Tantas medallas y sacrificios, para ahora recibir la ofensa del olvido. A pesar de los años, Guillermo Cruz, quien durante más de una década fue primera figura en su peso en el equipo nacional de lucha grecorromana, sigue inspirando respeto y hasta cierto modo puede llegar a intimidar.
Todo esto, hasta que ocurre el estrechón de manos y después, llegan las historias de tristezas y añoranzas muy similares a las de otros deportistas de su generación, una sensación que parece haberse clonado para habitar en el interior de cada una de estas glorias del deporte cubano.
Guillermo libró muchísimas batallas encima del colchón, y no solo las deportivas. De muchas salió victorioso; en otras, como las actuales, las derrotas lo acompañan, como esa de saber sus medallas tiradas en un almacén luego de haberlas entregada al museo deportivo de la EIDE Ormani Arenado. A alguien le importó bien poco el sudor de esos trofeos y hoy viven entre la oscuridad, o quién sabe si ya ni existen. Su primer trofeo terminó como pisapapeles en una oficina de la escuela deportiva pinareña, hasta que fue rescatado por su esposa.
Mientras que la visión de sus ojos comienza a fallarle, Guillermo Cruz comparte su pasado y presente en la sala de su casa, esa que le prometió un día a su madre y que tanto le costó, pues siendo un niño con sus propios ojos había visto cómo su hogar se convertía en cenizas.
“Todos los domingos íbamos a casa de mi abuela y un día, cuando regresamos por la tarde, no se veía la casa, solo el humo, pues un primo mío que tenía problemas psiquiátricos le había pegado candela. Me quedé con la ropita que llevaba puesta, tenía cerca de 3 años, la casa se quemó con todo dentro, era de cuatro cuartos, portal corrido, un chalet de campo”, cuenta.
“Viramos para atrás llorando. Mi mamá ya estaba separada de mi papá, y con cuatro muchachos. Fuimos para casa de mi abuela, que nos dijo: ‘aquí se quedan a vivir’. Ella era muy buena, muy cariñosa, murió a los 105 años sin ir al hospital y tenía 9 hijos”.
La infancia de Guillermo transcurrió en el barrio pinareño de Montequín, entre los baños en el río y las carreras de bicicleta, esa que le regaló su papá un día de Reyes Magos.
“Vivía feliz, con mi familia. Tenía tres hermanos, la familia era muy unida y mi padre era dirigente en el tabaco. Tenía vega, pero él no la trabajó. En mi casa no había corriente, solo dos o tres lámparas Coleman a las que había que echarles aire y alumbraban más que 20 bombillos de 40 watt”, recuerda.
Pese a que estaba destinado para grandes resultados, en su infancia, el deporte nunca sería protagonista. La vida de campo era su rutina diaria y fue su etapa como estudiante la que propició acercarse de manera más seria a este mundo del deporte.
“Me puse en boxeo, mi primer entrenador se llama Pedro, era profesor de Educación Física, no entrenador, pero fuimos a un provincial y alcanzamos segundo lugar. Después de la pelea, que fue dura, llego a la casa hinchado y me dicen: ‘vete de ese deporte’. Le dije al entrenador que no iba más”, dice.
“Luego, en el Tecnológico de Puerta de Golpe, fui a estudiar carpintería y llegó un entrenador de lucha que hizo un gimnasio detrás de la escuela y empecé a entrenar. A los 15 días fui a una competencia y conocí a quien realmente fue mi primer entrenador Raúl Alexis Pérez Miranda, quien me captó después del provincial y que terminé en segundo. Empecé bastante tarde, tenía 13 años y el gimnasio no tenía agua para bañarse, ni para tomar, estaban difíciles las condiciones, pero me gustaba ese deporte”, añade.
¿Y cómo asimilaba la enseñanza del entrenador?
Era muy correcto y como vio que yo tenía potencial, siempre estaba atrás de mí, era exigente con todo el mundo, pero a mí me exigía más. En la vida personal también, ese fue como mi padre. Nosotros almorzábamos y comíamos en el estadio y entrenábamos por la mañana y por la tarde en la ESPA provincial. Con 16 años me llevaron al servicio militar.
