El avión surcaba los aires sin dificultades. Parecía un viaje como cualquier otro. Roberto Clemente se encontraba contento, pues desempeñaba su verdadera vocación: ayudar al prójimo. No le importaba los riesgos. Debía cumplir con los necesitados y con los pobres de este mundo. 

Miraba por la ventanilla ansioso de llegar a su destino. De pronto, una inesperada turbulencia corrompía sus pensamientos. El avión se estremecía.  Los pasajeros se impresionan, las azafatas tratan de controlar la situación, pero se observa el pánico en su mirada. Roberto, como todo buen religioso, reza un padre nuestro. Deseaba pasar los últimos momentos de su vida junto a Dios. La aeronave se precipitaba a la caída. Luego se estrellaría. 

***

“Clemente, despierta. Ya llegamos al estadio. Hoy es el día en que romperás el récord. Lo presiento. Apúrate o llegarás tarde al entrenamiento”, le aconsejó José Pagán, un compañero de equipo. 

Era el último juego correspondiente a la temporada 1971-1972 de béisbol de Grandes Ligas. Su plantel, los Piratas de Pittsburgh, se enfrentaba a los Mets de New York, y Roberto Clemente, un magnífico jugador puertorriqueño, se proponía batear su hit 3000. 

El estadio estaba repleto. Todos venían a observar tal hazaña. Era querido y admirado hasta por sus rivales. Cuando su equipo visitaba otros estadios los aficionados contrarios aplaudían cada comparecencia al bate. Un hecho casi insólito dentro del mundo deportivo, pues solo los escogidos poseen tal derecho. 

Sus amigos de equipo percibían la presión psicológica que tenía Clemente y con el propósito de ayudarlo le decían: “No te preocupes, si no es este año será el próximo”. 

Roberto trataba de escribir sus hazañas en el menor tiempo posible porque pensaba en su efímero paso por la tierra. Los elegidos no pueden pensar en el mañana. Las pesadillas que comenzaron meses atrás así lo ilustraban. Pero, ni siquiera las más crueles alucinaciones podían hacer mella en sus convicciones. 

Dentro de poco saldrían al campo ambas novenas. Clemente se aislaba para meditar. La vida pasaba delante de sus ojos, los recuerdos se agolpaban en su mente.  Deseaba dos o tres segundos de ternura con el madero entre sus manos. Nadie cometía la insensatez de molestarlo. Era necesario crear una comunicación perfecta, una sincronía envidiable para lograr la hazaña. Pensaba y trazaba estrategias mientras analizaba al pitcher rival. Todos sabían que hoy sería el día. 

Minutos antes de comenzar el encuentro rememoraba una entrevista que le hicieron al comenzar la temporada, donde un reportero le preguntaba cuanto tiempo le tomaría llegar al hit 3000. Roberto, todavía se acordaba de la sinceridad de su respuesta: “Ese momento no depende de mí, sino de Dios”. 

Empezaban las hostilidades. Debía apoderarse de su destino. Se paraba con gran constancia en la caja de bateo. Ya lo había hecho en otras 2999 ocasiones. ¿Qué podía fallar? Solo faltaba un indiscutible más. No le correspondía morir antes de conectar el hit 3000. Poseía la paciencia de un gigante, miraba fijamente al pícher contrario. Esperaba el momento oportuno. El lanzador se concentraba. Existía un vendaval de tensiones entre ambas figuras, como cuando dos guerreros luchan a muerte por una causa en la que verdaderamente creen. Nadie quería ceder.  

El lanzador dispara con furia la pelota y esta se deshizo cuando chocó con el bate vengador de Roberto. ¡Oh, qué grande es Clemente! La bola no paró hasta arribar al jardín izquierdo. Era una conexión sólida como el momento que se vivía. 

