Daniel Simón lleva el baloncesto en vena. Por herencia y por amor. A los cuatro años tomó por primera vez una pelota en la sala de su casa y su padre, el reconocido basquetbolista guantanamero Roberto “La Piedra” Simón, le preguntó si quería jugarlo. “Claro que quiero”, contestó él.

Empezó a entrenar con niñas, porque su papá dirigía el equipo femenino de La Lisa, y a los seis años pasó a jugar con los varones del 11-12, por lo que participó mucho en categorías inferiores y a veces acusaban a su escuadra de hacer trampas, pues pensaban que Simón estaba pasado de edad.

Luego vinieron la Eide, los Metros, Capitalinos, la mala suerte y las decepciones en la preselección nacional, hasta que finalmente consiguió un contrato en el extranjero.

El camino de la piedrecita

“Siempre crecí con el aquello de que la gente decía que mi papá había sido el gran basquetbolista”, cuenta Simón, sentado en el borde de un muro en la Ciudad Deportiva capitalina.

“Yo no lo pude ver, pero cuando andaba con él lo reconocían y eso me gustaba y quería saber por qué era… Y eso me motivó. Todo lo que se hablaba en la casa era de baloncesto. Se podía regañar con cualquier cosa, pero con el deporte no se castigaba. Si hacías algo mal, era otro el castigo. Empecé muy temprano y eso me sirvió mucho, porque cuando llegaba mi año tenía más experiencia. Me favoreció, pues me permitió ser el mejor de la categoría”, cuenta.  

Pasó seis años en la Eide, y aunque le costó adaptarse en un principio, supo caminar con firmeza para vencer esa etapa de formación.

“El primer año fue muy difícil. Aparte de que te cogía el proceso de adaptación, resultó complejo, porque era un niño muy noble. No tuve la infancia esa de mataperrear y estar en la calle, lo mío era solo baloncesto y todo era más rápido de lo que yo pensaba”, rememora.

Daniel Simón
El pívot capitalino Daniel Simón afrontará un nuevo reto en tierras bolivianas, donde vestirá los colores del Club Saracho por los próximos dos años.

“De ahí salí casi directo a Metropolitanos. Eran los quince de una prima mía en Holguín y no se lo dije al entrenador de Capitalinos, regresé a los cuatro días y me dijeron: ‘Incorpórate a Metros’. Eso me creó un pique interno y me decía: ‘Cuando juegue contra Capitalinos tengo que hacerlo bien’, y los mejores partidos que tuve fueron contra Capitalinos”, dice.

Su rendimiento hizo que más adelante, Raynel Panfet lo quisiera siempre en sus equipos. Ahora lleva un suéter azul del conjunto más importante de la capital, pero no siempre fue así.

“Llegué a Capitalinos de una manera extraña. Era juvenil y Panfet me preguntó: ‘¿Tú puedes estar en todos los equipos en que yo esté?’, y como niño al fin le dije que sí y me contestó que tenía que demostrarlo. Pasaron los días, los entrenamientos estaban andando y me incorporé a entrenar.

“Mucha gente no apostaba por mí, porque en aquel tiempo era un gordito que no tenía nada, solo deseos de jugar baloncesto. Pero Panfet siempre confió en mí y me decía que yo iba a participar. Incluso en mi primer año fui el jugador que más minutos acumuló y el único que pudo estar los 32 partidos que ganamos”, cuenta.

¿Qué recuerdas de aquellos inicios en Capitalinos?

Era un equipo lleno de estrellas para mí. Admiraba a todos: Orestes Torres, a Luis Alberto «El Goyo» Hernández, que me enseñó mucho y ha sido mi padre en el baloncesto, Allen Jemmott… y tener una responsabilidad ahí me impactó. Es algo que se me ha quedado para toda la vida.

Hicimos tremenda preparación, también en la playa… Me gustó mucho, porque me considero un jugador de entrenamiento y me tracé una meta: ‘No me voy a poner una camiseta de Capitalinos hasta que me digan que estoy en el equipo’. Iba a practicar con pulóveres de otra cosa, trajes de Metros y Panfet me regañaba y yo decía: ‘Quiero ser azul cuando esté en el conjunto’. Cuando dieron la nómina… ¡Baff! Eso fue una de las alegrías más grandes.

Ese año, se destacó en el Torneo Nacional de Ascenso (TNA) y posteriormente ayudó a Capitalinos a conquistar el cetro de la Liga Superior de Baloncesto.

“Me fijaba mucho en Jasiel Rivero. Veníamos de la Eide y sentía que lo que hacía me servía a mí. A veces él me decía: ‘Estoy asustado’, y yo pensaba: ‘Pero si eres el mejor de la Liga, cómo voy a estar yo’. Después él llegaba y metía 20 puntos. Eso me impactaba mucho.

“El Goyo y Allen Jemmott también hicieron que tuviera una liga excelente. Jemmott me regañaba cantidad, por todo. Era un perfeccionista, pero si él me lo señalaba es porque tuvo resultados y quería que yo los tuviera. El Goyo me calmaba bastante y me pegué a él porque la gente decía que jugaba parecido a mi papá”, explica.  

