Han pasado casi 24 años desde que Odalys Cala fuera protagonista, junto a una generación histórica, de la página más grande del baloncesto femenino cubano: en julio de 1990, el equipo nacional derrotó en la discusión por la medalla de bronce a Checoslovaquia (81×63) en el Campeonato Mundial de Malasia.

Más de dos décadas después, con aquel triunfo histórico en el recuerdo, en la sala de su apartamento, ya totalmente alejada del deporte, la pinareña siente que la gigantesca hazaña pudo haber sido mucho mayor.

“Ahora que estoy retirada, aquí muy tranquila y que fui entrenadora, analizo que nosotros pudimos haber alcanzado mejor resultado, porque a ese mismo equipo norteamericano nosotros le ganamos en la Copa de Las Américas dos veces. Pienso que fue un problema de dirección, porque se mantuvieron mucho tiempo las mismas jugadoras, con el mismo ritmo de juego. Yo no puedo mantener las mismas jugadoras 40 minutos pues llega un momento de cansancio, entonces, quizás llegó la presión, al vernos que teníamos posibilidades. Se les estaba ganando y se perdió al final”, recuerda Odalys Cala.

Son los genes ganadores y de superación de una mujer que se exigió al máximo cada día de su carrera como atleta. Su sonrisa y energía siguen intactas. Con ella no se hacen entrevistas, se conversa y queda la sensación de que las horas fueron insuficientes, como sigue siendo la atención y reconocimiento a su carrera.

Odalys Cala habla de su infancia en Sandino y lo resume en tres palabras: feliz, muy feliz. Eran los juegos de pelota y chinata con los varones del barrio y aquella necesidad de ir corriendo a todos lados. El amor por el baile la llevó a acercarse a la danza, pero su altura fue una de las limitantes para su iniciación.

“Veía en la escuela donde estudiaba, Augusto César Sandino, que había voleibol y una vez se me acercó al profesor, pero me dijo que todavía no podía jugar, porque no tenía el grado. Estaba como en cuarto grado, pero era muy alta y siempre estaba corriendo y me gustaba competir en los juegos que se hacían.   A mí me gustaba mucho bailar y también quería, ya que no pude estar en voleibol”, dice.

Llegaría la entrada definitiva al deporte, sería en la EIDE, pero antes tendría que enfrentarse a la negativa de su mamá de que se presentara a la convocatoria. Entonces, su papá se convirtió en el confidente.

“Mi mamá no quería que me becara, decía que yo era muy mala, que a ella no le iban a llamar la atención por mí. Pero mi papá me llevó y rápidamente entré en atletismo. A los dos meses, el profesor Reinaldo Perdomo me dice: ‘¿a ti no te gusta el baloncesto?’. Todos los días, al salir al receso, me enseñaba: me cambié de deporte”, cuenta.

Odalys Cala, gloria del baloncesto cubano
Odalys Cala, gloria del baloncesto cubano

Odalys Cala pasaría dos años en la EIDE antes de su llegada a la ESPA nacional.

“Mi mamá me advirtió: a la primera queja que me den, vienes para acá. Pero estando en la EIDE no dieron ni una queja ni después de mayor: siempre fui destacada. Ella me dijo mucho antes de morir: ‘Si yo hubiera sabido que ese era tu remedio, te hubiese llevado desde los dos años para esa escuela’. Cambié totalmente”, recuerda.

Ella llegó a la ESPA nacional con 16 años. Nunca estuvo en sus planes de vida tan rápido ascenso. Incluso, pudo haber llegado con tan solo 15 años, pero su entrenador pediría un año más para su maduración.

“No imaginé llegar tan rápido a una ESPA. Venía de Sandino sin nadie que me diese información del deporte, todo se fue dando, pero yo me sorprendía. Cuando iba para la ESPA, fueron a mi casa a decirle a mi mamá que iba para La Habana y dijo rápidamente que no. Anteriormente, ella no había dejado ir a mi hermana a estudiar medicina a Matanzas, a un hermano en la marina mercante. Entonces, le dijeron que les había tronchado y que me dejara ir.

