Bárbara Bécquer ya no lleva una tablilla en la mano y casi ni está ligada al deporte que amó, pese a que fue una estrella del baloncesto cubano, como practicante y entrenadora. Ahora vive sumida en la rutina de ser metodóloga de la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE), orgullosa de sus sobrinos e hijos, pero, sobre todo, feliz.

Guarda en su memoria muchas historias no contadas que nunca salieron a la luz, hasta este momento. La otrora jugadora estelar accedió a contarnos sobre sus glorias pasadas, pero también de sus tropiezos, obstáculos y de ciertas injusticias, como aquella que la privó de ir como preparadora a los Juegos Olímpicos de Atlanta 96.  

A los 14 años, Bárbara Bécquer disfrutaba su adolescencia con el sueño de ser una gran pianista. Las salas de concierto seducían el imaginario de aquella jovencita quien, ni por asomo, pensaba en el baloncesto. Pero todo cambió cuando un día, en compañía de su hermana y su sobrina pequeña, se dirigía a la heladería Ward, en La Habana.

«Nos encontramos con Iván Todorov, entrenador del equipo nacional en aquel entonces y el difunto Julio Cartaya. Ellos ya me habían identificado, pues Todorov le dijo a Cartaya que mirara a esa muchacha tan grande que venía caminando por la calle. Me detienen y me preguntan si me gustaría ser basquetbolista. Les dije que no, que iba a tomarme mi helado y luego, para mis clases de piano. Mi hermana les dijo que me tomaran los datos, que ella se encargaría de llevarme a donde hiciera falta. Entonces, me dijeron: ‘te vamos a mandar un telegrama para que te presentes a las pruebas de aptitud, pues reúnes las condiciones que nosotros necesitamos'», narra.

Bárbara Bécquer, jugadora cubana de baloncesto
Bárbara Bécquer, jugadora cubana de baloncesto y destacada entrenadora. Foto: Hansel Leyva

Luego de aquella conversación en la calle, una disputa le aguardaba en casa. Por aquellos años, los padres de familia eran más conservadores y la práctica deportiva en las mujeres aún enfrentaba muchos prejuicios.

«A mi papá no le gustó la idea de que yo practicara deportes. Cuando se enteró de que mi hermana dio mis datos, se molestó mucho con ella. ‘Quiero que sea una pianista famosa, no que haga deportes, porque eso la pone marimacha’, dijo. Eso fue una larga controversia que al final, no sé cómo, pero terminó ganando mi hermana», afirma con una sonrisa.

A un mes de aquel famoso encuentro llegó el telegrama que le indicaba que asistiera a las pruebas de aptitud, las cuales Bárbara Bécquer superó. Con el tiempo, recibió la invitación para la EIDE. Ese cambio radical en su vida que la llevó a aprender a jugar baloncesto de cero cuando tenía 14 años, fue complicado.

«Me costó un poco de trabajo porque el baloncesto se inicia desde las edades tempranas y yo comencé con 14 y me dieron un gran acelerón porque estaban buscando muchachas altas. Querían encontrar una solución a la ausencia de jugadoras altas en el equipo para los oncenos Juegos Nacionales Escolares y por eso aceleraron el proceso de enseñanza», explica.

A pesar de carecer de elementos técnicos, contaba con talento y ganas, lo cual, sumado a otros factores, la llevaron a colgarse la camiseta del equipo Cuba por primera vez en el máximo nivel, en los Panamericanos de México 1975.

«Fue mi primera medalla y las sensaciones al llegar a casa fueron innumerables. Para esos juegos teníamos metas ambiciosas, pues queríamos discutir la medalla de oro con las estadounidenses; pero, desgraciadamente, no pudo ser así y fuimos a la discusión del bronce con las canadienses», recuerda.

Con aquella incursión inició su periplo con la selección de la Mayor de las Antillas, que no estuvo ajeno a muchos buenos momentos, pues fue Campeona Panamericana en el 79, además de participante en Campeonatos Mundiales y Juegos Olímpicos. La muchacha que había cambiado el piano por una pelota de baloncesto llegó más lejos de lo que pensaba.

Pero después tocó el momento de dejar el deporte activo, pues quería ser madre. Entonces, llegó a un acuerdo con su antiguo entrenador, quien fue fundamental en su siguiente etapa de vida.

«Me jubilé en el año 90, pues tenía un acuerdo con el entrenador porque quería ser madre. Lo había intentado con anterioridad en el 84, pero en aquella ocasión no pudo ser. En el 89, salí embarazada y le dije al gallego: ‘Cumplí contigo, ahora espero que cumplas conmigo’. Él me respondió: ‘no tiene discusión, te di mi palabra y la cumplo. Te vas a retirar como atleta, pero no del baloncesto. Te quiero con mi colectivo técnico’. Así fue como comencé», narra.

A pesar de que Bárbara Bécquer se encontraba en buena forma deportiva y de seguro hubiera participado en el Mundial de Malasia 90, nuestra supo reconocer que había jóvenes que estaban pisando fuerte, y cedió el paso para que ellas crecieran.

Fue en esos momentos de entrenadora cuando tuvo que soportar varios tragos amargos, como ocurrió en fechas cercanas a Atlanta 96. Durante la preparación para aquellos Juegos Olímpicos era la segunda al mando, pero a última hora, por decisión de un directivo, dijo adiós a ese evento.

