“Un vicio del pasado”, ese fue el calificativo con el que en 1961 el recién creado INDER tildaba al deporte profesional para, acto seguido, suplantarlo por una variante “revolucionaria”; el mismo INDER que al día de hoy, sin reconocimiento alguno del daño ocasionado, y menos aún lo obtuso de su política, pretende rescatar de forma parcial el otrora condenado profesionalismo ante la caída en picada del medallero cubano.

La razón, según dicen, es que en la actualidad el deporte a nivel mundial se rige por una dinámica competitiva con un marcado carácter mercantil, sostenida sobre una espiral de clubes, contratos, y patrocinadores; lo cual, si bien no deja de ser cierto, es una verdad a medias —y por lo tanto una mentira— si omitimos que dicha dinámica ya existía mucho antes de la debacle actual de deporte cubano.

De hecho, esa misma dinámica de funcionamiento fue la razón por la que se desterró el profesionalismo en primer lugar: había que salvar a los atletas de ser mercancías y objetos negociables al servicio de los poderosos que los explotaban, alegando, además, una frase de José Martí donde puede leerse la condena a “la realización de cualquier actividad atlética teniendo como única recompensa el dinero”.

Tal política era de esperar en un país que, si bien tenía una arraigada tradición deportiva, vivía una transformación profunda de su realidad de la mano de Fidel Castro, quien en 1961 tachaba como absurdo al deporte como medio profesional de vida.

Beneficiado y perjudicado a la vez por el gobierno establecido en 1959, el deporte resultó uno de los principales favorecidos en el marco de la formidable asistencia técnica y económica que, a principios de los sesenta, Cuba comenzó a recibir por parte del campo socialista. Al mismo tiempo, en la Isla se suprimía totalmente su carácter profesional.

Por entonces fueron numerosos los instructores del mundo soviético que llegaron a la Isla a fin de asesorar varias disciplinas, a la vez que sus pares isleños viajaban al este de Europa para adiestrarse en los más novedosos métodos de entrenamiento. Por solo mencionar algunos, campeones como Teófilo Stevenson y Alberto Juantorena, así como el equipo masculino de polo acuático, crecieron bajo la guía de entrenadores procedentes del Este europeo. Tal intercambio, sumado a los cuantiosos recursos que desde el estado comenzaron a destinarse al deporte, rápidamente dio como resultado su vertiginoso ascenso, traducido en numerosos triunfos en la arena internacional. Hasta la caída del campo socialista a inicios de los años 90, se estima que la Unión Soviética otorgó entre 65000 y 100000 millones de dólares a la Isla [1], de los cuales buena parte fueron invertidos por el gobierno en hacer de Cuba una potencia deportiva, pasando por la masificación del deporte, la construcción de infraestructura y la celebración de numerosos eventos en el país.

Para tener una idea de la magnitud de los recursos dispuestos, el Plan Marshall con que se reconstruyó media Europa tras la Segunda Guerra Mundial, rondaba la cifra de 13 mil millones de dólares.

El formidable boxeador cubano Teófilo Stevenson fue uno de los que recibió asesoría de instructores soviéticos. FOTO: Tomada del New York Times.

Mientras duró el dinero ajeno, Cuba vivió su mejor período en el terreno deportivo, escalando posiciones en los rankings y convirtiéndose en sede varios torneos internacionales, ello con el añadido de emplear a sus atletas como abanderados de la nueva ideología y prohibirles, con frecuencia, su participación en varios eventos por razones políticas. Los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984 y Seúl 1988, por ejemplo.

Cuando en la década de los noventa la Unión Soviética pasó de ser “la inmortal” a “la desaparecida”, era lógico suponer que el deporte no iba a estar exento del descalabro que viviría Cuba.

Los primeros efectos visibles se evidenciaron en el deterioro de las instalaciones, la falta de implementos y las deserciones de deportistas en plena competencia. En esta última “disciplina” estableceríamos un récord en noviembre de 1993, al desertar en Puerto Rico más de 40 atletas durante los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe.