“Aquello fue grandioso: estaba feliz por la escuela, por las condiciones que había allí. Era más difícil la rutina de entrenamiento, pero rápidamente me adapté porque me gustaba. Allí eran niñas de todas las provincias. Existían sus contradicciones, porque tienen una forma de ser, hasta que comenzamos asimilar culturas que eran diferentes”, detalla.

“Yo jugaba, pero no estaba conforme. Todos los días era entrenar y entrenar. Al final, fui a los Juegos Juveniles de la Amistad que se hacían en Europa en los países socialistas: tenía 16 años para 17. Cuando llegué a la ESPA no sabía que se podía viajar. Me parecía que iban a pasar muchos años para lograrlo, sin embargo, ese mismo año viajé. Esa fue la primera experiencia y de ahí comencé a ponerme metas: no quería ser la última nunca, quería siempre ser la primera”, explica.

¿Eso le causó problemas con las demás compañeras al ver que siempre querías destacarte?

Yo lo veía como para aprender, progresar, pero no era para llegar y viajar, no; no sabía nada de eso, quería aprender, ser de las primeras.

¿Cómo llegó al equipo nacional?

Estuve tres años en la categoría juvenil, ahí se hacían unas competencias llamadas Serie Especial con diferentes equipos y el juvenil participaba. En el segundo año me destaqué muchísimo, de tal manera que hicieron una competencia de hacer tiros de media distancia con todas las compañeras del equipo nacional y la gané. A partir de ahí, comencé, todavía siendo juvenil, en la preselección del segundo equipo nacional, que iba a competencias juveniles. En 1980 era Juvenil, e integro el primer equipo nacional después de los Juegos Olímpicos.

Me hablaste del tema de la disciplina. ¿Cómo era ese rigor?

Era una disciplina dura, tenía que estudiar y llevar el deporte. Era una cosa fortísima, es como militar. Para tú llegar, tienes que insertarte en ese régimen, nada de salir.

¿Más allá del deporte también le aporto en la vida esa enseñanza?

Todo te aportaba, como mujer, como ser humano, y para ser alguien tienes que sacrificarte. No podías salir para la calle, a las 10 de la noche tenías que estar en el albergue durmiendo después del estudio.

¿Cómo asumiste siendo tan joven ese régimen? ¿No te preocupaba saber que estabas perdiendo momentos de la juventud?

Lo asimilaba todo bien, porque me gustaba el baloncesto y no me gustaba que me llamaran la atención. No me interesaba nada porque en aquella época no pensaba en novios, lo mío era eso, destacarme, no tener problemas en el docente. Todos los días me proponía algo nuevo, no conocía lo que era visualizar, lo vine a conocer después que leo El Secreto, entonces decía: hacía rato que estaba visualizando.

¿Cómo eran las condiciones de vida?

Me parecían fenomenales. Comencé a comer en un comedor especial, donde te enseñan los modales para cuando salieras supieras cómo comportarte en una recepción, como comer, hablar. Ahí estaban los platos, las copas, los vasos, las servilletas, porque salías al extranjero e ibas estar en restaurantes en los que se reunían todos los equipos en competencias y te veían cómo te comportabas.

¿Qué más recuerdas de esa llegada al equipo?

Llego al equipo nacional en 1980, yo era joven. En el equipo nacional era diferente, tienen otra mentalidad. Voy a hacer una anécdota, pero no voy a mencionar el nombre porque todavía ella vive.

Estábamos jugando en el juvenil en el Cerro Pelado contra ellas. Esa muchacha cogió y me dio una galleta, porque ya no podía, por la impotencia. Le fui encima, pero el profesor me dijo que no, que pasaba que ella no podía conmigo. “Ella debería darte ejemplo a ti que es una figura, mira lo que te hizo, no hagas lo mismo”.

¿Te acercaste en algún momento a algunas de esas grandes figuras?