¿A pesar de estar desarrollando una carrera como atleta?
Terminé en julio las clases y en agosto me llevaron para Las Guásimas en Managua. Me habían visto los entrenadores de la ESPA Nacional porque me querían llevar con ellos, pero no se logró y a mí no me gustaba. Yo quería estar en Pinar, iba a la primera categoría, era subcampeón nacional juvenil. Les ganaba hasta a los atletas que estaban en la ESPA nacional de las otras provincias
Termino la etapa de la previa, que era de 45 días, y empiezan a darme pases, pero yo me quedaba durmiendo en la unidad porque era poco tiempo para salir. Una vez nos dieron 10 días de pase, cuando llevaba más de 6 meses sin ir a casa y mi mamá no sabía de mí. Entonces, el comisionado me dio una carta para que yo entregara en la unidad a ver si me dejaban salir, pero fue por gusto.
El jefe de deportes de todo occidente era el difunto Arnaldo Ochoa. Yo había sido subcampeón nacional y entonces me mandaron a buscar al taller, y cuando me vuelvo a presentar sale Ochoa en pitusa, botines, camisa de cuadro, sombrero y dice: “¿Usted es el soldado Guillermo Cruz? Va para el Club Deportivo Central de la FAR, -la antigua ESPA militar-, la semana que viene es el Campeonato Nacional de la FAR y vas a competir en libre y en greco. Si coges oro, te quedas, si no, regresas a la unidad”.
El entrenamiento me lo había hecho yo, que me levantaba a las 5 de la mañana a correr y hacer ejercicios. Cuando se levantaban los demás a las 6, ya había terminado. Nunca me tuvieron que llamar la atención por nada. Me llevaron para la ESPA militar, empecé a entrenar y fuimos al nacional. Cogí oro en greco y plata en libre, me quedé ahí. Arnaldo Ochoa iba a la Unidad cada 10 o 12 días al gimnasio a verme.
¿Y cómo llega al equipo nacional si estaba en el Servicio Militar?
Me captaron en 1981. Había un atleta en mi división, José Poll, que ganó 13 campeonatos nacionales de primera categoría, pero el segundo era yo, y no me hacía lo que hacía con otros atletas, me ganaba por 3 hasta 5 puntos, pero más no.
Entonces, cuando él se retira, le dice a Pedro Val: el único atleta que tú tienes aquí que sirve para 90 kilos es Guillermo. Había cuatro equipos nacionales: la ESPA Nacional, el del Ministerio del Interior, la ESPA militar que era de la FAR y el equipo Cuba. En cada división eran cinco o seis atletas, pero tenían que ir del equipo nacional a sus provincias a eliminarse y si perdías, no ibas a primera categoría. Había calidad en todas las provincias: para ganar había que luchar y todo el mundo estaba entrenando en un equipo nacional con buena alimentación.
¿Cómo era la rutina de vida en el equipo nacional?
Siempre me ha gustado la tranquilidad. Me levantaba por la mañana, si hacías mañanitas tenías que levantarte a las 5 a correr. Me bañaba, desayunaba y a las 9 tocaba el entrenamiento. La greco entrenaba doble sesión, y después hacíamos otro entrenamiento hasta la 1, almorzábamos, y por la tarde era individual. En la noche, jugábamos mucho dominó, billar, damas, ajedrez, ping pong. Todo el mundo se cuidaba mucho porque para viajar tenías que ser el primero y no era la lucha sola, en todos los deportes en general.
¿Cómo era la relación con los demás atletas?
Éramos como una familia, hermanos, y actualmente sigue siendo así. Nos vemos, nos damos un beso, nos abrazamos, preguntamos por la familia, pero arriba del colchón tenía que ganar el mejor. No había discrepancia ni nada, era otro tipo de pensamiento, los atletas pensaban de otra forma.
