El capricho de reducir la carrera de Rogelio García al jonrón que le conectó Agustín Marquetti en el Latinoamericano –uno de los batazos más icónicos del béisbol cubano- sigue prevaleciendo en exceso, pese a que se habla de unos de los mejores lanzadores que ha dado una tierra de grandes peloteros. 

Casi una hora de conversación con el recordista de ponches de la pelota cubana, integrante del club de las 200 victorias y autor de dos juegos de cero hits y cero carreras, fue suficiente para que mostrara ese malestar con el que ha tenido que lidiar durante tanto tiempo.  

“A ver si la gente de la Comisión Nacional y la televisión profundizan más en la historia de Rogelio García y no machacan más con el jonrón de Marquetti. Que saquen otra cosa agradable. Mira a ver si yo he ido a algún programa Confesiones de Grandes o Mi Béisbol. Ahí tienes que sacar tus conclusiones”, dice el “Ciclón de Ovas”, como se le conoce.  

Estas fueron sus palabras en los palcos ubicados frente al montículo del estadio Capitán San Luis, en Pinar del Río, donde deslumbró y consolidó una brillante carrera, la misma instalación deportiva en la que no se le recuerda con ninguna imagen, pese a que es uno de los nombres más grandes entre los tantos que elevaron a esta provincia a lo más alto del béisbol cubano. Esa, es otra herida para Rogelio García.  

“Este estadio no tiene las pancartas de los grandes peloteros, no acaban de retirar los números de los jugadores de la Serie Nacional. Hay decisiones que son provinciales y alguna foto puedes poner ahí, como las de Luis Giraldo Casanova, Alfonso Urquiola, Omar Linares o Pedro Luis Lazo. Tengo cantidad de cosas para donar al museo del deporte pinareño y nadie ha ido a preguntar por nada”, afirma. 

Rogelio García fue el típico niño cubano que cambiaba el aula por el béisbol y así fue como comenzó en su natal poblado de Las Ovas, cercano a la ciudad capital de la provincia.  

“Yo comía béisbol. En la escuela Pepe Chepe, que quedaba al fondo de mi casa, siempre estaba activo en esa parte. A veces, me escapaba de la escuela para irme a ‘piquetear’ al terreno y de ahí salí: yo no estuve en la pirámide”, cuenta.  

Pelotero béisbol cubano Rogelio García
Famoso exbeisbolista cubano Rogelio García, en el estadio Capitán San Luis

¿Qué entrenadores lo acompañaron en sus inicios? 

El primer contacto lo tuve con José “Cheo” Díaz y José Joaquín Pando, con 13 o 14 años. Cheo era un señor que tenía grandes nociones sobre el béisbol y me capta como tercera base. De ahí, me pasa para un equipo que tenía aquí en Pinar del Río. Yo tenía fuerza, lo que no era bateador de contacto.  

Entonces, en una conversación que tuvimos con José Joaquín Pando, este le dice que yo no era tercera base sino lanzador. Él se puso bravo, pero finalmente llegamos al consenso. De todas formas, yo iba a asumirlo porque lo que quería era jugar pelota y no veía futuro en esa posición. Un hermano mío tiraba tan duro como yo, Reinaldo García, pero no siguió en la pelota porque era muy vago para entrenar. Así comencé con Pando.  

¿Ahí comienza de una manera más seria en el béisbol? 

Pasé a estudiar al tecnológico Tranquilino Sandalio de Noda y me inicié como lanzador en una academia en el estadio Capitán San Luis. Tampoco me gustaba el estudio. Yo estudiaba agronomía y Pando me decía que tenía que estudiar. Terminé la carrera como técnico medio y llegué a los juveniles. Estuve en campeonatos y también en una preselección nacional, pero como decimos nosotros, los pícheres tenían nombre y apellido. En el último corte me fui, contento también porque fue una gran experiencia. Ya después me integro a la Serie Nacional. 

¿Estuvo de acuerdo la familia de Rogelio García con su carrera en el deporte?  

Mi mamá y mi papá estaban contentísimos. Mi padre fue pícher, lanzaba por las Minas cuando tenía su tiempo. Eso es hereditario, él tiraba bien y duro: las personas mayores me hacían los cuentos. 

