En la vida de Félix Pino las tormentas y las ráfagas huracanadas nunca han cesado. Las últimas, hace más de un año, volaron el techo de su vivienda, pero eso no es lo peor de todo: lo peor se llama olvido y en ese, lleva sumido hace varios años. El doble campeón mundial intenta resignarse a vivir en un inmerecido anonimato, demasiado castigo para tanta historia.

La humildad de su hogar le hace sentir pena y hasta pide perdón, cuando deberían ser otros los que sientan esa pena y vergüenza de permitir tanta ofensa a un hombre que durante nueve temporadas fue parte de aquella generación dorada del béisbol pinareño que comenzó a ensanchar la historia con su imprescindible nombre.

Félix Pino dice sentirse cansado de ofrecer tantas entrevistas y no ser escuchado; golpes van y golpes vienen, engaños, falsas promesas y, aun así, en medio de tanto dolor, cuando apagamos cámaras y micrófonos, nos regala un poema suyo, nos lo lee, nos cuenta que tenía muchísimos más, pero sufrieron el embate del último huracán llamado Ian.

No vamos a ahondar en las heridas ni en los sufrimientos ni en las carencias. Contaremos esas historias que nos regaló desde el corazón, esa hora en la sala de su hogar que nos mostró como si nos conociera de toda una vida: “Yo pienso que no merezco esto, pero es lo que tengo, no me conformo, pero tengo que aceptarlo”.

Ya lo dijo el poeta Mario Benedetti: “el olvido, está lleno de memoria”.

Eres de Bahía Honda, una tierra que en su momento le aportó muchísimo con grandes nombres a los equipos pinareños ¿Qué propició el desarrollo beisbolero en esa zona?

Mucha gente no conoce la historia antigua. Esto sucede porque nosotros en el central Harlem no teníamos ese campo de muchachos, para que pudiéramos hacer un equipo de pelota ni cosas por el estilo. Entonces, nos reuníamos 4, 5 o 6 y caminábamos alrededor de 2,3,4 o 5 kilómetros y nos encontrábamos un grupito de muchachos y les decíamos: ¿quieren jugar? Y ahí plantábamos.

Nos fuimos desarrollando y unos siguieron en la pelota, otros no; es increíble, pero es cierto lo que te voy a decir: yo no era muy amante de la pelota, pero según veían que iba a ser bueno -uno nunca lo ve, pero la gente sí-, entonces le puse un poquito de interés y comencé jugando y jugando.

Ya con 12, 13, 14 años más o menos ya me fue gustando, pero estaba ocupando un lugar que no era el mío. Por suerte o por desgracia, la vida deja que tú corras todo lo que quieras y al final te lleva a dónde vas a terminar. Jugaba los jardines y primera base, pero todos mis entrenadores me decían que esa no era mi posición. Sobre 1970, yo nunca había venido a Pinar del Río, pero me seleccionan e integro el equipo a los juveniles que fue en Camagüey, como jardinero.

En 1970, fui a La Habana a pasar una escuela de mecánico operador de equipos pesados. Me gradué, regresé a Bahía Honda y me seleccionaron para integrar la Columna Seguidores de Camilo y Che. Al terminar, me citan para el Servicio Militar Obligatorio. Pasé una escuela de motorista naval, me gradúo y me mandan a Cabañas, para el Cuarentenario. Luego, hicieron una convocatoria para participar en los Juegos Militares y llegué a ser el tercer bate de ese equipo, pero Andrés Ayón, nuestro entrenador, me decía: “si tú quieres ser algo en la vida, busca otra cosa, pero pelotero no vas a ser si no te metes a pichear. Si te metes a pichear, puede ser”.

¿Nunca lo había intentado cómo lanzador?

Nunca. Terminamos los juegos militares y nos seleccionaron para integrar la preselección en La Habana, pero el Comisionado de aquí nos solicitó y comenzamos. En mi primera Serie Nacional estuve como jardinero y era el primer bate del equipo de Pinar del Río. En aquel tiempo, eran Pinar del Río y Vegueros, no era Forestales, la gente está equivocada.

