Han pasado más de 10 años desde que Reisander Fernández decidió abandonar la selección cubana de fútbol en Canadá. Presa de la decepción y del engaño en su tierra natal, busco otra vía para ayudar a su familia.  

“Es difícil entregarle tu vida a algo y sentirte engañado: como deportista, me sentí engañado. Si me hubiesen dado más atención no me hubiese quedado en ningún lugar. A veces, de la roña que tenía, me daba unos tragos e iba al Poder Popular de Morón y el jefe de allí me daba mucha ‘muela’, siempre era un cuento con mi casa. Lo que más me decepcionó fue que ese jefe que tanto se ‘hacía’, en un viaje que tuvo, se quedó. Fue mucha la desilusión, me dolió que me dijeran tantas mentiras. Ya tenía 28 años y pensé en el futuro, tenía claro que había que ayudar a mi familia y esa era mi oportunidad. O fracasaba o salía adelante, podía ser o no en el fútbol, pero en Canadá estaba mi futuro”, desde la distancia. 

Reisander Fernández ya tenía en su mente que esa era su oportunidad. Lo que jamás imaginó fue lo complejo que sería todo, por los momentos de distancias, de pérdidas familiares y sobre todo, por una adaptación muy compleja. Solo, en el medio de una ciudad inmensa y con frío, comenzó a sentir lo difícil que sería esta nueva aventura.  

“Llegué aquí solo, sin saber para donde correr, desorientado. Pregunté quién hablaba español y todos decían ‘sorry’. Estuve caminando durante dos horas solo, por esa ciudad. Me encontraron unos italianos y colombianos que vivían aquí y les pedí que me ayudaran. Ese día no comí nada y ellos me trajeron una hamburguesa, pero no me pasaba, no me la pude comer. Era el mes octubre y había mucho frío. Es triste, pero fue lo más duro del mundo. Tenía los ojos aguados y cuando fui a almorzar, las manos no me llegaban a la boca. Mis compañeros de trabajo me dijeron: ‘aquí todos somos emigrantes y tienes que ser fuerte”, recuerda. 

Aunque no se arrepiente, Reisander Fernández reconoce que pasó momentos muy tristes, pues no pudo asistir al funeral de su padre y, mucho menos, ver crecer a su hija. Todo esto, por tener prohibido entrar a su país natal durante varios años, castigo que aplica el gobierno cubano a los deportistas que abandonan delegaciones en el extranjero. 

Tuvo que pasar una década, desde su abandono en 2012, para que Reisander Fernández pudiera entrar a su país, un momento que guarda con mucho sentimiento y gran cariño. Ya muchas heridas están cerradas, la vida continuó y, aunque hay cosas que jamás olvidará, reconoce que del fútbol cubano se deben revelar muchas cosas.  

“Hay que decir muchas verdades sobre él fútbol cubano. Varias generaciones de futbolistas pasamos mucho trabajo e hicimos muchos sacrificios. Hoy es cierto que existen nuevas cosas, pero falta sudar más la camiseta”, dice.  

Reisander Fernández con la selección cubana de fútbol
Reisander Fernández con la selección cubana de fútbol

¿Cómo fue tu infancia?  

Yo me crie en el campo, respirando aire puro y teniendo una vida sana. Vivía con mis tías y mis primas. Mi tía me complacía en todo, solo que no me dejaba salir. De pequeño tenía algunos problemas con la escuela y mi mamá me llevó para Morón para que estudiara más. Si seguía viviendo en el campo, iba a terminar trabajando en un tractor.  

¿Cómo llegaste al fútbol? 

Por la escuela pasaban entrenadores captando niños, uno de ellos explicó cómo era este deporte y nos anotamos 9 o 10 muchachos del aula. Entrenaba todos los días, iba a pie: desde pequeño, el esfuerzo y el sacrificio marcaron mi vida. Tuve el espíritu deportivo de mi padre. Aunque era buen boxeador, su mala cabeza no lo hizo triunfar en el deporte. Por eso, siempre me dijo que fuera disciplinado. 

¿Cómo eran las condiciones para entrenar? 

En lo personal, no tenía ningún tipo de condiciones, entrenaba con short que piqué a partir de un pantalón. Un día, al estirarme, se me rajó completo desde atrás hacia adelante y tuve que irme para mi casa con un pulóver envuelto para taparme. No tenía ni licra, ni zapatos: era correr por encima de un marabú y darle a una pelota. No había agua para beber y saciábamos la sed en una llave que había cerca del estadio.  