Los playoffs y la final ante Ciego de Ávila

Tras una campaña en la que fue importante en la etapa regular, Daniel Simón se vio sorprendido ante el cambio de estrategia de Panfet en los playoffs.

“Hizo una reunión en Santiago de Cuba, antes de empezar el playoff y preguntó cuántos habían jugado finales de Liga y ahí me di cuenta de que estaba en Capitalinos: todos levantaron la mano menos Pedrito (Roque) y yo. Nos dijeron que habíamos cumplido. Había tenido muchos minutos, hicieron una rotación y me dejaron en la banca, insistí para que pusieran y me pusieron muy poco.

“Al acabar le dije a Panfet que quería jugar. Me sentía con la disposición y me había preparado todo el año pa eso. De tanto decirlo, me puso cuando Justiz tenía cuatro fouls y le saqué la quinta falta. Entonces le dije: ‘¡Viste como me tienes que poner!’, él se echó a reír y entré de nuevo en la rotación”, recuerda.

En la final esperaba el eterno rival de La Habana: los Búfalos avileños. La mayor rivalidad del baloncesto cubano tendría otros capítulos de impacto.

“Antes de la final hablé con Panfet y le dije que quería jugar. Y la serie fue increíble. Ganamos dos juegos aquí y fuimos para Ciego pensando que íbamos a ganar y perdimos dos, no sabíamos qué hacer… Panfet nos reunió y dio una charla realmente emotiva que a mi me llegó al corazón, porque se sinceró tanto que eso me chocó y dije: ‘Tengo que salir a la cancha a dar todo’.

“Es cuando El Goyo volvió a inlfuir. En una acción sacó de circulación a William Granda, que nos estaba matando y el equipo levantó. Jasiel explotó de nuevo y regresamos 3-2 para acá, a jugar en La Mariposa. Cuando veníamos en la guagua por Boyeros y Camagüey creo que se sentía la bulla de la sala. Iba hablando con Jasiel, comentándole que me habían llamado para decirme que el Fajardo estaba lleno. Todo el calor de la gente nos hizo sentirnos tan bien que ya sabíamos que íbamos a ganar. Era impresionante. Y obtener el triunfo fue como un alivio”, evoca.

¿Cómo vive esa rivalidad con Ciego de Ávila?

Cuando ves que te gritan desde que te bajas de la guagua, ves la importancia que tiene el juego. Crecí viendo a Haití caerles a canastas a La Habana, vi a Jasiel meter muchos puntos y no ganar, al «Chino» Lavastida. La rivalidad existe. Me ha subido la presión tras perder contra Ciego, fiebre, temblores, no me baja la comida… ¡Imagínate cómo es la rivalidad!

El equipo Cuba: Un sueño que se quedó a punto

“A los 18 años entre al equipo nacional”, recuerda Simón. “Fue una meta cumplida, compartía con Jasiel, Justiz, «El Papa» Haití, y era una manera de elevar el nivel. Estaba muy bien. Daniel Scott era el entrenador. Se dio un viaje a China, lo informaron y tres días antes de la salida se me inflamó un ganglio y la doctora me dijo me iba a salir una infección. El día antes de que dijeran el equipo me salió un grano en la cabeza y era la varicela.

“Después volví a la preselección. Empezó la TNA y por estrategias técnicas me decían que tenía que entrar como revulsivo y no me sentía muy bien con eso. Había estado el año anterior entero y ya estaba en la preselección nacional. Eso marcaba. En el torneo me luxé la muñeca y fue un año de parón. Me llamaron y dijeron que hacía falta mi plaza para que viajaran unos muchachos. Me tenían que dar la baja por lesión, cuando luego podía seguir jugando».

A pesar de todo, le quedaría otro capítulo amargo, que esta vez no acabó en lesión y empezó a trazar el camino futuro en el que desembocaría su carrera.

“Más tarde me llamaron para que fuera de invitado, pero estaba desmotivado. Sin embargo, los entrenadores no eran los mismos y volví. Se presentó de nuevo un viaje a China, estaba abriendo regular con Cubillas y dijeron que debíamos hacernos pasaporte. Yo tenía, pero me lo hice y vi caras nuevas también haciéndolo. Entonces le comenté a Maritinto: ‘No voy al viaje. Tú verás’. Y la excusa que se me dio fue que no era matrícula de la preselección nacional y que el pasaporte no se había hecho a tiempo. El equipo lo conformaron y todo el mundo se quedó impresionado. No veía la manera de que me dejaran fuera. Aparecía en la reserva.

“Salí a recorrer todo el malecón del insulto que tenía. No entendía. Al otro día hubo entrenamiento y me orientaron jugar por Capitalinos ante la selección. Lo hice con tanta rabia que todo me salió bien y le ganamos al equipo que iba a China. Mi papá estuvo en ese juego, recuerdo que cuando se acabó lo fui a abrazar y me eché a llorar, porque para mí esa ha sido la decepción más grande que he tenido. Lloré porque no entendía, pues era una cosa que pensaba que me había ganado”, explica.

