Llovía a cántaros. Existían temores, demasiados tabúes. Había magia, y también melancolía. Alrededor nuestro rondaba, lo aseguro, el espíritu de Eugenio, el gran entrenador, eterno, genial. Y en ese sofá de Fontanar estaba ella, la mejor voleibolista de siempre, lista para bordarnos el tapiz de su vida. De Cuba y para el mundo: Mireya Luis, la reina de las Morenas del Caribe.

Cualquier mortal que ame el deporte y tenga sangre en las venas veneró a Mireya Luis. Con sus cualidades excepcionales y su sonrisa perenne, lideró a la generación más brillante de la historia del voleibol y vistió de gloria a todo un país cuando más lo necesitaba, cuando la crisis asfixiaba cada molécula de oxígeno de la enorme mayoría de los cubanos allá por los años 90.

Tuvimos tiempo para todo. Tocamos cada milímetro de historia. Enfatizamos en cada rincón de su vida. Hablamos de su sinfonía con Eugenio George, del ficticio cuarto título olímpico y de los tres reales, de la “locura” de ser madre, del equipo Cuba unificado, de su admiración infinita por las campeonas del 78, de Regla Torres y el dichoso premio de Mejor Jugadora del siglo XX.

Incluso, de cierta manera, discutimos sobre las necesidades actuales del voly nacional y las vías para desarrollarlo desde los cimientos. Hasta nos dijo que nunca sería entrenadora, pese a dominar muy bien el arte de enseñar. En realidad, aunque nadie lo crea, prefiere ser comentarista de televisión, un trabajo que cumplió en los Olímpicos de Río 2016 para la cadena Fox.

Eugenio George es el padre del voleibol cubano. ¿Cuánto influyó en su vida y en su carrera deportiva? ¿Cómo pudo “domar” a las Morenas del Caribe?

Para mí es la figura más relevante del voleibol mundial. Es el entrenador más completo de la historia y logró una hazaña deportiva que perdurará por siempre. Un ser humano único, un gran psicólogo. Un maestro de maestros.

Llegué con solo 15 años al equipo nacional, en 1982. Era una niña. Ya Cuba había tenido resultados, había ganado un Mundial. Yo tenía un ansia enorme por estar en los brazos de Eugenio, era una gran personalidad en el deporte, estar a sus órdenes era como una meta que siempre quise cumplir.

Eugenio estudió mucho. Estudió a los deportistas cubanos, a las mujeres cubanas. Seleccionaba muy bien el talento. Y mediante entrenamientos específicos para la saltabilidad, la resistencia y la fuerza, nos explotaba al máximo nuestras mejores cualidades, con la capacidad de mantener alta la forma deportiva durante mucho tiempo.

Era una persona que escuchaba a todos, en realidad leía a todos y aprendía de todas las personas que lo pudieran ayudar. Era único. A nosotras nos convencía con la palabra, con su ejemplo. Nos enseñó a respetar a todos los rivales por igual. Por eso logró ganarlo todo.

Voleibolista cubana Mireya Luis, una de las integrantes de las legendarias Morenas del Caribe
Voleibolista cubana Mireya Luis, una de las integrantes de las legendarias Morenas del Caribe

Contra los pronósticos de muchos expertos, el equipo Cuba se coronó campeón mundial en 1978. ¿Cuánto peso tiene aquella selección en el nacimiento y en la gruesa estela de éxitos de las Morenas del Caribe?

Aquellas jugadoras eran nuestra guía, se convirtieron en nuestro espejo. Admiré mucho a Mercedes Pomares, Ana Ibis Díaz, Mamita Pérez, Imilsis Téllez, Ana María García. Con sus triunfos aprendí que el voleibol no era aquello pequeño que yo conocía en mi Camagüey.

Las personas que nos entrenaron hicieron un gran trabajo al acércanos a esas estrellas para que pudiéramos tocarlas con las manos, tener cierto roce, que pudiéramos ver aquellos partidos del Mundial. Ellas eran lo más grande que había existido en el voleibol cubano, abrieron el camino de muchos triunfos.

En 1986 diste a luz a tu hija y apenas unos días después fuiste al Mundial de Praga. ¿Cómo fue aquella aventura?