Claro y conversábamos, pero es que te dijeran qué hacer, porque tú eras su relevo. Éramos un equipo muy duro que había obtenido medallas en esos juegos que eran difíciles, un equipo que estaba preparándose también y jugábamos muy bien. Llegamos allí, empezamos a trabajar duro. Siempre he dicho que “amigas afuera, aquí en la cancha somos enemigas”.

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¿Cómo fue ese impase en el cual asumes la maternidad y después regresar al equipo nacional?

En 1988, que tampoco participamos en los Juegos Olímpicos, me dieron permiso para asumir mi maternidad y regresé. Yo llevaba siendo la regular varios años, pero el problema es que el profesor no entendía que yo tan rápido me hubiese recuperado.

Salí embarazada con un anticonceptivo, no lo esperaba y me cogió de sorpresa. Era año de Olimpiada y hablé con el profesor, me dijo que esperara. Tenía 26 años y me dijeron: si hay Olimpiada tienes que hacerte la interrupción obligatoriamente. Pero fueron dos Juegos a los que Cuba no fue.

¿Esas decisiones de no participar cómo la asumieron y cómo se les explicó?

A nosotras nos reúnen y nos dicen que no íbamos a estar seguras en esa competencia, que podía haber atentados. Cuatro años preparándote para una Olimpiada, terminaste un Preolímpico que es que más duro que una Olimpiada. Te da tristeza, pero también piensas “es mi vida, pueden hacer un atentado”. Nosotras estábamos a expensas de cosas así, nos llamaban embajadoras por eso mismo, porque íbamos a países donde Cuba no tenía Embajada y nos podían secuestrar, hacer cualquier cosa.

Fueron dos olimpiadas consecutivas. Ya comienzas a mirar tu tiempo también para estar en el equipo nacional. Después, llegaría el Período Especial que agudizó todo muchísimo.

¿Ustedes lo sintieron en la preparación?

Claro, primeramente, con la alimentación. En las preparaciones no se viajaba ya para competir, pues teníamos preparado el viaje y se caía. Era entrenar y entrenar sin competir.

Aun así, en 1990, se convierten en medallistas de bronce en el mundial después de faltar a tantas competencias.  

Se caían las competencias, pero más se cayeron después. Nosotras fuimos para las preparaciones en Europa, ya se veía la crisis. Estábamos en Polonia y la comida era terrible y con el dinero que se llevaba había que ir a comer a restaurantes por fuera y nosotras estábamos de preparación.

¿Qué cree que propició ese resultado tan grande?

El sacrificio extra, porque nosotras en el mundo somos pequeñas. Ganamos, fundamentalmente, por la preparación física, que era muy fuerte. Eso fue lo que nos dio ese resultado, porque somos pequeñas, pero, aparte, no tenemos mucho fogueo. Se entrenaba más de lo que se jugaba y lo que desarrolla es el juego.

Ese resultado llegó después de la maternidad. ¿Cómo fue ese proceso de recuperación?

Al inicio fue difícil, porque yo pesaba 67 kilogramos y terminé la maternidad con 84. En menos de 6 meses me puse en mi peso, íbamos para las giras, terminaba todo el mundo y me quedaba entrenando con un grupo de otras muchachas que necesitaban también entrenamiento. Había perdido un año y eso era físico.

¿Cuánto le molestaban las derrotas a Odalys Cala?

Cuando se perdía, me sentía tan mal. Veía a otras muchachas riéndose y eso me dolía, porque lo daba el todo y en los entrenamientos entrenaba duro para eso. A mí no hubo que regañarme jamás. Si en el entrenamiento no lo das todo, en el juego es imposible. Me daba vergüenza perder y, segundo, que anotaran una canasta fácil. Cada día me esforzaba más para mejorar mis errores. Antes, a nosotras nos tomaban videos, para ver todas las dificultades, pero era muy escaso. Era cuando se estaba acercando la competencia, pero no como ahora, que tú te puedes corregir.

Después del mundial, vienen los Juegos Panamericanos en La Habana y eso no se me olvida nunca: faltando 41 días para los Panamericanos no me llevan a México al entrenamiento en la altura y ahí terminé mi carrera.

