Después de más de 400 peleas, a Idel Torriente se le cayó el mundo encima cuando no le dejaron cumplir el sueño de ir a un Campeonato Mundial. Tenía 28 años y recibía, quizás, el golpe más fuerte de su carrera como boxeador en Cuba, pues se quedaba sin el propósito que lo guiaba en su vida.

“Me levantaba todos los días a las 4:00 a.m. Me decía a mí mismo que no era posible que yo dejara el boxeo”, recuerda, cuando han pasado ya tres décadas de aquel momento en el que Alcides Sagarra lo sacaba del equipo nacional.

Cuando lo mandaban al retiro forzoso, ya había peleado contra algunos de los mejores boxeadores de su tiempo en el mundo, compatriotas suyos como el bicampeón olímpico Ángel Herrera y un multicampeón mundial como Adolfo Horta. Además, había sido campeón de un torneo panamericano, pero el sueño del mundial quedó sin cumplir.

Fuera del ring, al boxeador cubano le tocó recorrer un camino que lo llevaría a convertirse en un exitoso entrenador, incluso, de su hijo. Con el tiempo, el pequeño del mismo nombre se convirtió también boxeador y fue parte de la escuadra cubana en unos Juegos Olímpicos, ante de emigrar en lancha hacia Estados Unidos para pelear profesionalmente.

Ahora, Idel Torriente recorre todos los días la distancia entre su apartamento y el gimnasio Kid Chocolate, en el Casino Deportivo, en un triciclo. En este, lleva los mismos guantes y cascos que le dieran hace más de una década atrás.

Con el paso de los años y siempre con el boxeo de por medio, parece haber cerrado las heridas. Entrenar niños es su cura contra el olvido para este boxeador cubano.

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Imagen cortesía de Hansel Leyva