“Lo que ustedes ven como un negocio, para mí es mi vida”, dice Aníbal Fernández para definir sus tantos intentos frustrados de institucionalizar la escalada deportiva en Cuba, práctica que ha sufrido en demasía desde sus inicios y que, en la actualidad, después de tantos problemas, parece estar al fin en un mar en calma.

Aníbal, en persona y a primera vista, tiene una personalidad magnética con su estirpe de rockero de los 90 y su pelo rubio. Su historia y la de esta disciplina en la Isla van tan de la mano que parecen una sola. A lo largo de su vida, ha sufrido todos los cambios típicos de nuestro país por décadas: prohibiciones, intolerancia, emigración, desprecio; incluso, prisión.

La espeleología y el camino hasta la roca

“Nunca fui muy deportivo cuando niño, era más bien de aquellos que prefieren que falte uno en el equipo de pelota antes de que me pidan a mí. Particularmente, lo que me atrajo fue siempre la naturaleza, el monte y las montañas”, cuenta.

Este amor particular hizo que Fernández no fuera ese típico niño cubano a quien veías corriendo en las calles, y cuando llegó la adolescencia, se topó con una actividad que iría definiendo de modo trascendental su camino.

“Me mezclé cuando tenía como trece años con gente de la Sociedad Espeleológica de Cuba, que exploraban cuevas verticales, tenían conocimientos de cuerdas, amarres y esas cosas. Allí había un grupito de espeleólogos, incluyéndome a mí, que había empezado a interesarse por la escalada deportiva en roca, ya que venía aumentando su popularidad a nivel mundial”, recuerda.

La curiosidad, la necesidad de la adrenalina y de vivir esta nueva aventura se apoderaba de ellos. Fueron inicios poco ortodoxos, pero con muchas ganas de vivir el reto.

“Comenzamos a tratar con algunos de los equipos que tenían ellos. Por supuesto, algunos eran compatibles y otros no. Así que empezamos a inventar mucho. Aprendimos de algunos libros, de lo que se enteraba este por aquí y otro por allá. De pronto, venía un extranjero que era espeleólogo, pero le gustaba escalar y entonces nos enseñaba un poco otras cosas”, relata.

Quizás estos arranques pudieran ser prácticamente los mismos que se viven en cada deporte novedoso, pero ellos enfrentaban dificultades mayores, pues en la Isla se vivía por entonces la crisis económica denominada “periodo especial”. Era una compleja situación de la cual no estaba exento nada ni nadie, y menos algo para lo que la mayoría de los equipamientos necesarios se conseguían en el extranjero.

Aquellos comienzos fueron bastante lentos, pues eran años complicados. Aprendimos a escalar prácticamente nosotros mismos. Así fue como, poco a poco, exploramos zonas y abrimos las primeras rutas. Por supuesto, teníamos que empezar a desarrollarlas porque no había nadie que lo hiciera”, explica.

En medio de aquellos tiempos tan complicados, nunca faltaron los detractores, personas reacias a lo nuevo y que casi siempre aparecen más para criticar que aportar.

“Claro que siempre hubo gente que decía que no se podía hacer, que aquí no había montañas para eso. En cambio, teníamos otra mentalidad y sabíamos lo que queríamos y así fuimos a lo nuestro”, comenta.

Hablamos de un deporte que, hasta cierto punto, presenta un panorama complicado para conseguir material de trabajo. La mayoría de los aportes de estos siempre provenían de extranjeros que visitaban el país. Algunos de ellos hicieron una gran contribución más allá de dar solo equipos.

“Entre tantos que visitaron la Isla, vino un colombiano que resultaba ser el presidente de la Federación Colombiana de Montañismo. El tipo fue invitado por el INDER a un evento, y trajo todo su equipo. Por medio de amistades ese hombre da con nosotros y nos vamos a escalar a Viñales. Allí nos imparte un curso básico que consolida algunos conocimientos que teníamos y aprendemos cosas nuevas. Al irse, nos deja algunos instrumentos que necesitábamos”, recuerda.

Aníbal Fernández escalada deportiva en Cuba
Aníbal Fernández. Foto: Hansel Leyva

Si bien esta persona fue significativa, un año después llegó alguien que iba a realizar una enorme aportación para esta disciplina en la Mayor de las Antillas. Este “maestro” arribó como parte de un grupo de estadounidenses, convencidos de venir por otro que tuvo una visita previa. Tras el contacto con Aníbal, comenzó la hermandad.