Fue un recorrido largo dentro del equipo nacional largo. ¿Cómo recuerda esa etapa?
Fue una de las mejores etapas, porque tuve que sacrificarme para lograr todo lo que logré, nadie me regaló ni me han regalado nada hasta ahora. He tenido que luchar para lograr lo mío. Ya estando en el equipo nacional, era el primer hombre y empezaron los viajes. Nosotros fuimos a Estados Unidos siete veces y la primera vez que fui, ya tenía 16 años para 17.
¿Se reunían con ustedes antes de cada uno de esos viajes para Estados Unidos para darles alguna indicación?
Sí, cuando ibas a cualquier viaje -cuando era para Europa no-, porque todos estos países, eran socialistas, pero con Estados Unidos era diferente. Aparte, era militar, y todos los entrenadores se reunían con nosotros para explicarnos cómo comportarnos.
En ese tiempo, los atletas no se quedaban, nadie desertaba, la gente iba y regresaba. Nos pagaban allí por cinco días unos 10 dólares, dos pesos diarios. No iba al mercado, me quedado durmiendo y viendo baloncesto.
¿Era complicado competir en Estados Unidos? ¿Recibieron ofertas para quedarse?
Es que era otra etapa, ahí no se veía eso. Con los atletas americanos y del mundo nos llevábamos bien, como hermanos. La lucha en el mundo es como una familia, llegaba a cualquier torneo y los atletas que me conocían de otros países me abrazaban. Aquí en Cuba sigue siendo una familia, aunque ya esto ha cambiado un poco.
¿Nunca sintió que quisieran imponer otra figura por encima usted?
Sí, ya estando en el equipo nacional, sale un atleta de provincia Habana, Reinaldo Peña y me ganó en una competencia, fue una primera categoría y lo proponen para que sea el primer hombre. Después, viene el Torneo Internacional Granma y le gané. Gané siete torneos internacionales Granma seguidos, y cogí dos platas y un bronce. Cuando estás en el equipo nacional no puedes irte sin medallas.
¿Qué le llevó a ese sacrificio por el deporte?
Tenía una meta que tenía que cumplir y la logré, que era tener esta casa. Quería tener una casa para la madre mía. Cuando los Juegos Panamericanos de Indianápolis, el Comandante [Fidel Castro], dijo que a todos los atletas que tuviesen necesidad de vivienda, había que darles una.
Fui al Panamericano [1987] y todos los que cogían medalla de oro antes que yo venían a enseñármela, pero les decía: “no me la enseñes, que voy a ganar la mía”.
¿Cuánto significó esa medalla?
Fue la que más luché. Entré contra el americano, a quien siempre ganaba, pero me sorprendió con un movimiento y conté todas las luces del techo del gimnasio. El combate estaba 6×0, pero era a dos tiempos, pero gané 16 x 6. Él estaba con su familia, me conocían, y cuando terminó el combate me abrazaron. Todavía, me manda saludos con un entrenador de aquí.
Esa medalla la tengo guardada, fue la única que no se me perdió. Aquello fue en 1987, ¿y cuando fue que me vinieron a dar la casa?: en 1990. Yo estaba preparándome para la Copa del Mundo y estaba “fajado”. Entonces, Lucio Bencomo, que era el Primer Secretario del Partido en el municipio, me dijo: “Guillermito, vete para allá a entrenar que cuando tenga la llave de su casa yo te llamo”.
¿En ese período no se cuestionó dejar el deporte, no se desmotivó?
No, porque tenía que seguir luchando, porque ya no era la casa. Quería que me dieran un carro. Fui el mejor atleta de la FAR, estuve entre los 10 mejores atletas de Pinar del Río varios años, tenía una trayectoria, porque tenía medallas en esas Copas del Mundo, había ido a Grand Prix, había estado en una Espartaqueada de Ejércitos Amigos y había logrado oro.
Hablemos de su última etapa en el equipo Cuba. ¿Siente que pudo haber estado más de tiempo?