Su entrada al equipo de Vegueros ¿Cómo la asumió? 

Con fuerza, yo dije: si estos señores están terminando, tengo mis posibilidades. Me da un aval el haber estado en preselección nacional juvenil. En 1972 comencé en el equipo Vegueros, siempre con Vegueros y ahí me inicié en el bullpen. En aquellos tiempos los equipos de nosotros eran coge palo, pero yo venía a hacer mi trabajo. No me interesaba cómo estaba el marcador, sino el aprendizaje y que el director tuviese confianza en ponerme de nuevo. Estuve otros años más en el bullpen y al tercero fue cuando me colocaron de abridor y ahí caminé completo. Me ayudó mucho esa labor, pues en los juegos esos perdidos que ningún pícher quiere lanzar, yo venía y hacía el trabajo. 

Su llegada al equipo Cuba se produce en 1976, poco después del arribo a la Serie Nacional. 

El primer año en el equipo Cuba fue para el Mundial de Cartagena en Colombia. También tenían nombre y apellidos los lanzadores, pero traté de colocarme entre los 7 y yo fui uno de ellos: no me interesaba el lugar donde estuviese, pues lo mío era estar en la nómina del equipo de esas grandes cuatro letras y así comencé mi historia con el equipo Cuba, con cuatro Mundiales, tres Panamericanos, Centroamericanos y ocho Copas Intercontinentales. 

Sobre el nivel de los rivales en esa época se cuestiona mucho, pero Rogelio García llegó a enfrentar a jugadores que fueron estrellas en la MLB. 

En el Panamericano de 1983 de Caracas, los americanos llevaron un equipazo, entre ellos, a Mark McGwire, todos Grandes Ligas. Los equipos esos estaban duros, porque te ibas a fajar contra un hierro en la mano del rival, que no es lo mismo ahora y con una bola más viva. No fue un nivel tan suave, lo que pasa es que no me gusta estar comparando las etapas, pero nosotros sí jugamos la dura de verdad, porque cuando lo haces contra un aluminio estás jugando duro. Cambia a la madera, a ver qué dan. 

¿En algún momento recibió alguna oferta para abandonar el equipo? 

Las ofertas eran constantes, pero siempre me acordaba de lo que me decía mi difunta madre cada vez que salía: que no podía traicionar a la Revolución que me formó como hombre y pelotero, y en ese caso, no podía traicionarla. Ese consejo me venía a la mente cada vez que se me acercaba un scout para decirme quédate aquí, coge el cheque, fírmalo, y no traicioné. Aparte de eso, nosotros éramos muy sanos. La constelación de peloteros de esa etapa no teníamos la maldad de traicionar. En el tiempo en que estuve en el equipo nacional nadie traicionó y cogíamos menos dinero que todos ellos. La gran satisfacción que teníamos era que cada vez que terminábamos un torneo, nuestro Comandante nos llamaba a nosotros allá, preguntaba y nos recibía en el aeropuerto. 

Precisamente, en una ocasión, una conversación con Fidel casi le cuesta su presencia en el equipo Cuba. 

Terminé de lanzar en un tope contra los americanos y él me habló científicamente de los vasos dilatadores, sanguíneos, que se rompen y hay una recuperación rápida con una ducha caliente. Le digo: “Comandante, con el mayor respeto que usted merece, aquí nosotros lo que vamos a tirarnos son 6 tanques de 55 galones de agua recogida”. Él nada más me dijo: “¿no hay agua caliente?”. “No, aquí no hay agua caliente”, respondí. Estaba roto.  

Después, el presidente del Inder, Reinaldo González, me llamó y me dice que estaba fuera del equipo Cuba y Manuel Morales, el Comisionado de Béisbol, lo mismo. Dije que no había problema. “Ustedes me están botando de aquí, algún día o en otro torneo, el Comandante va a preguntar dónde está el Ciclón de Ovas, él preguntará por qué ustedes me botaron”. Yo hice un bien para que nuestros compañeros se puedan bañar con agua caliente, no tirarnos arriba esa agua fría recogida y en ese momento se arregló todo en el Latinoamericano y a mí no me mencionaron nada más. 

