De pequeño, Ídolo Gilberto Herrera Delgado fue un muchacho callejero a quien el voleibol, de alguna manera, le cambió la vida. Gracias a este deporte fue jugador y técnico del equipo Cuba, y la Federación Internacional lo nombró mejor entrenador del mundo en 1977.

Nació el 13 de abril de 1944 en el Cerro y comenzó a practicar este deporte en la escuela secundaria y ya con 16 años pertenecía a la preselección nacional. En 1962, debutó fuera de la Isla al ser convocado para los novenos Juegos Centroamericanos y del Caribe en Jamaica, de donde volvió sin medallas.

Aunque en 1966 conseguiría desquitarse al llevarse el oro en Puerto Rico y un año más tarde se colgaría el bronce panamericano en Winnipeg, no sería como jugador que vería Gilberto sus mejores momentos. A inicios de los años ’70, El Venado, sobrenombre por el cual lo conocen desde su época como jugador, se fue hasta el banquillo técnico.

Desde ese puesto llevó las riendas de la selección cubana entre 1972 y 1985, tiempo en el cual acumuló medallas en juegos regionales y consiguió la única presea olímpica que posee una selección masculina de voleibol para Cuba: el bronce de Montreal 76.

Luego vendrían sus incursiones como técnico nacional de España, Grecia, Turquía y Venezuela, una segunda ronda al frente del equipo cubano y el magisterio. Play-Off Tv conversó con un maestro del voleibol cubano, Gilberto Herrera Delgado.

¿Cómo fue la infancia de Gilberto Herrera en el Cerro?

El Cerro tiene varios niveles desde el punto de vista de las personas y nací en una zona difícil, en un solar al que le decían el Batey. Tenía 404 cuartos, dos baños y una ducha: ahí nací yo, el séptimo de 9 hermanos. Ese solar me marcó mucho, con cuatro salidas y cuatro entradas. Delincuencia había a todas horas, de todo lo que puedas imaginar.

Éramos extremadamente pobres. En los años 50, el gobierno de Fulgencio Batista cerró el solar y nos mudamos para otra zona del Cerro, pero cada vez más difícil y de nivel más bajo.

El voleibol apareció en su vida por casualidad

Yo estudiaba en la Superior no.10 y conocí el voleibol por accidente. Yo decía que iba a ser pelotero, el mejor tercera base de Cuba, y dormía con un guante debajo de la almohada. Pero en mi primer año en la secundaria, un día, comienzo a criticar a los que estaban jugando voleibol en una competencia por la escuela, hasta que llegó una pelota a mis manos y vi que no era fácil.

Después comenzamos a practicar, no sabíamos nada, pero hubo una situación difícil. Éramos niños de la calle, no así los que jugaban voleibol y se decía que los que jugaban voleibol eran amanerados. Eso fue una tragedia siempre, hasta que en la casa entendieron que no era así.

Pero cuando nos fuimos a inscribir en la academia, los que ya jugaban se ríen de mí y de mi otro compañero. Entonces, hicimos un pacto de sangre, él y yo, de que íbamos a jugar bien. En seis meses llegamos a ser jugadores del equipo regular. Así empezó nuestra trayectoria como jugadores. En aquella época existían clubes.

¿Qué pasó después de 1959 con el voleibol y cómo llegas a la selección nacional?

Después de 1959, se hizo una preselección y la integré. En 1962, yo era atacador y llegué el equipo nacional, cuando fuimos a Jamaica. Saltaba mucho, por eso me decían “El Venado”. En esos primeros años existían muchos equipos, se jugaba mucho en La Habana. Teníamos la posibilidad de ir al campeonato del mundo de 1962 si ganábamos los Centroamericanos, pero perdimos.

Cuatro años después, para los Centroamericanos, ya era el más veterano de la preselección, porque el resto de los jugadores se retiraron. Eugenio George era uno de los entrenadores del masculino, entonces. Obtuvimos la medalla de oro de los Juegos Centroamericanos de 1966. Después, en el 67, ganamos los Panamericanos y en el 68 llegó un entrenador alemán que cambió todo.

¿Cómo se da su salto de jugador a entrenador? ¿Cómo se desarrolló el voleibol cubano hasta el histórico tercer puesto de los Juegos Olímpicos de 1976?

Cuando terminamos en Jamaica, José Llanusa -primer presidente del Inder- me dice que estaba designado para ir a Alemania a estudiar para hacerme Licenciado. Yo quería seguir jugando voleibol. Busqué a uno para que fuera. Después, vino el alemán Dieter Grum y me invitan a una reunión, como capitán del equipo, a escuchar lo que se hablaba.

Él dijo que, en los Juegos Olímpicos, en Montreal 76, el sector masculino iba a ser medallista. También vinieron después otros entrenadores de otros países. Estuve en los Panamericanos del 70 en Panamá, pero no me dejaron vivir con el equipo, me pusieron con los entrenadores, porque querían que fuera entrenador y me formaron como observador.

