Luis Felipe Martínez tiene una mirada triste. Viste una camisa ancha, abierta hasta el penúltimo botón. Lleva boina bolchevique y un pantalón desgastado. Camina por las calles de La Lisa, en La Habana, con pasos cortos y lentos, encorvando la espalda. A sus 68 años, pareciera que ha recibido muchos más nocauts que los dos que realmente sufrió durante su carrera.

Su casa queda al final de un pasillo, a dos cuadras del gimnasio Roberto Balado, por el puente de La Lisa. En la sala entra poca luz, y un débil bombillo ilumina esos pocos metros cuadrados.

Habla despacio e intenta recordar ciertos nombres y fechas, con bastante exactitud. Hace mucho tiempo, en la década de los 70, era un boxeador estilista, vistoso, que ganó un bronce olímpico y fue subcampeón mundial. Le regalaron una casa en Playa –otro municipio de la capital cubana-, y un carro, pero la vida lo trajo nuevamente a donde vive actualmente, con menos que cuando salió.

Los 2500 pesos que le entregan de retiro por su medalla en los Juegos Olímpicos de Montreal no alcanzan para casi nada y en sus ratos libres, cuando le cae algo, trabaja como albañil.

Por eso nos recibe agradecido. Cualquier gesto que lo haga recordar su vida pasada, sus desplazamientos y rectos en el cuadrilátero, el equipo nacional cubano de boxeo, sus medallas, incluso las derrotas injustas y su reconocimiento posterior en su país, son para Luis Felipe Martínez un recordatorio de “que no he muerto, que estoy vivo”.

¿Cómo te iniciaste en la práctica del boxeo?

Te diré la verdad. A mí me gustaba el fútbol y la pelota. Era muy “fajarín”, me fajaba con los muchachos en la escuela primaria. Un día me voy a pelear con uno a quien le decían “Pichi”, se llamaba Héctor Morejón, y me dice que es boxeador y le digo que me enseñara cuando se terminaran las clases.

Él me llevó al gimnasio para que me viera Rolando, el entrenador. Cuando fuimos, no nos dejaban entrar, porque ya iba a empezar el entrenamiento. El muchacho habló con el entrenador, y este me preguntó: “¿Quieres ser, boxeador?”.  “Sí”, le dije. “Ve para el grupo aquel”, respondió. Yo me quedaba mirando a los demás y me fui adaptando.

Yo me crie en la calle 196 y no me había dado cuenta de que al doblar de la esquina estaba el gimnasio. De ahí salieron boxeadores como Chapó, Jorge Luis Romero, José Luis Cabrera y unas cuantas figuras antiguas.

¿Por qué te gustó tanto el boxeo?

Porque veía que ese muchacho, Héctor Morejón, cada vez que se fajaba, daba y se viraba, porque el otro se caía. No era grueso, era delgadito, pero se movía mucho. Fue gran boxeador, dos veces campeón de Cuba, menor y juvenil. Y parece que se le murió uno de sus padres y se quitó del boxeo. Yo seguí y me metieron en la ESPA.

¿Qué te caracterizaba cuando eras joven?

Quería imitar a Roberto Manuel Chapó, que era zurdo como yo. Cuando llegó el Mundial de La Habana fui a verlo. Me empezó a gustar el estilo de Edward Davis, que se movía. Empecé y me hice estilista. Además, no podía concentrarme en la pegada, debido a un pie que tengo más largo que otro, pero me movía rápido

¿En qué año llegas al equipo nacional?

Llegué en el año 1972, bastante joven. En aquel tiempo se encontraban en el equipo Rolando Garbey, mi amigo y con quien después tuve que pelear. Estaban Emilio Correa, Teófilo Stevenson, Sixto Soria -que venía empezando nuevo como yo-, y Rafael Carbonell. Pero ya esa gente se iba desplazando, porque se iban a retirar.

¿Cómo era el nivel de entrenamiento?

Eso era tremendo. Había que correr. Decirte que era desde “El Chico”, donde está el equipo nacional, corriendo hasta el Wajay, ida y vuelta, o desde “El Chico” hasta mi casa. Teníamos unos entrenadores que, como ellos, ninguno. En aquella época, estaba como jefe Alcides Sagarra y también Sarvelio Fuentes, Honorato Espinoza, y otros más que venían subiendo.

¿Cuándo te dan la oportunidad de salir por primera vez a un evento internacional?

