Disciplinado, exigente, con un carácter que le identifica y que lo llevó a triunfar en nuestro béisbol, pero que, al mismo tiempo, le cerró muchas puertas: así podríamos definir a Lázaro de la Torre.
Doscientas ocho victorias en series nacionales tienen la firma del “Brazo de Hierro” capitalino, alguien que siempre va de frente, con su verdad, aunque muchos no la acepten, porque dice que no puede ser de otra manera.
Lo que nadie puede quitarle son sus logros en el diamante ni su amor puro por un juego que disfrutó, activo, durante varias décadas. La muestra de su pasión por ese deporte se puede ver, cualquier día de la semana, a casi cualquier hora, en el terreno 50 Aniversario de Plaza de la Revolución, donde puedes encontrarlo entrenando a cualquier pelotero que quiera mejorar o trabajando en la infraestructura del estadio.
Lazaro de la Torre conversó con Play-Off Magazine Tv por espacio de más de una hora, espacio en el que, como es su costumbre, sus respuestas fueron directas y sin rodeos.
¿Cómo llega Lázaro de la Torre al béisbol?
De toda la vida, jugué pelota. Desde pequeño estaba en los “pitenes” de las cuatro esquinas, con pelota de goma que se golpeaba con la mano. Estuve becado, jugábamos en la escuela, pero nunca organizado. No estuve en categorías juveniles ni nada de eso.
A la práctica de forma ya más organizada, como tal, llegué después de salir del ejército, cuando en El Cotorro me puse a competir en tercera categoría, segunda categoría y así, sucesivamente, hasta llegar a las Series Nacionales.
Hay que recordarles a los muchachos cómo era antes, porque ahora no valoran el sacrificio. Les dicen par de halagos y ya se creen lo máximo. En mi época, había que rendir abajo para poder llegar a lo más alto.
¿En un inicio pensaba ser pelotero?
Siempre, era mi gran pasión. También practiqué judo y fui alumno de Ronaldo Veitía [legendario entrenador cubano], pero mi amor era el diamante.
¿Siempre como lanzador?
No, en un inicio era primera base y jardinero. Tenía mucho brazo, nadie me doblaba y así fui creando fama. Desde niño, tumbaba magos, tiraba las piedras más lejos que el resto. Era muy intranquilo. Jugué casi todos los deportes, lo único que no hice fue el ajedrez, porque es pasivo.
Ya en el ejército practiqué de todo: pelota, hice triatlones militares, maratones, tiré disco, jabalinas, a brazo puro. En el servicio militar estaba siempre fuera porque tenía un deporte que hacer. Pasé por este durante tres años, desde los 14 hasta los 17.
¿Cómo fue el camino hasta llegar a las Series Nacionales?
Cuando salgo del ejército me vinculó con la pelota y el judo, los simultaneaba. Por la mañana, iba para el béisbol y ahí guardaba todos los bultos del judo, como kimonos, chancletas y, por la tarde, lo hacía al revés. Entonces, en la pelota del barrio, que era la tercera categoría, de ahí salía una preselección para la segunda.
Tuve buenos números, pero en los jardines y en primera base había otros que tenían mejor rendimiento y, por tanto, yo no entraba. Por suerte hubo un muchacho de nombre Fernando, quien le dijo a los organizadores que ellos habían dejado fuera al pícher que más duro tiraba. Les dijo que era yo. Me mandaron a buscar y me dijeron lo obvio, que no había jugado de lanzador, sino de jardinero. Resumidas cuentas, que salí como el primer pícher de la segunda categoría. A partir de ese momento, comenzó mi camino. Empezó la fama de que había un “negro” que tiraba duro. Los comentarios eran que ese año me metía en la serie nacional.
Finalmente, de la Torre llegó con Metropolitanos y ganó 12 juegos.
En total, entre nacional y selectiva, fueron 12. En la nacional tuve récord de 5 y 3, mientras que en la selectiva gané siete y no perdí. Fui el primero en ganar el premio José Antonio Huelga, lo que pasa es que eso se ha borrado. Me la entregaron al año siguiente.