Cuando terminan esos juegos de Panamá, me pusieron con el equipo femenino. Pero después pasé al masculino y no cambié más. Se fue el alemán y yo estaba estudiando. Pero me propusieron que fuera el entrenador del equipo nacional en 1972, incluso, me tocaba ir al aula con mis alumnos a recibir clases. El alemán creó las bases científicas y tecnológicas para llegar el primer nivel.

A partir de ese momento, su ascenso como entrenador fue vertiginoso: tres coronas centroamericanas (Dominicana 74, Medellín 78 y La Habana 82), tres panamericanas (Cali 71, México 75 y Puerto Rico 79), bronce en el Campeonato del Mundo de Italia 78, y preseas de bronce y plata en las Copas del Mundo de 1977 y 1981, respectivamente.

¿Qué le dio usted a ese equipo?

Le di la cultura cubana, lo llevamos al juego. Fuimos cambiando paulatinamente ciertos elementos. También empezamos a crear el equipo que iba a Montreal 76, a los Juegos Olímpicos, sobre la base que había creado aquel entrenador alemán. Entonces, a diferencia de ahora, jugábamos por años unos 50 o 60 partidos, en Europa, pero no dejábamos la preparación física. En los Juegos Olímpicos de Montreal fuimos bronce, solo perdimos en el cruce con Rusia.

¿Qué hubiera pasado de haber participado en Los Ángeles 84, juegos a los cuales Cuba no asistió?

Nosotros hubiéramos entrado en medallas, eso lo sabes por los resultados previos. Teníamos una estrategia, estábamos construyendo un equipo.

¿Qué recuerda del premio como mejor entrenador del mundo en el 1977?

Fue la primera vez que se dio, pero en Cuba eso no se conoció. No hubo repercusión. Puse el trofeo en mi casa, encima de la mesa. Tiene su placa, fue el primero que se dio en la historia del voleibol. En esa competencia fuimos bronce, segundo Japón y primera la URSS, pero me la dieron por la constancia en el alto rendimiento. Eso fue una satisfacción personal, pero había que seguir. Tuvimos una competencia mala en Moscú 80, con un séptimo lugar, pese a que debíamos discutir el oro. En el 79 ganamos el Norceca, y la clasificación olímpica. En el 1981, fuimos subcampeones en la Copa del Mundo.  

¿Por qué deja el equipo nacional en 1985?

Se creó una situación, había una exigencia grande. Yo soy así, exigente en el voleibol. Hubo un manejo un poco raro, se creó una situación y me separaron del equipo. Después fui a Europa. Llegué con mejor preparación a España que cuando era entrenador en el equipo nacional. Allí continué mi camino desde el punto de vista intelectual. Yo había leído mucho. Trabajé muy duro, porque allí había que enseñar todo. En España me encontré un voleibol de escuela. Pude experimentar allí con algunas cosas nuestras, que traíamos de Cuba.

Fui a trabajar, a cambiar filosofías de preparación y a aportar conocimientos. Ellos no tenían tantos talentos, y eso nos obligó a crear las capacidades para llevarlos al primer nivel mundial. Los atletas respondieron bien y alcanzamos el octavo puesto en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Esa tarea se tornó ardua, porque cambiar mentalidades y trabajar con aptitudes casi nulas era muy difícil. Aunque las otras escuadras tampoco estuvieron fáciles, puesto que carecían de la mentalidad de primera categoría.

Regresó al equipo nacional en 2001, pero se fue pronto. ¿Qué pasó?

Juan Díaz terminaba. Se hizo una comisión de entrenadores, pero después, no sé que pasó y se declaró a Eugenio como primero del femenino y yo del masculino. Fue duro, porque eran grandes figuras, pero los muchachos habían perdido el rumbo, tenían lesiones. Tenían mucho potencial: Roca, Pimienta… Fuimos campeones de la Supercopa del Mundo en Bélgica; pero también se terminó ese trabajo. Hubo que construir de nuevo a aquellos jugadores, terminamos con las lesiones que sufrían. Logramos que tuvieran salud. Los jugadores se revalorizaron y cometieron esa falta, siempre condenable, como dije en su momento.

¿El tema económico como influyó en aquel caso para las salidas de jugadores que experimentó el voleibol cubano?

Yo no estaba. Estuve mucho tiempo en Europa, no lo viví. Ellos plantearon que no se les pagaba puntual y otras cosas. Era uno de los aspectos que ellos esgrimieron.

Pasa que teníamos equipo A, B, juvenil, teníamos como 80 jugadores, rotábamos. Cada semana, uno del juvenil, venían al B, y algunos del B, al equipo nacional. Lo más importante para Cuba entonces era tener atletas de perspectivas. Es difícil, en nuestras condiciones, tener resultados con tan pocos jugadores, sin una competencia nacional larga -el déficit nuestro es de competencia, por situaciones económicas-; también, la población de jugadores ha disminuido. Entonces, ¿quién empuja a quién a mejorar?