En 1973, comenzó Lázaro Gómez, quien más insistió cambiarme a lanzador. Me dije: como no me gusta, me voy, no juego más pelota. Así me fui para La Habana a estudiar técnico industrial, pero un día vengo de pase y mi papá, quien era muy fanático a la pelota, me dio 1,15 pesos, que costaba el directo. Me dijo: “vete para Pinar del Río y prueba, si te da resultado sigue, si no, sigue estudiando”. Me comencé a preparar para lanzar y mira lo que es la vida, en dos años, yo era equipo Cuba.

¿Cuánto influyó la figura de su padre en inculcarle ese amor al béisbol que usted dice que no sentía? 

Muchísimo. A mi papá lo iban a firmar para Grandes Ligas y mi abuelo no quiso. Era lanzador también, Leonardo Pino Rodríguez se llama, no vamos a decir se llamaba. Tanto a mí como a mi hermano, quien falleció y que jugaba en el campo corto, tercera base, él nos llevaba a todos los juegos que jugaba.

¿Por qué le costó a Félix Pino enamorarse de este deporte teniendo un padre que amaba al béisbol?

Para mí era un deporte muy pasivo y nosotros, desde muchachos, éramos activos. Mi deporte era el voleibol, pero nunca fui alto ni fuerte. Si hubiese existido en esa etapa el líbero, quizás, pero no daba. Después, Hipólito Ramos me empezó a embullar y nos metimos en boxeo, pero que va, esa ‘fajazón’ con gente que uno no conoce. Te dan cuatro trompadas y después tienes que darle un abrazo, eso no es conmigo. Ahí empezamos a jugar pelota hasta que llegó el resultado, en la Serie Selectiva, y me convertí en el primer pinareño en ganar el liderato en carreras limpias y entonces me llevaron a la preselección, como invitado.

Allí había dos lanzadores, ante los cuales, yo me decía: ¿a qué vine aquí? Estaban Changa Mederos y Mario Fernández. El difunto Pineda -también influyó muchísimo en mí, porque cuando vino a Pinar del Río preguntó primero por Casanova y le dijo que iba a ser el cuarto bate del equipo, aunque fuese en muletas, y luego, por mí, y ahí surge el sobrenombre de ‘El zurdo de oro’-, me dice: “te hago pícher a ti del equipo Cuba o te voy arrancar el brazo”. Comenzamos a trabajar, con el difunto Pando primero y Cortina.

En esa preselección, un día antes de hacer el equipo, tuvimos una reunión en el Palacio de las Convenciones con el Comandante. Él pregunta a Changa que si su relevo estaba preparado y este responde que sí. Yo estaba sentado al lado de Changa y veo que él me mira, como queriendo decir, esa basurita. “Quiero que cuando ustedes se vayan, que él se fije cada vez que tu pichees y enséñale”, dijo. Me dije: ya estoy en el equipo”. Así fue, en efecto.

Comencé en el equipo nacional y me mantuve desde 1977 a 1982. Entonces, la gran mayoría de los lanzadores del equipo Cuba éramos de Pinar del Río: Julio Romero, Rogelio García, Jesús Guerra, Juan Carlos Oliva y yo. Llevaban siete nada más, no como ahora, y nos mantuvimos ahí. Pero me lesiono el codo y me querían operar, pero no quise. Decidí no jugar más, aparte de eso, sufrimos mucho.

Exbeisbolista cubano Félix Pino, ya retirado. Foto: Brayan Chirino

¿En qué sentido sufrieron?

En cosas que nos hacían, las cuales no merecíamos y sufrimos bastante. Cuando el Mundial de Japón en 1980, un entrenador me dice: “¿Cómo tú crees qué está la preselección?”. “Bien, bien”, le dije.  “¿Tú cómo te sientes?”, me preguntó.  “Bien”, Le respondí. “¿Quieres que te diga una cosa? Para hacer este equipo vas a tener que tumbar una estrella a pedradas”, añadió.