“Esa gente vino con todos los hierros. En la vida habíamos visto tanta cantidad de equipamientos. Nos unimos con ellos en una guagüita (bus pequeño) que habían alquilado y le dimos la vuelta a casi toda Cuba. Al final terminamos en Viñales, donde sabíamos que estaba la mayor potencialidad. Ahí vino un señor de apellido Menocal, quien es descendiente de cubanos y tiene parentesco con el famoso pintor del mismo apellido. Él tenía esa conexión y comenzó a surtirnos y darnos todo lo necesario para la escalada deportiva en Cuba. Gracias a él, se crea la primera página web respecto al tema en el país y se publica el primer artículo en una revista especializada internacional”, argumenta.

El potencial de la Isla comenzó a conocerse en el mundo, y cada vez aumentaban más el número de visitantes que arribaba con el propósito de probar las paredes antillanas.

Del choque con las autoridades a la persecución de la escalada deportiva en Cuba

Casi al mismo tiempo que emergía esta práctica comenzaban los problemas con la autoridad. Un refrán popular afirma que las apariencias engañan y este fue también el caso para los representantes de una modalidad emergente en esta tierra caribeña. Fueron marginados y mal juzgados por ser, como dice Aníbal, “los peluos, los que tenían el pelo largo, los que andaban con extranjeros”. Aquellas persecuciones en Pinar del Río alcanzaron dimensiones insospechadas, algo que guarda fresco en su memoria.

“En un principio no nos dejaban porque decían que esas montañas eran de interés militar y que no podíamos porque había cosas que no podíamos ver, ya que eran zonas restringidas. Entonces, empezaban las contradicciones: un guajiro podía subir la montaña esa a pie, cazar jutías, pero nosotros no podíamos escalar. Al principio no nos echábamos a ver tanto porque éramos cuatro gatos, pero al crecer el movimiento ya molestábamos. Entonces, las escusas eran que teníamos el pelo largo, los tatuajes, que andábamos con extranjeros y demás”, describe.

Aníbal Fernández. Foto: Hansel Leyva

Estos indicios previos tan solo serían el arranque de algo más grande y quizás la etapa más difícil de la escalada deportiva en Cuba. Empezaron a sucederse ciertos problemas con las autoridades que incluso terminaron llevando al propio Aníbal a la cárcel sin ninguna razón.

“Hubo un momento en que diría que se pusieron particularmente ‘pesados’. Por el año 2004, comenzaron a cercarnos la policía, los guardabosques, el Departamento Técnico de Investigaciones, y el Ministerio del Interior entero. Primero, comenzaron a decir que nosotros cultivábamos marihuana en la Sierra; luego, que si yo era quien controlaba toda la droga de la zona. Después fue el problema con los americanos: que si ellos eran espías y que venían demasiado aquí. Yo los intentaba convencer de que solo escalaba y que si eran espías a mí no me lo iban a decir y que, en caso de que lo fueran, mi trabajo no es descubrirlos, ese era el suyo. Así me tuvieron como 20 días preso”, comenta entre risas.

“Luego de que no vieron la manera de apresarnos por cargos legales comenzaron a ponernos en contra de los campesinos. Empezaron a regar que nosotros estábamos allí para introducir plagas en las cosechas y otras atrocidades más. Cosa que era absurda porque en todo ese tiempo y hasta hoy, nunca hemos tenido un problema con los campesinos”, argumenta.

De Viñales a Norteamérica, el camino de un escalador emigrante

Aquella campaña provocó que las visitas de extranjeros decayeran. Los ataques para evitar esta práctica se expandieron sobre todo en Pinar del Río. Ante tales hechos, Aníbal tomó la decisión de salir del país y emigrar a Canadá por un tiempo. Con el paso de los años se enteró de que aquella “caza” era obra de una persona en concreto, quien afirma que terminó “explotando” por corrupción, como dice una frase popular en la Isla.