¿Por qué?

El equipo tuvo en general una gira muy mala por Europa. Me ponían en unos juegos más, en unos juegos menos y el entrenador -Manuel Pérez- había dicho cosas que no entiendo ahora como entrenadora. Dijo que iba a ir para tirar de tres, para aprovechar mi tiro cuando defendieran zona. Pero me ponía esporádicamente.

Hubo un análisis muy exhaustivo con el Comisionado Nacional después de la gira y se iba analizando por número, nadie protestó, fui la única que lo hice delante de todos. Me dice: “tú no tuviste resultado, porque a ti te llevamos para tirar de tres y aprovechar tu tiro”. Le respondo: “permiso, ahora es que yo me entero que fui para tirar de tres”.

Yo doy el todo para que no me regañen, quizás debí callarme, pero digo que no, fue la primera vez, porque fue mentira. Quizás él estaba ocultando el error que había cometido, no vayas a culparme a mí, fui la única que protestó y no me interesó, ahora estoy feliz y bien conmigo misma.

¿Le dolió muchísimo?

No acepté algo que no me pertenecía. Si me hubiese puesto y no tenía resultados, entonces, ahí tienes todos los argumentos para decirme. Al principio, cuando entré al equipo nacional, tuve un poco de contradicción con los profesores: no puedes regañar a todas por igual, en algunas cosas sí, en otras no. ¿Cómo me vas a regañar si yo no he hecho nada?

¿Verse fuera del equipo Cuba la afectó en lo anímico?

Sufres mucho. Tenía una niña, estaba casada, tenía casa sola, pero fue un retiro de manera injusta, cuando todavía no lo pensaba. Después de 1990 me iba a retirar. Ya tenía mi niña, las cosas estaban difíciles, era entrenar y entrenar en La Habana sin nada, entonces dije: “¿qué hago aquí?”.

Me dijeron que esperara al Panamericano y al final mira lo que sucedió, eso fue lo que más me dolió. Además, sé que podía, porque siempre dije que me iba a ir siendo Odalys Cala, no después de que fuese bajando el nivel.

¿Qué vino después?

Vine para la EIDE, jugué la primera categoría en la cual cogimos primer lugar en la historia del baloncesto femenino pinareño, un tremendo resultado, pero hasta ahí llegué, demostré que podía dar muchísimo. Satisfecha conmigo misma, con esa imagen me retiré, esa es la imagen que se van a llevar de mí.

¿Ahí comenzó como entrenadora?

La carrera de entrenadora es difícil, muy difícil, si te gusta no descansas y si tienes vergüenza deportiva como jugadora, como entrenadora es peor, porque ya no es algo que tú haces, dependes de otros y tienes que sacrificarte lo que no te puedes imaginar.

Empecé junto a una profesora al final de curso, para que fuese viendo con un equipo 15-16, como era el entrenamiento, la planificación, el funcionamiento de una escuela, porque no me gustaba ser entrenadora ni enseñar, porque no tengo paciencia.

Quise empezar con niñas chiquitas, comienzo en 11-12 años. Competíamos en abril de ese año y alcancé el tercer lugar nacional, eso me motivó. No teníamos tabloncillo y me iba a entrenar a un terrenito distante de la EIDE para tener más espacio y ahí empecé. Trabajé 11-12, después en la 13-14 y dos en la 15-16. Fueron cuatro niñas para la ESPA nacional, llegaron a la preselección, y me empezó a gustar el trabajo. Cuando comencé, tuve que estudiar toda metodología de la enseñanza, tanto ofensiva como defensiva. No me gusta nunca estar atrás, siempre delante.

¿Y eso se lo transmitías a las alumnas?

Las preparaba no como entrenadora o maestra, no, las preparaba para la vida, para su futuro, para que vieran que no solo es el deporte, que es su preparación y su futuro. Recuerdo que, cuando entré, les llevaba comida a las niñas en el Período Especial, porque lo que había era arroz blanco con azúcar y algo más. Con mis posibilidades y algunas cosas que me traían del campo, les llevaba. Les enseñaba cómo peinarse, arreglarse las uñas, cómo lavar la ropa y estar presentables. Era como si fuesen mis niñas y yo estoy feliz porque todas las que pasaron por mis manos son profesionales hoy.