Podía haber ido al Panamericano de La Habana. Estaba en 90 kilos, tenía que eliminarme con Peña, pero yo estaba mejor que él. Estaba preparándome bien, pero Pedro Val, que era entrenador de mi división y de 100 kilos, me dice: “Guille, tienes que pasar para 100 kilos para ayudar a Héctor Milián porque el que estaba en 100 kilos se lesionó”. “Entonces, ¿qué opción tengo yo?”. “Tranquilo, ayuda a Milián”, me dijo.
Empezamos en 100 kilos, estaba con él todos los días. Hacen un tope de control y le gané en 100 kilos, yo era 90. Quien único le ganó a Milián en Cuba fui yo. Luego me dicen que él que iba a los Panamericanos era él y Peña en 90kg. Les dije que era una falta de respeto.
En los 90 kg, fue a los Panamericanos un luchador a quien le gané sietes veces, Randy Couture [leyenda de la UFC] y le ganó a Peña.
Ya después de los Juegos me retiré, dije que no iba luchar más. Me fui del equipo nacional, pero me retiré en 1993.
¿Fue una decisión personal?
Le dije a Pedro que no iba a entrenar más. Estaba decepcionado, tenían que haberme llevado a mí a los Panamericanos. También me hicieron otra mala en 1990 para los Juegos Centroamericanos en México. Me dijeron que iban a llevar a Juan Carlos Veliz, un holguinero amigo mío, a quien habían sacado del equipo nacional por baja calidad deportiva anteriormente. Eso fue como 15 días antes de la competencia, recogí las cosas mías del entrenamiento y me fui para Río Cristal.
Regreso al Cerro Pelado por la tarde, al otro día me levanté y fui a desayunar y en eso venía el Moro y me dice: “Guille, tienes que entrenar, porque el atleta seleccionado en 100 kg no puede ir porque suspendió las pruebas. Vas en 100 kilos”.
En México hay altura, competimos en un décimo piso, cerca de un Tepito donde venden cantidad de cosas, pero aquí en Cuba nos decían los jefes: “ahí no pueden ir”. Fuimos al lugar y cuando llegamos, ¿quién venía saliendo? El presidente del INDER, con un ventilador. Al vernos, se quedó frío.
Después de un recorrido tan largo, ¿cómo fue ese adiós?
Fui muy sacrificado. Un amigo, de Villa Clara, me decía: “no te vayas, espera a que te boten. No me llevaron a los Panamericanos de La Habana, pero yo estaba ganando, yo podía haber seguido, pero veía que no me estaban tratando como tenían que tratarme, me sentí mal. Me fui por mi voluntad, a otros los sacaron, porque, aunque no me llevaban ellos, sentían respeto por mí, porque hice cosas que nadie las había hecho en mi división de 90kg.
¿Sintió que lo respetaron como deportista activo?
Parte sí y parte no. Por ejemplo, tenían que haberme llevado a mí en 90 kilos a La Habana 91. Pedro me falló completo, me prometieron y nunca cumplieron conmigo.
Nunca me dieron un módulo deportivo, nunca me dieron nada estando retirado ni se acordaron de eso. Eso yo lo hablé en una reunión aquí: no nos mandan nada, nos tienen tirados al abandono.
Tras esta etapa como deportista, ha desarrollado una carrera como entrenador. ¿Qué tal ha sido esta experiencia?
Regresé a la provincia, estaba estudiando licenciatura en Cultura Física. Me pusieron de jefe de los entrenadores de la lucha greco de la primera categoría y me puse a trabajar con Omar Miranda y Francisco García, en el Motel Deportivo. Ese año fuimos a la primera categoría y fuimos terceros en Santiago de Cuba.
Me costó trabajo adaptarme, porque pensaba que era atleta también, discutía con todos los árbitros hasta que fui adaptándome a la vida de entrenador. En la primera categoría logré buenos lugares, yo estaba con un entrenador de experiencia, aporté directamente atletas al equipo nacional.
¿Sintió respeto por sus atletas en esta etapa?
