La pelota cubana, o mejor, quienes deciden sobre la pelota y en otros campos de la vida en Cuba, cometieron un grave error al querer borrar la leyenda de Antonio Pacheco y otros peloteros: subestimar la memoria de los aficionados, los verdaderos depositarios de la historia del juego, los que nunca olvidan.

La enésima falta contra uno de los mejores peloteros de la pelota amateur en Cuba -que su número no aparezca sobre el banco del Guillermón Moncada- ha sido criticada en redes sociales, de seguro en las casas de los seguidores, entre quienes tiene la perspectiva real -no la hueca, la de instrumento político-, de cuánto representa verdaderamente el pasatiempo nacional para los cubanos.

Primero, muchos vieron con malos ojos su decisión de hacer una vida fuera del país; ya lo excluyeron del Salón de la Fama en el cual debió estar desde su refundación; ahora su número no engalana el estadio que fue su casa: pareciera que lo siguiente, sería borrarlo de todos los libros de récords y números de la pelota cubana.

Pero el “olvido” no es más que una estrategia vana cuando quedan los diarios, las fotos, las cifras, los momentos legendarios, esos instantes que definieron a Antonio Pacheco como el Capitán de Capitanes, y cuando los aficionados y sus compañeros defiende un legado.

Pero es una vergüenza extendida, de años, cuando el Salón de la Fama del Béisbol cubano, en donde debería estar también, fue objeto de polémica desde su refundación: entre los 10 primeros exaltados en esa etapa quedó fuera Antonio Pacheco, con credenciales suficientes, pero que decidió emigrar, algo que no sentó bien por la connotación de su figura.

Desde “arriba”, además de no aceptar que un proyecto así quedara lejos de su control, tampoco iba a tolerar la exaltación a este de atletas como él, quien un día decidió seguir su camino en libertad.

En aquel momento, fueron elevados Amado Maestri, Esteban Bellán, Camilo Pascual, Orestes Miñoso y Conrado Marrero, y de la etapa posterior, Omar Linares, Orestes Kindelán, Luis Giraldo Casanova, Antonio Muñoz y Braudilio Vinent.

Braudilio Vinent, en un dialogo con la revista OnCuba News,  ratificó su postura con respecto al ingreso de uno de los grandes beisbolistas de todos los tiempos, Antonio Pacheco, quien no vive en la Isla.

“¿Qué opinión le merece la postura que defiende la no inclusión futura de hombres como Antonio Pacheco, por ejemplo?”, le preguntó el periodista Aliet Arzola a Braudilio, quien fue durante muchos años lanzador de cabecera en los equipos de su provincia y de Cuba.

“Yo he hablado de eso ya. Dije hace unos meses que Pacheco no ha traicionado a nadie y lo reafirmo. Está por allá, pero nunca ha dicho nada en contra de Cuba, ni ha traicionado. Ya por lo menos estuvo en Santiago, le vi feliz, contento”, afirmó.

“Él merece tanto como otros estar en el Salón de la Fama, espero que algún día eso se resuelva. Hace años ya, cuando me exaltaron a mí, creo que Pacheco también cabía. No voy a decir que fulano o mengano no debían estar, porque cada cual tiene sus méritos, pero Pacheco cabía, seguro”, añadió el inolvidable serpentinero que hoy peina canas.

Pero al reclamo de Vinent se han unido muchos en redes sociales, en espacios públicos, en peñas: Pacheco debe estar en el Salón, en el estadio Guillermón Moncada: es más, debería tener hasta una estatua fuera del estadio, como decía un aficionado en redes.

Nadie puede borrar su jonrón contra Pedro Luis Lazo en un playoff decisivo; o el estacazo que le dio a Lázaro de la Torre un 2 de febrero de 2008, con el cual el entonces veterano de 44 años dejó al campo a sus rivales, en un Juego de Las Estrellas de los Veteranos.

Pueden quemar los libros si quieren; pueden olvidar a Pacheco, a El Duque Hernández, Yulieski Gurriel, Aroldis Chapman o Pito Abreu; pueden dejar de hablar de Grandes Ligas y hasta no mencionar las hazañas de Arozarena en el último playoffs de MLB; pueden aplazar un Salón de la Fama por miedos ajenos; pueden “jugar” a nombrar al beisbol patrimonio con todos esos olvidos dolorosos para usarlo como instrumento de propaganda; pero no pueden borrar algo mayor: la memoria y el cariño de los aficionados, el pasado de un juego que no es patrimonio de nadie.

Por más que se le ignore, o se pretenda minimizar su influencia; Antonio Pacheco representa la imagen del éxito, la esperanza y la nostalgia por los tiempos pasados, el orgullo de un pueblo que se creyó -y al que le hicieron creer-, que en Cuba se jugaba el mejor béisbol del mundo.

“Así, como durante la Primera Guerra Mundial decíamos, me siento francés, o me siento alemán, comenzábamos a decir: Soy del HABANA o soy del ALMENDARES. Luego llegó una novena de Pittsburg a dar exhibiciones en La Habana. Luego fue el triunfo de Adolfo Luque. Pero ¿Es un científico, es un poeta, es un filósofo para que lo reciban así? Preguntaba mi padre atónito a un limpiabotas de la acera del Louvre. Mire señor, respondió el aludido: usted no entiende nada de la cultura de la pelota…”, escribía Alejo Carpentier en un artículo en Bohemia, del 11 de julio de 1969.

Con el permiso de Carpentier. “Son demasiados olvidos, Capitán Pacheco, pero perdónalos: no saben nada de béisbol”.

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