Cuando todavía no había ganado sus dos títulos olímpicos y volvía al ring después de años fuera por una sanción, Mario Kindelán fue menospreciado por un directo del Inder, a quien le pidió ayuda para volver a entrenar nuevamente.
El célebre pugilista cubano no había ganado todavía sus dos coronas olímpicas de 2000 y 2004 y estaba a punto de que se venciera el castigo que lo mantuvo apartado del equipo nacional, debido a dar positivo en un control por el uso de un diurético llamado furosemida.
Mario Kindelán fue primera figura de su división en los primeros años de la década de los 90 del siglo pasado, y fue campeón de los Juegos Centroamericanos de Ponce en 1993. Hasta que, en el 95, antes de viajar a los Panamericanos de Mar del Plata, llegó su “caída”, como él lo llama.
“Apareció un grupo de médicos para hacer unas pruebas y yo estaba entre los seleccionados. El resultado dio positivo, no me lo podía creer. La Federación Internacional me aplicó una sanción de tres años sin poder competir”, contó en entrevista a este medio.
En el año 98, faltándole un mes para cumplir los 3 años de sanción, Mario se dirige a un directivo del INDER, pues estaba necesitado de implementos deportivos para entrenar.
“Desde el año 87 hasta al 98, el tiempo que llevaba en el deporte, nunca había ido al INDER a absolutamente nada, y ese organismo jamás en la vida visitó mi casa, ni visitó mi familia, nada. No teníamos ninguna relación”, añadió.
“En el año 98, decido ir a esa oficina del INDER, y me presentan al director en ese momento. Le digo quien soy, y que dentro de poco se me cumplía una sanción para volver a entrenar. Es cuando le pregunto si me podían facilitar un par de tenis. Me miró y se sonrió. Me puso la mano en el hombro y me dijo: ‘Mario, nosotros estamos muy contentos de que ya tu sanción se cumpla y que todo esté bien, pero los tenis que tenemos ahí en el almacén son para atletas que tengan perspectiva inmediata para el equipo nacional, ya tú eres un atleta desfasado. No, creo que no te podemos ayudar en eso’. Como no sabía lo que quería decir la palabra desfasado en ese instante, le di la espalda y me fui”, dice.
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Con la ayuda de sus padres, Mario se pudo hacer de un par de tenis para volver a los entrenamientos. En ese mismo año, fue campeón nacional, del Giraldo Córdova Cardín, de los Juegos de la Voluntad, de los Centroamericanos y de la Copa del Mundo. Quedó entre los 10 mejores atletas de Latinoamérica, a solo meses de que el director del INDER de Holguín lo catalogara como desfasado.
“Dicho director se apareció el 30 de diciembre con un ramo de flores y un búcaro en mi casa. Se encontraba felicitando a los atletas que tuvieron buenos resultado ese año. Le pregunté qué deseaba, y me dice: ‘Campeón, venimos a entregarte esto y a felicitarte por el nuevo año y por tus éxitos’. Recibí el búcaro, se lo di a mi mamá y le dije al compañero director: ‘este ramo de flores, entrégueselo a su esposa, de parte de un atleta desfasado’. Me dio la espalda y se fue”, recuerda Mario Kindelán.
Años después, aquel atleta al que llamaron “desfasado” se colgó el primero de sus dos oros olímpicos en Sídney. Cuatro años más tarde, llegó el segundo en Atenas 2004.
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