Los atletas míos siempre me respetaron, implanté respeto, me llevaba bien con todos los alumnos, pero el atleta en su lugar y yo en el mío, si él tenía un problema yo lo ayudaba. Por mis manos pasaron muchos buenos como persona y como deportista, tengo muchos licenciados, médicos, y estoy orgulloso de eso.
Por lo general, los atletas de lucha son muchachos de barrio, de padres divorciados, alcohólicos, entonces hablaba mucho con ellos y les decía: tienen que estudiar, porque sus madres se han sacrificado mucho por ustedes para que tengan algo en la vida, para ofrecerle algo ella para cuando termines aquí. Ninguno de ustedes puede terminar preso y si no llegan al equipo nacional, quiero que me digan: mire profe, no llegué, pero soy ingeniero gracias a usted.
La mayoría de los entrenadores que están trabajando en la EIDE fueron alumnos míos. Fui a un tope provincial con los pioneriles y sentado en la mesa mirándolos decía: estoy orgulloso, todos ellos tienen la misma estirpe que cuando empecé luchando por los muchachos para que ganen, para que le suban al atleta a la EIDE.
¿Qué recuerda de su experiencia en República Dominicana?
Yo llegué a Dominicana en el 2005 y estuve hasta el 2007. Clasifiqué a todos los atletas para Centroamericanos, las seis divisiones. Allí me llevaron y cogimos segundo lugar detrás de Cuba en el 2006, pero cuando llegan los Panamericanos de Río, yo pensé que se iba a regresar, ¿Qué hicieron? Se fueron para España, se me quedaron tres atletas buenísimos de puntería, yo no fui a ese entrenamiento, fue el otro entrenador. Tuvimos que llevar los segundos hombres y aun así alcanzamos tres medallas.
Después de esa etapa, ¿qué ha venido para usted?
No he podido viajar más nunca. Comencé a trabajar en la EIDE, pero llegó el problema de la vista. Desde el pasado año tenía glaucoma, pero se me empezó a agravar más. Cuando en la primera categoría juvenil en Santiago de Cuba, fuimos con cuatro atletas, terminamos sextos. Cuando me sentaba en la esquina no veía bien los movimientos. En Santiago recibí un golpe en el ojo, tenía las cosas dentro del closet, pensé que tenía una sola puerta y cuando subí tenía también la puerta abierta y me di, entonces el otro entrenador se hizo cargo. Posteriormente, comencé a coger certificado tras certificado, como un año, ya después me volví a incorporar.
¿Le pidieron que regresara o fue una decisión de usted?
La Comisión Nacional vino aquí y me hablaron de que estaba detenido el tema del retiro como gloria del deporte. Me hablan de que me incorpore para que gane un poco de dinero. Uno se sacrificó mucho y como ahora van a subir, ganarás un poquito más. Me incorporé, voy un rato al gimnasio, converso con ellos allí. Los atletas vienen y me saludan, les aconsejo.
Vivió como atleta otra etapa, ¿siente añoranza por aquellos tiempos?
Todos los atletas de aquella época fuimos muy sacrificados y no tenemos nada. ¿Por qué? Nosotros lo dimos todo por la patria, a veces, hablo con mi amigo Arturo Díaz, quien estuvo 15 años en el equipo nacional dando medallas y yo seguí casi los mismos pasos suyos. Estamos aquí tirados, no nos tienen en el lugar que merecemos. Le dimos gloria a este país, fuimos los que abrimos el camino para estos atletas jóvenes y cuando aquello eran países socialistas que había deporte, todo el mundo invertía en el deporte, daban dinero para el deporte.
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¿Siente que le han fallado?
