Darien Díaz es un hombre de fútbol, una persona que vive del juego y para el juego. Lleva muchos años sobre el césped, primero como jugador y luego como entrenador. Tiene una carrera extensa, privilegiada y exitosa, a los dos costados de la línea de cal.
El equipo de Play-Off Magazine se acercó a él, lo visitó para conocer, para escarbar un poco más en su historia y para saber qué está pasando ahora mismo con su desempeño profesional.
Nos recibió en su casa de Santa Fe, al oeste de la capital cubana. Nos acomodó en la terraza, con la brisa única que produce el Caribe. Con ese confort estuvimos conversando por casi dos horas.
“Como cubano al fin, era pelotero y de vez en cuando, con los muchachos del barrio jugaba en la cuadra algún que otro partido de fútbol. Había un entrenador de mucha calidad que se llamaba Lino Rojo y fui a varios entrenamientos con él, me apasionó mucho y como en el béisbol, en la categoría 13-14 no me escogieron para ninguna preselección, me quedé con el fútbol”, cuenta.
Darien Díaz estuvo en la EIDE y en todo el sistema de la pirámide nacional del fútbol cubano. Participó en juegos escolares y desde ese instante supo que su vida estaría ligada al más universal.
“Ya desde la EIDE me apasionó mucho, además, empecé a destacar. En el 92 fui capitán del equipo sub-17 que estuvo en el premundial de la categoría, y en ese momento me di cuenta de que podía llegar a ser futbolista profesional. Con ese equipo tuve la oportunidad de jugar contra Brasil, que tenía a Dida, o España, que contaba con Kiko Narváez”, recuerda.
Además, Darien ostenta uno de los récords más llamativos del fútbol nacional, pues en el “año 94 tuve la oportunidad de ser campeón juvenil, siendo el capitán, y esa misma temporada me coroné campeón con el equipo Ciudad de la Habana de mayores”.
Fue entonces que debutó en los campeonatos nacionales en un conjunto Ciudad de la Habana que contaba con figuras como Fernando Griñán, Manuel Bobadilla, Bernardo Rosete, Humberto Martínez, pero, a pesar de eso “el profe se hizo con un puesto de titular en ese equipo campeón: en las primeras convocatorias no entraba, hasta que un día se lesiona Humberto Martínez y me dieron la oportunidad, les gustó a los entrenadores y me quedé como titular”.
Sobre la generación dorada de La Habana, comenta que “se juntaron varias generaciones de muchísima calidad y con un gran compromiso. Nosotros ganamos en el 94, 98 y 2001. Michel Contreras nos apodó los magníficos”.
En el 99, se convirtió en el capitán de ese equipo maravilloso, aunque, según él, le costó, porque “la capitanía era algo que te tenías que ganar. Si era difícil escoger tu número, el asiento en el ómnibus, imagínate lo complejo que era que te dieran ese liderazgo. Me lo gané a base de disciplina, de esfuerzo, de constancia porque estaba lejos de ser el más talentoso del equipo, y tuve la oportunidad en el 2001 de levantar el título de campeón. Eso es un momento que recuerdo de manera única, se me eriza la piel”.
Los años de carrera como jugador transcurrieron durante la etapa más dura del período especial y el deporte no escapaba de esa fatídica influencia.
“No había transporte, iba a la escuela en bicicleta, entrenaba y luego viraba hasta mi casa. La recuperación, la nutrición, la alimentación eran malísimas. Muchos abandonaron el deporte porque la situación era límite y solo los que fuimos muy tozudos, aguantamos. Por ejemplo, en Villa Clara nos bañábamos en el techo del albergue. Fue una etapa durísima, los que seguimos lo hicimos por el gran amor que le teníamos al deporte”, explica.
Su trayectoria en la selección nacional fue más corta de lo que debió ser. Lo dejaron de convocar sin ningún tipo de razón.
“Debuto con la selección en el 99, en las clasificatorias rumbo a Corea y Japón y termino mi etapa en el 2002. ¿Por qué no continué? No lo sé. En agosto de 2001 jugamos un repechaje para clasificar a la Copa de Oro. Le ganamos a Panamá y logramos pasaje rumbo al torneo. En esos partidos jugué de titular. Seis meses más tarde, en enero de 2002, ni me convocaron. Pasé de titular indiscutible a no ser convocado”, detalla.
