A propósito de los partidos amistosos entre Nicaragua y Cuba, iniciados el pasado sábado como preparación para los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 2018, sería oportuno repasar algunos puntos de coincidencia en la historia beisbolera de ambas naciones, más allá de las estadísticas de similares matchs internacionales. Porque, indudablemente, la pelota nicaragüense tiene mucho aderezo de la gran Isla del Caribe.
Tal vez la primera gran bengala de Nicaragua fue en 1939, cuando en la segunda Serie Mundial Amateur, con sede en La Habana, el público en el estadio La Tropical aplaudió a varios estelares jugadores centroamericanos. En ese evento, los Nicas se erigieron como el equipo que le soportó la pulseada a los anfitriones y, con tres éxitos ante Estados Unidos, aseguraron el segundo lugar, pero lo más importante radicó en la exhibición del talento.
Alfredo García ganó los tres juegos de su equipo, pero contradictoriamente fue la derrota frente a los cubanos la que catapultó a la fama al lanzador José Ángel “El Chino” Menéndez, por su gran demostración. Otros que acapararon cintillos en la cita del ‘39 fueron los jardineros Sam Garth (líder de los bateadores), Calvert Newell y Horacio Solís; además de Stanley Cayasso y Jonathan Robinson, los máximos jonroneros del evento.
Desde entonces estos nombres se hicieron de notoriedad en el área geográfica y Nicaragua continuó a la zaga de Cuba en la serie de 1940, con varios lideratos para Robinson, Menéndez y Cayasso.
Mas, en el amateurismo, no fue sino hasta 1972 cuando los Nicas pudieron vencer en un partido a los cubanos. Ocurrió justo en el Campeonato Mundial con sede en Managua. Esa ocasión es aún recordada como una de las más grandes hazañas deportivas del país, cuando le arrebataron el invicto a Cuba, nada más y nada menos que contra el pitcheo de José Antonio Huelga.
A la postre los cubanos se coronaron en el evento con 16 éxitos y ese único revés, pero la blanqueada 2×0 que les endosó el abridor Julio Juárez tuvo matices míticos. Managua repetiría como sede del Campeonato Mundial en 1994, pero el home club no pudo marcar la cruz en esa ocasión ante una generación dorada de peloteros cubanos.
Aunque podría hablarse mucho más de topes y eventos para aficionados (incluso entre empresas azucareras, como ocurrió en 1981), es en el profesionalismo donde Cuba ha hecho su mayor aporte al béisbol nicaragüense. Ya en la cuenca del Caribe los nuestros habían sido los embajadores del deporte creado por los estadounidenses, y en 1948 Juan Ealo (ex gran inicialista del club Fortuna amateur y de la selección nacional) se convirtió en el primer técnico cubano en dirigir en ese país.
Pero al dictador Anastasio Somoza no le gustó que su novena perdiera contra México y mandó a cesar el contrato de Ealo. Sin embargo, este fue solo el primer embajador, pues a partir de 1956 la importación de jugadores desde la Mayor de las Antillas hizo posible el surgimiento allá de la primera liga rentada.
Ese fue el año de la llegada del gigante Roberto Ortiz, ex big leaguer con los entonces Senadores de Washington y de gran fama con el Almendares cubano y los Diablos Rojos de México, para jugar y dirigir el club San Fernando. Además, su hermano Oliverio alineó con los Indios de Boer.
En los inicios de la Liga, los primeros equipos estaban repletos de cubanos, por lo cual pronto tomó popularidad y aumentaron los contratos foráneos. Pero la política volvería a interferir: el atentado realizado contra Somoza no permitió la conclusión del primer campeonato y los contratados —literalmente— huyeron al decretarse el estado de sitio por el poder política del país.
Un poco después, el 16 de febrero de 1957, el Estadio Nacional de Managua inauguró su sistema de luces y, para el primer partido nocturno en aquel el país, se hacía imprescindible la presencia de jugadores de prestigio y los cubanos fueron los convidados.
Contra una nómina compuesta por Edmundo Amorós, Pedro Cardenal, Ángel Scull, “Willy” Miranda, Antonio “Tony” Taylor, “Panchón” Herrera, Carlos Paula, Camilo Pascual, Vicente Amor y Enrique Izquierdo no hubo chance para el equipo Cinco Estrellas, que cedió por nockout 1×14.
Ese mismo año el equipo León adquirió a los cubanos Amado Ibáñez, René González, y Orlando González —casi todo su infield—, más los servicios del gran Conrado Marrero. Mientras, el San Fernando adquirió al lanzador Roberto Fernández Tápanes, en lo que marcaba una gran relación con la franquicia de los Cuban Sugar Kings.
El Boer, por su parte, tuvo al villareño Pablo García y al habanero “Tony” Campos; y el Cinco Estrellas, al primera base cienfueguero “Chiquitín” Cabrera (líder bateador de 1957) y luego al manzanillero Pedro Almenares del 58 al 60, también al pitcher zurdo Silvio Castellanos. Además, en otros clubes un poco antes habían estado “Ray” Gavilán, Lázaro “Lacho” Rivero e Hiram González.
Hasta 1960 duró esa primera liga profesional en Nicaragua. Luego, con el pasar de los años, otros técnicos cubanos colaborarían con el desarrollo beisbolero en Nicaragua, como el caso de Emilio Cabrera, Antonio “Tony” Castaño; u otros que llevaron el gallardete de campeones nacionales a sus equipos, como Germán Mesa, bicampeón con los Tigres de Chinandega en 2013 y los Gigantes de Rivas en 2016, Jorge Fuentes (Tigres de Chinandega, 2006), Lourdes Gourriel (Indios de Boer, 2008) y Juan Castro (Indios de Boer, 2014).
Por supuesto, fuera de los títulos también hay más técnicos. Recientemente tres de los cuatros managers eran cubanos, a Germán se le sumaban otros industrialistas como Juan Padilla (Boer) y Rey Vicente Anglada (Tiburones del Oriental).
Queda claro, este tope de preparación en el camino a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla 2018 es apenas la punta del iceberg. Los lazos beisboleros entre ambas naciones cumplen ya casi ochenta años. Sirva este trabajo para refrescar la memoria de quienes —comentaristas y aficionados— parecen haber descubierto, con las transmisiones de la televisión cubana, que en Nicaragua en se juega béisbol, y que en ello Cuba tiene buena dosis de responsabilidad.