Nos fuimos a jugar al psiquiátrico, con la preselección dividida en dos equipos, rojo y el azul. Pineda me decía: “quiero que tires duro”. Le respondía: “eso es lo único que yo sé hacer”. “Vas a lanzar ahora”, me dijo, pero le respondí que no lo iba hacer.

Julio y los demás compañeros hablaron conmigo, pedí la pelota y comencé. Fueron 7 innings de lo mejor, después, ese entrenador del que hablé, cuando terminamos el juego, me fue a felicitar y como guajiro bruto, le contesté mal. Me iban a sancionar, pero otro entrenador se opuso y Servio, que era el director, tampoco estuvo de acuerdo. Digo con honestidad que le contesté mal porque para mí lo merecía. ¿Cómo me vas a amenazar y después me vas a felicitar? Eso era como si se burlara. Tenía la frase que tomé de Juan Castro, quien dijo que cuando él no fuera el primero en el equipo, no jugaba más.

Ya eso empezó a dolerme. Siempre quise tener la oportunidad de inaugurar una Serie Nacional y una vez estuve a punto de lograrlo, pero otro entrenador se opuso, y eso me hizo decepcionarme un poquito más. El clavo fueron los Juegos Centroamericanos y del Caribe en La Habana 1982. Se me dio la oportunidad de ser el primer lanzador y perdí. Me dije, yo no sirvo, y eso me mató.

Fui a la siguiente Serie Nacional, pero ya no con el mismo interés. Esta parte es un poco más fuerte. Mi papá me decía muchas veces que yo tenía suerte para la vida, pero no para vivirla, ¿por qué razón? Porque con otros hacían cosas y conmigo no las hacían, tienes la prueba. El único en Pinar del Río que es campeón mundial y no tiene carro soy yo. La segunda: averigua para que veas que todas las glorias deportivas de esta provincia tienen casas buenas y autos; yo ni tengo casa buena ni tengo auto. Ya eso me decía, sigue hasta donde puedas. No es que desista de la vida, pero ya me da lo mismo.

¿Nunca pensó en exigir lo que verdaderamente le corresponde por lo que logró?

No soy una gente pedigüeña y siempre he creído que quien merece no pide. No han tenido la amabilidad, ni siquiera, de venir aquí a ver la situación que tengo. Cuando el ciclón, los colchones se echaron a perder, también, el televisor que tenía aquí. Para poder dormir tuve que ir al estadio para que me dieran un pedazo de colchón viejo, pero bueno, la vida, vamos a decirlo así, me ha golpeado. La gente dice: tú no tienes valor, pero yo sí tengo valor, lo que tengo miedo es a las mentiras, que me engañen. Solicité un teléfono, me dieron una carta y jamás me lo pusieron; también, un balón de gas para cocinar y tampoco. Entonces, mi hermano, en realidad somos primos, cuando vino con el tema de su operación, él solicita el teléfono y ahí está el teléfono, pero, ¿sabes por qué se lo pusieron? Porque fue escolta del Comandante. Eso es de él, no es mío. Por todas estas cosas tiré la vida, no la mía, la del exterior, a basura. Que sea lo que sea.

Una vez, cuando el tema del auto, el que me asignaron a mí, era de Omar Ajete pero era la carrocería y un block. Fui al gobierno a pedir ayuda y no me la dieron. Solicité la casa, que entonces, no estaba así como se ve. Pero la culpa me la echo yo, ¿sabes por qué? Porque lo acepté, pero lo hice porque estaba en un momento difícil familiar y no tenía para dónde ir. Tendría que ir para Bahía Honda otra vez, y estaba pasando mucho trabajo, me propusieron y la acepté. No debía haberla aceptado, pero lo hice, entonces, me toca pagar y pago. Muchas veces, te lo digo así con el corazón, tengo momentos tristes. A veces, me siento donde mismo tú estás sentado y me pongo a pensar y a pensar.

¿No crees que ese sea el error, haberlo aceptado?

La culpa me la echo yo, por haberlo aceptado, pero lo acepté en un momento en el que tenía dificultad. Es como el cuento de la tablita, te mandé la tablita y no la cogiste, te mandé esto y no lo cogiste, ahora te estás ahogando, ¿y me vas a echar la culpa a mí? Si yo te mandé cosas para que te salvaras y no te salvaste, si no cojo esto hubiese sido peor.