¿Cuándo pasaste a los Industriales?
En los años 83 y 84. El equipo no ganaba y hubo cambios de Metros para Industriales. El sueño mío era jugar a la pelota. Evidentemente, hay diferencias entre Metros y los Azules. Pero yo decía que donde estuviera, la calidad se iba a ver.
En el año 1986 ganaste el campeonato y, además, abriste uno de los juegos más famosos que se recuerden en la pelota cubana, cuando Agustín Marquetti conectó un jonrón histórico.
Lo iniciamos los dos mejores del momento, Reynaldo Costa y yo, pero ninguno pudo estar bien. A los dos nos dieron. Por suerte, es un deporte colectivo, mis compañeros sí estuvieron bien. Javier Méndez, Lázaro Vargas y, sobre todo, Agustín Marquetti. En ese momento no pude, pero después me hice cargo de Industriales porque me parecía que estaba en deuda y en duda con mis compañeros y con la afición.
¿Cómo era enfrentar a esos grandes equipos de los 80?
Estaba Pinar del Río, también la aplanadora del centro. Era muy difícil, pero por eso salíamos también grandes lanzadores. Había que estar comprometido.
Contra esos equipos ganaste seis partidos en una semana. ¿Cómo fue eso posible?
Comencé en La Isla contra Serranos, un equipazo. Antes se jugaba sábado por la noche y domingo, doble juego. Pero en La Isla no había alumbrado y siempre se jugaba de día. El sábado me dicen que no lanzo, sino que lo hago el domingo. El domingo comenzamos ganando, pero Serranos remonta y le dije a José Manuel Pineda que me diera la pelota. Me dio la pelota y logramos remontar. El segundo juego era mío, nadie me lo podía quitar y también lo ganamos.
Después, fuimos para el Latino a jugar contra Camagüeyanos, martes, miércoles y jueves. El primer día relevo y gano; el miércoles y el jueves, lo mismo. El fin de semana fuimos para Las Villas, gano el primero como relevista y abro el domingo el primer juego del doble, y me quedé con la victoria. Son los seis juegos que gané esa semana.
¿Cuántas lesiones tuvo Lázaro de la Torre en el brazo?
Ni tuve, ni tengo. Cero. El problema es que fui muy celoso con eso. Escuchaba a los peloteros viejos que decían que los lazadores profesionales iban en el ómnibus y tenían una forma para recostar el brazo; a mí nadie me podía tocar el brazo. Para mí, era algo sagrado. Suena una pequeña brisa y ya tengo puesto algo para cubrírmelo. Aprendí a cuidarlo.
Dicen que los lanzadores tienen que correr mucho. ¿Es cierto que corría usted desde el puente de Bacunayagua hasta Matanzas?
Corro aún, mucho. Del puente hasta Matanzas es una distancia corta. Nosotros íbamos para allá y me dije que era una buena distancia para correr. Entonces, un día le digo al delegado: cuando la gente en el restaurante del puente se ponga a merendar, yo me pongo la ropa y me voy corriendo hasta la ciudad. La guagua me vino a pasar entrando a la ciudad. Corría mucho, distancias largas.
En el equipo nacional los entrenamientos se me quedaban cortos. Yo hago hoy 400-500 tracciones de peso, 400-500 “viejitas”. Es probable que eso les haya chocado a los entrenadores de la selección nacional que decían que era un imperfecto, pero lo único que quería era estar en la mejor forma posible.
¿Se fue injusto con respecto a la cantidad de veces que se te llamó a los equipos nacionales?
Demasiado injusto. Si buscan en las estadísticas, en los años de Juegos Olímpicos y Mundiales, siempre estaba entre los mejores. Lo que pasaba y pasa es que mi carácter, a muchas personas, no les gusta. En aquel tiempo, las direcciones querían que los jugadores los agasajaran y yo no estaba ahí para eso, sino para jugar pelota. Incluso, varios de los jugadores de aquellos equipos no querían que yo fuera porque era muy disciplinado. Querían que les demostraras que ellos estaban por encima del resto. No me dejaba humillar.
