Hace unos días, un episodio en las competencias de vela de los Juegos Escolares Nacionales me recordó a “Los campeones”, aquella entrañable aventura de la televisión cubana, que tuvo el mérito de mostrar el daño que pueden causar los directivos burócratas y corruptos, sin importarle la niñez, el futuro o la justicia…

Me refiero al personaje de Teodoro, comisionado amigo de sus amigos, muelero y arbitrario. Aquel cacique de poca monta, interpretado por el gran Leonel Valdés, hacía una barbaridad tras otra en las categorías infantiles, y sus víctimas, con resignación e impotencia, se limitaban a decir: “cosas de Teodoro…”

Como en toda aventura que se respete, al final en “Los campeones” triunfaba el bien, ganaban los “buenos” y perdían los “malos”. Pero la vida no es un serial ochentero, de victorias morales y “happy endings”, y en la vida muy real es demasiado fácil truncar los sueños e ilusiones de un campeón en potencia.

Ese pudo ser el caso de Manuel Alejandro Guerra Manso, un niño cuya pasión por las velas sufrió un duro golpe en los recientes Juegos Escolares, por la intransigencia de algunos y la falta de empatía de otros.

Manuel es de Villa Clara, pero su provincia no fue al torneo de vela de los Escolares. La familia comenzó desde mayo a buscar variantes, y en Guantánamo les abrieron un cupo. Con este chance y toda su arboladura, Manuel viajó a Matanzas, sede del torneo, y a pocas horas de lanzar su bote al agua… le prohibieron competir.

Según se supo luego, en el congresillo técnico de la competencia, el entrenador cienfueguero Pedro Santana Rey señaló que el reglamento solo permite que los atletas compitan por la provincia donde estudian, lo cual no era el caso… Inflexibles, las autoridades rechazaron toda alternativa. Manuel no competiría, y punto.

Aquella bomba sacudió a la familia. Desesperada, la madre recurrió a las redes sociales: “¿Hasta cuándo se va a privar a un niño de desarrollar sus habilidades? El deporte va en picada y no es secreto para nadie, y donde hay un sueño, pues termina aplastado”, lamentó.

El asunto escaló cuando la familia de Manuel, en su frustración, publicó una foto de Santana Rey, y lo culpó por el desconsuelo del niño que, igual, no quiso regresar a su provincia y se quedó alentando a los demás. A todas luces, el golpe le dolió, pero no mató su amor por las velas, y su ilusión por competir al máximo nivel.

¿Y si no hubiera sido así? ¿Y si algo se hubiera roto para siempre? Sí, hay reglas que respetar, y el deporte también es disciplina, pero… ¿tan imposible era encontrar una solución, abrir una puerta, dar esperanza? ¿Está el deporte cubano como para darse el lujo de matar ilusiones?

El caso Manuel no trascendió en la prensa oficial, pero sí generó un intenso debate en la pequeña y apasionada comunidad de las velas en Cuba. Algunos apoyaron a la familia del afectado, otros le cuestionaron que ventilara tales asuntos, pero todos estuvieron de acuerdo en algo: hay reglas que pueden y deben ser cambiadas, y el mundo no se va a acabar por eso. Y aplica para la vela, para otros deportes, y para la vida toda…

Sin embargo, pasada la tormenta volvió la rutina, sin indicios a la vista de que algo vaya a cambiar. ¿Cosas de Teodoro? Nah, cosas del Orinoco… Que tú no entiendes, y yo tampoco…

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