¿Disfrutó mas eso que el resultado deportivo?

Exactamente. De todo lo que fui capaz de hacer, cuando alcancé el tercer lugar, eso me motivó muchísimo. Luego, como entrenadora, fui a tres misiones deportivas: tres años en Guatemala, uno en Ecuador y dos en Venezuela.

En Guatemala fue magnífico, estuve con el equipo nacional, con resultados que no había tenido otro entrenador: ganamos un sub-23 centroamericano, algo que nunca había sucedido, y también clasificamos a unos Juegos Panamericanos.

Estuve también con el equipo nacional cubano, cuando me pidieron para ser parte del equipo técnico. Estuve 6 meses, no terminé porque las condiciones eran precarias, dormía con las niñas y ya era entrenadora no era atleta. No estaba bien que yo estuviese ahí y decidí que así no. Se los agradecí mucho.

Usted fue parte de una generación de atletas que logró grandes resultados. ¿Le duele ver el estado de los deportes colectivos en general?

Muchísimo, muchísimo. Son tantas cosas. Principalmente, las personas que ponen no tienen la visión, el conocimiento, el interés o no le dan la importancia que tienen que darle. Hay muchas personas que tienen condiciones para trabajar, que quieren hacerlo, que no es el interés de estar en un equipo nacional.

¿Cree que no hay la exigencia suficiente?

Exactamente, dicen que los tiempos cambian, pero para mí los tiempos son iguales. En el deporte, en cualquier actividad que hagas y más para obtener un resultado, tienes que hacer lo mismo.

¿Cómo valora el baloncesto femenino en la actualidad?

Muy mal, jamás Cuba perdía un Centroamericano ni jamás perdía con los equipos con los cuales se está perdiendo ahora. Hay que tener principios, hay que tener vergüenza, hay que tener de todo.

Han pasado varios años desde que dejó el deporte activo. ¿Se siente que es recordada por lo que fue y lo qué hizo?

No, para nada, no entiendo por qué, cuando te retiras ya desapareces. Lo he vivido tanto aquí en mi provincia como con la Comisión Nacional de Baloncesto. Duele, porque se olvidan de lo que uno fue, de lo que hizo y hoy por hoy cualquier cosa es un no: no podemos, no se puede, no hay, aunque sabes que realmente lo hay, que otras son beneficiadas, personas que no han pasado por el deporte.

La emigración es un fenómeno que ha incidido en muchos. En su caso, a usted la ha afectado directamente, con sus hijos.

El deporte me ha enseñado a ser fuerte, a estar separada de la familia. Me separé a los 12 años de mi casa. Después, cuando me fui para La Habana, visitaba la casa una vez al año. Eso te hace fuerte, te hace ver que es normal y es tú trabajo. A los 4 meses de mi hija haber nacido estuve en una gira de 45 días.

Después, en la primera misión, mi hijo tenía tres años y lo dejé también. Cuando ellos tomaron ese tipo de decisión lo respeté, los apoyo al 100 por ciento para que se sientan bien. Se extrañan, pero sé que están bien y yo lo estoy igual, porque ellos están felices, están cumpliendo lo que quieren, sus objetivos y sus sueños.

¿Nunca pensó usted en dar ese paso de emigrar?   

No, se nos dieron muchas oportunidades. El entrenador de Canadá -no solo a mí-, decía en la Copa de Las Américas que si nosotras hubiésemos entrenado con él hubiésemos sido campeonas olímpicas, mundiales, panamericanas. Pero, nunca me pasó ni por la mente, de hecho, estoy aquí. Puedo ir, pero yo regreso, porque si hubiese querido lo hubiese hecho. Oportunidades tuve, las del mundo y más.

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Imágenes cortesía de Darien Medina y Cortesía de la entrevistada