Estuviste en los juegos centroamericanos del 82, también en el 83, así como en los juegos panamericanos.
Fueron de las mejores cosas que me han sucedido en el béisbol. Experiencias hermosas, que siempre tengo en la memoria y que me gusta compartir con mis alumnos. Podía haber sido más grande si los jefes no hubiesen sido tan injustos, porque llegaron los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 y tuvimos un torneo José Antonio Huelga, en el cual “acabé”, pero no valió de nada, me dejaron fuera. Entonces, no era cuestión de rendimiento porque fui el mejor en casi todos los aspectos. Me pusieron en el equipo B. El team A estaba en el hotel y el B, dormía en el estadio.
En el año 90 se quedó fuera de la serie Selectiva. ¿Qué pasó?
Todavía las personas no se explican eso. Venía de hacer una buena temporada en el equipo, inclusive, fui puntero dentro de los Industriales. En el 89, tuvimos la serie final en Santiago de Cuba, aquella famosa con el escudo, sobre el escudo y esa repercutió en lo que pasó. Después de la derrota, hubo una reunión con la gente del partido y del gobierno nos pidieron que habláramos a camisa quitada y como no tengo pelos en la lengua, dije todo lo que pensaba. A la dirección, encabezada por Servio Borges, parece que no le gustó. Dan la nómina de los entrenamientos y no estábamos Lázaro Vargas, ni Valle, Bravo y yo. Simplemente, no estaba y no podía reclamar.
Quizás Servio me pasó la cuenta por una situación que se dio en los juegos Centroamericanos del 82. El primer día, perdimos con Panamá contra el pícher Cristin Poveda. Entonces, el segundo día me dijo que iba a abrir. Yo me quedé sorprendido porque era uno de los de menos experiencia y pensé que se lo iban a dar a otro más consagrado, de todas maneras, yo quería lanzar. El juego era ante Antillas Holandesas, al segundo lanzamiento me dan hit, pero después domino fácil. Cuando llegamos al séptimo, me dicen que me va a quitar para poner a Tomás Credo, un lanzador de Ciego de Ávila que nosotros decíamos que era un gordito con trampas porque sacaba out. Yo no quería salir después de siete cero. Al final me quitan y ponen a Tomás, al cual tienen que sacar porque le dieron, pero, por suerte, logramos ganar.
Cuando se acaba el juego, tenemos una reunión por mi negativa de no querer salir. Él era el “dios todo poderoso”. Dijo que había tenido una actitud antideportiva. Le respondí que yo también era joven y quería seguir lanzando, que estaba bien en el séptimo inning. Entonces, me dijo que una vez quitó a José Antonio Huelga tirando juego perfecto y yo le dije: eso es a Huelga, porque a mí, no me sacas. Todo el mundo nos miraba porque le había contestado algo que nadie hacía. Eso marcó nuestra relación, nunca nos llevamos bien. Me pasó la cuenta. Dijo para el público que en su equipo no cabía.
¿Cómo fue la incursión en el béisbol de Japón? ¿Cómo surgió la oportunidad?
No sabía que tenía que ir a Japón. Lo que pasa es que a mí me dejan fuera de la Serie. Un día, llega Medina, mientras estaba entrenando, y me dice que querían hablar conmigo en el sectorial provincial que quedaba en Casalta. Allí me recibe Tony Castillo, quien me sienta y me dice: “Oye, cuadro, no sé quién es, pero hay alguien que no quiere que juegues más a la pelota”.
Me quedé petrificado. Después, salí caminando sin saber qué había pasado. Me quedé fuera del equipo ese año. Nadie se preocupó por mí, entonces, me puse a trabajar en el mercado agropecuario que queda en A y B. En ese momento, comenzó la entrega de las casas y los carros, pero siempre me daban evasivas, nunca me los dieron.