Yo empezaba a entrenar y veía que, fulano iba pa´ Rumanía, el otro pa´ no sé dónde. Yo pensaba que no me iban a dejar salir, y me dije que si no me dejaban la próxima vez, me iba.

Me mandaron para Chile en un tope, donde gané cuatro y perdí una. Cuando llego a Cuba, no pasó una semana y me dijeron que iba para Rumanía, para el “Cinturón de Oro”. Cogí bronce y de Rumanía, pasamos Yugoslavia para un tope amistoso. Gané dos sin perder.

Regresamos al país y después viajamos a Berlín. Allá terminé en bronce. Tras eso, me mandaron para la Copa Harlem, en Alemania.

¿Cuánto te costó ser la primera figura de tu división?

Nunca llegué a ser la primera figura. Venía subiendo y no me ponían a competir con las primeras figuras, sino con los nuevos. Hasta que cumplí 18 y competí en el torneo Playa Girón. Cogí bronce, y los tres primeros eran para la preselección.

Hasta que llega la Olimpiada de 1976. ¿Te sorprendió que te llevaran al equipo?

Me sorprendió que me llevaran a la preparación. Cuando estaba entrenando, yo sabía que no iba a ir, pero fui captando técnica, mejorando mi estilo. A mí me gustaba el estilo de Chapó y Garbey.

Luis Felipe Martínez, exboxeador equipo nacional boxeo cubano
Luis Felipe Martínez, exboxeador cubano que ganó bronce olímpico y plata mundial. Foto: Leonardo Ruiz

Garbey, con quien peleaste varias veces.

Tres veces. Le gané dos y perdí una. El problema de Garbey era que no les sabía pelear a los zurdos. Después me bajaron de peso y en los 67 kg combatí con Correa, quien me ganó.

No pensaba ni ir a las Olimpiadas, pero me fui preparando, y siempre estaba en el grupo de los olímpicos. Me iba a correr con ellos y así. Aquello me sorprendió.

Cuando terminamos la preparación, siempre hacíamos una competencia antes de ir para el Mundial. Fue en la Ciudad Deportiva y me dijeron que iba a enfrentar a Garbey. Fue magnífico, una pelea lindísima, y me dijeron que subiera de peso. En mi peso estaba Alejandro Montoya, y me dije: esto es para eliminarme. Le gané a Montoya y me llevaron en 75 kg.

Fui a Montreal y alcancé la medalla de bronce. Cuando voy a discutir con el soviético (Rufat Riskiyev) en la semifinal, Alcides me decía que girara para la izquierda y no pegara mucho. Me di cuenta de que casi todo el mundo pensaba que me iban a meter nocaut, porque el tipo había matado a todos. Pero fui yo quien le dio golpes al tipo. Cuando llego a la esquina, Alcides me abraza y dice: “ganaste”. Sin embargo, dieron vencedor, 3×2, al soviético. Bueno, aquello se puso en candela. Yo lloraba, porque me quitaron la pelea. Yo venía triste. La gente me decía que había peleado bien. Cuando llegué a Cuba, me estaba esperando Fidel Castro en el aeropuerto. Me puso la medalla y me dijo: “usted ganó su pelea”.

Después llegó tu otro gran resultado, en el Mundial de Belgrado 1978, dos años después.

Antes fui a la Copa de Oro, que gané, siendo el más técnico, y después fui a un torneo de preparación muy fuerte, por un cinturón, y también lo gané.

En el Mundial peleé cuatro veces. Yo me sentía muy bien psicológicamente. Todo el mundo me decía que estaba bien, y en la última, Alcides me dijo: “no te vayas a pegar”. Ya yo había peleado con Viktor Savchenko en el preolímpico, donde me dio nocaut, discutiendo la de oro. Eso fue en Portugal. En mi carrera me dieron dos nocaut nada más, uno en La Habana y el otro, Savchenko: los dos fueron rusos.

La final del mundial fue contra él, y el entrenador le daba galletazos. Alcides me decía que no girara para la derecha. Lo seguí, y en el tercero me solté y empecé a golpearlo. Dice Alcides: “ya ganaste, peleaste bien”. Le levantaron la mano al soviético.

Le prohibieron a Alcides subir al ring de lo molesto que estaba. Cuando llegué a Cuba, yo venía con mi cabecita baja, y Fidel me dijo: “levanta la cabeza, que usted ganó su pelea”. Me dio una casa y un carro.

