A sus 84 años, Misifú camina todos los días, “poco a poco”, hasta el centro de Santa Clara, para vender cajas de cartón. Lleva ya mucho tiempo fuera de los terrenos, pero en la calle recuerdan a Roberto Jiménez, quien se convirtió en una leyenda entre los cargabates del béisbol cubano antes de que su carrera se viera cortada, abruptamente.

“Durante el trayecto, tengo que parar mucho por la cantidad de gente que me saluda. No puedo dejar de ir, porque si descanso, es verdad que me jodo”. Tengo la mente clara todavía. Yo voy, de vez en cuando, al Sandino, cuando no me duele la rodilla”, cuenta Misifú, quien ya no tiene la misma velocidad de sus mejores tiempos.

El “Misi” formó parte de los triunfos más inolvidables de una de las potencias beisboleras cubanas, como cargabates, por 33 años. Aquel vendedor de periódicos no pudo ser pelotero, pero su vida terminó atada, por décadas, al principal pasatiempo nacional.

Ya no corean su nombre en el estadio Sandino, en la provincia del centro de Cuba. Ya no comparte con las estrellas de la pelota cubana ni se mueve, sin parar, sobre el terreno, para “robarse” las señas o ayudar a alguno de sus muchachos.

Roberto Jiménez, Misifú, se siente desatendido dentro de su país, pues no lo invitan a ninguna actividad ni se ocupan de él desde el Inder. Eso sí, cuenta, hay muchos agradecidos que no olvidan a aquel cargabates que alborotaba cada estadio de la isla.

“Los muchachos que están afuera han hecho lo que no han hecho conmigo en esta provincia”, cuenta.

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Roberto Jiménez, Misifú, excargabates del béisbol cubano. Foto: Roberto Santiago

¿Cómo comienza la relación de Roberto Jiménez con el béisbol? ¿Cómo nació ese apodo?

Desde chiquitico, me llamaron Misifú. Tenía yo como diez años y vivía en la calle San Cristóbal de Santa Clara. Iba para la tienda a vender periódicos, los envasaba en papel y ayudaba ahí. Una tarde, el señor que atendía la tienda me dijo que me iba a poner Misi, porque yo era muy rápido en ese trabajo.

Cantando los pregones, para vender, fui el “caballo” porque desde chamaco luchaba mucho. Después, me hice soldador en la industria de materiales después del año 1959.

Yo tenía tres hermanos de Yaguajay que jugaban pelota y otro en Santa Clara que era receptor con los Barbudos. Eso hizo que yo me codeara con profesionales. Conocí hasta a Conrado Marrero en un juego en Laberinto, donde él vivía. Era constante jugar en el terreno de Chávez, al lado del cementerio. Recuerdo que el papá de Eduardo Paret era jugador con nosotros.

¿Jugó usted en algún torneo?

Yo fui tercera base con muy buenas manos, no tan bateador. Estuve en el estadio del Cerro, que hoy es el Latinoamericano; ahí bajaba para ver a Héctor Rodríguez, el mejor tercera base que ha pasado por Cuba, también Willy Miranda, Tony Taylor y Rockie Nelson. Una vez, vinieron unos americanos captando peloteros, pero no me seleccionaron, aunque las cogí todas; yo era muy pequeño de estatura. Jugué solo en los torneos provinciales con el MICONT de Santa Clara. También, seguía vendiendo revistas y periódicos por las calles.

¿Cómo se inserta Misifú en el béisbol de alto rendimiento nacional?

Fue gracias a  un activista deportivo que me llevó para el estadio Sandino y empecé de cargabates. En el 78, después de la división política administrativa, comencé con el mánager Eduardo Martín en la Selectiva. Yo he sido muy activo siempre, no me tenían que decir mucho lo que tenía que hacer.

Llegaba a las ocho de la mañana y ponía todas las mallas y máquinas para los bateadores: cuando ellos entraban a practicar a las nueve, lo tenían todo listo. En aquella época, había nada más tres cascos y cuando bateaban, yo iba a primera base a buscarlo para el próximo bateador. Después, entregaron cascos para todo el equipo y era distinto porque yo los organizaba bien junto con los bates para que los peloteros los cogieran antes de ir al círculo de espera.

Me hice tremendo cargabates. Me querían mucho. Yo les cogía las señas muchas veces a los contrarios. Miguel Borroto se escondía detrás de los peloteros, pero yo le decía que se la iba a coger de todas maneras. Cuando le decía a Pestano: ¡entero!, era que se iban para segunda y casi siempre eran out.