Usted hablaba de que eran una generación muy sana, ¿a qué se debía eso?  

Fue la enseñanza de los padres, todo se lo debo a mi familia, mi difunta madre y difunto padre. No teníamos esa maldad, íbamos y jugábamos. Lo que nos gustaba en el equipo Cuba en cualquier país era hacer el infield y en ese momento nosotros ganábamos, pues ya todo el estadio completo se paraba, nos aplaudía y el juego no había comenzado. Después, cuando salía la tropa esa para el terreno, era una aplanadora. Te podían hacer tres, pero sabía que el equipo mío respondía, venía y hacía 7, era una familia, esa generación era muy bien llevada. 

En el equipo Cuba le tocó coincidir con Braudilio Vinent.  

Yo estuve detrás de Vinent y los juegos decisivos los picheaba él, hasta que hubo un año en el que el difunto José Miguel Pineda, en el Panamericano de Caracas, me dijo: “tú eres el hombre hoy”. Hasta Vinent se puso medio bravo con Pineda, pero él se decidió por mí y por lo menos, no lo hice quedar mal, porque si yo lo hacía quedar mal, venían a preguntar: ¿por qué no se puso a Vinent? Con el favor de Dios, traté de vencer a los americanos. 

A Pedro José Rodríguez, “Cheíto”, le tocó decidir con cuadrangular una Selectiva ante usted. 

Ese juego se decidió por dos jonrones. Quedó tres carreras por dos, con jonrones de Olivera y de él. Eran dos señores bateadores y se decidió el partido así. Ni él se imaginó que me iba a dar jonrón. Después hablamos, éramos muy bien llevados. Yo iba a Cienfuegos, a su casa, me tomaba cervezas con él y así era también con Antonio Muñoz y Pedro Jova, que era uno de los bateadores más temibles. Era tremendo Jova, venían a 95 millas pegadas y la metía para atrás. 

La imagen del jonrón de Agustín Marquetti ya está más que usada en la televisión cubana y parece que se le recuerda a usted más por ese batazo que por sus hazañas. ¿Qué queda por contar de ese batazo? 

Sobre el jonrón de Marquetti, yo venía cansado. Abrió Reinaldo Costa. Yo ni iba a estar en La Habana, porque había lanzado antes, pero en aquel tiempo no había regulación de lanzamientos ni mucho menos. Uno lo hacía por la provincia, por la camiseta, que es lo que le falta a la pelota de hoy en día.  

Jorge Fuentes se bajó de la guagua y yo estaba en la casa tranquilo, en chancletas, jugando con mi hijo y me dice: “vamos”. “Al Latino, ¿para qué?”, le dije a Jorge. “Vamos”, me dijo. Recogí unas cosas y me fui.  

Vine de relevo y tiré 7 inning más. Si no se le cae el fly al tocayo mío, Rogelio García González, en el right field, aquello se acababa. Pasaron los innings, tenía los dedos acalambrados y no quería tirarle el tenedor. El difunto Juan Castro insistió. Me dije: va para allá. Y se quedó flotando arriba, y con el bate de aluminio, ahí terminó. Lo que quería es que me saliera un subterráneo hasta mi casa, que nadie me viera. Juan Castro se me acercó, me dijo: “coño, yo insistí”. Esto no tiene marcha atrás. 

¿Usted cree que su carrera hubiese sido la mismo sin Juan Castro?  

No, aquí había buenos receptores, pero no de ese tipo. Él no bloqueaba bolas, el fildeaba, pues tenía unas manos prodigiosas. Fildear el tenedor no era fácil, como la mayoría que los receptores que bloquean, pero el fildeaba el tenedor, por eso, es único en Cuba. 

¿Cómo era su relación con él más allá del terreno?  

Mejor que dentro del terreno. Esa relación comenzó en el año en que se llevaron a un grupo al servicio militar. Yo también estaba en edad del servicio. En un año en que no ganamos el campeonato, recogieron a todo el mundo y a mí no me habían citado. Él comenzó a decirme: “vamos, muchacho y así sales de eso. Le dije: “no quiero irme para allá Juanito, ¿para que tú quieres meterme en el servicio si a mí no me han citado”. Hasta que, a las cansadas, me fui, pero sin reclutarme, para un torneo militar.  

