”, recuerda.

La primera experiencia en un Torneo de Ascenso fue amarga y recuerda que casi perdieron todos los partidos. Sin embargo, para la temporada siguiente cambió la camiseta roja por la azul y sumó una gran alegría a su carrera.

“En 2015 volvieron a hacer la preselección y pude entrar en Capitalinos. Jugué el Torneo de Ascenso y quedé fijo para la Liga Superior de Baloncesto (LSB). Tenía 18 años. Ganamos la LSB, con 32 partidos de etapa regular sin perder, derrotando a Ciego de Ávila en la final”, explica.

¿Cómo recuerda ese año?

El entrenador Raynel Panfet llegó a hacer de un grupo de muchachos una familia. En la final yo estaba en la reserva, pero fue increíble cuando viajamos a Ciego. Nunca había visto la grada así, saltaban y el terreno temblaba, era difícil jugar ahí. En el 2016 lo viví en carne propia cuando sí pude jugar la final.

En mis inicios estaba en Capitalinos para aprender de los atletas que tenía por delante de mí y el rol que me tocaba era salir a darlo todo cada vez que surgía la posibilidad y así desarrollarme para poder asumir la responsabilidad.

Yosmel Zequeira me apoyó. Reinier Castillo siempre estaba al lado mío también, porque cuando llegas de los juveniles a primera categoría se nota el cambio. Hay mañas y el juego es más táctico. Igualmente le debo mucho al trabajo que hizo el profesor Panfet, que estuvo al máximo conmigo, siempre confió, diciéndome que yo podía jugar ahí, dándome la oportunidad. Eso es esencial.

Para 2016, Roque iba a quedarse con el sitio de titular, luego de que Yosmel Zequeira se marchara a Perú de contrato. Pero surgió un contratiempo y, como se dice en buen cubano, al joven base “lo cogió el verde”.

“¡Eso fue candela! Decían que me iban a sacar a través de una carta que nunca llegó. No obstante, hubo gestiones que hizo el profesor Raynel Panfet -quien me siguió apoyando y no me quitó el puesto de regular-, a través de la Comisionada, que posibilitaron que saliera a entrenar y en las noches regresara a la unidad en el Guajay.

“La situación se mantuvo. Llegó el Torneo de Ascenso y estaban en el tira y encoge. Al final no hubo ninguna carta. Llegaba, hacía guardia… Me levantaba a chapear, me soltaban a las doce para venir a entrenar y a veces para el juego directo, no tenía el team work necesario. Empezó la Liga Superior y a la par en el servicio”, dice.

¿Y cuando iban a provincia?

Casi siempre me permitieron ir. La única vez que no me soltaron fue en la final. Jugamos aquí con Ciego y escuchaba el partido por la radio y con rabia. Al otro día me dijeron: ‘Vete pal juego de hoy’, y no entré más hasta que se acabó la final, que perdimos 4-0.

Se nos habían ido muchos atletas de contrato, hubo lesiones. Tuvimos altas y bajas. Yo mismo estaba en el servicio y así todo logramos llegar a la final. Nos quedamos flojos de jugadores estrellas. Los que estábamos lo enfrentamos, luchamos hasta el final; sin embargo, no pudimos sacar ningún partido.

Ese año, el servicio militar lo privó de participar en la Liga de las Américas que se celebró en Venezuela, pero también le trajo la grata noticia de que podía entrenar con la Selección Nacional de baloncesto cubano.

“Me enteré por Panfet, que peleó por mí, porque había entrenadores que no me querían ahí. Él fue a donde yo andaba concentrado y me dio la noticia de que estaban los trámites para entrar al equipo Cuba. No me lo creía. Tiré las botas y resultó muy gratificante. Lo único malo que pasé ese año fue el servicio militar, que acabó conmigo”, cuenta.

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–¿Vas a filmar una serie de Netflix? –le grita a modo de chiste uno de sus compañeros que se percató de la cámara y la grabadora. Él se sonríe y, aún sin poder aguantar la risa, replica: “Esto es serio, compadre”.

Va vestido con la camiseta de Capitalinos con la que debió participar en aquel Torneo de las Américas al cuál no pudo asistir. El logo descascarado a la izquierda de la chamarra lo delata. En una de sus rodillas lleva una cinta amarrada, consecuencia de una lesión que ha venido arrastrando hace mucho tiempo.

“La tenía durante el servicio, hasta que no puede jugar la liga en el 2017, porque me dieron un golpe y terminé. Me operaron en el 2018 y fueron ocho meses parado, oyendo los choques del equipo en la radio. Daba la casualidad de que siempre me pasaba en los momentos de la Liga. Eso me dolía, porque le debo mucho a Capitalinos y tengo que sacar el impulso y seguir hasta el final con ellos”, cuenta.