Al terminar de entrenar siempre teníamos mucha hambre y la pasábamos robando mangos desde el estadio hasta la casa. En cuanto a las porterías, no tenían mallas. Tenía muchas dificultades, pero no podía exigirle a mi mamá que me comprara un par de tacos, pues en casa éramos 3 hermanos y la situación difícil, no había mucho. Aun así, con esa situación, siempre me daban 2 pesos para ir a la competencia y que comiera. Si la competencia era más lejos, me daban 5 pesos. 

A pesar de todas estas dificultades, en casa siempre contó con el apoyo de su familia para practicar el fútbol.  

No tuve que trabajar para poder sostenerme, pero tuve presente que para ayudar a mi familia tenía que esforzarme, ser el mejor y triunfar: en casa, siempre los ayudaba a ellos. Mi mamá iba al campo y yo le cargaba los sacos de aguacate y plátano. Mi rutina cuando estaba en Cuba era bastante compleja: me levantaba y comía algo si había, generalmente, pan con aceite y agua con azúcar. Muchas veces, no había nada en el caldero para comer. Cogía todo lo de las matas y me lo comía. Eran tiempos difíciles y cuando ya fui creciendo y teniendo resultados, me decía mi mamá: “Ahora sí no hay quien te aleje del caldero, vas a tener que aguantarte la boca, la comida aquí no es free.  

A la par de la compleja situación del país y su incidencia directa en casa, el Campeonato Nacional se convertía en una pesadilla para Reisander Fernández y, en vez de ser la solución para muchos de sus problemas, era el agravante para ellos. 

El Campeonato Nacional era una basura, no había apoyo de ningún tipo. Recuerdo que nos albergábamos en los mismos estadios de pelota y teníamos que sacar las colchonetas para coger un poco de aire. Así nos hicimos hombres y eso nos obligó a sobreponernos, pero pienso que pueden mejorar las cosas y ser más profesionales. Hubo un tiempo en el que nos hospedaron en hoteles y mejoró un poco, pero en su mayoría eran muy malas las condiciones.  

Recuerdo los viajes a Guantánamo, cuando la guagua olía a café porque comprábamos mucho allí y lo vendíamos en Ciego. Nunca tuvimos trajes completos. Entonces, cobraba 13 dólares al mes, guardaba 10 dólares para la niña y los otros para la comida. No me daba para alimentarme, ni mantener a mi familia. En los comedores resolvía con el pollo que me llevaba del centro deportivo.  

El sueño de la selección nacional.   

Llegar a la selección fue más grande de mi carrera deportiva. Tuve el honor de integrar todas las selecciones nacionales inferiores de Cuba, sub-17, la sub-20- y la sub-23. Participé en los Juegos Panamericanos de Santo Domingo, entre otros eventos. En la absoluta, mis primeros días fueron muy intensos.  

Estaban grandes jugadores como Lester Moré y Jeniel Marquez. Llegué con 18 años y ellos me acogieron muy bien. Un día lloré en los entrenamientos por la exigencia, pero me acordaba de mi familia, tenía luchar por ellos y sacarlos adelante. Tuve el honor de ser alumno del profesor Miguel Company, uno de los que más ha hecho por el fútbol cubano. Ojalá tengamos un entrenador como él. Una vez, cuando entró el módulo al equipo nacional y Company trajo uno también de Perú, dijo que no lo iba a dar hasta que no dieran el que tocaba aquí, pues sabía que, si no lo hacía así, no nos darían nada.  

Cuando viajaba con la selección mejoraban un poco mis condiciones, porque vendía las cajas de tabaco, las botellas de ron, los módulos y hasta el traje. Cuando salía, tenía que traerles algo a ellos y esa era la única manera.   

Mi primer viaje fue a Islas Caimán. Tenía muchas ansias de viajar, pero cuando llegamos al aeropuerto y nos bajamos, los pasaportes no estaban visados y tuvimos que virar para Cuba. Teníamos permiso para salir de Cuba, pero no para entrar a Islas Caimán. Tuvieron que atrasar el torneo una semana para que nos diera tiempo a llegar. 