Trabajando en el agro, un cliente que me reconoció me dice: “eh, ¿tú no estás en Colombia?”. El problema es que en un periódico salía que yo estaba en Colombia. El señor fue a su casa y me trajo el diario donde decía esa mentira.
Yo seguía entrenando todos los días, no podía dejar de hacerlo. Un día, en la Ciudad Deportiva, mientras hacía mi rutina, se apareció Gumercindo Triana, quien en ese momento era el delegado en el Latinoamericano y me dice: “¿qué tú haces aquí entrenando si tu avión sale por la tarde?”. En mi asombro, pregunté qué avión. “Tú tienes un viaje hoy para Japón”, respondió. No me lo habían dicho, fue de esas cosas que me hicieron que todavía no entiendo.
Salí a ver a mi mamá, a la familia, me dio tiempo a despedirme y partí a Japón, a Tokio. Al principio, me costó, pero enseguida me encamine. Gané 11 y perdí 3. Se formó un comentario de un mánager de Kobe que quería un lanzador que trabajara todos los días y que, además, bateara. En ese equipo estaban Pedro Luis Rodríguez y Lourdes Gurriel padre, quienes hablaron de mí y me cambiaron de equipo. Yo me adapto a todo. Incluso, aprendí algo de japonés.
¿Cómo se dio el regreso de Lázaro de la Torre a las Series Nacionales?
Antes de regresar, estuve en Nicaragua. Cuando viré para Cuba, tras el primer año en Japón, me dicen que tengo que volver a salir porque Jorge Luis Valdés necesitaba unas vacaciones. Entonces, me envían para relevarlo. Fui para el Matagalpa, me recibieron con bombos y platillos, porque iba uno de los mejores lanzadores cubanos. Estuve fatal, nos engañaron. Lo que pasó fue que viré de Japón y dejé de entrenar porque pensé que ya estaba de vacaciones y fui para allá sin preparación.
Al año siguiente, me mantuve entrenando por si acaso. Me vuelven a enviar para Nicaragua, pero para el equipo de León. Realmente, quería regresar para el Matagalpa para desquitarme y resarcir lo que ocurrió el año anterior. Me hice el líder de picheo del equipo. En esa temporada volví a tener una semana en la cual gané seis partidos y salvé otro. La prensa me nombró el “Robot metropolitano”. En los periódicos salía una ilustración mía con el número, como si fuera un robot que el mánager echaba andar. Mi mamá era la que tenía todos los recortes.
El regreso a las Series Nacionales es porque se acabaron las contrataciones. Cuando llega la provincial me puse a entrenar porque yo seguía tirando 93-94 millas. Hasta que hice el equipo y me convertí de nuevo en el primer lanzador del staff.
¿Jugar en Japón te sirvió de algo en lo económico?
Claro. A la familia, y a mis amigos, pero hubiese preferido seguir jugando en Cuba a pesar de todo.
En el recuerdo popular queda marcado a fuego tú nombre por aquella serie ante Pinar del Río en la que lanzas cuatro de cinco partidos y tres de ellos de manera consecutiva. ¿Por qué tienes que lanzar esos tres juegos consecutivos?
Abro el primer juego en Pinar del Río y pierdo. A mí ni me gusta ni sé perder. El segundo juego también lo perdimos. Estábamos ya al borde de ser eliminados. Cuando estábamos a punto de salir de Pinar, hay algunos atletas que en la guagua expresaron que hacía falta perder el tercero para no regresar al Capitán San Luis. Me viré y dije una palabra fuerte y, además, que se prepararan, que nosotros regresábamos. Ustedes bateen un poco nada más, que del resto me ocupo yo, les dije.
Me le acerco a Carmona y le digo: el primer juego es mío. Cuando estoy como en el sexto inning, me tropiezo con el hidrante que había en el montículo del Latino cuando salgo a atrapar una conexión de Daniel Lazo, lo sacó out y no siento nada. Pero cuando vuelvo, me dio un dolor en la espalda, parecía como si tuviera un hierro caliente y tuve que salir del juego, pero, por suerte, mis compañeros lograron cerrar.