¿Qué cambiaría de su vida Félix Pino? 

Nada, si no dejaría de ser yo. Incluso, perdí lo poco que tenía aquí después del ciclón. Recuperamos algunas cositas, cuando llueve hay que sacar agua como si fuese un río. No han tenido la amabilidad de venir aquí y nos hemos reunido 500 veces y todas esas veces he dicho lo mismo. Cuando jugué pelota, que representé a Cuba, el Comandante nos decía que nosotros éramos embajadores y tenía confianza en nosotros, la Revolución confió en nosotros. Digo ahora que la Revolución algún día se acuerde de que yo existo. Fui secretario del comité de base de la juventud de Forestales en la Serie Nacional y de Pinar del Río en la Serie Selectiva, delegado directo al onceno Festival de la Juventud y los Estudiantes, invitado al Congreso del SNTECD, cumplí misión en Venezuela, pero parece que mi nombre no se pega. Uno está viejo, vivo solo, aunque no es que esté solo: le digo a mi colega, me hace falta que me tires un cabo y cae aquí.

Con sus antiguos compañeros de equipo: ¿todavía mantienen una fraternidad muy bonita?   

Esquivel, Luis Giraldo Casanova, todos nosotros somos prácticamente uno. Ellos me llaman aquí, me preguntan qué estoy haciendo, vienen para acá, nos sentamos en el patio y ahí comenzamos a compartir.

Exbeisbolista cubano Félix Pino, ya retirado. Foto: Brayan Chirino

¿Crees que esa hermandad ayudó a los logros que alcanzaron en el béisbol?

La crítica ayuda. ¿Cómo aprendí mayormente a pichear? Fijándome en ellos, en Guerra, Julio, Rogelio. Me decía: las cualidades que tienen ellos no son las mismas que tengo yo. Llegué tarde, pero la vida me premió y me demostró que estaba equivocado. Julio es cuñado mío desde hace más de 40 años, casado con mi hermana. Vivía en su casa. De Casanova, para qué te voy a decir. Somos del mismo barrio: Urquiola, Esquivel, todos somos familia.

¿Cuáles son esos momentos especiales que guarda dentro de la Serie Nacional y que demuestran la hermandad?

Cuando yo me lesiono, fuimos a jugar a Morón. Un ortopédico de allí le pregunta a Pineda qué me pasaba. Le dice que estaba lesionado. Este me llamó y me preguntó. Entonces, le pide a Pineda que me dejara con él y me pasé 15 días en casa de ese doctor sin conocerlo, mientras trabajaba con mi brazo. Me dijo: vamos a hacer una prueba. Me puso a tirar con una pelotica de tenis, después, un de sóftbol y luego, con una de béisbol. Comencé a aumentar la velocidad en cada lanzamiento y volví a resentir la lesión. Él me dijo: sé lo que hay que hacer, el baño de contrastes, pero hubo un entrenador que me dijo: terminó tu historia. Pero el entrenador Pando dijo: ¿no lo quieres? Dámelo a mí. Ese mismo año volví al equipo Cuba. Son momentos tristes que suceden.

En otra ocasión, aquí en Pinar del Río, me dice Pineda: “no vas a lanzar hoy contra Camagüey”. De la cabina le informan que si lanzaba y daba nueve ceros a Camagüey quedaba líder en carreras limpias. “Me arrepiento, vas a lanzar, pero en el inning, si te hacen una carrera te quito”, me dijo.

En el octavo, por ahí, Cairo me da un batazo y me dije, se fue. Me quité la gorra y el guante me los puse debajo del brazo, pero la pelota dio contra la pared. Terminé dándoles el nueve cero sin saber nada de la estadística.