«Como entrenadora tenía la posibilidad de participar en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96, pero cuando una le cae mal a los que dirigen y los problemas personales se anteponen al trabajo profesional, suceden cosas inexplicables e injustas», afirma.

«Me jugaron una mala pasada para Atlanta 96. Estuve desde un inicio preparándome con el equipo, trabajando día a día. En aquel entonces era la entrenadora asistente de Miguel del Río. Me tocaba ir a esos Juegos Olímpicos por ser segunda entrenadora del equipo, pero no fui por cosas de la vida. Pero para qué hablarlas, si la persona que tuvo que ver con la decisión en aquellos momentos ya no se encuentra entre nosotros», sentencia.

Pero los problemas no terminaron allí. Dos años más tarde sucedió un episodio que se convirtió en casi una ‘leyenda urbana’, con una carta a la presidencia del INDER, que buscaba la destitución del técnico en aquel entonces de la selección nacional.

«En el año 98, cuando no llegamos a la final del mundial, hubo problemas con el entrenador principal. De hecho, a él lo sacaron de la selección. Como nosotros éramos un colectivo de entrenadores, entendí que también debía irme porque somos un equipo», cuenta.

A pesar de que la medida tomada con el coach no le afectaba directamente a ella, prefirió regirse por la lealtad.

Bárbara Bécquer era una confesa adepta a la dirección de equipos, lo cual se le deba muy bien. Unos 12 títulos nacionales dirigiendo a equipos de la capital reposan en sus vitrinas, como parte de una hegemonía impuesta con un equipo femenino que era denominado el Dream Team.

«Mucha gente decía que mi equipo solo ganaba porque era un Dream Team. Así de alguna manera buscaban restarles importancia a mis 12 títulos. Quien sabe de dirección tiene claro que comandar un conjunto con tantas figuras es difícil porque todas quieren sobresalir. Cuando el ego entra en juego, ahí es cuando tienes que poner un ‘pare’ y darle a cada cual la función que le corresponde», explica.

Bárbara Bécquer con el equipo Cuba de baloncesto
Bárbara Bécquer con el equipo Cuba de baloncesto (número siete).

Durante aquellos años también fue formadora de otros entrenadores, muchos de los cuales, viven eternamente agradecidos. Uno de ellos, en especial, se mantiene vivo en la memoria en su memoria, como parte de un sentimiento que es mutuo.

«Vamos a Pinar del Río durante un campeonato nacional y la comisionada me dice que me iba a poner a Rainel Panfet a mi lado. A lo cual accedí, porque no tenía problema con trabajar con nadie. Para estar a mi lado solo hacía falta tener ganas. Eso sí, conmigo había que trabajar. Él llegó y me miraba todos los gestos, los detalles, todo lo que les decía a los atletas. Un buen día, estando en el mismo campeonato, le dije que se preparara, que le tocaba dirigir. Un poco asustado, me dice: ‘¿Yo?’. Le expliqué que no había ningún problema, que lo ayudaría. Así comenzó todo», recuerda.

Cuesta creer como una entrenadora que cosechó tantos éxitos en el mundillo de las canastas no haya nunca dirigido una selección nacional antillana. Siempre estuvo cerca, pero nunca le dieron la batuta. No obstante, la última vez que pudo llegar a un colectivo técnico la guarda muy fresca en la memoria, pues también fue el momento en que se alejó por completo del baloncesto.

«Durante mi trabajo en la EIDE me colaba en la cancha y ayudaba a los entrenadores, sobre todo con las jugadoras altas, mi especialidad. Pero, como vi que todo era una falacia hacia mi persona, decidí dedicarme a estudiar la metodología de los deportes que atiendo actualmente y nada más.

«Cuando sustituyen a Alberto Zabala, me encuentro con la comisionada nacional y ella me dice que tengo una propuesta para estar en el colectivo técnico de la selección nacional femenina. Luego, me dice que le parecía que estaba al frente del baloncesto hacía dos años, a lo cual le respondí que sí, para darle una salida elegante aquella pregunta.

«Finalicé diciéndole que esperaba su aviso, que estaba en la mejor disposición de ayudar. Yo no estaba esperando ser la entrenadora principal de la selección nacional ni nada por el estilo, pero estaba en toda disposición de ayudar y aún sigo esperando esa llamada. Luego de esa conversación, hablo con la subdirectora de la EIDE y le comento la situación. Ahí le planteo que amo el baloncesto, pero que ya había terminado. Lamentablemente, hay personas que anteponen situaciones personales por delante del beneficio de un deporte que hoy está en decadencia», concluye.

Ante la pregunta de si había tenido en algún momento la posibilidad de probarse fuera de Cuba, además de propuestas para abandonar algún equipo, respondió que, a pesar de sufrir tantos malos momentos, se siente orgullosa de nunca haberlo hecho. No obstante, parece preguntarse de qué le valió ser tan incondicional.

«En la gira que hizo el equipo por varias ciudades de Estados Unidos en el año 80, me propusieron quedarme y nunca acepté. Igual ocurrió cuando el Centrobasket de Ponce 93, esta vez como entrenadora, y tampoco lo hice. Cuando fui de colaboración a Guatemala muchos padres de familias me hicieron la propuesta de quedarme y nunca defraudé. Ahí es donde dejo esta pregunta: ¿y entonces?», finaliza Bárbara Bécquer.

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Imágenes cortesía de Foto: Hansel Leyva y Cortesía de la entrevistada.

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