No podía caminar, estaba acostado, en el segundo piso de la Villa Panamericana. Pensaba todo el tiempo en el juego del día siguiente, en el cual no iba a poder estar. Me llevaban la comida, el almuerzo, todo, no podía moverme. Los pinareños se enteraron y estaban celebrando y yo me entero. Entonces, le dije al fisio: no me traigas la comida, que voy a ir al comedor. Me recosté a él, bajé las escaleras en un solo pie, y llegué al restaurante y desde la puerta veo a varios pinareños dándoles cuero a varios lanzadores de Industriales, diciendo que quién iba a pichear. Entonces, abro la puerta y les digo: ninguno de ellos va a lanzar, porque soy yo el que va a pichear. Se quedaron callados. Ya les estaba ganando psicológicamente. Nunca les quité la vista de encima a los pinareños mientras comía. El fisio empezó a tocarme, a hacerme masajes para ver si me mejoraba.
Como a las 4 de la mañana me levanté, vi que me pude sostener en los dos pies y empecé a caminar por el cuarto. A las seis, fui para el cuarto de Carmona y la dirección estaba rompiéndose la cabeza para ver a quién ponían. Nadie había pedido la pelota hasta ese momento. Entré en el cuarto, le dije que iba a pichear.
Cuando llegamos al estadio, veía a los jugadores de Pinar del Río preguntando quién era el lanzador de Industriales. Cuando faltaban diez minutos y salgo con la cojera que me quedaba, ellos se quedan sorprendidos.
Durante el calentamiento, una de las bolas que lancé, suena de manera estruendosa y me digo: estoy listo. Gané ese partido y abrí el último en Pinar, pero Faustino Corrales estuvo de lujo y perdimos. Pero nadie quería coger la pelota.
¿Por qué te retiraste en el 2002?
No, me botan de la pelota. Tenía 43 años, pero seguía tirando 92-93 millas. Tengo los mejores números de un lanzador de La Habana y todavía no me han hecho el retiro.
¿Estabas preparado?
Para que me sacaran de la pelota, por supuesto que no. Pensé continuar, hubiera mermado, lo hubiese entendido. Enviaron al director de la academia a decirme que me iban a mandar para Metros y en ese instante decidí parar porque no comprendía lo que me estaban haciendo.
¿Qué haces después de que te sacan?
Me puse a entrenar, trabajé con las mujeres. A ese equipo todo el mundo le tenía miedo. Le ganamos a los hombres, incluso, hubo un juego contra la academia de Metros e Industriales en el que les ganamos.
También, convertiste al equipo de Plaza de la Revolución, de ser el peor en las provinciales, a ser el mejor.
Todo el mundo quiere ganarle a Plaza. Es el Industriales de las provinciales, el equipo que más batea. Es un gran trabajo el que hemos hecho con ese equipo.
Igualmente, hiciste un gran trabajo con el terreno 50 aniversario. ¿Cuánto sacrificio hay detrás de él?
Mucho. Enorme, incluso hasta dinero personal hay detrás de ese terrenito de pelota, que hoy es guía nacional. La gente quiere ir a verlo y jugar en él. Paso allí el día entero, haciendo de todo. Todas las construcciones que hay ahí son hechas por mí. Sin saber nada de construcción, he hecho escaleras, todo encofrado. Falta todavía, algo que pienso hacerlo para el año que viene, inaugurar el domo de bateo, que será la joya de ese terreno y un gran avance para el béisbol de este país.
En los últimos tiempos se habla de la posibilidad de dirigir Industriales. ¿Crees que tu carácter ha influido en que no te hayan dado el equipo?
Enormemente. No es que creo, es que ellos mismos me lo han dicho. Que soy demasiado disciplinado, que soy muy exigente. No entiendo de qué otra manera se puede ser. También sucede que los dirigentes quieren inmiscuirse en la toma de decisiones de los equipos y eso conmigo no va.