Eufóricos se lanzaron al terreno sus compañeros “Piratas”. Su amigo José Pagán le gritaba: “Te lo dije, hoy sí”. Pasaba a ser el undécimo jugador de la historia de las Grandes Ligas en batear 3.000 hit. Todos se sentían muy contentos, pero nadie anticipaba que sería su último batazo. 

La vida había sido severa e injusta con Roberto Clemente. En 1956 sufrió un accidente automovilístico que le obligó a jugar con una lesión crónica en la espalda durante toda su carrera deportiva. Este grave suceso no menguó su brillante juego: “La adversidad tiene el don de despertar talentos que en la prosperidad hubiesen permanecido dormidos,” como dijera Horacio. 

En los años venideros, Roberto Clemente decidió crecerse y no existió ninguna barrera que lo detuviera: su promedio de bateo, 362 puntos, ayudó a los Piratas a obtener dos World Series (Campeonatos Mundiales) en 1960 y 1971. Fue elegido el jugador más valioso de la Liga Nacional en 1966, el mismo año en que sus compañeros votaron para otorgarle el título de jugador más destacado de la temporada. Además de adjudicarse cuatro títulos como mejor bateador de la Liga y ganar doce Gold Gloves (Guantes de Oro) consecutivos. 

Ahora, con sus 3000 indiscutibles, se convertía en un ídolo de las multitudes, no solo en Pittsburgh, sino a lo largo del territorio norteamericano. Era adorado en su natal Puerto Rico y en el resto de América Latina. Su figura representaba sacrificio, fe y perseverancia. En 1972 se encontraba en la cima de su carrera deportiva. 

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Aunque el béisbol era su pasión, ayudar al prójimo representaba la vocación de Roberto. El mundo le enseñaba a no tolerar la realidad y tratar a cambiar el futuro. Por eso no se quedó al pie de la montaña. Pese a las dificultades subió a ella. Buscó una mayor altura para probar su valía y nunca para presumir de haber alcanzado la cima.  

No olvidó su origen humilde y mucho menos la crítica situación de los países pobres del mundo. De pequeños detalles se componen los grandes hombres. De qué le servía ser luz a Clemente si no iba a iluminar el camino de nadie. 

Un día como cualquier otro decidió ser héroe e integrar una misión humanitaria dirigida a Nicaragua. Se encaminó a casa para despedirse de sus hijos. Tan solo era un breve adiós. Pronto volvería. Pocas personas se separarían de sus familias en vísperas de año nuevo para ayudar a otros. 

Uno de sus hijos tenía un mal presentimiento y lo abrazó con una fuerza atroz para impedir su partida. Roberto lo consoló y le dijo que no tuviera miedo, pues pronto regresaría… 

El 31 de diciembre de 1972 su avión despegaba rumbo a Nicaragua. A Clemente le bastaría solo 38 años para escribir las páginas de su vida. Casi nada en comparación con la grandeza de su existencia. ¿Cuántas personas estaban dispuestas a ayudar a los afligidos? ¿Cuántos han olvidado que lo principal del ser humano se encuentra invisible delante de sus ojos? Existen personas tan pobres que solo poseen dinero, mientras otras están dispuestas a brindar su mano solidaria. Roberto embarcaba en el avión a sabiendas de su destino, pero no tenía temor porque sabía que la tierra no terminaba donde se vía el horizonte. ¹  

 ¹ La carrera de Roberto Clemente Walker concluyó de forma trágica el 31 de diciembre de 1972, fecha en que falleció en un accidente de aviación cuando se dirigía a Nicaragua con víveres para las víctimas del terremoto que había asolado dicho país. En 1973 fue elegido el primer jugador de origen hispano en ser miembro del Baseball Hall of Fame (Salón de la Fama del Béisbol), sin el tradicional periodo de espera de cinco años tras finalizar la carrera profesional de un jugador,y el segundo cuya imagen aparece en un sello de correos de Estados Unidos.  

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Imagen cortesía de LOUIS REQUENA/MLB VIA GETTY IMAGES