Durante su periplo en el extranjero continuó laborando en lo que le apasiona. Aníbal se certificó como instructor en Canadá y los Estados Unidos, y pudo reafirmar así sus conocimientos en naciones en donde el nivel de exigencia es alto. Fue por estos años fuera cuando se puso en contacto con él una ciudadana estadounidense que pretendía presentar un proyecto para disparar el potencial de esta práctica en Cuba a nivel mundial, pues parecía que luego de la visita del presidente Barack Obama, la Isla se pretendía abrir al mundo.

Aquella muchacha lo contactó para presentar su proyecto en AFIDE (Convención Internacional de Actividad Física y Deportes), evento que se desarrolla bajo el auspicio del INDER y cuya inscripción costaba 400 dólares.

“Había tremenda desorganización, un cronograma que no se respetaba, las cosas no empezaron en tiempo, en fin. Cuando nos toca exponer nos dicen que tenemos 15 minutos y empiezo a repartir los trabajos al tribunal. Exponemos y todo el mundo contento con la americana, para aquí y para allá con ella. Termina AFIDE y le dicen que esperara un correo que le iban a escribir. De eso, ya han pasado dos años y aún está esperando”, expresa.

De concretarse, hubiera representado un espaldarazo en toda regla, pues ella tenía todo para montar un festival de escalada deportiva en Cuba. Incluso, estaba en contacto directo con patrocinadores y pretendía traer un rocódromo, una de esas construcciones artificiales que permiten practicar.

Más tarde, Aníbal regresó para establecerse en la tierra que le vio nacer. Como afirma, pudo haberse quedado en cualquier parte del mundo, pero quería regresar a sus raíces, al lugar donde todo empezó. Además, deja claro que nunca se quiso marchar, pero las circunstancias prácticamente lo obligaron.

Durante todos estos años, pese a su voluntad, los contactos con las autoridades deportivas para sacar la modalidad adelante por causes oficiales nunca fueron productivos.

“Mis experiencias en reuniones con el INDER en particular han sido frustrantes. Casi desde un principio tuvimos conversaciones con ellos. Recuerdo una ocasión, creo que la más reciente, con un hombre de apellido Bonilla, con quien tuvimos un encuentro en la Ciudad Deportiva. Allí había gente de patinetas, de parapente, entre otros deportes. El objetivo era agrupar dentro de una organización, estos deportes que ellos llaman extremos, pero en sí, eso nunca llegó a nada.

“El tema es que años atrás nos decían que no les interesaba potenciar el nuestro porque no era olímpico, algo absurdo porque aquí se desarrollan un montón de deportes que no lo son. Lo que entiendo es que, cuando te dicen que quieren desarrollarlo, en realidad quieren tenerlo controlado. Te pones a conversar con ellos y te das cuenta de que ni saben de lo que hablan. Los he invitado en varias ocasiones a que vengan a escalar, pero no les interesa. No sé si será que no somos compatibles o si es que no soy del partido. Al final, me cansé de reunirme”, explica.

Foto: Hansel Leyva

A pesar de tantas decepciones, nadie detiene a Aníbal. Mediante las fotos en su celular se comprende lo impresionante y hermosa que la actividad que ama. En estas, se observa la interacción social de un grupo de amigos sin distinción de razas, estatus social, ni tan siquiera regionalismo.

“La disciplina, incluso, puede ser un medio de desarrollo local. En Viñales, por ejemplo, a la gente les encantan los escaladores pues un turista normal se queda 2 o 3 días allí, pero un escalador 3 semanas, un mes y hasta dos. Son personas tranquilas porque no son de estos turistas borrachos, puesto que tienen que estar en ‘talla’ para poder escalar. Además de fomentar el turismo de naturaleza, crea empleos en muchachos jóvenes como muchos que son guías en Pinar y que nosotros vimos crecer desde pequeños. Pero esta gente tiene la mente tan cerrada que no ven eso. Cada vez que le presentamos un proyecto dudan y piensan que uno busca ganar algo. ¡Mi hermano!, lo que para usted es un negocio, para mí es mi vida”, afirma.

Casi para finalizar, cuenta de sus proyectos, como una maravillosa idea de colocar un rocódromo en la Habana Vieja y vincularlo a la comunidad, para de esta manera fomentar una nueva atracción turística y montar convenios o quizás acuerdos con escuelas para enseñar a niños con problemas de conducta y alejarlos de la marginación de las calles. El deporte en la Isla, sea cual sea, necesita gente como Aníbal Fernández, quien vive y respira para la escalada deportiva en Cuba.

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