Cuando aquello era el Chino Alpízar, quien tenía un equipo en La Habana, un trabuco, todos nosotros de la nacional, y ahí comenzó la amistad mía con Juanito. Íbamos juntos para todas partes. A él lo liberaron y me dice: “mira, nos liberaron a nosotros y ahora a ti te van a llevar para el servicio”. Le dije: “estás loco, a mí no me van a llevar para ningún servicio, yo fui allí y ya cumplí”. Participé en dos torneos nacionales del ejército y más nunca me citaron.  

Las lesiones comenzaron a llegar bien pronto en su carrera.  

La primera lesión mía fue en 1983, cuando yo regresé del Panamericano de Caracas, en el que le lancé aquel juego a los americanos. Me alejé un poco del terreno. Tenía confianza en la preparación y me cogí un mes. Al regreso, parece que la lesión ya venía caminando y el terreno te la cobra. José Manuel Cortina se me acercó y me ayudó con la recuperación. También, tenía exceso de trabajo, pues el único lanzador que trabajaba aquí al tercer día era yo. El brazo no es de hierro y hay que cuidarlo. Fue una recuperación corta de dos meses y cuando regresé, dice la gente, tuve mis mejores momentos. 

Después de esa lesión llega una de las hazañas de las que se habla bien poco: los dos no hit no run.  

Aquí no se habla nada y de mí se habla bien poco, nada más, del jonrón de Marquetti, que es el himno nacional que ellos ponen siempre ahí. Apenas pusieron un juego de pelota del Panamericano de Caracas, del cual se cumplían 40 años.  

Hablemos de esa hazaña. 

El primero de los juegos de cero hits y cero carreras lo di en un terreno al que yo era apático a lanzar, el Cándido González. Me daban con la vida, hasta un día en el que Pineda me dijo: para el dogaut no mires. Ese juego fue contra el también fallecido Omar Carrero y gané 11×10. Después de eso, fui a Camagüey años después y le doy no hit no run. 

Ese día, yo sabía que estaba dando no hit no run. Había comentarios en el banco y la gente decía que no hablaran de eso. Pero yo miraba a la pizarra y me decía: esto, a mí, no puede atrofiarme la mente. Es difícil y más cuando tienes al último bateador en frente, en dos strikes, y es más complicado todavía, porque aumentaba la presión. Fue el primer no hit no run.  

Fuimos para Santiago de Cuba y a los 15 días, me fajé con Serranos, en el Guillermón Moncada. En el octavo, dieron un rolling a José Cano. Se le puso muy duro a la pelota y pifió y fue quieto el bateador. No anotaron error, siguió el partido, y el anotador, después de que terminé el noveno inning, puso el error y salió el otro no hit no run. 

¿Cuál es ese logro que más recuerdas en series nacionales?   

El campeonato que ganamos aquí contra Villa Clara, en el que lancé ese juego, fue uno de los primeros campeonatos que ganamos en casa. Te enterabas cuando en la amplificación local anunciaban que fulano de tal dio el ponche número tal, pero no nos decían la estadística que llevábamos.  

Llegué a mil ponches en Matanzas, cuando ponché a Pablo Hernández, y el locutor lo anunció. Dije, mil ponchados, aguanta, dame la pelota, la guardo. Había muy poca comunicación entre los anotadores y los jugadores, no era como ahora. 

En 1988 llega la segunda lesión que lo apartó definitivamente de los terrenos de juego. 

Me volví a resentir la lesión en el Mundial de Italia, en Módena, lanzando un juego amistoso ante Nicaragua en 1988. A raíz de eso, mandaron a buscar al Duque Hernández y subió por mí. Cuando regresé, el Doctor Álvarez Cambras me comenta sobre hacerme la cirugía Tommy John. Había escuchado de ese método, iba a ser el primero en Cuba. Pero me preguntaba y me respondía yo mismo: ¿Cómo quedo con el brazo?, ¿y después la recuperación?, ¿cómo va a ser la historia mía, con todos los récords que poseía? Saqué las conclusiones. Me senté con mi esposa y le dije: terminé ya. Con 34 años me fui de la pelota, aunque mi esposa me decía que hiciera otro esfuerzo. Me acosté esa noche, pero el dolor no me dejaba concentrarme. 