¿Y los entrenadores?

Después del 2001, no había entrenador de experiencia dentro del equipo, solo de experiencia a nivel provincial. Ya en el 2002 éramos el 21 en el Campeonato del Mundo. Hasta que llegó Orlando Samuels, que fue subcampeón, pero después volvimos a caer en los resultados.

También, hay que tener visión. Hoy tenemos jugadores, grandes, pero hay que desarrollarlos. No hay equipos sin figuras, pero a una figura hay que acompañarla. Se perdió aquella aplicación de ciencia dentro del terreno. No se conocía la filosofía del proceso de entrenamiento de los equipos cubanos. Los que vinieron, no se formaron como entrenadores en el equipo, vinieron de otro lado y necesitaban maduración.

Por ejemplo, Juan Díaz, Chino Rojas, Justo Morales, fueron asistentes nuestros. Samuels fue jugador mío y después asistente por años. Es un sistema de trabajo. Hoy hay serias dificultades con la preparación física del jugador cubano. El lazo se perdió entre las generaciones de entrenadores. El proceso se perdió.

En el 2016, usted regresó al equipo nacional, como asesor y clasifican a los Juegos Olímpicos, pero después decide marcharse. ¿Qué pasó?

Vino Rodolfo Sánchez y me pidió que ayudara, como hizo Ariel Sainz, que me pidió que ayudara. Fueron 10 semanas duras para mí. Eran entrenadores jóvenes y esa articulación de desarrollo de entrenadores jóvenes se había perdido, no quedaba nadie de los antiguos. Lo que sabían en ese momento era lo que habían aprendido, no tuvieron una formación como entrenadores. De asesor tuve que enfrentarme al entrenamiento.

Pero en el voleibol cubano se perdió aquella superación, esa exigencia por el desarrollo científico. Se perdió la motivación por el estudio. No hay otros medios para desarrollar el entrenamiento. Los otros equipos lo tienen todos, pero no tienen esa capacidad genética. Es difícil superar a equipos de ese nivel, debes tener cantidad de jugadores y entrenadores con proyección de primer nivel mundial.

Por segunda vez me pidieron ayuda, y yo iba como uno más, a tratar de aportar, pues llevábamos tres Juegos Olímpicos sin participar y mi deber era auxiliar al país. Simplemente el proceso se ejecutó y no vi avance desde el punto de vista de organización ni de perspectiva de desarrollo. Al parecer, la vía a tomar era otra, y entonces salí del medio. Di mi opinión, alerté; no se entendió y abandoné ese buque. Sabía que el camino era incorrecto en diversos ámbitos.

Hay situaciones económicas, aunque el béisbol no las tiene y el mismo baloncesto tiene su liga más ampliada. El voleibol nunca la ha podido hacer, porque nos faltan jugadores.

Entonces, solicité una reunión, porque sufrí mucho para llegar a obtener el rendimiento. No teníamos la misma filosofía, hasta que encontramos el camino. Fue dura la reunión, planteé las cosas con fuerza, sufrí 10 semanas de entrenamiento, pero obtuvimos resultados.

Después hubo una discusión y se acabó. Yo era el invitado, cumplí con el objetivo y entonces me separé. La primera vez se demoraron 15 años para decirme: ven a ayudar. La segunda vez, 15 años también. También gané, eso no es suerte. Llegué a arreglar lo que no estaba bien. Esa clasificación a los Juegos Olímpicos fue construida con dificultad.

¿A qué atribuye el éxodo de atletas?

Es un inconveniente económico. Ellos estuvieron mucho tiempo codeándose con la élite y saben lo que ganan las grandes estrellas. Varios de los muchachos dejan de pensar en determinados valores y se centran en lo monetario. Ya con los contratos esto ha disminuido, porque sienten respaldo. Antes la predisposición hacia el profesionalismo nos hizo perder una buena cantidad de talento.

¿Cómo ve el voleibol cubano en la actualidad?

Si ves la nómina del equipo cubano subcampeón del mundo sub-23, del sub-21 y del nacional, es la misma nómina (no sucede así con otros países). En mi opinión, se estudia poco. No nos queda otro remedio que estudiar. Tecnología no tenemos, pero en la parte humana estamos distantes de los grandes equipos del mundo y la teníamos.

En el voleibol cubano hay mucho de laboratorio, porque no tenemos una población tan grande, ni teníamos. Los soviéticos tenían 10 millones de fichas de jugadores de voleibol. ¿Pero cómo es posible que el voleibol femenino se haya acabado en 12 años? ¿Qué pasa en la base? ¿Quién enseña al entrenador de la base?

Necesitamos herramientas como el Data Volley. Los scouts nuestros, con un papel y un lápiz, hacen lo mismo que con una herramienta como esa. Pero ahora no tenemos equipo de ojeadores. El voleibol cubano necesita un equipo de ojeadores confiables, que hayan jugado y que tengan pensamiento de voleibol.

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Imagen cortesía de Julio Batista