José Manuel Cortina tenía 17 años cuando su vida dio un cambio radical. Regresaba a casa después de lanzar en el campeonato nacional juvenil donde su mentor, el mítico Asdrúbal Baró, lo subió a la lomita en el primer partido de cuartos de final contra la novena de Industriales.

El prometedor zurdo nacido en Minas de Matahambre tuvo una primera entrada incierta en la cual le marcaron seis anotaciones que decidieron el partido, pero el astuto mánager no lo sustituyó y el joven logró colgar seis ceros en la pizarra sin recibir apoyo de su tropa ofensiva.

A su regreso al pueblo, mientras caminaba pensativo por la calle que bordeaba el estadio de pelota frente a su casa, una esférica escapada rodó a sus pies y se la lanzó al muchacho que se la pedía con urgencia, en un gesto que quizás lamentaría durante mucho tiempo.

«Sentí un pinchazo que no me dejó lanzar más. Quizás hoy eso se hubiera resuelto, pero en aquel momento no tenía a nadie que me pudiera ayudar y ahí mismo terminó mi carrera como lanzador. Tal vez por eso dediqué después toda mi vida a recuperar brazos», confiesa a Play-Off Magazine José Manuel Cortina, quien es considerado por muchos atletas y especialistas como uno de los mejores entrenadores de picheo que ha nacido en esta tierra.

No se rindió. El niño que había crecido oyendo historias beisboleras detrás de un terreno de béisbol donde los partidos no comenzaban hasta que no llegaran sus abuelos; que tuvo un padre que llegó a ser director del equipo del pueblo, y unos tíos que fueron lanzadores al punto de llegar tres de ellos a Series Nacionales y otro a desempeñarse en los Estados Unidos; no podía alejarse de este deporte y cambió el montículo por la caja de bateo.

«Después me fui para el Fajardo a la Habana y allí jugué con la Industria Deportiva al lado de José Nayarit que me ayudó mucho. Por mis resultados me seleccionaron para el equipo de los Administradores, y allí tuve como entrenador a ese grande del béisbol que se llama Ramón Carneado, a quien junto con Juan Ealo los considero como lo mejor que ha dado el béisbol cubano», dice.

José Manuel Cortina cuando pelotero.
José Manuel Cortina cuando pelotero. Foto: Cubadebate

«De ellos dos me nutrí de muchas herramientas que hoy pongo en práctica. En los Administradores fui compañero de grandes jugadores, quienes siendo yo un guajiro de las Minas de Matambre, me enseñaron mucho de este maravilloso juego: José Mayarí, Germán Águila, Raúl Reyes, Santiago Mederos y Yosvani Gallego, entre otros», agrega.

José Manuel Cortina llegó así a las Series Nacionales y defendió dos años la primera almohadilla del equipo Vegueros, al promediar para 222 de Ave con 73 indiscutibles en 329 veces al bate, incluidos 11 dobles y un cuadrangular con 19 carreras impulsadas, pero el destino le tenía reservado en otra trinchera un lugar en la historia.

«Tenía tacto, pero no era un buen bateador, me faltaba fuerza. Además, los lanzadores a los que me enfrentaba eran increíbles: Julio Rojo, Manuel Hurtado, Florentino González, Alfredo Street, Andrés Liaño: la mayoría tenía mucha maestría», comenta.

Hoy es toda una institución en el arte de formar lanzadores. Con 71 años de edad, 48 de ellos casado con dos hijos y cuatro nietos, nunca imaginó que ese niño que pasaba horas mirando los bates de majagua que ponían a secar en el techo de su casa llegaría a ser una referencia para tantos lanzadores ilustres que pasaron por sus manos.

«Cuando me gradué vine para la provincia. Ya aquí estaban Charles Díaz y Martínez de Osaba y me incorporé al lado de José Joaquín Pando -el padre del picheo pinareño- que fue mi entrenador junto a Lacho Rivero cuando lanzaba en los juveniles», recuerda.

A lo largo de tantos años la lista de lanzadores que le agradecen a por su rendimiento es muy extensa. En cualquier rincón del país aparecen historias de serpentineros con deudas de gratitud hacia este hombre, e incluso fuera de nuestras fronteras.

