A raíz de la actuación del equipo Cuba Sub-23 en la Cuarta Copa Mundial de béisbol de la categoría ha vuelto a salir a flote una interrogante que nos hacemos al final de la mayoría de los torneos internacionales donde los nuestros están presentes: ¿Por qué ese pobre bateo?

Las respuestas son muchas y cada uno de los aficionados que siguen este deporte pueden tener una tesis diferente, mucho más en un país donde la sabiduría popular es tan elevada si de pelota hablamos.

Para poder argumentar las razones hay que partir de una verdad que algunos se niegan aceptar, quizás por soberbia o decepción: los bateadores cubanos tienen calidad. De lo contrario, cerraríamos los libros de anotaciones después de cada partido, les daríamos una palmada en la espalda y le reconoceríamos su esfuerzo en esas arenas foráneas.

La calidad de los bateadores cubanos está probada y lo demuestran las buenas actuaciones que son capaces de lograr en solitario cuando son contratados en ligas profesionales, al punto de poder bailar en la casa del trompo, dejando su impronta en las mismísimas Grandes Ligas norteamericanas y en la Liga Japonesa, los dos escenarios donde se juega el mejor béisbol del mundo.

Es cierto que a la hora de confeccionar los equipos nacionales cada vez se cuenta con menos de los más aventajados por el flagelo de la inmigración, pero, aun así, Cuba es una mina inagotable de atletas y los que quedan en nuestro país tienen herramientas naturales suficientes para dejar huella en la mayoría de los campeonatos donde participen.

Según un reporte del estadístico Yasser Vázquez este equipo Sub-23, además de no conectar cuadrangular en ningún partido de la fase de grupos, exhibió una de las peores líneas ofensivas del torneo (.184/.304/.224), se ponchó en 30 ocasiones y apenas recibió 18 boletos, promedió un extrabase por juego, y apenas pudo anotar siete carreras en cinco desafíos.

Como ya sabemos, una mala dirección de actores puede estropear una escena, y esto es lo que está sucediendo con nuestros peloteros en los últimos años, sin contar que las metas que nuestros directivos se imponen antes de cada competencia no están basadas en la realidad que los rodea.

El punto principal aquí es que nuestros peloteros llegan a estos eventos en una franca desventaja con sus oponentes al compilar muy pocas veces al bate en todo el año producto de lo corto de los campeonatos nacionales. Acudir allí después de un torneo sub 23 de apenas 15 partidos es como caminar solo por una selva infestada de fieras hambrientas.

Ahí salen a flote las desorientaciones en el cajón de bateo, la mala selección de envíos, la ansiedad, la poca capacidad para hacer ajustes, y la escasa fuerza de golpeo que se nota en la mayoría de los partidos.

También, los que juegan en una Serie Nacional con 16 equipos donde la calidad está muy dispersa y los mejores portentos han emigrado, o están contratados en ligas foráneas, sufren cuando se enfrentan a lanzadores de cierto nivel con velocidades que no suelen ver a menudo en casa.

Algo muy importante que pudiera amortiguar esta situación, no obstante todas estas fuerzas contrarias que azotan, son los entrenamientos previos a las competencias. Sin embargo, estos continúan siendo demasiado extensos para torneos cortos a pesar de no dar resultado y de las críticas a través de los años de varios especialistas.

Para que estos bateadores puedan canalizar su calidad son necesarios que se unan muchos factores y ninguno por sí solo va a resolver el problema. En ese pesado saco que llevan en sus espaldas hay demasiadas piedras que ralentizan sus movimientos sobre el terreno de juego, como pueden ser las tensiones que surgen ante las promesas de cumplir objetivos difíciles, la carencia de altas tecnologías, el desconocimiento de los contrarios, la ausencia de lanzadores reales en las prácticas y de un plan táctico efectivo acorde con las directrices del béisbol que se juega por estos tiempos.

A pesar de todo esto, como dije al principio de este comentario, nuestros atletas tienen herramientas naturales y un nivel intrínseco para este deporte que les permite sobreponerse a todas esas dificultades. El aumento de su producción efectiva a medida que van pasando los días en cualquier competencia en que participan, es una muestra de ello.

Por eso es que vale la pena que siga lloviendo sobre mojado, que sigamos insistiendo en que estas cosas pueden cambiar y que nuestros bateadores pueden estar al nivel de ese tipo de torneos y aumentar su rendimiento. Ganar partidos y funcionar como un equipo es otra historia que tocaremos en otros comentarios. Nos vemos en el estadio.

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Imagen cortesía de Ale

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