En una discusión de playoff contra Las Villas, cuando llegamos a Artemisa, le dije a Casanova: “recoge las cosas mías que no voy para Las Villas porque estoy molesto”, y regresé a Bahía Honda. Al llegar, mandaron un carro para que me recogiera y me llevara a Las Villas. Me pusieron a lanzar y me dieron una tremenda entrada de palos. Fuimos para Cienfuegos, ganó Rogelio y regresamos para acá, tuvimos una reunión y Guerra pidió la pelota, se la dieron y perdimos. Al otro día, dice Pineda: “esto es tuyo, o terminamos aquí o vamos para La Habana”. Juan Castro tenía un don que no tiene todo el mundo, de que antes de terminar el calentamiento, iba y te recibía los últimos lanzamientos y te los pedía como en el juego. Me dijo: “Pinocho, vamos a tirar la recta arriba, la curva para el suelo y a caerle a tenedor a esta gente”.

Como en el quinto o sexto inning se me llenan las bases sin out. Venían al bate Antonio Muñoz, Cheíto Rodríguez y Olivera. Vino Pineda y habló conmigo: “no le tires curva a Muñoz, tírale tres rectas. Lo que va a hacer que lo haga rápido”.

Poncho a Muñoz y viene Cheo. Nosotros sabíamos que él le iba mucho a la bola alta, pero no le iba bien. Le tiramos recta alta y dio foul. Le tiramos tenedor y curva, y no les tiró. En conteo de 3-2, Francisco Costa, tercera base, me dice: “Tienes que ser inteligente, piensa lo mismo que está pensando él, que tú se la vas a tirar ahí. Tírale la recta”. Se la tiré y bateó para doble play.

Pero en el octavo pasa la misma situación. Le lanzo a Muñoz y me da fly al campo corto. Me quité la gorra, la eché dentro del guante y llamé a Pineda. Estábamos ganando y le dije: “quítame de aquí. Me escape antes, pero de esta, no me salva nadie”. “¿Tú tienes miedo?”, preguntó. Le dije sí. Me quitó, trajo a Rogelio y resolvió.

En su etapa en el equipo Cuba: ¿los resultados se obtuvieron por el bajo nivel de los rivales?

No, fíjate si no era así, que los grandes, como Mark McGwire, pasaron por ahí. Lo he hablado con la gente y digo: bueno ¿y esta generación de ahora con quién juega? Con gente que están desahuciados ya, que no son nadie, y no le ganamos a nadie.

¿Dónde está la diferencia entre su generación y la actual?

Que había amor. Hablar de uno mismo era difícil, vivíamos mal, porque vivíamos en el estadio en unas literas de tres pisos, y teníamos que ir a Acopio para buscar palets, ponerlos en el baño y así poder bañarnos. De ahí, nos trasladaron para el kilómetro 2 de la carretera a La Coloma, al Motel Deportivo, y después para el kilómetro 13 y los mosquitos tenían espadas. No pedíamos nada, era el amor de hacer lo que te gustaba.

Nos daban un bono de 350 pesos, pero no en dinero, en papel, y eso era lo que nosotros ganábamos. Julio Camacho nos ayudó un poco, porque yo ganaba 96,35 pesos, porque era ayudante de construcción. Casanova, por ejemplo, era chofer de guagua. Él ajustó y nos subieron un poquito. Pasé a 162,01 pesos. Nosotros no lo pedimos, surgió de él esa iniciativa. No pedíamos nada, lo de nosotros era jugar pelota y demostrar que podíamos, que éramos cenicienta y llegó esta generación y empezamos a subir. Entonces, ya tenían miedo de jugar contra nosotros, ellos nos hacían los cuentos. Decían: “estás loco, estoy bateando 280, voy para Pinar del Río y regreso bateando 240, no voy a ningún lado”. Y no venían. ¿Por qué? Vienes hoy y te coge Rogelio, mañana Julio Romero, pasado Jesús Guerra, luego Félix Pino. Y no venían.

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Se retira muy joven por una lesión en el codo y también usted dice que por varias decepciones. ¿De no haberlas tenido, hubiese seguido?