Cuando Mariano Rivera, estelar cerrador de los Yankees de Nueva York y elegido al Salón de la Fama de Cooperstown con el 100 por ciento de los votos por primera vez en la historia, lo mencionó, todos los que conocemos su labor sentimos un regocijo enorme mientras el orgullo galopaba como potro salvaje por todo nuestro cuerpo.

«Solo una persona con esos sentimientos religiosos que tiene Mariano, con esa bondad y humildad que nunca ha abandonado, podía hacer un gesto de esa índole. Estamos hablando de un lanzador que está en lo más alto del cielo y bajar a la tierra para acordarse de mí después de 32 años: no hay palabras que pueda decir para medir la grandeza de este lanzador venido de un pueblito de pescadores en Panamá Oeste y convertido en un gigante del montículo. Creo que es un acto de extrema honestidad», dice emocionado.

El «Profe» es un hombre que ha estudiado mucho en todos estos años. Su habilidad para transmitir conocimientos quizás sea algo innato porque hay hombres que nacen con una luz que la mayoría de los simples mortales no pueden comprender. Él tiene la clave:

«Tuve el privilegio por mi forma de ser, de irme del béisbol para la universidad del deporte en Pinar, por cosas que no entendía, y trabajar por muchos años. Eso me obligó a conocer la otra cara de la moneda puesto que yo era Licenciado en Cultura Física, pero te voy a decir unas palabras que dijo un pedagogo de la universidad de Las Villas en una mesa redonda: ‘El concepto de pedagogía son cuatro renglones, la habilidad para llevarlo a vía de hecho es cuarenta años de experiencia’. Por eso digo que la fase superior de la inteligencia son las situaciones vividas en un campo de juego», expresa.

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Si preguntamos a grandes rasgos qué condiciones tiene que tener un atleta para convertirse en un gran lanzador, el experimentado profesor tiene sus teorías:

«No quiero que nadie piense que yo tengo la verdad de esto pero lo primero es que nuestros lanzadores jueguen al béisbol, conozcan el juego y se hagan peloteros. Después seleccionamos a los más idóneos, aquellos que reúnen lo que hace falta para ser lanzador: altos y de manos grandes, con explosividad e inteligencia, con buena capacidad de observación y que tengan una magnifica memoria», explica.

«Para ser un lanzador de élite primero hay que tener una buena constitución física, ser trabajador y ser un eterno inconforme. Debe tener desarrollada la capacidad de escuchar y jamás pensar que se lo sabe todo. Si no es así, jamás llegará a la cima», agrega.

Cortina no es partidario de la dosificación de lanzamientos por reglamento. Cree que esa es una decisión de los cuerpos de dirección de cada conjunto que son los que verdaderamente conocen quién puede y quién no.

«Creemos que cuidamos a los lanzadores con eso y lo que estamos es haciéndolos cada día menos funcionales. Peor es cuando traemos a un joven a relevar hoy y mañana. Ese brazo no está preparado para ese trabajo y las posibilidades de lastimarse son muy altas. Yo prefiero que tiren 120 lanzamientos (los jóvenes) y que descansen más tiempo y en la medida que pasen los años bajar ese descanso. Lanzar es como cuando usas un par de zapatos nuevos, si caminas mucho con ellos, te salen ampollas», explica.

A pesar de su extenso currículo jamás ha sido llamado para integrar el cuerpo técnico del equipo Cuba, algo insólito cuando hemos visto desde hace varios años a nuestra selección nacional perder las supremacías en todas las categorías beisboleras.

«Eso hay que preguntárselo a los decisores. Quizás soy muy feo para ponerme ese traje tan lindo, tal vez debería tener un poco de maquillaje, la verdad no lo sé», dice con ese fino humor criollo que lo caracteriza.

Sin embargo no cree haber sido subutilizado durante todos estos años. Su presencia para recuperar brazos como un Dios benévolo en provincias tan distantes como La Isla de la Juventud, Matanzas, Camagüey, o Santiago de Cuba, lo confirma.