Cuando somos jóvenes estamos llenos de vitalidad, no pensamos en el peligro, simplemente actúas como te dicta el corazón. En ese momento, salen a relucir los genes irreverentes y las ganas de demostrar que no hay obstáculos y sí se puede competir.

Solo tenía dos cosas claras: ya soy mamá y ahora puedo ayudar a mi equipo a darle una medalla a Cuba. En realidad, ni pensaba que estaba empezando a escribir una leyenda.

Fuiste la capitana de un equipo repleto de líderes, repleto de mujeres de carácter fuerte. ¿Qué hiciste para imponer tu liderazgo?

Éramos un grupo de mujeres con diferentes características, diferentes sentimientos y formas de pensar, con diferentes crianzas. Pero todas teníamos algo en común: las ganas de querer ser campeonas.

Teniendo educadores como Eugenio y Ñico Perdomo y otras personas que también estaban a nuestro alrededor, pudimos descubrir eso y encauzar nuestros intereses. Ellos tuvieron la capacidad de descubrir esa magia y transmitirnos la idea.

Yo era líder dentro y fuera del terreno. Eso me permitía influir en las demás jugadoras, exigirles. Cuando yo hablaba todas me escuchaban, cuando había algún problema me consultaban. Siempre estaba presente, en las buenas y en las malas. Simplemente nací para ser líder.

Barcelona 1992, Atlanta 1996 y Sydney 2000. ¿Cómo se fraguaron los tres títulos olímpicos? ¿Qué peculiaridades marcaron cada coronación?

Con el legado que nos dejaron las campeonas del 78 y un cambio generacional fantástico, guiado por Eugenio, fuimos a Barcelona. Teníamos unas ganas enormes de ir a unos Juegos Olímpicos, queríamos estrenarnos.

Para mí fueron los mejores, los más grandes. Entendimos los que son unos Juegos Olímpicos, Eugenio nos lo decía constantemente: “Esto es otra cosa, algo nuevo”. Allí todos iban al todo por el todo. Y nosotras no éramos favoritas, aunque habíamos ganado varios torneos mundiales en los años previos.

Y llegó Barcelona y empezamos a ganar. Recuerdo que tuvimos un partido complicado contra Estados Unidos, pero pudimos salir adelante por 3-2, con un tie break para la historia, y después en la final vencimos a Rusia. Fue un momento lindísimo, de consagración, de mucha emoción.

En el 96 sí salíamos de favoritas. Habíamos arrasado el año anterior. Llevábamos más de 60 partidos ganados consecutivos, pero a decir verdad llegamos un poco agotadas y demasiado relajadas.

Entonces perdimos dos partidos y Eugenio nos reunió y habló de cualquier cosa menos de táctica y de voleibol. Con su gran psicología nos habló de la mujer en todos los aspectos de la vida. Nos dijo una mala palabra bien grande, que nos asustó.

Después de eso todo fue diferente. Primero le ganamos 3-0 a Estados Unidos y luego vino el famoso partido contra Brasil, ese equipo estaba muy bien, muy fuerte, pero pudimos ganarles y ya después en la final todo fue más sencillo, a China le pasamos por encima con todo lo que teníamos y trajimos esa segunda medalla de oro para Cuba.

En Sydney, antes de empezar el campeonato, sabía que mi equipo era campeón. Estaba más convencida que en el 92. En el partido por el oro contra Rusia perdimos los dos primeros sets, pero el potencial del equipo era tan grande que nunca hubo dudas, solo de mirarlas [a las jugadoras] sabía que era cuestión de tiempo, hasta que cogimos el ritmo y logramos remontar. Al final ganamos fácil. Yumilka [Ruiz] respondió, su ataque era necesario para ganar, en un momento le dije: “Remata como quieras, estás por encima del bloqueo”.

Esa fue nuestra gran victoria. Tres títulos olímpicos. Se dice fácil. Demasiado fácil, pero hubo mucho sacrificio de por medio. Teófilo Stevenson, Félix Savón, Mijaín López y nosotras, nadie más. Tricampeonas olímpicas. Lloré muchísimo, es indescriptible. Hablé con Fidel al terminar el partido, aquello fue muy especial para mí.

