Con la moral -literalmente- por las nubes, Yandy Núñez Martínez aguarda ya en el Campamento Base del Everest por una etapa crucial en su empeño de alcanzar la cima: se trata de “las rotaciones”, un proceso de ascensos y descensos que permiten aclimatar al cuerpo para soportar el rigor de la altura.

En uno de sus últimos mensajes en Facebook, Yandy confirmó que estaba de vuelta en el Campo Base para descansar y esperar por las rotaciones. A mediados de la semana pasada subió de nuevo al pico Lobuche Este (6.119 metros), ratificándose como el único cubano que ha conquistado esta cumbre: hace dos años, en su primer asalto al Everest, consiguió asomarse a este impresionante balcón.

Con un optimismo contagioso, aun jadeando y con ramalazos de frío azotándole el rostro, el oriundo de Calabazar compartió imágenes desde lo alto del Lobuche. Esta vez anda con una cámara GoPro, y Jason, su compañero de ascenso, lo filmó enviando un mensaje a sus seguidores, verdaderamente emocionado de haber vuelto a estos parajes.

“Aquí estamos gente, para mí, segunda vez en Lobuche Peak… Único cubano que ha llegado, con mis dos banderas, Cuba siempre, y Islandia en mi corazón”, dijo Yandy, antes de agacharse para clavar, simbólicamente, las banderitas que lleva consigo en cada aventura que emprende. Para rematar, soltó el “¡Viva Cuba libre!” más elevado jamás dicho…

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Las mencionadas rotaciones no son un capricho, ni una treta de las agencias que organizan este tipo de expediciones tan particular: este proceso de aclimatación es indispensable para lidiar con la falta creciente de oxígeno, la menor presión atmosférica, y para soportar las horas que habrán de pasarse en la peligrosa “zona de la muerte”, a partir de los 8.000 metros sobre el nivel del mar.

Se trata de unos ejercicios que implican subir y bajar varias veces por la montaña, a partir del Campo Base. Cada rotación implica subir a una altura mayor y pasar varias noches allí, para adaptar al cuerpo, y luego se desciende a un nivel inferior, para recuperarse e intentar llegar más alto. Este ciclo se repite varias veces, hasta que el montañista se siente en condiciones del asalta final.

En otras palabras: las vistas son preciosas, la experiencia increíble, pero coronar el Everest no es, ni remotamente, un paseo.

Para ponerlo en perspectiva, ya a partir de los 2.500 metros de altitud, un ser humano normal puede comenzar a experimentar hipoxia, esto es, los efectos negativos de un déficit de oxígeno. Ya a partir de los 3.000 metros, la mayoría de las personas experimentan un alza en la frecuencia respiratoria y una disminución en la capacidad de ejercicio.

A los 4.000 metros llega lo que los bolivianos llaman el “soroche” o “mal de alturas”, que incluye fatiga, dolor de cabeza, mareo, náuseas y falta de apetito. Y de ahí en adelante, es preciso estar entrenado, o ser un sherpa, esa etnia de Nepal dotada genéticamente para desenvolverse en esas altitudes.

Otros riesgos de la alta montaña son la hipotermia y el congelamiento, la deshidratación por la mayor pérdida de agua por transpiración y respiración, así como el edema pulmonar y cerebral, resultantes de la hipoxia. Por eso, aparte de las rotaciones, es crucial llevar reservas de oxígeno.

De hecho, un escalador suele cargar en ese tramo final de 15 a 25 kilogramos de equipamiento, que incluye abrigo, botas de escalada, arneses, cascos, cuerdas, piolets, crampones, alimentos energéticos, un dispositivo de calefacción, gafas de sol, gorro, guantes, agua, oxígeno y radio.

Con esos bultos anda a retortero Yandy, que los mostró en un reciente video filmado en el interior de su tienda en el Campo Base, con sus banderas, su bolso de dormir Ferrino Revolution –“el mejor”, dijo- y toda su parafernalia, que incluye una silla plegable. “Para relajarme”, dice, tan campante…

Bitácora al cielo: un cubano a la conquista del Everest (III)

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Imagen cortesía de montañero cubano Yandy Núñez