Su carrera como futbolista terminó de forma abrupta en el propio de 2002, por circunstancias lamentables.
“Tuvimos un problema con el equipo de Camagüey y teníamos que ir a jugar allá. Amigos nos comentaron que algunos pésimos aficionados querían hacernos daño. Le pedimos a la comisión provincial que nos protegieran o que suspendieran el partido y su respuesta fue negativa. Querían que se disputará y nosotros, sin ningún tipo de protección, decimos no ir. Luego nos sancionaron por dos años y en ese instante decidí no regresar. Me sentí muy decepcionado, no valoraron los años de carrera, de entrega, de sacrificio de varios del equipo. No nos dieron nada, cuando les dimos tres campeonatos y, además, nos sancionaron. Por un problema de ética y de orgullo, colgué las botas”, cuenta.
En ese momento se acabó el fútbol de élite, pero eso no significa que abandonó el juego, pues como explica, siguió jugando campeonatos provinciales”.
“Me había graduado en Licenciatura en Cultura Física y en el 2006 empiezo a entrenar a categorías menores. Finalmente, en el 2008, tomé el equipo de Playa y ganamos 4 años el campeonato provincial. Fueron torneos maravillosos, para muchos jugadores es su Copa del Mundo, pero mal organizados. Faltaba cierta seriedad. Muchas veces no había ni árbitros”, refiere.
El “profe” se graduó en el 2000 en el Fajardo, pero a pesar de su calidad como entrenador, no tiene ninguna licencia, algo que les cierra las puertas en ocasiones de propuestas de trabajo.
“En Cuba te gradúas de licenciado en Cultura Física y recreación, pero no hay ningún curso especializado en fútbol. No es posible sacarse la licencia de entrenador de ningún tipo y es algo que me ha cerrado algunas puertas. Es algo necesario para elevar el nivel de nuestro juego y para darle más oportunidades a los DT cubanos”, explica.
Después del tetracampeonato con Playa llega la posibilidad de dirigir La Habana, con una gran plantilla como Marcel Hernández, Jaime Colomé, Yaudel Lahera, pero el conjunto capitalino llevaba tiempo sin competir bien y ese primer año con Darién Díaz rozaron el título.
“Fui hombre con ellos. Siempre con la honestidad por delante. Quería recuperar la identidad del fútbol de la capital y que ellos pudieron expresar todo el juego que tenían. Así fue como logré que ese equipo compitiera”, cuenta.
Además, tuvo bajo su mando a parte de la generación mundialista sub-20 en Turquía y cree que con esta hubo una mala planificación.
“Ellos jugaban en La Habana con la cabeza en la selección. Se les manejó mal la cabeza. Los teníamos tres o cuatro partidos y se iban a una gira, luego se iban a otro entrenamiento especial con la selección. Iba a verlos al Pedro Marrero para ver qué estaban haciendo y eran trabajos sin ritmos. Luego llegaban al campeonato nacional y no tenían ningún tipo de intensidad”, manifiesta.
Después de cuatro años quedando terceros en el campeonato nacional, le llega la oportunidad de dirigir en Antigua y Barbuda.
“El salto parece pequeño, pero es saltar del amateurismo al profesionalismo. Es otro tipo de sistema, de estructura. Si no teníamos resultados, nos íbamos a la calle. Los cinco primeros partidos no había resultados y dudaron directiva y aficionados. Tuve que reunirme con los dueños para decirles que, si en diciembre no estábamos arriba en la clasificación, nos podían echar. Con trabajo y sacrificio los resultados salieron. Pero fue duro, el idioma era complejo porque tenía que dirigir en inglés y aprender los dialectos de ellos”, recuerda.