Cómo no. Me retiré con 28 años de la pelota, no estaba muy usado porque comencé la carrera de lanzar un poco tarde. La lesión no fue una gran cosa, lo que te comenté fueron las cosas que me llevaron a esa decisión. Desde los Centroamericanos perdí la motivación. No lo dejé antes por consejos, hay que tener poder de escucha, pero tienes que tener también poder de que te escuchen. Tenía poder de escuchar, pero no de que me escucharan.

Luego del retiro. ¿Cómo ha marchado su carrera como entrenador?

Estuve varios años como entrenador de picheo de la serie provincial con Pinar del Río y varias veces campeones. Después, estuve al frente del picheo en la Liga de Desarrollo. Posteriormente, vine a trabajar a la escuela de los Camilitos, cerca de 11 años y en ese tiempo quedamos campeones en los juegos militares 7 u 8 veces, hasta que comencé a cansarme del viaje y el gasto de dinero. Estaba trabajando por gusto, prácticamente.

Con el equipo de mayores participé varias veces en la preparación, pero había otros entrenadores que estaban más capacitados que yo.

En Venezuela tuve un percance. Me robaron en la casa los malandros y me amenazaron. Dije: a mí no me van a matar aquí. Hablé con el jefe y me quería cambiar de estado, pero me fui. El gobernador y el director me hicieron una carta de recomendación para que regresara.

Dice que tiene momentos en los que se sienta a pensar solo. ¿Qué le viene a la mente?

Si yo digo todo lo que pienso, todo lo que se te puede ocurrir cuando te sientes, así como dicen, olvidado. ¿Qué yo hice? ¿Para qué yo hice? Todo eso se te mete en la cabeza.

¿Cómo sales de esos momentos?

Dándole vuelta a los sembraditos, arrancando yerbita, limpiando el patio. Ahí se me pasan esos ratos.

¿Sigue viendo béisbol?

A veces, porque no a mí, sino a muchas personas, los oigo decir que están muy decepcionados de la serie. Incluso, dicen la Serie Élite está más débil que la Serie Nacional y es donde están los mejores.

Otro motivo por el que también he dejado de verla, es porque vamos a todas las competencias y no ganamos ninguna: ni escolar ni juvenil ni sub-23 ni mayores. No ganamos y eso te choca. Si yo trabajé con buena cantidad de esos muchachos que están ahí y no eran así, ¿qué pasa?

¿Qué cambiaría Félix Pino?

Lo primero, conmigo, eso de celulares para el terreno no va. El juego andando y los ves con el teléfono, eso lo cambiaría. Como no sé qué otra cosa, porque hay buena preparación según dicen ellos, mejores condiciones, pero, ¿a quién le ganamos? Algo está pasando, algo hay ahí que no está bien.

¿Qué valor le da a su familia?

Mejor no la quiero, aunque no vivamos cerca, porque aquí en Pinar del Río nada más tengo una hermana, pero vive lejos de mí. En Bahía Honda es donde viven los otros. Nos llamamos, conversamos.

¿Un último mensaje a la afición que lo recuerda?

Quiero dar las gracias a los que tuve la suerte de leer a través de un teléfono lo que opinaron (publicación en la plataforma Facebook realizada por Jacinto Carcedo con motivo a su cumpleaños) porque no sabía, de veras, que pudiese tener gente con esa opinión que expresaron ahí, en el escrito.

A veces la gente no te tilda de modesto, hay otra palabra que te dicen que no es modestia. Cuando uno es natural, es natural. Tú quieres cambiar, pero la vida no te deja. Estoy hablando con ustedes, como te dije antes, yo no quería, pero bueno la vida es así.

Quisiera tener un teléfono para que esas personas se pudieran comunicar conmigo. Tengo uno, pero no tiene todas las posibilidades. A muchos que no conozco me gustaría conocerlos, y un día darles la mano. Cada vez que vas a algún lugar, la gente te dice: para mí es un orgullo saludarte, hablar contigo. Yo le digo a la gente que el orgullo es de nosotros, porque me conocen, pero yo no los conozco. Para mí es un orgullo conocerlos a ustedes.

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*Agradecimiento especial al profesor Jacinto Carcedo Pérez, por hacer posible esta entrevista

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Imagen cortesía de Brayan Chirino

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