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¿Cómo era la relación de Misifú con los peloteros y el personal alrededor del béisbol?

Nosotros pasamos mucho trabajo en la pelota cubana. Viajábamos en los “pepinos” y nos quedábamos regados en las carreteras muchas veces. Dormíamos en los estadios junto a esos grandes como José “Cheíto” Rodríguez, Antonio Muñoz, Víctor Mesa, Lourdes Gurriel, Pedro Jova. Mi compañero de cuarto siempre fue Amado Zamora, quien era como un hermano para mí. El “jodedor” del grupo era yo, porque les hacía chistes, se reían mucho conmigo.

Los árbitros me respetaban, aunque me botaron siete veces en los treinta y tres años que estuve de cargabates. Pude enseñar a Joseíto, el cargabates de Matanzas, al gordo de Pinar del Río, al de Sancti Spíritus, que falleció.

Una vez le preguntaron a Omar Linares que dónde no le gustaba jugar y dijo que en Villa Clara porque yo lo arrebataba. Yo le decía: ¡no le vayas a tirar curva, cuidado, arriba, abajo! Con Vinent pasaba más o menos lo mismo, porque yo le gritaba: ¡Enchucha una a ver si el cácher es bueno, enchucha una! y así lo tenía todo el juego: entonces, enterraba muchísimas bolas pichando. Cándido Fabré, cada vez que me veía, me decía que si él hubiera tenido mi voz hubiera sido el mejor cantante de Cuba.

Trabajé con varios directores y con ninguno tuve disgusto. La mayor parte fue con Eduardo Martín, pero también estuve ocho años con Víctor Mesa después de toda su carrera como jugador. Como mánager fue tremendo, me decía que me fuera para mi casa a dormir si quería. Pedro Jova fue otro con un team profesional.

Con el púbico nunca tuve problemas, me quería todo el mundo. Al estadio Sandino casi siempre iba la orquesta Aliamén, cuando “El Indio” era el cantante, a estadio lleno. Con 25 mil aficionados, él correaba: ¡Misi, Misi Misifúúú!… ¡Qué lindo era aquello! Hacíamos unos coros…

Además del cariño de la gente y los peloteros: ¿qué dichas vivió gracias al béisbol?

Salí al exterior seis veces como cargabates de equipos Cuba. Fui dos veces a Nicaragua en el 83 y el 85, estuve con los clubes campeones de Villa Clara y Las Villas. Después, fui a Monterrey, México, a un torneo en Holanda, donde Juan Padilla fue el director del Cuba B. A esos equipos nacionales casi nunca llevaban cargabates.

Tuve la suerte de coincidir con aquel grupo de profesionales, gran equipo de Las Villas. En la serie del año 78, contra Pinar del Río, ellos habían ganado tres allá y nosotros tres acá y teníamos que entrar para el Latinoamericano.

Con el juego empatado a dos carreras en doce innings, salíamos nosotros. Cheíto me dijo: “¡Misi, si Muñoz falla, recoge que se acabó esto!”. Muñoz falló y empecé a recoger los bates. Me preguntó Gurriel que por que lo hacía y le dije que él ya no iba a batear. Así fue: Cheo metió un batazo a las gradas y los dejamos al campo.

Con Muñoz vi cosas grandes, muy de cerca, como el día en que estábamos jugando contra Industriales en Cabaiguán y le dijo a Ángel Leocadio Díaz que le iba a dar dos jonrones y que la iba a mandar a la Refinería: así fue, allá mismo la metió y ese día los dejamos en el terreno también.

¿Cómo enfocaba usted sus creencias en favor del equipo?

¡Ahhhh…era del diablo eso! Cuando ellos no bateaban, yo los llamaba para ver qué les pasaba. Les decía: ¡ahora van a ver como ustedes batean! Yo metía los bates en la orina. Después daban palos para todos lados y me decían que yo era el caballo. Les cantaba y animaba al colectivo.

Yo metía unas palmadas durísimas y se oían muy alto. A mí me gustaba jugar en el Latino porque Eddy Martin y Héctor Rodríguez me decían que no los iba a dejar narrar la pelota con esos sonidos. Por la televisión, a veces, hablaban de que estaba igualito al Benny Moré, todo el mundo quiere imitarlo y nadie puede. Yo hacía rezos con ramajos para los peloteros como para despojarlos y muchas cosas.