Sentí una gran alegría al estar en ese país: caminar las calles y salir a las tiendas fue muy lindo. Yo no tenía nada y al ver a los jugadores con sus zapatos, ropa y condiciones, la verdad que me impresionó. Los zapatos que yo tenía me los había comprado mi mamá a 16 dólares y recuerdo que los metía debajo del banco. Allá hice un negocio y les traje unos videos a Cuba a unas personas y por eso nos ganamos casi 300 dólares. Con ese dinero me compré cinto, calzoncillos, zapatos, entre otras cosas. También pude ayudar familia y les traje cosas a mi mamá, a mi papá y a mis hermanos. Eso me hizo sacrificarme y correr más para tener más dinerito. 

Futbolista cubano Reisander Fernández historias deporte cubano
Reisander Fernández, exintegrante de las selecciones cubanas de fútbol

¿El viaje era también una vía para resolver los problemas económicos?  

Sí, aunque algunos viajes eran muy caros y había que sobrevivir. Yo, personalmente, me llevaba los pomos de champú de los baños y me quedaba con ellos. Me llevaba las sábanas y las toallas. Todo lo que veía por ahí, que estaba abandonado, lo echaba en el maletín, como tenedores, cucharas, revistas y mucho más. Yo vendía hasta los módulos que me daban para poder vivir.  Muchos jugadores no teníamos tacos y teníamos que salir a comprar. La mente siempre estaba en otras cosas, pues salíamos a los viajes pensado en cómo íbamos a resolver los problemas personales primero que los del fútbol. Aunque, traté de hacer las cosas lo mejor que pude y siempre me entregué. 

Recuerdo que fui con los hermanos Colomé a una gasolinera a vender tabaco y, cuando iban los turistas, les decíamos que éramos cubanos y teníamos tabacos para vender. Pero ninguno quería. Jainé Colomé fumaba tabaco. Cuando encendimos uno, casi me ahogo. Viramos para el hotel y la persona que nos invitó a la competencia nos vio: nosotros estábamos encapuchados y nos mandamos a correr. El entrenador Reinold Fanz era una mafia, nos quería quitar las cajas de tabaco para revenderlas. Quería comprarlas a 100 dólares para revenderlas a 150. Él nos revisaba para quitárnoslas y eso provocó hasta empujones con jugadores y que nosotros nos le enfrentáramos. 

Pese a todo, el talento de los futbolistas cubanos se desbordaba e interesaba a más de un extranjero. Aunque no pararon de proponerles ofertas a los directivos cubanos, estos últimos se aseguraban de que la oferta muriera en sus manos  

Éramos un buen equipo, con jugadores de mucha calidad. Tuve varias ofertas, incluso, en un viaje a Chile se interesaron en varios jugadores de nosotros, pero al llegar Cuba eso quedó en el olvido. La mayoría de los jugadores no se enteraban de las ofertas que le llegaban. Los directivos solo lo comentaban entre ellos y nunca nos hablaban claro.  

Habías viajado en distintas ocasiones a varios países, incluyendo Estados Unidos, pero decides quedarte en Canadá en el año 2012. ¿Por qué quedarte en ese momento y no antes? 

En realidad, era muy joven cuando fui a Estados Unidos y quería esperar a ver si me daban una casa porque tenía una niña. Esperé para ver si mejoraba todo y me ayudaban. Al final, eso fue mentira: aquí pasé mucho trabajo. A veces, de la roña que tenía, me daba unos tragos e iba al Poder Popular de Morón y el jefe de allí me daba mucha ‘muela’, pues siempre era un cuento con mi casa. Lo que más me decepcionó fue que ese jefe que tanto se hacía aquí, en un viaje que tuvo, se quedó. Fue mucha la desilusión, me dolió que me engañaran, que me dijeran tantas mentiras. Ya tenía 28 años y pensé en el futuro, tenía claro que había que ayudar a mi familia y esa era mi oportunidad: o fracasaba o salía adelante, podía ser o no en el futbol, pero en Canadá estaba mi futuro.  

¿Cómo lo hiciste?  

La historia comienza mucho antes, tuve que pensar todo muy bien, incluso, sobre cómo comportarme antes de llegar a Canadá. Nos tocaba jugar contra Panamá y Honduras. Contra Panamá me sacaron una tarjeta amarilla y si me sacaban una contra Honduras, no podía venir a Canadá, por lo que me cuidé. Nosotros nunca habíamos viajado a Canadá y al llegar allí, vi que se parecía mucho a Estados Unidos y me pareció una gran oportunidad.  Yo sabía que nos iban a llevar a un hotel en el medio de la ciudad. Traté de calmar los ánimos y al bajarme de la guagua, me despedí de los compañeros que estaban allí y me fui. 