«Ahora estoy aquí en Pinar, el comisionado provincial quiere que asesore el picheo del sub-23. También estoy dando los últimos toques al lanzador Roger Trench que estuvo lesionado y ya está tirando pelotas. Me llaman de todos lados y siempre estoy dispuesto a ayudar», asegura.

Mariano Rivera , mejor cerrador en la historia de Grandes Ligas:

«Sí, trabajé con muchos compañeros y maestros de la pelota cubana. A José Manuel Cortina lo recuerdo bien porque aprendí cosas con él. Me impacta y me encanta como viven el béisbol, cómo lo sienten y cómo lo respiran los cubanos».

Para muchos, José Manuel Cortina ha sido una víctima de su propia personalidad por decirle siempre a cualquiera lo que piensa, cosa que, según sus propias palabras, le ha traído muchos dolores de cabeza en su vida.

«Estoy convencido de que tengo un problema que nunca he podido quitarme y lo veo como un defecto. Soy así, y así me moriré pero nunca me he sentido víctima de nada. Me siento honrado de los reconocimientos que me hacen los muchachos cuando hablan públicamente de este viejo entrenador que ama el béisbol por encima de cualquier incomprensión», dice.

«Cómo puedo sentirme víctima cuando el mejor lanzador de Cuba, Lázaro Blanco, dice públicamente que el usa mis modestos consejos para mejorar; cuando Carlos Llanes dijo que si tuviera que invitar a alguien en especial me invitaría a mí; cuando un lanzador de la talla de Pedro Luis Lazo dice que su slider se la enseñé yo; o Ariel Prieto en Estados Unidos dice que soy un padre para él y me considera el mejor entrenador del mundo. No puedo sentirme víctima de nada cuando Mariano Rivera dice públicamente que respeta a los cubanos porque un humilde entrenador pinareño le enseñó cosa hace más de 30 años», expresa.

«La verdad, soy el hombre más feliz del mundo cuando me siento a pensar en esas cosas bonitas que me han pasado. A lo feo y a las miserias humanas no les doy cabida, por una de ellas hice un box afuera del capitán San Luis con la ayuda de mis lanzadores. Me vienen a la mente unas palabras de esa magistral actriz y profesora Corina Mestre cuando dijo que lo más importante es el ejemplo personal», acota.

Ofertas económicas tentadoras para abandonar el país no le han faltado a este profesor durante su vasta carrera. Tildado muchas veces de «contrarrevolucionario» por decir la verdad a cualquier precio, continúa aquí por fidelidad a una madre que idolatraba a Fidel Castro y a Teófilo Stevenson.

«Si alguien no le ha temido nunca a eso soy yo. Allá aquellos que pertenecen a ese ejército de preocupados que dejan pasar la verdad por no perder sus status. Siempre he tratado de obrar con la verdad sin importar cuanto me pueda costar. Carlos Rafael Rodríguez dijo un día que la verdad quema y es injuriosa, pero es la verdad e Israel Rojas expresó que la verdad, aunque venga del enemigo es revolucionaria también. Leyendo el libro de Juan (no soy religioso, pero sí curioso) vi que Jesús dijo: Conozcan la verdad y os hará libres», explica.

Por eso, entre otras cosas, el «Profe» ha tocado la gloria y se ha convertido en uno de esos inmortales del béisbol, imprescindible en la historia de este mágico deporte y en el camino que aún nos queda por recorrer para recuperar algún día el lugar que perdimos en las arenas internacionales. Su voz autorizada se despide de nuestra charla impregnada del optimismo que envuelve a los grandes hombres de esta tierra:

«Sueño con mi país regresando a los planos estelares en el béisbol mundial. Eso lo podemos rescatar si todos nos sentamos a buscar soluciones: los que están dentro de la guagua y los que están afuera esperando para abordarla. Nuestro béisbol es respetado por los norteamericanos, donde se juega la mejor pelota del mundo. Si los muchachos que se van hacen carrera por allá y muchos brillan allí, nosotros podemos hacerlo, solo falta adecuación y adaptación. Ahora, desde el primer juego cuando salimos y empezamos a reconocer la velocidad de los contrarios, la selección de sus envíos y su control, tenemos que recoger e irnos».

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Imagen cortesía de Cubadebate
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