No obstante, la Isla se mantuvo unos años más, a fuerza de calidad de sus púgiles y técnicos, en las primeras posiciones en gran parte de los torneos disputados, aunque ya enfilada cuesta abajo y sumando cada vez más derrotas. Sin embargo, a pesar del evidente declive, cada sufrida victoria venía a reforzar el mito, con estridente eco en los medios oficiales, de que el llamado movimiento deportivo gozaba de buena salud.

Tuvo que tocar fondo el deporte cubano, realidad tan inevitable como previsible, para que los mandamases del país se dignaran a concederle una tímida apertura.

Ciertamente, existen pocas esferas donde el estado sea más eficiente que el mercado, el deporte no es una de ellas. El mejor ejemplo lo tenemos en Estados Unidos, cuyo Comité Olímpico no recibe subvención alguna del gobierno y, sin embargo, es el ganador histórico en las Olimpiadas; tampoco tienen nada parecido a un INDER o un Ministerio del Deporte, como sí los hay en la mayor parte del mundo. El funcionamiento del deporte en el país que ostenta los torneos más atractivos y los atletas más exitosos y remunerados, lejos de depender del estado, tiene su base en la inversión privada y la filantropía de sus ciudadanos, solo posibles bajo una legislación que favorezca el desarrollo de la actividad empresarial y la creación de riquezas por parte de los individuos. [2]

Incluso, la National Collegiate Athletic Association (NCAA), encargada de amparar los torneos universitarios en la nación norteamericana, es una organización no gubernamental. Si bien no es del todo descabellada cierta intervención del estado en el ámbito deportivo, esta pasa a ser un factor indeseable cuando, en lugar de limitarse a apoyarlo, entorpece su desarrollo con trabas de todo tipo al pretender constituirse en monopolio sobre él. Especialmente al incurrir en prácticas tales como son la censura parcial de su historia o, como si de una guerra se tratara, tildar de traidores a los atletas emigrados.

Orlando Hernández, «El Duque», fue uno de los primeros y más icónicos ejemplos de migración en el béisbol cubano.

Los amagos actuales por regresar al profesionalismo resultan insuficientes en un deporte que, urgido de recursos y topes a los más altos niveles, pide a gritos una liberalización a gran escala. No pocos intelectuales y políticos cubanos, tanto detractores como partidarios del regreso al deporte profesional, lo entienden como parte de una silenciosa transición al capitalismo que a su parecer podría tener —o tiene— lugar en Cuba. Quizás allí resida la renuencia en las altas esferas a la liberalización requerida y, por ende, la lentitud y timidez de la apertura iniciada hace ya cinco años.

Hoy continua siendo un caso típico el que técnicos y atletas encuentren su sustento, no en la disciplina que practican, sino en la venta de productos adquiridos durante torneos internacionales; las posiciones en los podios siguen siendo usadas como plataforma para un chovinismo cada vez más infundado; los estadios permanecen a oscuras y cada vez menos concurridos; algún que otro púgil ante las cámaras —consciente de su papel de instrumento político— aun agradece a la Revolución por las victorias que obtuvo a golpe de esfuerzo, talento y apoyo de los suyos; y en la prensa oficial, uno de sus rostros más visibles se refiere a un deportista emigrado como excubano.

Mientras, en los Alazanes de Granma, un jugador millonario comparte la banca con otros que viven en condiciones paupérrimas. Pero ello parece no escandalizar a nuestros federativos, los mismos que posan junto a los empleadores foráneos y endosan jugosas cifras a las arcas de las instituciones que regentean. Todo indica que, en ciertos casos, el profesionalismo es deseable, pero no extensivo.

En tanto, el deporte cubano continuará su caída en picada mientras grises personajes, ya sea anclados a ideologías caducadas, o bien en pos de intereses personales, se empeñen demonizar la reinserción de un añorado —ya necesario— “vicio del pasado”.

 

Referencias

Los Cubanos. Historia de Cuba en una lección. Carlos Alberto Montaner. [1]

La enseñanza de los Juegos Olímpicos: el deporte no necesita del Estado. Vanesa Vallejo. [2]

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