¿Tenías a alguien esperándote? ¿Cómo fue tu adaptación? 

Me quedé aquí solo, sin saber para donde correr, desorientado. Pregunté quién hablaba español y todos decían ‘sorry’. Estuve caminando durante dos horas solo, por la ciudad. Me encontraron unos italianos y colombianos que vivían aquí y les pedí que me ayudaran. Ese día no comí nada y ellos me trajeron una hamburguesa, pero no me pasaba, no me la pude comer. Era el mes octubre y había mucho frío. Es triste, pero fue lo más duro del mundo. Tenía los ojos aguados y cuando fui a almorzar, las manos no me llegaban a la boca. Mis compañeros de trabajo me dijeron: ‘aquí todos somos emigrantes y tienes que ser fuerte’.  

Ellos me presentaron a una persona que se dedicaba a ayudar a los refugiados. Él me quería mandar con personas borrachos, vagos y marihuaneros, pero los que me ayudaron no querían que fuera para allá. Al final me mandaron para un lugar que se llama Tonhause, que es para inmigrantes y te enseñan cómo funciona la ciudad, como coger el tren, te dan dinero y te ayudan. Me sentí solo y con gente de diferentes idiomas, no entendía un carajo, me hacían señas para comer y no entendía nada. Sin redes sociales ni teléfono, me conectaba a través de una india y le pude escribir a los días a mis amigos de Ciego y ellos me ayudaron. Les di la dirección y vinieron a ayudarme.  

A las dos semanas, estaba trabajando. Era un trabajo durísimo, era sacar un piso laminado. Era el mes de octubre y hacía mucho frío. Es triste lo que te voy a decir, pero fue lo más duro del mundo, estaba con los ojos aguados y cuando fui a almorzar, las manos no me llegaban a la boca, mis compañeros de trabajo me dijeron: ‘aquí todos somos emigrantes y tienes que ser fuerte’.  

Mi primer salario en una semana fue 800 pesos y con eso le mandé dinero a mi familia.  El gobierno no podía saber que estaba allí porque ellos me deban dinero y tenía que llevar la ropa de trabajo escondida desde el refugio. Fueron momentos difíciles, me perdí en la ciudad muchas veces y tuve que salir con un mapa a la calle. Viajaba en tren, de hecho, tenía 10 pesos para la semana y el tren valía 3 pesos, es decir que solo tenía para tres días. Con suerte, el de la taquilla se equivocó y me dio dinero de más y con eso resolví. Fue un proceso muy duro para mí, pero era un riesgo necesario que había que correr: jamás me he arrepentido de esa decisión.  

Llegaste a jugar fútbol en un club en Canadá. ¿Cómo fue esa experiencia?   

Aquí en Canadá jugué en un club de primera división y las condiciones eran muy buenas. Yo entrenaba dos veces a la semana y el fin de semana jugaba, me pagaban 1000 dólares. Sinceramente, la liga cubana tenía más nivel, pero aquí hay más atención y más condiciones para desarrollarse. Aquí te pagaban los hoteles y otros gastos, pero además de entrenar, yo también trabajaba y decidí no jugar más. 

¿Por qué no continuaste jugando fútbol? 

No continué jugando más porque se involucraron varios factores. En realidad, me cansé. En Cuba, tuve una carrera de mucha disciplina y ya estaba un poco agotado. No tenía carro en ese momento y tenía que esperar a que un amigo me llevara. Me dediqué a trabajar pues económicamente me iba mejor. Trabajaba sábado y domingo y cobraba más que lo que me pagaban en el fútbol. No había ese gran nivel, no sentía esa misma emoción que jugar con Cuba. 

¿Te cambió mucho la vida quedarte en Canadá? ¿Cómo asumiste el reto de no poder entrar a Cuba en, al menos, 8 años?  

Me cambió mucho quedarme aquí. Ya mi mamá está tranquila. Con lo que cobro aquí puedo ayudarlos a ellos y eso me satisface. Sin dudas, estar tiempo fuera y que no te permitan entrar a tu país daña mucho. Una de las cosas que más me dolió fue con mi padre, cuando me quedé él estaba enfermo y no pude verlo cuando falleció. Una vez me dijo que regresara a Cuba, pero no pude entrar. No poder entrar a Cuba me impidió ver crecer a mi hija y me obligó a estar alejado de mi familia.  