Esa Olimpiada la viví diferente. La había afrontado con menos motivación. Estaba ya cansada de la rutina diaria del atleta de alto rendimiento. Eran 18 años haciendo lo mismo, esforzando los músculos, la mente. Pero asumí el reto con otra responsabilidad, mi trabajo desde el banco era fundamental para el equipo, pero Yumilka era la de los remates. Al final ganamos, y eso es lo más importante.

¿Tenía opciones Cuba de haber ganado un cuarto título olímpico si hubiera asistido a Seúl 1988?

Para no ser tan absoluta, estábamos en medalla en Seúl, fácil en el podio. Incluso digo más, un mes antes de esas Olimpiadas estuvimos en Japón y jugamos contra todos los equipos que fueron a Seúl, y les ganamos a todos de una manera convincente. Ganar unos Juegos Olímpicos es muy complicado, pero sí, pudimos llevarnos el oro también en el 88.

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Regla Torres y el cuento de nunca acabar… ¿Qué pasó antes y después de la entrega del premio de Mejor Jugadora del siglo XX?

Ni sabíamos que se haría la votación. Nadie estaba a la expectativa con eso. Entonces ocurrió algo inesperado, Regla estaba llorando y cuando le pregunté qué le pasaba, me dijo: “Nada”, y salió caminando. Al poco rato se acerca una periodista que me comentó: “Mireya, el problema es que la seleccionaron a ella como mejor jugadora del siglo”. Así fue como me enteré.

Regla estaba así porque todo el mundo decía que debía ser yo. En ese momento fue negativo para ella haber recibido ese premio, le hizo daño. Por mi parte no había ningún problema, no soy de añorar los grandes premios individuales. Prefiero ganar, nací para ganar. De qué vale un premio de mejor atacadora de un torneo si no alcanzas la medalla de oro.

Al tiempo, cuando ella me quiso dar la oportunidad, yo me acerqué y hablamos y todo fluyó bien. Habíamos ganado mucho juntas.

Cuba y las Grandes Ligas de béisbol de Estados Unidos negocian la confección de un equipo unificado, en el cual podrían jugar los cubanos que hoy militan en clubes de la MLB. ¿Por qué en el voleibol no se hace una selección con los de aquí y los allá?

Tenemos que buscar una lógica. Si nosotros estamos tan jodidos en tantas cosas y no le hemos encontrado la lógica a cosas más sencillas, esa [el equipo unificado] es muy difícil que se dé. Pudiera lograrse, pero no creo que se haga.

¿Qué ocurre actualmente con el voleibol? ¿Cómo podremos arreglarlo?

Después del bronce de Atenas 2004, el voleibol cubano comenzó a vivir momentos catastróficos, se comenzaron a ir los jugadores y no hubo manera de parar aquello. Ahora hay nuevas tendencias, nuevas políticas que se van trazando para contratar a los atletas en ligas extranjeras. Eso podría frenar el éxodo. El voleibol es uno de los deportes que más ha sufrido esa brutalidad, porque hacemos un equipo y a los pocos meses no tenemos nada.

Lo que más nos afecta es que no podamos crear condiciones aquí en Cuba para que los atletas sigan manteniendo el deseo de jugar, aunque sea con otro tipo de pensamiento. Ahora con los atletas hay que conveniar, es una nueva generación, piensan de una forma diferente, es un momento diverso.

Aquellos que tengan la capacidad de adaptarse al medio, al momento, serán los más fuertes. Debemos cambiar, adaptarnos. Debemos empezar desde la base, crear condiciones para los atletas y entrenadores para que no pierdan el estímulo.

A base de genialidad y talento sin límites, con el poco habitual sistema de dos pasadoras,  las Morenas del Caribe pusieron el mundo a sus pies. En poco más de una década, ganaron tres Juegos Olímpicos, dos Campeonatos Mundiales, cuatro Copas del Mundo y dos Grand Prix. Esa supremacía perpetuó el legado de ese equipo divino, del cual Eugenio era el cerebro y Mireya el corazón.

Nacida para ser líder, nacida para ganar, Mireya Luis encarna la pasión más sublime, simboliza el orgullo más paradigmático de ser cubano. Millones de nosotros la adoraremos por siempre y jamás olvidaremos cada salto, cada remate, cada grito de Cuba campeón.

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Imagen cortesía de Hansel Leyva