¿Qué harías si te dieran el equipo?
Tres o cuatro atletas pensaron que, si yo dirigía, ellos se iban del equipo, porque no teníamos buenas relaciones. Soy un hombre para quien los asuntos personales se separan de los profesionales. Si tú eres un buen pelotero tienes que estar en mi nomina y después vemos cómo mejoramos nuestra relación personal. Algunos pensaron distinto a eso, siempre hubo ese rumor.
El atleta de La Habana no descansa. Lo primero que haría es albergarlos desde que inicie la preparación. El problema es que estamos en la casa, llega un amigo y nos dice, vamos a tomarnos unos tragos y ya se olvidaron del entrenamiento. Hay otros que tienen que resolver los problemas de la casa, de la familia y esos son momentos de pérdida para el atleta. Habría que ayudar a los deportistas para que pensarán solo en el deporte. Eso es lo que hago en el equipo de Plaza, los ayudó a resolver sus problemas.
Si ellos piensan que soy muy exigente, los invito que vayan a conversar con mis atletas para que vean el criterio que tienen de mí.
Simplemente, según las palabras de los dirigentes, soy muy exigente. Pero de parte de los jefes, no me han dicho nada. Si me ponen a dirigir Industriales, perfecto. De lo contrario, no pasa nada. Yo estoy perfectamente atendido por el MININT. Estoy orgulloso desde el general Abelardo Colomé Ibarra hasta el Ministro Lázaro.
Lleva Industriales desde el 2010 sin ganar una Serie. ¿Por qué crees que esto pasa?
El equipo no descansa, hay que elevar el carácter moral al atleta. Eso que teníamos nosotros, no lo tienen ahora, en el país, en general. Hay que enseñarles a los peloteros a sentir la derrota. Tienen que sentirla en carne propia, porque cuando mejoras ese carácter de los atletas, haces crecer al equipo.
Los lanzadores de las series nacionales hoy no tiran 90 millas, no tienen control ni repertorio: ¿Qué pasa?
Los de buen nivel se están yendo. Estamos tirando al piso nuestras series nacionales. Te puedes contratar, pero tú has sido un pelotero criado aquí y a diferencia de otros lados, el estado te lo ha dado todo y tienes que devolver algo a cambio. Entonces, de buenas a primeras, viene uno y se lleva a fulano y claro, le mejora la economía. Eso debe tener un límite, porque necesito recuperar lo invertido en ti. ¿Qué recupera el gobierno si te vas? Lo único que recupera es señalamientos. Para mí, tienes que jugar en Japón jugar cinco o seis series antes de irte.
Hace algunos años, se jugó un partido en Miami en conmemoración de los 50 años de Industriales. ¿Por qué no fue Lázaro de la Torre?
¿Industriales pertenece a Cuba o a Miami? A Cuba, ¿verdad? Entonces, eso es una ofensa para el lado de acá. Estoy de acuerdo, en Cuba no se hace. ¿Por qué no se ha hecho aquí? Eso es una pregunta que le haría a nuestros dirigentes. Pero ir a celebrarlo allá es una ofensa para mi comandante, porque, además, todo estaba financiando por la contrarrevolución. No tenía nada que festejar allá. Supuestamente, iban a dar 3000 dólares, pero no me compran con dinero.
Con 208 victorias, has sido el más ganador de los lanzadores capitalinos. ¿Qué significa en su vida este honor?
Es un honor y mi libro para hablarles a los muchachos. Pero, aun así, no tengo el reconocimiento que creo merezco. Allí, en el sectorial de deportes de La Habana, hay un cuadro grande donde están todas las glorias deportivas de la capital y yo no aparezco. La casa todavía no me la han dado. Lo peor es que a otros sí porque eran los de ellos y ya no están aquí, mientras yo sigo sumando por mí revolución. Pero no me interesa, porque adondequiera que voy, la gente me quiere. Incluso, los boteros nunca me quieren cobrar. Eso es lo que me más me satisface.
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