Tras esa triste experiencia, el amor al baloncesto lo hizo seguir adelante, aunque fuera de la cancha las cosas no iban bien en la familia.

“Fui a la TNA. Tenía a mi abuelo con cáncer y se puso grave. Hablé con él y me dijo: ‘Tranquilo, Daniel, todo va a estar bien. Sal y juega’. Fue difícil jugar, porque él estaba enfermo. Fui uno de los mejores jugadores del torneo, conseguí muchos doble-doble, realmente Eduardo Moya me preparó muy bien ese año. Cuando clasificamos, Moya hizo una reunión para comunicar que yo debía venir para La Habana.

“Cuando llegué, vi a mi abuelo. No me reconoció. Al otro día me dijo: «Busca una máquina para que me peles y me arregles. Y cuando regresé vi que estaba a punto…”, cuenta Daniel Simón con lágrimas al borde de sus párpados.

Luego, vino el parón por la Covid y el básquet continuó siendo su refugio. Aprovechó el tiempo para prepararse y no perdió la forma, lo cual lo hubiera puesto en ventaja si hubiera decidido volver a la preselección.

“Durante la Covid me volvieron a llamar y le comenté al profesor Moya lo que había pasado anteriormente y le dije que quería ir; pero les pedí que me dieran la certeza de que iba eliminarme como matrícula y que no iba a preparar a otros jugadores… Fui el primer día, no sentí que pudiera a ser diferente y no fui más.

“Me sentía mal estando en un lugar sabiendo que no voy a luchar por un puesto. Tras esta Liga recibí la propuesta y no es que no vaya porque no quiero, pues representar al país es lo que desea todo el mundo, pero en estos momentos las metas no son afines. Entonces mi objetivo se convirtió en salir a probar otro básquet y seguirme preparando», sentencia.

¿Cómo es la vida diaria de un basquetbolista en Cuba?

El día a día cada cual lo tiene diferente. Si estás en la preselección nacional no tienes vida. Si lo haces por la calle entrenas dos o tres horas, yo mismo hago en ocasiones hago sesiones extra y más tarde salir a buscar lo que toda persona necesita para la casa, preocuparse por que tus padres no hagan una cola. Como capitán he podido conocer más a los muchachos y muchos trabajan o hacen otra cosa aparte del baloncesto, después del entrenamiento. Muchos faltan a prácticas, porque tienen que resolver algo o trabajar.

¿De qué forma se puede mejorar el contexto actual?

Hay muchos problemas que son a nivel de país. Algunas cosas se entienden, otras no. En ocasiones lo único que necesitamos es el mínimo para entrenar: balones y aro. La gente me dice: ‘Tú estás jugando, haciendo lo que te gusta’. Pero no están viendo las condiciones que tiene uno para entrenar. Ahora mismo Capitalinos no está entrenando porque no les ponen los aros en la Fonst y nadie sabe por qué. Entonces la gente se busca un contrato para ir a jugar afuera y evitar pasar trabajo, pues es la única manera de salir adelante.

Todo se puede mejorar. Para mí Cuba es un ejemplo: cosas que no se pueden lograr en otros países aquí se logran sin nada. Hay muchos jugadores con talento y lo que se puede hacer es insertarlos fuera a la mayoría. No negar posibilidades, como he visto.

Confiesa que en su tiempo libre juega videojuegos y comparte con los amigos, pues no es muy callejero. Ante la pregunta de qué jugador es el más difícil de enfrentar dice entre risas: “Te diría Jasiel Rivero, pero si él ve esta entrevista se va a creer cosas», comenta y vuelve a sonreír.

“El Papa es muy difícil, pero ya lo conozco mucho, porque Panfet nos ponía a analizarlos. Los jugadores con movilidad y los tiradores me cuestan un poco. Pero hay uno que es un dolor de cabeza: Jaca, no me gusta defenderlo. Es una gran persona dentro y fuera de la cancha, pero uno dice: ‘¡Ño, de madre!’, porque lo hace todo y juega siempre duro”.

¿Los momentos más felices?

Ganar en el 2015 fue un momento top, me preguntas y no se cómo describirlo. También cuando viaje con Capitalinos a un torneo de Fiba Américas. Fui con Osmel Oliva que nunca había jugado con él y es otro gran jugador».

¿Y lo más triste?

La pérdida de mi abuelo. Una de las cosas por las que uno juega es por su familia y estar logrando cosas y que él no esté presente, duele mucho.  

Ahora Simón tiene el reto ante otra meta cumplida. Ya es jugador del Club Saracho, en Bolivia. La oportunidad para crecer y conocer otro baloncesto, siempre con un sueño presente.

“Pensaba que se daría más temprano. Este resulta otro nuevo paso para mi carrera y mi mejoría. La aspiración máxima es llegar a una liga que sea influyente, salir adelante y encontrar el camino que me lleve de nuevo a la selección, porque es un sueño que tengo desde niño”, afirma.

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Imagen cortesía de Play-Off Magazine