Fallado ampliamente, el deportista más grande de Cuba, que fue el Comandante, creó una Comisión de Atención a Atletas para ayudar a los peloteros fundamentalmente, pero después él incluyó a todos los deportes, pero aquí hay atletas que la están pasando mal. Tengo necesidades, pero estoy orgulloso, tengo mi familia, mis nietos, pero nos fallaron a nosotros. No nos han dado lo que nosotros merecemos, fui a competencia y no me dieron un medio; fui siete veces a Estados Unidos y estoy en Cuba, entonces, ahora no pueden atender a un atleta. Ahora llegan a México y en el aeropuerto cogen por la puerta de Estados Unidos y se van por ahí mismo.
¿Dónde está la diferencia en su generación y la actual?
Lo que están buscando es el valor monetario. Nosotros hacíamos el deporte más por amor, nos gustaba el deporte.
¿Y en esta situación no se arrepiente de haber sido así?
No me arrepiento, por ejemplo, yo me iba para un viaje y a los tres o cuatro días estaba loco por virar para Cuba.
¿Su familia?
Los hijos míos son muchachos buenos, criados por la Revolución, se sacrificaron, estudiaron, pero la cosa se ha puesto muy mala. Tengo 6, cuatro míos, más los otros dos con mi actual esposa. Entonces, ellos salieron a buscar un mejor futuro.
Yo quisiera haberles dado todo a ellos aquí, que criaran sus hijos cerca de mí, que estuvieron conmigo los domingos como hacía con mi familia. Cuando niño, yo iba para casa de mi abuela, todos los nietos íbamos para su casa, y ella hacía el almuerzo y almorzábamos juntos.
¿Sigue esperando o no espera nada de ninguna institución?
A veces, yo me acuesto a dormir, y me pongo a pensar y digo: concho, de verdad que a nosotros nos han tirado a basura. Estuve un año aquí, en la casa de certificado médico, y las veces en las que hablé con el director de la escuela fue porque lo llamé. Soy militante del Partido, no me llamó la Secretaria del Núcleo, no me llamó un militante, no me llamó el subdirector deportivo y me pregunto: ¿pero he sido tan malo?
Cuando se enfermaba un compañero mío, yo iba a su casa, al hospital, llamaba por teléfono y no me han pagado igual. No sé por qué ha sido así, pero amor con amor se paga. Yo sigo siendo el mismo, no puedo cambiar. Tengo un amigo a quien le están haciendo hemodiálisis y a la semana, lo llamó tres veces.
A mis atletas, les enseñé eso, tienen que llevarse como hermanos, si tienes que darle la sangre se la das.
¿Le reconforta ver el estado de la lucha greco cubana actual?
Yo vivo orgulloso de mi deporte que le ha dado gloria a este país. A Mijain López, lo llevé con 14 años a Colombia, compitió en un escolar cuando aquello. Es un buen atleta, muy disciplinado, buen amigo.
A Guillermo Cruz le faltó cumplir el sueño olímpico.
Yo podía haber sido medallista olímpico, no te digo campeón, pero sí haber alcanzado una medalla olímpica en Seúl o en Los Ángeles. Sí fui al torneo de la amistad que se hizo en 1984 y cogí medalla de oro.
Por eso, nosotros no somos olímpicos. Lo planteé en la reunión y a nosotros nos pusieron una medalla como si hubiésemos ido a unos Juegos Olímpicos. Hice equipo en una etapa en que estaba entre los tres primeros en el ranking mundial.
¿Qué desea?
Yo quisiera que se revirtieran un poco las cosas, que la gente cambiara un poco y que se acordaran de nosotros; que nos estuvieran en cuenta, porque nosotros no fuimos a dos olimpiadas, pero nos dieron la medalla del honor deportivo que nos la entregó el Comandante en Jefe. Ese era un hombre que se acordaba de la gente. Llegamos al Palacio de las Convenciones, cuando los Juegos de Seúl. Él formó a todo el mundo y se fijó que faltaban dos atletas. “Hasta que no lleguen, no empezamos”, dijo. Eran Víctor Mesa y Luis Giraldo Casanova. Cogieron un carro y fueron a buscarlos. Cuando entraron, dice el Comandante: “están un poquito regaditos”. Ahí, nos puso la medalla del honor deportivo a cada uno.
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