Regresé del Mundial de Italia directo al Frank País y Álvarez Cambras me puso una bota en el codo. Fui para Pinar del Río y todos los días me llamaban Servio Borges, Reinaldo González y Álvarez Cambra. Conversamos dos veces y hubo un momento en el que sí lo entendió.  

Me dolió bastante esa decisión y al año siguiente fue el retiro con Juan Castro. Es fue otra guerra también, porque la dirección del Inder no quería que se retirara conmigo. Les dije que si él no se retiraba, yo tampoco. Ahí se concentró todavía más la amistad con Juan Castro, porque él vio que yo estaba defendiendo su derecho: lo iban a retirar solo.  

¿Cómo ha ido su vida después del retiro? 

Me retiré y me prepararon como 20 días en el Latinoamericano un cursito emergente de entrenador y fui a trabajar para Perú. Estuve 5 años, fundamentalmente preparando niños. Fui dos veces con esos muchachitos y la tercera vez, con equipo de edades mezcladas, a Pinar del Río y a una Copa José Antonio Huelga de mayores. 

¿Cómo vivió esa primera experiencia de entrenador en Perú? 

Aprendí bastante allí, porque había personas que sabían de béisbol. Cuando ellos te piden el currículo no te miran de lado, sino de frente: este tipo se la comió y tiene su nombre. Hicimos amistad con tremendos entrenadores que había allí y disfruté esa etapa. Todavía me llaman para que regrese, pero yo estoy muy viejo para eso y el frío me mata. 

Después, Juan Castro me llamó de Italia para ir a trabajar con él y allí estuve 9 años. Estuve en la Serie A1, la más fuerte en aquellos tiempos. Era dura, trabajé con el picheo y Juanito era el director y en un año ganamos el título. Al siguiente, fue la serie B. Yo era el director de uno de los equipos y gané el torneo en Módena. Más tarde, estuve unos meses en Japón cumpliendo un contrato con dos lanzadores juveniles. Luego pasé a Panamá 13 años y después, a los equipos provinciales de Pinar del Río. Además, estuve durante cinco temporadas con Víctor Mesa en Matanzas y un año con Industriales. 

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¿Cómo lo convenció Víctor Mesa?  

Estaba yo Pinar del Río, había terminado en Panamá, y él me llamó a la casa: “me hace falta un entrenador de picheo, te voy a mandar un carro para que mañana vengas para acá”. Le dije: “aguanta”. Pasó la noche esa y yo pensando en el carro que iba a mandar el día siguiente. Mi mujer tenía buena amistad con la esposa de Víctor y había una buena relación entre nosotros. Al día siguiente, me llamó y me dijo: “vienes para acá con Primitivo”.  

Pasé 5 años con él en Matanzas. No hubo “ni un sí ni un no” con él. Víctor se transformaba cuando se vestía de pelotero. Él lo decía: “me perdonan si yo les digo cualquier cosa”, pero a mí nunca me faltó el respeto. Contaba conmigo para las decisiones y tenía mejores relaciones conmigo que con el resto de los entrenadores. Cuando terminé en Matanzas, me dijo: “te vas conmigo para Industriales, no has terminado todavía”. Eso sí me cogió desprevenido. Ahora, estoy incorporado ayudando a la provincia. 

Su hijo Rogelio García siguió sus pasos en el béisbol. ¿Lo condujo por ese camino? 

Mi hijo trabajó siete temporadas. No, él siguió la tarea. Me dijo: “papi, voy a pichear”. “Dale, coge el número mío”, le respondí, pero me dijo que no, que le “quedaba muy grande”. “Pero, ¿si tú eres el hijo mío cómo te va a quedar grande?”. Pero terminó cogiendo el 62. 

¿Le afectaron las comparaciones?  