Esa ha sido una de sus frustraciones, unida a un reciente mal sabor de boca que le dejó su última participación internacional con el conjunto cubano.

“Salí muy defraudado del partido contra República Dominicana en la ventana Fiba. Tenía por dentro que sí podía y no se me dio la oportunidad. Cuando me pusieron no me desenvolví de la manera que deseaba. Aunque entré poco tiempo, no entré enfocado en lo que debía hacer”, manifiesta.

No obstante, de pasajes felices también puede hablar, porque ya son unos cuantos acumulados en una carrera relativamente corta.

“En el 2015 fue maravilloso estar en Capitalinos y ser campeón, algo que no se lograba desde el 2010. Aunque no haya jugado la final, sí salí en la etapa regular y dejamos un record de 32 partidos consecutivos sin perder. También resultaron momentos increíbles cuando me enteré de que estaba en la selección y el tercer lugar que alcanzamos en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla-2018, donde le ganamos a un México que nadie se creía aquello, era obligado vencerlos o no pasábamos a los cruces”, recuerda.

Pedro Roque entrena mucho. Parece tener preferencia por los tiros de tres y eso se confirma cuando habla de los jugadores a los que ha seguido: Alexis “el chino” Lavastida, Allen Iverson y Stephen Curry. Lo puedes ver ejercitándose en la playa, en un tabloncillo o en un terreno de concreto. Y es inevitable volver a pensar en aquello de la pasión.

“El basquetbolista y el deportista cubano es muy sacrificado en el sentido de que nosotros no tenemos todos los recursos que existen en otros países. Aquí prácticamente hay gente que viene sin desayunar, porque en la casa no hay nada. Pero el baloncesto es lo que les gusta y venimos y nos preparamos con la mayor satisfacción. Tenemos los mejores entrenadores, dispuestos a impartir sus conocimientos.

“Actualmente, aquí en La Habana la mejor cancha que hay es esta de la Ramón Fonst. La situación ha mejorado, porque antes llegábamos aquí y nosotros mismos teníamos que limpiar el tabloncillo, ahora hay trabajadores que se encargan de eso. En el Cerro Pelado el terreno es pésimo. Antes de las ventanas las prácticas las estábamos haciendo aquí, pues aquella cancha está deteriorada y llevamos años en eso. Nos dicen que la arreglaran y seguimos esperando. No obstante, los inconvenientes no nos pueden achantar. Debemos salir adelante y enfrentarnos con lo que tenemos. Con los balones prácticamente no ha habido problemas, los implementos los entrenadores los tienen y si no nos los dan, ellos los hacen y resolvemos”, detalla.

Pedro Roque
Pedro Roque, jugador cubano de baloncesto. Foto: Hansel Leyva

¿Cómo son las condiciones en que se desarrollan los torneos nacionales?

Desde el punto de vista de la logística de la Liga, la última que se jugó tuvo muy buenas condiciones para nosotros. Nos alojamos en hoteles, la alimentación era buena y a nivel del país los jugadores nos sentimos a gusto por el buen torneo que se hizo.

Roque opina que la liga cubana “no es tan mala como se pinta”, pero la falta de gestiones y acciones que se pueden concretar, porque están al alcance de quienes los dirigen, frena el desarrollo.

No obstante, más allá de este tipo de cuestiones, reconoce que lo que se requiere para un mejor resultado a nivel de selección es lograr el team work a partir de un incremento de partidos. Esto se torna imprescindible para un funcionamiento óptimo de diversos aspectos técnico-tácticos y muchas veces, cuando los jugadores que están fuera se incorporan, no existe el tiempo necesario para engranar el funcionamiento colectivo.

Hablar de ilusiones resulta algo complicado, porque quiere vestir siempre la camiseta azul de Capitalinos, se siente en deuda, pero también se le hace inevitable soñar con probarse en otro baloncesto, conocer y ayudar a su familia.

“La manera de vivir de un deportista cubano es dura. La estoy atravesando en este instante. Tengo un salario por estar en la selección; pero hay otros jugadores que son entrenadores de algún municipio y cobran por eso. En mi caso, estoy aquí porque me gusta, pues uno llega a la casa, se sienta y dice: ‘Coño, la cosa esta dura…’. Tengo 25 años y mi mamá sigue manteniéndome. Por el momento tenemos que echar palante así”, dice.

Cuando no está jugando baloncesto, le gusta pasar el tiempo con la familia y los amigos, escuchando música y cantando. Dice que es “muy jodedor” y quizás por ello sus compañeros no pararon de querer desconcentrarlo.

Su rostro está alegre. Se para y se dirige hacia ellos. Intercambia un poco y vuelve a coger la pelota. La pica un par de veces, el rebote retumba, y lo vuelve a intentar… por supuesto, en un tiro de tres puntos.

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Imagen cortesía de Foto: Hansel Leyva

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