Tras casi 10 años pudiste entrar a Cuba y reencontrarte con parte de tu familia. ¿Qué sentiste? ¿Qué significó eso para ti? 

Fueron 10 años que se me hicieron una eternidad. Nos vimos en un hotel que ya había reservado. Me preguntas eso y me erizo, me dio por llorar en ese momento. Fue algo triste. Después de tanto tiempo, volví abrazar a mi madre y demás miembros de la familia. Cuando llegué al barrio había muchas personas que me conocían y me abrazaron, estaba feliz de volver a mi tierra. 

Fuiste un ejemplo a seguir para tu hermano Sander “Keko” Fernández ¿Te obligó eso a esforzarte más? 

Creo que sí, mi hermano me veía triunfar y eso lo motivó. Al inició, el practicaba béisbol y cuando vio que yo iba teniendo resultados, empezó a dedicarse al fútbol. Eso me obligó a ser mejor y superarme para que mi hermanoja se sintiera orgulloso de mí, no solo en la cancha, sino en la vida.  

¿Crees que a tu hermano lo marginaron de la selección porque te quedaste en otro país? 

Creo que sí, pero él tuvo un problema el día antes de salir para Canadá. Con él no fueron honestos, no les dijeron los motivos del porqué lo excluyeron. Lo pusieron a entrenar, a sacrificarse, le dieron psicología y el último día le dijeron que no tenía visa. Él se molestó y le cayó atrás con un palo a un directivo y lo sancionaron 2 años. Después de que cumplió, lo marginaron mucho y lo borraron del mapa de la selección hasta que poco a poco lo fueron incluyendo. 

¿Cuál ha sido la mayor decepción de Reisander Fernández?  

Es difícil entregarle tu vida a algo y sentirte engañado. Como deportista, me sentí engañado y si me hubiesen dado más atención no me hubiese quedado en ningún lugar. Estoy seguro de que hubiese sido entrenador de fútbol y estuviese trasmitiendo mis conocimientos a los niños: mi mayor decepción es la poca atención que tiene el fútbol en Cuba. 

¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre? 

No veo mucho deporte, si hay un juego lo veo, pero no es mi fuerte. Lo que mayormente hago es ver muñequitos, películas y disfrutar la televisión. En Cuba iba para las piscinas y para las discotecas con mis amigos, me gustaba disfrutar la vida. 

¿Eres feliz con la vida que llevas? 

Soy feliz con la vida que llevo en Canadá, trabajo de lunes a viernes y me va bien. Tengo una hermosa familia y gracias a dios, podré traer a mi madre de visita aquí para enseñarle las maravillas de este país. Nunca había trabajado en Cuba, en Canadá lo hice en la construcción. Comencé haciendo aceras, es un oficio duro, pero da dinero. En la actualidad sigo en eso, pero trabajo para el gobierno y me va mejor, tengo beneficios como seguros, carros y todas las condiciones 

¿Qué les aconsejas a los futbolistas cubanos? 

Que se esfuercen todos los días, que la moda y la farándula está muy bien, pero hay que sacrificarse. Muchas veces íbamos a entrenar a la playa solamente con agua con azúcar en el estómago. El país nuestro es complejo. Por mi experiencia les puedo decir que quien piense emigrar, que lo haga de joven, porque si llegan mayores llegan casi sin fuerzas y eso les pasa facturas.  

No soy de prensa ni de estar hablando mucho en las redes sociales, pero hay que decir muchas verdades sobre él fútbol cubano. Varias generaciones de futbolistas pasamos mucho trabajo e hicimos muchos sacrificios. Hoy falta sudar más la camiseta. Quiero destacar el apoyo de mi familia, en especial mis tías y sobre todo mi madre, que siempre se sacrificó y trató de darme lo mejor a pesar de la dura situación económica. 

Yordan Santa Cruz: “sin mi abuela no había razón para estar en Cuba”

Mantente actualizado con Telegram y disfruta nuestras historias en YouTube

¿Quieres estar siempre al tanto de la actualidad del deporte cubano? Únete a nuestro canal de Telegram: ¡lleva a Play Off en tu bolsillo! Haz click para seguirnos: Canal de Telegram Play-Off Magazine.

Historias de deporte cubano contadas con una mirada profunda a la vida personal de los protagonistas y la sociedad, Para disfrutar nuestras exclusivas suscríbete en: Canal de YouTube Play Off-Magazine. 

Imágenes cortesía de Reisander Fernández y Getty