Me gustaba mucho ir al estadio Guillermón Moncada de Santiago, pues era donde más alegre me ponía: siempre llevaba tiritas rojas en los bolsos de la batera. Cogía flores y les amarraba una de las tiritas. Cuando entraba, antes del juego, a estadio lleno la ponía en el centro de home y la gente decía: ¡Jiménez, brujerooo! Ponía el Guillermón en candela.

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¿Qué malos recuerdos también le dejó el béisbol?

Uno fue cuando me sacaron para siempre del béisbol. Ramón Moré empezó a dirigir y no me tuvo en cuenta. Había dicho que, cuando dirigiera, iba a tener gente nueva. Botó a todo el mundo. Gracias a que tuve licencia deportiva todos esos años, tengo un retiro como soldador de la industria de materiales. Cuando me dejaron fuera de cargabates, Víctor Mesa me lo había dicho que quería llevarme con él cuando dirigió Matanzas y yo no acepté, por seguir con mi provincia.

¿Qué le quedó a Misifú por haber sido integrante de aquellos grandes equipos?

Antes, daban dos refrescos en los almuerzos y tres en las comidas: muchos los vendían para tener dinero, pero yo se los traía a mis nietos. Así pudieron tomar bastantes refrescos.

Los mayores beneficios los he tenido gracias a los muchachos que están afuera: a Ángel López, a Toca, a Jorge Díaz, a Paret, a los hijos de Lourdes y Víctor, Aledmys. Algunos, han recogido dinero y me compraron un televisor pantalla plana que me hacía falta. Me han mandado pantalones, camisas, calzoncillos, medias.

Los muchachos que están afuera han hecho lo que no han hecho conmigo en esta provincia. Ya voy para doce años fuera de la pelota, tengo 84 y no han tenido el valor de hacerme ni un retirito de papel, aunque sea. A mí me reconoce el mundo entero, hasta los locutores de Grandes Ligas como Orlando Peña, que era de Las Tunas y fue pícher de Los Almendares; él me saluda desde su emisora. Eso es un regocijo.

La gente del INDER no habla nada ni me ayuda en nada ni me invitan a nada. Esta casa me la dio Alexander Pérez Rosado cuando fue presidente del gobierno en Santa Clara hace catorce años, junto con Francisco Hernández, el director de vivienda de aquel tiempo, y fuera. Hace tres años se cayó la de mi hija con un derrumbe del frente y no le han hecho nada.

¿Qué opina de la pelota cubana del momento?

Ahora no practican. Juegan a las 2 de la tarde. Nosotros, a veces, practicábamos por la mañana y por la tarde para los juegos que empezaban a las 8 de la noche. Los cargabates de ahora tampoco son como nosotros, que les decíamos cosas hasta los árbitros. Yo me metía en lo mío, no en otras cosas, solo en lo de mi trabajo. Yo me sentaba a escuchar los mítines que eran muy buenos.

Ahora veo que se van muchos peloteros del país porque seguro que no les alcanza la moneda; el que sale bueno aquí, se va. Lo mejor que hace un pelotero ahora, cuando se va para allá, es no hablar de política.

¿Y la familia?  

Me casé en 1963 y tuve dos hijos, una hembra y un varón que se me enfermó y se murió hace poco. ¡Mi familia me quiere mucho! A veces, demoro en llegar y se vuelven locos. Tengo tres nietos y tres bisnietos. Aquí viven todos conmigo. Están orgullosos de mí y mi historia como cargabates durante 33 años.

¿Cómo se siente Misifú a sus 84 años?

Todos los días, voy para el centro de Santa Clara, desde aquí de la calle Martí, donde vivo, a vender cajas. Durante el trayecto, tengo que parar mucho por la cantidad de gente que me saluda. No puedo dejar de ir porque si descanso, es verdad que me “jodo”. Tengo la mente clara todavía. Yo voy, de vez en cuando, al Sandino, cuando no me duele la rodilla.

Estoy viendo, para ver si la gente mía de allá afuera me manda algo para comprarme una bicicleta y poder seguir trabajando. Tengo que mencionar a los que siempre vienen a verme, como Víctor Mesa, Paret, Leonis Martín…

Quisiera que el pueblo me recordara como lo que fui, pero todavía sigo, porque voy a durar 100 años. Me gustaría un final con música de Marco Antonio Solís, Maiko de Armas y los Van Van. Después, que mi familia haga lo que quiera conmigo.

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Imagen cortesía de Roberto Santiago
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