Después de esos eventos, todavía eras relativamente joven, pero en tu carrera sólo asistes a una olimpiada y a un mundial. ¿Qué sucedió?

Después fui a la Copa Química, fui cuatro veces al Cinturón de Oro, a los Topes Cuba-EEUU. Peleé con Christian Jakson. Me ganó allá y después le gané aquí en La Habana. Lo que sucede es que tenía que bajar de peso, y ya se venían destacando otras figuras. Yo soy del equipo del que venían Aldama, Gómez. Me retiro después de los Panamericanos de Puerto Rico del 79, pero oficialmente, en el 80. En esos Juegos Panamericanos, Garbey y yo perdimos. Hablamos, y ya estaba planificado que nos iban a retirar.

¿Qué hiciste luego del retiro?

Después me pusieron a entrenar en la ESPA, y más tarde, en la ESPA militar, porque me busqué un trabajo como operario de la imprenta. Empecé a trabajar en la imprenta de las FAR. Me captaron para ser el entrenador del equipo militar. Fui campeón de los Juegos Militares. Gané el internacional como el más técnico en Hungría, y después lo gané aquí.

También cumpliste misión internacionalista como entrenador.

Tengo cuatro misiones. Fui a Argelia, Mozambique, Níger. Fue una experiencia muy difícil. En Argelia me trataban con mucho racismo, porque ellos son musulmanes, y son muchas cosas que hay que aprender. Cuando uno te pasa por adelante hay que decir el “Salam alaikum”, y hacer reverencia, y yo seguía caminando y me buscaba líos por eso.

Siempre se ha hablado de Alcides Sagarra y de su método para seleccionar a los boxeadores. Muchas veces se decía que se solía “casar” o encariñar con los de su preferencia. ¿Fue ese tu caso?

Alcides ha sido un maestro. En el equipo nacional, cada entrenador tiene su grupo. Después se hace la reunión, y sale el mejor. Yo no era de Alcides, yo era de Sarbelio Fuentes, el segundo entrenador. Garbey era de Alcides, y yo le ganaba a Garbey, y le ganaba a todo el mundo.

¿Nunca pensaste en boxear profesional?

No. Cuando fui a Houston, en EEUU, se me acercó un hombre y me dijo: “quédate aquí, no vayas para allá a pasar hambre”. Yo miré para los lados y vi que me estaban observando, y me fui. Antes había una disciplina. Antes todo era por la patria. Ahora la gente se va y pueden virar. Antes te veían hablando con alguien, y te preguntaban quién era, y cuando regresabas, ya no salías para el otro. Era mucho el rigor, pero fue un rigor que fue bueno, porque nos mantenía en línea.

Ahora, veo que los muchachos se van, y cuando pasa un año, el chiquito viene a Cuba. Antes, no se podía virar. Alcides era muy estricto, pero fue un entrenador excelente. Él, Sarbelio Fuentes y Honorato Epinoza: como ese trío, creo que no hay.

A mí ese señor, el de Estados Unidos, me estaba ofreciendo dinero. A nosotros desde aquí nos decían que no querían que hablásemos con nadie. El tipo hablándome y yo viendo que no me vieran, porque no me iban a dejar salir más. Después me lo encontré dos veces, en New York y Atlanta. En Atlanta fue donde me metió 265 dólares.

Los tiempos han cambiado. En la actualidad, muchos más boxeadores cubanos pasan al profesionalismo.

Hay más soltura. Yo no lo veo mal. Digo que, si estás en amateur ahora, y estás cumpliendo una misión, termina tu misión, y después brinca. Para seleccionar a un atleta para que integre el equipo nacional no es de ahora pa´ ahorita. Te vienen mirando, siguiendo, etcétera. Pero, ahora la gente se va y no pasa nada.

Luis Felipe Martínez, exboxeador equipo nacional boxeo cubano
Luis Felipe Martínez, exboxeador cubano que ganó bronce olímpico y plata mundial. Leonardo Ruiz

Háblame de tu familia. ¿Tienes hijos?

Tengo tres hijos. El más chiquito es boxeador, fue campeón nacional juvenil. Ya peleó como profesional, tiene 7 peleas, en Italia. El otro está en el norte de México, y el otro en Argentina.

¿Qué crees de la salud del boxeo cubano?

