Hoy en Argentina no hay crisis, no hay inflación. La bandera se refleja en lo alto del obelisco y, por unos días, la realidad se centra en solo un grupo jugadores a miles de kilómetros de Buenos Aires. Veintiséis tipos que están a punto de darle la mayor alegría del país en muchos años.

Entonces: ¿cómo el futbol puede ser algo más? ¿cómo no van a convertir en dioses a sus más grandes referentes? Llevan 36 años esperando ese momento en que el nuevo mesías levante la Copa del Mundo.

Por eso han creado una narrativa, una liturgia alrededor de la selección y de Messi, su caudillo, su nuevo “D10S”. Por eso en cada partido de la albiceleste juegan con una banda sonara que los empuja a seguir compitiendo.

Argentina llegó al Mundial con 36 partidos sin perder, un equipo que había ganado la Copa América y la Finallisima, triunfos que contagiaron de optimismo a todos. Jugadores, prensa y afición sentía que esta era su Copa del Mundo, no había razón para desconfiar.

Blindaron su cabeza, nunca dudaron de su misión. Realmente nunca, ni cuando Arabia Saudí les pegó un bofetón de mortalidad, ni cuando Messi falló un penal contra Polonia y mucho menos tras el empate neerlandés en el último minuto. Siempre se repusieron más fuertes, con una convicción casi divina que el Mundial les pertenecía.

La última parada antes de llegar a la final era Croacia. Otro equipo rabioso, competitivo, de personalidad indomable, llevado a los mandos por otro veterano irreductible, Luka Modric.

Scaloni decidió jugar con 4 centro campistas intento evitar perder en el medio y que no fueron los croatas los que gobernarán el ritmo de partido. La idea era ser capaz de robar, que los balcánicos no estuvieran todo el partido moviendo el balón. Focalizaron que la salida no fuera por derecha sino por el sector contrario a pesar de que por ahí estaba el buen pie de Gvardiol y el motor de Kovacic.

Los de Zlako Dalic durante los primeros 35 minutos jugaron su partido, tenían el balón, salían de situación de presiones agresivas, se asentaban en campo rival, fatigaban física y mentalmente a los argentinos que se veían incapaces de robar en situaciones sobre las que transitar.

La pérdida croata era de tanta calidad que nunca los tomaban a contrapié. Era un partido de mínimos como querían los balcánicos, que fuera lo más largo posible. Un partido hecho para que ganará era el que menos fallara, pero la Scaloneta también es experta en este tipo de escenario.

Messi, antes de dejar su firma en el partido para todos los tiempos, primero metió a su equipo en el juego. Empezó a generar contactos, aguantar el balón, un amago por aquí y se la doy a Enzo, luego otro amague para acá, balón a Mcalliter, para que ganara el grupo en confianza.

Tras el minuto 35´ Croacia falló, Argentina lo castigó. Fue un fallo en cadena, una mala salida, un mal achique de la última línea, unos salieron para dejar en fuera de lugar y Lovren persiguió habilitando, mientras Julián llegaba primero que todos haciendo que Livakovic le cometiera un penal de esos que se pitan hoy.

Messi aprovechó para cambiarlo por gol y de paso convertirse en el argentino con más goles en Copas del Mundo con once. Fueron minutos donde la fiabilidad croata perdió el norte.

De una falta a favor de los croatas se pasó el 2-0 de Argentina con la complicidad de Borna Sosa, incapaz de despejar un balón y de la tenacidad otra vez de Julian de pelearla hasta el final. La primera mitad terminó 2-0, con la sensación de que Croacia no había sido tan inferior. Pero en una Copa del Mundo los errores se pagan.

Para la segunda mitad, Zlako Dalic revolucionó a su equipo. Metió todos los delanteros que tenía posibles, bajó a Peresic a jugar de lateral izquierdo y quedó casi en un 4-2-4. Croacia se quitó el corsé, se subió al ring, expuso su rostro a ser golpeado con la esperanza de también poder golpear.

Estuvo cerca, en algún que otro centro lateral, pero Scaloni corrigió. Introdujo a Lisandro Martínez por Paredes, pasó a un 5-3-2 protegiendo la amplitud y ganado un hombre extra para la defensa del área.

Controló la albiceleste el empuje balcánico y en una de esas apareció Leo. El Messi de 2022 ya no tiene la zancada, ni la potencia, ni punta de velocidad de otros tiempos. Ya se escapa por aceleración para a los pocos segundos lo atrapan, es normal tiene 35 años.

Pero Leo se ha adaptado y lo que nunca ha perdido es su inmenso talento. Te gana con simples amagues, gestos corporales, te lleva a la zona donde crees que vas a ganar para luego destruirte. Eso hizo con Gvardiol, el mejor central del mundial.

Lo tomó de la mano en la banda derecha, lo sacó a la pista y lo hizo bailar un tango. El último paso de ese tango messianico lo marcó Julian para el 3-0.

Argentina llega a su sexta final, con los muchachos ilusionados, y al Diego viéndolo desde el cielo, con DON Diego y con La Tota alentado a Lionel. El pasaje a la inmortalidad lo pueden comprar el domingo en Doha.

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Imagen cortesía de AP