Tú sabes cómo es la fanaticada, que si no eres igual que el padre tuyo. El primer año sí le chocó. Cuando comenzó, yo estaba de misión y lo veía solo los meses en que venía aquí de vacaciones. Buena curva que tenía por encima del hombro, y eso se ve poco aquí. Hablaba mucho por teléfono con él. Después, no quiso seguir jugando más, por cosas de la dirección del equipo y ahí quedó todo. 

¿Tienes otros hijos? 

Yo tenía dos, con un matrimonio anterior. Uno falleció hace algunos años, era asmático crónico y murió con 40 años. Cuando se pierde a un hijo, al padre o la madre, son golpes duros, duros de verdad, pero hay que seguir luchando. 

¿Cómo transcurre ahora la vida de Rogelio García?   

Me había jubilado y hace tres años me volví a incorporar, cuando hablaron conmigo para que viniera a ayudar al equipo de Pinar del Río. Cuando te retiras y entras en la casa, ya es otra cosa. Que si vete a buscar el pan, que si lleva al nieto para acá, para allá: tengo dos, un macho y una hembrita. Al varón lo tengo en el área especial de 9-10 años, juega como tercera base y segunda, tiene fuerza la bate. 

¿Cómo valora el tema del equipo Cuba unificado? 

Lo veo muy bien, lo que veo mal es que no vengan con el tiempo suficiente para prepararse con el equipo, para que Cuba pudiera hacer un mejor papel. Se vio en el Clásico, cuando Luis Robert no rindió lo que tenía que rendir ni Moncada ni los otros lanzadores. La cláusula tampoco dejó que vinieran con más tiempo a prepararse con el equipo, eso influyó. Que vengan más, que aquí el criollo que se lo gane. 

Me gustaría comparar lo que usted vivió, con la situación de la generación actual. ¿Dónde están las mayores diferencias?  

La mayor diferencia con estos muchachos jóvenes es que hasta que ellos no choquen con la pared no paran. Tienen el ansía esa de llegar a Grandes Ligas y no todo el mundo llega. Se quieren probar, mira cuántos se han ido y cuántos han regresado y cuántos faltan por hacerlo que están en trámites.  

Tengo un pícher de 19 años que regresó de Dominicana con el brazo dañado. La otra es que no juegan a full, con el pero de que si el sol. Si hay que jugar a la 1 pm, entrégate, porque el sol es parejo para todo el mundo. A mi generación le sobraba la entrega. A esta generación nueva le ha dado por fumar y por tomar. 

¿Se siente suficientemente valorado con todo lo que ha hecho?  

He tenido una carrera con números satisfactorios. Estaba mirando en Internet un trabajo de Modesto Agüero en el que sacó a los 10 mejores pícheres de Cuba de todas las etapas y por los números que tengo, soy el uno. Eso me llega como una satisfacción del trabajo que él hizo, pero no le han dado la publicidad suficiente.  

¿Tienen una deuda con usted en cuanto a reconocimiento?  

Bastante, y me duele. Ahora a las glorias deportivas las están intercalando en los equipos Cuba, pero no me han llamado a nada. Estuve un año, cuando Higinio Vélez estaba vivo, y le dije lo que quería era ayudar para perfeccionar el lanzamiento del tenedor. Se lo pedí y fui a esa preselección, después, al año siguiente, le volví a hablar y no me invitaron más. Ahora hablé para ir a ayudar y me cansé de esperar la llamada. Mientras tanto, estoy trabajando aquí con la provincia para ver cómo podemos mejorar el picheo, y el lugar, que no es el de nosotros. Estoy ayudando a Bosmenier y Abelito que son los entrenadores del equipo Pinar del Río.  

Vamos a comenzar a ir por los municipios ahora, para ver la mayor cantidad de juegos posibles en la provincial y conocer qué talento tenemos. Estaré en la parte técnica de la comisión provincial: material hay, lo que toca es trabajar. Estamos trabajando duro en mejorar el picheo. 

Con cada frente frío, el codo de Rogelio García le vuelve a recordar que ese fue el motivo por el cual tuvo que abandonar su carrera. Mucho quedó por escribir, pero también muchísimo quedó escrito, aunque algunos sigan detenidos en la noche del 19 de enero de 1986. 

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Imagen cortesía de Darien Medina
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