No me está gustando. Primeramente, la técnica no es la misma que la de otros años. No hay desplazamiento, quieren pegar y pegar, pero no se dan cuenta de que el contrario tiene manos también. No veo el entusiasmo aquel.

En mi tiempo, se luchaba más para integrar el equipo, que ya luego internacionalmente. Ahora veo que los muchachos ganan y pierden. Perder una pelea te podía costar el puesto.

También es verdad que ahora la Federación Cubana está insertando a sus boxeadores en el profesionalismo, donde sube un poco el nivel.

Eso es otra cosa. Se destaca un muchacho, lo captan, y a los tres días ya está como profesional. Y me digo: ¿esto cómo es? Me quedo frío. Antes, para llegar, había que entrar en el ranking nacional. Tú viajabas, pero eras el dos o el tres. Ahora, lo mismo se queda el uno, que el dos. No existe el amor aquel al pueblo.

Antes, había que moverse, desplazarse, crear, sacar de paso al contrario. Todas esas cosas debe tenerla un boxeador. Hay que hacer que el contrario se desgaste. Eso lo aprendí yo en el equipo nacional. Ahora, están parados: coge y dame. Y eso sale, los golpes después salen.

¿Alguna figura del boxeo actual que te guste?

Julio César La Cruz. Ese era mi estilo.

¿Además de entrenar, luego de tu retiro, te dedicaste a otra cosa?

Soy albañil. Me busco mi dinerito a cada rato. Me gusta la albañilería.

¿Te sientes atendido en la actualidad por las autoridades?

No vamos a hablar de eso. ¿Pa´ qué? Aquí han venido una sola vez en los 15 años que llevo de retiro. Gano el precio que le pusieron a la medalla, lo que se le da a los olímpicos, pero no veo la atención. Eso hace que muchos chiquitos, cuando levanten, se pierden. Antes había un cariño. Campeón por aquí, por allá, a dondequiera que uno llegaba. Uno iba a la comisión, hablaban contigo, jaraneaban. Ahora es “¿qué usted quiere? Estamos trabajando, no podemos atenderlo”. Yo no voy a la comisión, ¿pa qué? Aquí vino un médico, me dejó un papelito después de 14 años, y con la misma, se fue. No me gustó, sinceramente. Antes había más atención, más dedicación a los atletas. Son cosas reales.

Las personas de aquí se dan cuenta. “Coño Felipe, aquí no ha venido nadie a verte”. Yo me siento bien contento con que ustedes vinieron a verme, es señal de que se acordaron de mí. De lo que hice, de mis hazañas. No es para pedir nada, pero que se vea que todavía se acuerdan de mí.

¿Cuánto gana por la medalla de bronce olímpica?

Ahora me están pagando 2500.

¿Y por la del Mundial?

No, esa no. Me pagan una sola. Yo me acuerdo que cuando estaba el comandante Fidel Castro, eso era una belleza. Donde quiera que me veía me decía: ¿cuándo te vas a batir?, ¿cómo te sientes? Ahora, nadie viene.

Un momento de tu carrera deportiva que te traiga buenos recuerdos.

Hay varios, pero uno fue cuando cogí plata mundial. Yo venía triste, porque me la quitaron, y cuando llegué, Fidel me abrazó, me dio la mano y me dijo: después hablamos. Se veía que le gustaba el boxeo, tratar con los atletas. Y con ese cariño, ¿quién se va? Al contrario. Fíjate que el difunto Adolfo Horta decía: “voy a meter lo último para coger el abrazo de Fidel”. Ahora no hay ningún estímulo psicológico. Si gana bien, y si no, tan bien.

¿Algo que usted cambiaría?

Primero, la atención de atletas, segundo, el deporte. Debe haber más desplazamiento. Hacer pensar más al contrario. Siempre hay uno que se te atraviesa.

¿Está satisfecho con su carrera?

No me siento muy contento, porque todo el mundo quiere llegar. Yo siempre soñé con ser entrenador del equipo nacional, y llegué a ser entrenador del equipo Cuba militar. He viajado bastante, aprendí a hablar francés, un poco de portugués. Hubiera querido llegar a ser como Sagarra, como Sarbelio, como Honorato, pero ya. A veces digo, bueno, por lo menos cumplí.

Algún mensaje que le quieras dejar a la afición.

Quisiera mandarles un caluroso saludo. Decirles que no he muerto, que estoy vivo, y que les mando muchas felicidades.

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Imagen cortesía de Leonardo Ruiz