“La diferencia es abismal en condiciones, recursos, teníamos patrocinadores [entre ese campeonato nacional y el de Cuba]. Son 92 mil personas y tienen 3 divisiones. Es una liga que puede ser un trampolín para el fútbol cubano. Ahí tienes el ejemplo de Marcel Hernández. Ese torneo te pone en la vitrina del fútbol profesional. Deberíamos mirar más las ligas caribeñas, para después aspirar a otras. El futbolista cubano tiene que escalar, insertarse primero en el contexto profesional para poder crecer. El fútbol caribeño se está desarrollando. Las Federaciones están apostando al crecimiento. Están poniendo mucho dinero y han evolucionado su juego. Tienen unas estructuras muy buenas, con muchas canchas y eso repercute luego en la aparición de buenos jugadores”, manifiesta.
Darien Díaz, cuando estaba entrenando en Antigua y Barbuda, conoció a Alfred Galustian, cofundador del Coever Choaching.
“Es un proyecto, con academias en todo el mundo, que desarrolla una metodología para el desarrollo del fútbol base. Muchos de los mejores futbolistas han crecido entrenando con esta: he tenido la oportunidad de estar en tres años de manera consecutiva y he aprendido muchísimo. Es una metodología que propuse hacer en Cuba y me negaron la oportunidad. Alfred, incluso, me propuso dar las conferencias y las clases gratis, ellos lo ponían todo, lo presenté en la Asociación y me dijeron que no. Alfred incluso me insistió y cuando pregunté una razón, la respuesta: fue porque no”, explica.
Gracias a su trabajo en la liga de Antigua le llegó la posibilidad de dirigir la sub-17 del país con resultados muy positivos.
“En muchas ocasiones tuve que hacer de fisioterapeuta con el equipo nacional, en Antigua tenía toda esa especialización y luego, por ejemplo, también teníamos un utilero que resuelve millones de problemas, que en Cuba no existe o yo nunca tuve la oportunidad de viajar con uno, y es una persona vital porque te permite solo pensar en el fútbol”, detalla cuando le pedimos que hiciera un paralelismo en cuanto a condiciones con esas selecciones y las de la Mayor de Las Antillas.
Regresando a Cuba y a la pregunta de por qué no dirige en el fútbol de su país, nos comenta con un tono lleno de sinceridad y dolor: “Esta es la parte más triste de la entrevista. Tengo cero expectativas con el fútbol cubano. Regreso en junio de 2020, me pongo en contacto con los de la Asociación y me dicen que no hay nada para mí. La justificación fue que como estaba dirigiendo fuera, tenía que volver a vincularme al sistema cubano y empezar por un combinado deportivo. Presenté un proyecto de casi 82 páginas, pero nada. Fui a la comisión provincial y lo mismo, me llegué al municipio Playa y tampoco tenían vacantes. Aquí estoy sin un salario, sin nada, sentado en mi casa”, comenta.
Darien Díaz siempre ha sido muy abierto con la prensa y parece ser que ese trato con los medios no se entiende en la directiva del balompié en la isla.
“En una reunión en la comisión nacional me iban a dar una selección. Yo no estaba presente y un jefe del deporte dijo no, ese es muy mediático. Yo no llamo a ningún periodista, ustedes vienen y me preguntan si pueden hacer una nota conmigo y yo decido. Ahora, ¿por qué en New York me mandaron a mí en la Copa de Oro a la rueda de prensa? Tengo la sensación de que hay cierto miedo a los medios. De todas maneras, si me proponen algo, yo volvería, pero con mis condiciones, con recursos para los atletas. Si me dieran la selección nacional lo primero tendría que ser elegir a los que yo quisiera”, dice.
“Por cierto, estoy muy orgulloso de todos los que han venido con el equipo. Me parece que Pablo Elier está haciendo un gran trabajo y necesita tiempo. Hay mucho prejuicio alrededor de los entrenadores cubanos. Se piensa que la solución es un DT extranjero, pero eso cuesta dinero. En Cuba existen muchos bien preparados, pero no se conocen. Llevo mucho tiempo abogando por que los mejores sean llevados a cursos, a que vean entrenamientos de primer nivel, para que puedan desarrollarse. El fútbol cubano necesita inversión y mejorar la calidad de vida de los entrenadores y los jugadores para que solo se enfoquen en el deporte. Si no se mejora la forman en que viven los actores del balompié nacional es difícil que no terminen emigrando”, concluye.
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